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UNO: Henry Hill

Mi madre poco después de su desastroso matrimonio con mi padre, se aseguró de dejarnos una enseñanza a mí y a mí hermano;

"Cuando el amor llega a ti no te dejará ir, aún incluso aunque abras la puerta"

Mi madre jamás había estado tanto en lo cierto. Años después de haberme encontrado con Henry y el mayor rival de mi padre, Alan. Mi madre encontró el famoso cuadernillo, algo que la destrozó. Pero a finales de este, decidió aceptarlo ya que el amor de mi padre ya no era correspondido hacia ella. Actualmente yo vivo con mi padre y no hay noche que no lo escuche sollozar mientras ve desde la ventana. Quisiera comprender sus lamentos, poder ayudarlo pero se ha vuelto una persona tan cerrada con el transcurso de los años. Mi hermano al terminar la preparatoria decidió que ya no podía tolerar más su mal carácter, se mudó a New York con su novia Stephanie al terminar el año. Es difícil estar lejos de él después de tantos años. Para mí, el amor no decidió de qué manera llegar, solo lo hizo rápido y pegajosámente y mi madre, demonios tenía razón. Cada mañana al despertar, corro hacia la ventana para saludar a Henry, el chico más popular y desastroso que haya conocido. Amaba ver su melena alborotada, su rostro perdido y su voz roncosa. Pero lo que más amaba era compartir una parte de mi mañana con él, charlábamos un poco de ventana a ventana y compartíamos revistas de absurdos comics de $8.00 dólares con el papel desgastado y la tinta desprendida. Quizá nuestros padres tuvieron su mala historia, pero nuestra historia no era mala. En lo absoluto, era perfecta. Yo lo amaba. Está mañana se encontraba pensativo, más de lo inusual. Lo admiré discreto <¿Cómo puede verse tan bien?> Pensé, es difícil llevar un cabello tan intacto después de despertar.

- Billy, corrígeme - dijo opacando nuestro perfecto silencio matutino -. Si quiero tomarme una selfie cómo se vería mejor, ¿con mi playera o sin ella? - pregunto desabrochando los únicos tres botones que cubrían su abdomen desnudo. Este estaba intactámente remarcado, el béisbol le servía de maravilla.

- Co-co-con - dije con torpeza -. Sin camisa - corregí.

Sonrió curioso.

- Ok - extendió sus manos hacia mí con el teléfono entrelazado entre sus delgados dedos -. Tómame la foto - ordenó.

Tomé el aparato con rapidez, mis manos se sentían más torpes que nunca.

- No hagas una estupidez - me dije a mi mismo.

Henry subió el muro y tomó asiento en la orilla, coloco sus brazos entre sus piernas y sonrió a la cámara.

- Ten cuidado - dije.

- No te preocupes, lo hago todo el tiempo.

Lo miré admirado, ¿cada cuándo dedicaba su tiempo en sentarse en ese muro desgastado observando hacia mi ventana? ¿Será posible? ¿Le podré gustar en verdad?

- Toma la foto - ordenó una vez más.

Seguí sus indicaciones, revisé la fotografía. Mis ojos jamás se podrían cansar de esto, cada detalle, cada parte, todo lo conformaba a un cuerpo perfecto. Era una escultura encantadora.

- ¿Salió bien? - preguntó.

Asentí con la cabeza.

- Déjame ver - dijo estirando sus largas, delgadas y blanquecinas manos.

Extendí el aparato hasta sus dedos, lo tomó con fuerza. Su piel estaba helada y suave. Casi perfecta.

- Sí - afirmó -. Será esta, se la mandaré - dijo.

- ¿Mandar? - me pregunté a mi mismo - ¡¿Mandar a quién?!

Sonreí hipócritamente.

- ¿Mandársela a quién? - pregunté.

Me miró entre risas y extendió una vez más su teléfono hacia mí, la pantalla se encontraba encendida y en ella permanecía la fotografía de una chica morena, delgada, cabello muy largo y oscuro, era hermosa. 

- Ana, estamos intentando salir - dijo alejando el teléfono de mi rostro -. ¿No es hermosa? - preguntó con la mira fija hacia la pantalla.

- ¡Claro! - exclamé -. Es muy ardiente.

- Lo sé - murmuró en sonrisas.

Lo miré asqueado. Mis oportunidades ahora habían disminuido a más de un 30%, gracias a Ana.

- Tengo que irme - dijo -. Debo terminar un trabajo antes de ir a clases. Nos vemos.

Dio la vuelta y se marchó sin siquiera girar atrás por última vez, algo decepcionante. Suspiré agobiado y regresé a mi habitación, estaba oscuro y frío. Quizá mi cuarto reflejaba mis verdaderos sentimientos y lo describiría con perfección. Arregle mi cama y abrí las cortinas, los rayos de sol comenzaron a deslizarse por el cristal hasta dejar una línea perfecta sobre el suelo frío. Aún con mi poco tiempo disponible, me dedique un tiempo en arreglar mi cabello, cepille mis dientes y ya una vez listo, preparé un alimento adecuado para ser consumido a prisa. Tome mi mochila y salí deprisa dirrección al autobús. Miré a mis espaldas, Henry no vendría hoy conmigo quizá. Dirigí la mirada al frente y Alan ya se encontraba dirección hacia mí.

- Buenos días Sr. Hill - dije inclinando ligeramente la mirada al suelo.

- Billy - contestó -. ¿Cómo se encuentran? - preguntó mientras mantenía fija la mirada a la ventana de la recámara de mi padre.

- Bien - contesté confuso girando a espaldas mías, las cortinas aún seguían abajo. Apenado dirigí la mirada a Alan una vez más, me sonrió.

- Me alegra saberlo - contestó -. Henry no vendrá contigo hoy.

- Sí, eso quise imaginar.

- Irá a recoger a Ana hasta su casa - dijo.

Rodeé los ojos discreto, Ana terminará siendo un gran fastidio en mi vida.

- Me alegra - sonreí hipócritamente una vez más, las mejillas ya comenzaban a doler - debo irme - dije.

Asintió con la cabeza.

Salí corriendo a la parada, tomé el autobús y no me dediqué el tiempo de mirar a espaldas mías, sabía que tendría su fulminante mirada sobre mí. Tomé asiento en la primer hilera a un lado de una ventanilla, recosté mi cabeza en el asiento y suspiré <mierda, que pesada mañana>. Mantuve la mirada fija al paisaje, presté atención a cada estación y revisé la hora constantemente. Realicé mis cuentas, llegaría 15 minutos antes de mis clases. Un tiempo perfecto. Bajé en mi estación correspondiente y caminé despacio hasta mi aula, los pasillos aún se encontraban vacíos. Tomé asiento a tres espacios lejos de Henry, el suficiente espacio para verlo indiscreto sin hacerlo alarmante. Tomé mi libro "El Conde de Montecristo" y aguarde cauteloso hasta que la clase diera inicio. Todos comenzaron a llegar 6 minutos después, les llevaba la delantera por mucho. Henry llegó 20 minutos después, algo que no sorprendía en su rutina. Cerré mi libro al escuchar su risa fuera del aula, alcé la vista y mantuve mi atención en la entrada.

- Pasen chicos - dijo el profesor detrás de la puerta.

Mi piel se erizo y comenzó a temblar al verlo entrar desde la puerta, llevaba unos jeans oscuros, una chamarra blanca con un estampado de "No to violence" y unos Jordan de colección.

- Hey Billy - dijo.

- Hola - dije entre sonrisa. No podía ocultarla.

- Quiero presentarte a Ana - dijo señalando hacia la entrada.

Un escalofrío cubrió mi cuerpo con gran velocidad y como un truco de magia mis temores desaparecieron al estar cerca de él.

- Ana, es un placer - dije entre dientes.

Sacudió su mano hacia mí con gesto de amabilidad, Henry sonrió, me dio la espalda y fue a su asiento junto con su nueva compañera "Ana". Qué gran perdida de tiempo.

- Chicos, abran sus libros en la página 97 - dijo el profesor.

Me mantuve inmóvil, observando como la tomaba de la mano. ¡Mierda! ¿Qué tiene ella que no pueda tener yo?

Ese era el valioso precio de enamorarte de Henry Hill el chico más popular, atractivo y atrevido de la preparatoria. Las historias giran rápido. En el tercer año la gente corrió el rumor de que Henry se había cogido a más de la mitad de las chicas de gimnasia y qué era un amante en la cama. Para el quinto año se corrió el rumor de que había decaído en las drogas y en el uso excesivo de esteroides. Ahora, se corre el rumor de que a Henry las vaginas habían dejado de ser su prioridad y ahora su nueva adicción eran los buenos penes. Aún no puedo confirmar ningún rumor y aunque desearía que el último fuera verdad estaría mintiendo, porque si lo fuera, eso significaría que los demás también lo son. Son absurdos rumores y a él no parecen molestarlo en lo más mínimo. Le sienta bien la fama.