—Buena historia viejo, pero qué tiene que ver conmigo —preguntó el espadachín, apuntando su cimitarra al cuello del sacerdote.
—¡Vete a la mierda Hassan, sino fuera por tu maldita ambición de mierda estaríamos a pocas horas de la ciudad! —Refunfuño el sacerdote.
—Lo que tu digas viejo, ahora respóndeme, ¿Qué estas ocultando? —repitió Hassan.
—Nada que no te haya dicho ya —contestó el anciano
—Entonces según tú, estas son las mismas ruinas en las que cayeron la arquera y el tatuado de tu historia —comentó el espadachín, mirando las columnas de granito y mármol que sostenían la cámara subterránea —, ¿crees que haya algo que saquear? —preguntó tras devolver la cimitarra a su vaina.
—¡Y ahí vas otra vez con eso imbécil, que no vez que estamos atrapados, a ver como piensas salir de este maldito agujero! —refunfuño el viejo sacerdote, poniéndose de pie y sacudiéndose la arena de la túnica.
—A ver abuelete, ¿vas a seguir rezongando o nos vamos a ayudar a salir de este lio?
—Voy a seguir rezongando, porque la única opción de escape es más bien un suicidio, aunque quisiera no podría llevarte.
—¿Y me lo dices ahora he? —resopló Hassan.
—Venga deja de quejarte y avancemos, a ver si encontramos algo que nos sirva de soga.
—¿Eso no debería decirlo yo? —discrepó Hassan.
—Chiquillo. Sabes que disfruto el llevarte la contraria. Andando.
La caminata se hacía extenuante, a cada hora que pasaba las ganas de salir de aquellas cámaras subterráneas y la imposibilidad de hacerlo les irritaba cada vez más, puesto que todas las salidas que encontraban eran poco mas que derrumbes que llevaban a más grutas y las pocas lomas de arena que se alzaban cercanas a los ligeros muros de piedra que los separaban de la superficie los dejaban a poco más de tres metros de la misma. El paisaje no cambiaba por más que se adentraban en los pasillos y salones, geoglifos en forma de animales y figuras vagamente humanas tallados en la roca y algunas pinturas erosionadas en las columnas gracias a la arena, además de vasijas de vino, copas de oro antiguas y algunas embaces sellados con miel en algunos salones donde tomaban tiempo para descansar, comer y beber un poco antes de seguir recorriendo aquellas grutas, además no había mucho más que hacer, a veinte metros bajo tierra y sin forma de salir solo podían seguir caminando en busca de una salida.
—Oye viejo, ¿me sigues? —preguntó Hassan, sacando y prendiendo los restos de la antorcha que habían traído consigo tras adentrarse en un nuevo pasadizo.
—Si Hassan, no te preocupes, ya deberíamos de estar cerca.
—¿Cerca de qué? —preguntó Hassan, dándose la vuelta para alumbrarle el camino al viejo sacerdote.
—¿Ahora eres olvidadizo mocoso?, quita de en medio —comentó entre risas el anciano mientras tomaba de mala gana la antorcha de Hassan y adelantándole a leer algunos de los geoglifos en las ahora húmedas paredes —Impresionante —clamó tras varios minutos —vamos bien amigo mío, ya falta poco —anunció antes de continuar recorriendo los pasillos.
—¿Ahora qué te pasa viejo?
—¿Olvidaste lo que te enseñe sobre cómo rastrear? —dijo apagando la antorcha.
—Bien visto —contestó tras sentir la brisa que soplaba casi como un suspiro —, ¿una salida?
—No, pero debe de haber alguna por aquí cerca, huele a sal.
—¿De mar? —preguntó Hassan.
—Lo dudo, estamos a unas cuantas millas de la costa; será una salina.
—Pues toma el saco, ya tenemos mercancía.
—Tu siempre con tus negocios, anda y vayamos con calma no vaya a ser que encontremos alguna alimaña.
No se equivocaban, el leve viento se volvió en una suave brisa similar a la del mar al salir de los túneles, no era el mar lo que vieron sino un estanque. Similar a un oasis este rebosaba de agua, aunque en diferencia no había rastro de vegetación, en su lugar una enorme columna de mármol y cristal se alzaba justo en medio de las aguas. Un dorado resplandor se filtraba por el cristal, palpitante cual corazón, pero despacio como un profundo respirar.
—¿Arena? —preguntó Hassan mientras se acercaba, viendo de apoco como la arena fluía como el agua en el interior, como una lampara de lava, como un reloj de arena.
—Si amigo mío, bienvenido a las Cámaras de Marduk —anuncio el anciano.
—Espera —contestó Hassan, tratando de contener la risa —¿me estas tomando el pelo no?
—Ya quisiera yo muchacho, pero a fin de cuentas aquí estamos —respondió el sacerdote tras sentarse en la orilla de uno de los estanques.
—¿Y entonces que rayos es esto? —preguntó Hassan una vez más, dando un par de golpecitos en el cristal del pilar.
—Ni idea, no figura en los registros, ha de ser algún catalizador, esos idiotas eran genios en esas cosas.
—Pues no debieron ser muy poderosos, al fin de cuentas el ultimo archimago los purgó a todos
—No es que fueran débiles Hassan, ese archimago era uno de ellos.
—Ya claro, ayúdame con esto —comento entre risas mientras se sentaba, enseñando a su compañero un viejo arcón de madera.
—¿Qué es eso? —preguntó el sacerdote.
—Ni idea, no entiendo lo que tiene escrito.
—¿Y dónde lo encontraste? —continuo la pregunta.
—Frente al pilar de ahí, será alguna especie de ofrenda supongo, ¿préstame tu daga?
—Cuidado con lo que haces muchacho —respondió pasándole la daga.
Hassan no tardo demasiado en romper el cerrojo. Un par de golpes fue suficiente para debilitar la vieja cerradura de oro rebelando un guantelete con forma de garra en su interior.
—¿Vale y la pareja? —Curioseó Hassan.
—Y que voy a saber yo —respondió el sacerdote.
—Vamos hombre un poquito de entusiasmo, creo que me lo quedare.
—Como quieras, lo próximo me lo quedo yo.
—Perfecto —contestó Hassan colocándose el guantelete, momento en el que un fuerte resplandor dorado iluminó por unos segundos la caverna.
—Esa a sido buena Hassan, ¿garras también?, espero encontrar algo así.
—A ver si encuentras una reliquia santa viejo amigo —rio mientras observaba el guantelete —, me gusta, combina con la cimitarra.
—Como tu digas, veamos que nos enseña ese pilar.
Caminaron despacio, observando una vez mas el entorno; a sus ojos nada había cambiado luego del resplandor. Al llegar al pilar el sacerdote se arrodilló y comenzó a leer los geoglifos tallados en el altar, abriendo los ojos de par en par a medida que continuaba la lectura.
—Hassan, estamos muertos —fueron las ultimas palabras del anciano antes de que su cuerpo se llenara de extrañas pústulas llenas de un fluido amarillento que de apoco se expandía por su cuerpo en forma de más bolsas de pus que burbujeaban cual agua hirviendo.
—¡Oye viejo que estas!
Hassan no obtuvo respuesta, el cuerpo del sacerdote se había hinchado de tal forma que ya no era mas que una masa de carne podrida llena de pus a punto de explotar. Hassan no pudo huir, fue forzado a ver como aquel acido erupcionaba del cuerpo de su compañero hacia él haciendo que su cuerpo se llenara de las mismas pústulas, pero no se rindió. A cada que le salía una de aquellas ampollas el las explotaba con sus propias manos una y otra vez, se arrancó la piel a tiras tratando de evitar infectarse, se amputó la mano derecha de un tajo al ver como cada vez más las ampollas surgían, despellejo sus piernas, sus manos, su cara; mutilo de tal forma su cuerpo que una simple brisa lo hacía agonizar de dolor, pero ya no importaba, la muerte a el no se lo llevaría, no quería morir y no haría. Fue entonces que una violenta explosión hizo colapsar toda la caverna sepultando a Hassan bajo las arenas al mismo tiempo que un gran terremoto y una tormenta de arena asolaron todo el desierto, teniendo como epicentro el pilar de mármol y cristal el cual terminó en un cráter, erguido e intacto, aunque en su interior ya no había vestigios de arena, más bien, el mismo se estaba deshaciendo en arena tomando forma humana. Su cuerpo aun estaba tomando forma, pero algo si que se había manifestado con claridad, la forma del guantelete ya se había formado en su brazo izquierdo.