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Prisioneros

Cadenas negras enrollándose en el cuerpo del joven que yacía en el suelo inmóvil; sus brazos estaban encadenados hacia atrás de las muñecas y sujetos al suelo, lo mismo sucedía con los tobillos.

La luz no llegaba a esa celda ya que se ubicaba varios metros bajo tierra; era la mazmorra del Castillo. De nada le servía gritar porque no lo escucharían por más que se esforzase en conseguirlo. Tampoco podía soltarse ya que esas cadenas eran mágicas y solo invocando el conjuro correcto se desvanecerían, lo había intentado todo pero nada funcionó.

Sus ropas resaltaban su aspecto infantil más de la cuenta y se adherían a su cuerpo debido la transpiración por los esfuerzos realizados al emplear sus poderes que se desvanecían al instante. Sus blancos cabellos enrulados llegaban a sus hombros, sus ojos turquesas despedían desesperación y angustia.

Aún se reprochaba el haber sido tan confiado ya que fue su ingenuidad lo que le ocasionó aquello. De no haber creído en las mentiras de su falso amigo en esos momentos podría estar combatiendo al cruel enemigo en el campo de batalla. Exausto se apoyó en la pared posando su cabeza en la misma, su visión iba oscureciéndose lentamente al ir perdiendo la conciencia....

El timbre del teléfono sonó repentinamente alarmándolo al punto de alejarlo de la lectura; el joven regresó a la realidad en cuestión de segundos lamentándose ya que el climax que había logrado era único.

Al tercer timbrazo suspiró profundo y dejó la novela sobre la mesita de luz para dirigirse al comedor donde estaba aquel objeto infernal.

- ¡Hola! - dijo molesto pero habían colgado. Aquello lo enardeció aún más y arrojó el tubo del teléfono con fuerza a su sitio. Murmuraba toda clase de insultos mientras se alejaba de aquel indignante objeto.

Por lo general todo lo que lo rodeaba le disgustaba, hacía tiempo que había dejado de sentirse a gusto en ese ambiente, en el mundo al que pertenecía.

Solo era feliz cuando se sumergía en el mundo de alguno de sus libros. Solo entonces sentía que él era alguien, era útil y sabía que podía llegar más allá de lo normal.

La lectura era su refugio y su confidente en todo momento, pero al cerrar un libro tras acabar la historia leída la amargura regresaba a su corazón. Sencillamente detestaba a todos ya que cada uno de los que lo rodeaba había contribuido para arruinarle la vida.

Suspiró hondo intentando serenarse mientras se dirigía a su habitación donde estaba la novela que había empezado a leer el otro día. Planeaba sumergirse de lleno en la historia abstrayéndose por completo de su realidad.

Pero no había llegado a dar tres pasos cuando su madre abrió la puerta de calle llegando del trabajo.

-Matías ¿preparaste la comida? - dijo y sin esperar respuestas se dirigió a la cocina - Traje algo por las dudas lo hayas olvidado, saca los platos y prepara la mesa. Llamaré a tus hermanos.

En menos de un minuto la vio adentrarse en la casa rumbo a las habitaciones de sus hermanos quedándose solo y frustrado ¿tenía hambre?

No, el apetito era algo que había desaparecido de su persona hacía mucho tiempo ya. Pero igual tenía que comer de lo contrario empezaría a enfermarse empeorando aún más su situación.

Media hora más tarde todos estaban en la mesa cada uno aportaba algo a la conversación que hubo iniciado su hermano mayor logrando entretener a su madre y otro hermano menor a él.

Todos reían divertidos por la conversación, todos menos él que se había concentrado en tragar cada bocado sin mostrar esa sensación de asco que lo invadía cada vez que tenía que ingerir alimentos sólidos.

Acabado el almuerzo, Matías dejó el comedor sin decir nada y se perdió en su habitación dispuesto a zambullirse nuevamente en la lectura. Había quedado en la mejor parte...

Recuperó la conciencia pero allí todo seguía igual, no sabía cuánto tiempo había pasado ya que la vista era la misma. Estaba empezando a padecer debido a la inanición, sus plateados cabellos estaban apelmazados y habían perdido su brillo esplendoroso. La palidez era mortal en su rostro ceniciento, sus músculos completamente entumecidos le causaban gran dolor.

Los ruidos del cerrojo lo devolvieron al presente y cuando la puerta se abrió una figura misteriosa se adentró. El prisionero no podía ver su rostro porque estaba de espalda a la luz y este permanecía en sombras.

El recién llegado colocó una corona sobre la cabeza del prisionero quien inmediatamente sintió una gran descarga provocándole intensos dolores físicos muy profundos que lo llevaron a su límite de resistencia y más allá obligándolo a dar alaridos debido a las oscuras sensaciones que invadían su pequeño cuerpo.

Se retorcía intentando librarse de alguna forma posible de esos dolores sin lograrlo. Sin embargo todo acabó en un momento y la oscuridad se adueñó de su persona.

Su conciencia fue despertando en él de a poco, el joven de cabellos plateados recuperó el conocimiento para comprobar que seguía en el mismo lugar. Amarrado e inmovilizado sin poder mover un músculo. Aquello estaba enloqueciéndolo.

La puerta se abrió y una luz intensa penetró en la celda junto al recién llegado que sostenía en sus manos la corona que tanto dolor le ocasionó la vez anterior. Con terror vio cómo aquel iba acercando dicho objeto a su cabeza:

-¡Aleja eso de mi! - rugió - ¡No! - Pero el extraño se mostró decidido a continuar con su labor - ¡No! - quiso retroceder pero las cadenas se lo impidieron - ¡Déjame! - Pero la corona fue colocada en su cabeza e irremediablemente los dolores volvieron a él quien gritaba retorciéndose.

-El verdadero dolor aún no empieza muchacho - fueron las enigmáticas palabras del extraño - Mi venganza será completa contigo en mi poder - Lo último que supo fue que le quitaban las cadenas, se colocaba de pie y era conducido fuera de la celda.

Cuando fue recuperándose pudo regresar a la realidad para ver a muchos rostros contemplándolo con atención. Estaba sentado en un trono, vestía con ropajes reales, sus cabellos volvían a brillar con intensidad.

Quienes lo observaban eran fieles súbditos a la causa de la rebelión pero ahora aquellos estaban encadenados. Todos eran prisionero ¡¿cómo era posible tal situación?! ¿Por qué? Sus identidades siempre habían sido secretas ¿qué pasó? Y ¿por qué él estaba en el trono real si había decidió no aceptar aquel legado?

Quiso moverse pero comprobó que su cuerpo le pesaba como si fuese acero. Quiso hablar pero sus labios permanecieron sellados; ¡estaba atrapado en su propio cuerpo!

- Como ordene majestad - escuchó decirle a aquel que lo hubo aprisionado colocándole la corona sobre su cabeza - ¡Ejecuten a todos los prisioneros! ¡Servirá de escarmiento!

- ¡No! - Su mente gritaba con desesperación, intentó detener aquella masacre pero estaba atrapado en su mismo cuerpo.

Quiso emplear sus poderes pero le resultó imposible hacerlo, estaban encapsulados y no tenía las fuerzas necesarias para destruir esa barrera que se lo impedía.

Fue forzado a contemplar cómo mataban a los mejores soldados que tanto los habían apoyado y a todos sus aliados. Y lo peor fue que él quedó como el traidor que los entregó, cuando el auténtico traidor seguía entre las filas de la rebeldía popular o lo que quedaba de ella. Su condena era casi eterna.

Cuando todo acabó recién pudo moverse cuando escuchó la voz de su carcelero:

- Bien majestad, puede retirarse a sus aposentos a descansar si así lo desea. Los demás se ocuparán de la "limpieza".

El joven sintió cómo su cuerpo obedecía esa orden disfrazada de pedido. Sus ojos se cruzaron y tal fue su sorpresa al ver que su carcelero era nada menos que su tío; aquel a quien solía querer como si fuese su propio padre ¿por qué le hacía eso?.

Quiso decir algo pero no pudo, sin embargo cuando su cuerpo pasó a su lado se detuvo empleando todo su poder y tras sujetarlo de la muñeca le clavó la mirada. Estaba exausto debido a las fuerzas mentales que iba perdiendo junto a su energía vital por rebelarse al control de la corona.

- ¿Qué sucede majestad? - preguntó sínicamente - Descuide, yo me ocuparé de todo - diciendo eso se hizo soltar y ordenó a dos guardias que lo llevaran a sus aposentos y que vigilaran que nadie lo "molestara". Significaba que estaría encerrado en la alcoba central, había perdido su libertad y aquello lo desesperaba más aún que las cadenas.