``` La historia de un hombre que trae la muerte y una chica que la niega. ---- En la montaña embrujada del reino, dicen que vivía una bruja. Ella nació princesa. Pero incluso antes de su nacimiento, el sacerdote la declaró maldita y exigió su muerte. Envenenaron a la madre para matar al bebé antes de que diese a luz, pero el bebé nació de la madre muerta —una niña maldita. Una y otra vez, intentaron matar al bebé pero ella milagrosamente sobrevivió cada intento. Dándose por vencidos, la abandonaron en la montaña embrujada para que muriera pero ella aún sobrevivió en esa tierra estéril —una bruja. —¿Por qué no muere? Años más tarde, la gente finalmente se hartó de la bruja y decidió quemar la montaña. Pero el Diablo llegó en su rescate y la llevó consigo de aquel lugar en llamas, porque morir no era su destino ni siquiera entonces. Draven Amaris. El Dragón Negro, que gobernaba sobre los seres sobrenaturales, el Diablo con quien nadie deseaba cruzarse en su camino. Odiaba a los humanos pero esta determinada chica humana lo atraía hacia ella cada vez que estaba en peligro. —¿Es realmente humana? Él se llevó a la humana con él y nombró a esta misteriosamente tenaz chica “Ember”, un pedazo de carbón ardiente en un fuego moribundo. Un alma manchada de venganza y la oscuridad del infierno, se levantaría de las cenizas y cumpliría su revancha. ------ Este es el segundo libro de la serie de Los Diablos y Las Brujas. El primer libro es - La hija de la bruja y el hijo del diablo. Ambos libros están conectados entre sí, pero puedes leerlos de manera independiente. ```
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Draven podía oler, sin duda alguna, el persistente aroma de su compañera y luego se percató de que la puerta de su cámara estaba abierta. Erlos no la habría dejado así.
—Parece que estuvo aquí hace un rato. —Respiraba agitadamente con lo que estaba sintiendo, pero tenía que reprimirlo. Su cuerpo entero se sentía caliente y se quitó la chaqueta, solo para arrojarla a un lado en el suelo. Intentó distraerse enfocándose en quitarse cada prenda de ropa de su cuerpo —sus zapatos, sus guantes y el resto—, hasta que solo quedó con su camisa blanca y pantalones.
Durante todo el tiempo, la molestia llenaba su mente, pero solo el sutil temblor de sus dedos revelaba su verdadera situación.
Sus dedos se detuvieron a mitad de desabrochar su camisa cuando se dio cuenta de la realidad.
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