Los preparativos para la boda se iniciaron. Tanto Rebecca como Luciano estaban inconformes con la situación, pero siguieron adelante porque la verdad era que no tenían más opciones, así que se resignaron a enfrentar su destino. Aquel matrimonio no representaba nada más que otra obligación que debían cumplir en sus vidas, por lo que en ningún momento quisieron conocerse, ni siquiera cruzar palabra entre ellos, pues estaban tan frustrados con todo que simplemente acordaron que se conocerían en el altar.
Durante los siguientes 30 días, cada uno dejó en manos de sus asistentes personales, la tarea de organizar la boda y acordar todos los preparativos. En la ceremonia solo estarían presentes ellos y un par de personas que servirían como testigos. Las ordenes que recibieron los empleados de parte de Luciano y de Rebecca fue que no debían invitar a nadie, pues querían que todo el asunto se realizara lo más sencillo y rápido posible. Luciano creía que su futura esposa lo odiaría por eso y Rebecca tenía la misma idea con él, pero al final resultaba que ambos querían lo mismo, solo que ninguno realmente lo supo, pues porque delegaron a alguien más todo el trabajo sin siquiera querer escuchar nada con respecto a aquel día. Ambos le habían pedido a sus respectivos asistentes, que resolvieran todo ellos solos, pues ninguno pretendía preocuparse por algo más que ir a firmar el día de la ceremonia.
– Tienes que hacer esto –se dijo Rebecca mirándose al espejo cuando llegó el gran día.
Lucía preciosa de blanco. Le había pedido a su mejor amiga que le consiguiera un bonito vestido de bodas, porque aunque no se casaba feliz, al menos esperaba hacerlo luciendo hermosa, ya que probablemente sería la única oportunidad que tendría de caminar hacia el altar, vestida de novia.
Respiró profundo y salió del salón en donde se había estado alistando, pero se llevó una gran sorpresa al entrar al lugar de la ceremonia y darse cuenta que Luciano no estaba por ninguna parte. Su hermana Diffu, su mejor amiga Marisa y el sacerdote que auspiciaría la boda, eran las únicas personas presentes en aquel sitio.
– ¿Qué pasó? –preguntó Rebecca confundida y seriamente preocupada.
– No ha llegado nadie –respondió Marisa alzando los hombros en señal de no saber nada.
– Quizás se han retrasado. Hay que esperar un poco –dijo Diffu manteniéndose positiva como siempre lo hacía. Rebecca le sonrió.
La joven se sentó en una de las bancas a esperar. Observaba el buqué de rosas blancas entre sus manos mientras la ansiedad crecía en su interior. Su misterioso prometido no aparecía. Los minutos pasaban y pasaban sin señal alguna de él o de algún miembro de su familia.
– Por favor llama a mi asistente y averigua que ha pasado –le pidió a Marisa. Esta asintió y se dispuso a hacerlo.
– Ella tampoco sabe que pasó –comentó la chica tras colgar la llamada– Prometió que averiguaría y nos avisaría.
– Tranquila. Todo saldrá bien –le dijo su hermana con cariño.
Rebecca intentó sonreír, pero estaba terriblemente decepcionada. No quería casarse, pero tampoco deseaba que la dejaran plantada en el altar, sobre todo cuando de esa boda dependía que ella pudiese asumir la dirección total de la empresa de sus padres. Suspiró con pesar.
– Ya vienen en camino –le avisó Marisa unos minutos después.
Su asistente había vuelto a llamar para comunicarles que logró hablar con alguien del personal de Luciano y este le había dicho que ya sabían que estaban retrasados, pero que pronto llegarían. Rebecca suspiró una vez más, no sabía si sentirse aliviada o deprimida.
Unos momentos más tarde, se escuchó como la puerta del recinto se abría. Todos voltearon en aquella dirección. El corazón de Rebecca latía acelerado por los nervios. Un hombre de mediana edad, pequeño, vestido de traje y con lentes gruesos, ingresó en la sala.
– ¿Ese es tu prometido? –preguntó Marisa asombrada al notar que aquel hombre llegaba solo– pensé que sería más joven ¿no se supone que es el nieto del amigo de tu papá?
– Pues no sé –susurró Rebecca con un nudo en la garganta.
El hombre caminó a paso lento hasta llegar al altar donde se encontraban las tres chicas junto al sacerdote. El hombre se presentó y les mostró el maletín que cargaba con documentos. Él era el abogado de Luciano y estaba ahí para informarle que el joven no llegaría para la boda, lo había enviado a él como su representante para efectuar todo el papeleo necesario en el proceso, además le solicitaba a Rebecca su firma para un contrato de convivencia que quería acordar.
– ¡Qué idiota! –exclamó ella molesta en cuanto escuchó todo aquello.
No podía creer lo que estaba pasando. No sabía que le ofendía más, si el que Luciano no tuviese la decencia de siquiera aparecer para su propia boda, el que haya enviado a su abogado para sustituirlo o el que le solicitara firmar un contrato para resguardar sus propiedades y obligarla a cumplir más reglas en ese matrimonio sin sentido.
– ¿Por qué está haciendo esto? –preguntó Rebecca alterada, sentía que le debían una explicación.
– Mi cliente no se siente cómodo con la situación. El señor Lombardo considera que su familia y usted pueden tener segundas intenciones en todo esto, por lo que ha preferido resguardar su integridad y los bienes materiales que puedan verse comprometidos con esta unión.
– ¡Es un imbécil! –replicó la chica aún más molesta.
Rebecca se sentía completamente insultada. Tanto la presencia de ese abogado como la sola mención de aquel contrato representaban una humillación para ella y su familia. No conocía quién sería su marido, pero desde ese preciso momento comenzó a odiarlo.
Su hermana y su mejor amiga intentaron hacer que se tranquilizara. Rebecca respiró profundo e intentó llevar las cosas con calma, pues las chicas le recordaron que el futuro de la empresa estaba en juego, así que tras respirar un poco e internalizar la situación, aceptó ir con el abogado a donde pudiesen estar solos y hablar sobre todo el tema del contrato que Luciano le pedía que firme.
– Mi cliente no se encuentra conforme con este matrimonio –dijo el hombre en cuanto se quedaron a solas.
– ¡No me diga! –exclamó Rebecca sarcástica.
– El señor Lombardo ya ha firmado el acta matrimonial, el contrato que propone y todos los documentos derivados. Le presento cada uno de ellos para su lectura y si está de acuerdo, le solicitaré su firma para entonces dar por concluida esta situación.
Rebecca respiró profundo mientras pensaba en que su futuro esposo era un completo imbécil, pero al mismo tiempo se recordaba que era la condición que su padre le había impuesto, así que suspiró una vez más y tomó el contrato que el abogado le extendía. Comenzó a leerlo.
Aquel documento estipulaba que Luciano aceptaría no involucrarse en los negocios de Stellar Gems Co., si ella aceptaba no tener ni voz ni voto dentro de Lombargo Legacy Co. De igual manera explicaba la separación de bienes y propiedades que ambos tendrían durante el matrimonio y en caso de un posible divorcio.
– Sabemos que usted está atada por el testamento de su padre –comentó el abogado– por lo que este contrato tendrá la misma duración que se le exige para tomar control de la compañía, es decir, por los próximos 3 años. Por lo que a partir del momento en que usted asuma la dirección de Stellar Gems Co., puede solicitar el divorcio si así lo desea, mi cliente se compromete a aceptarlo.
– ¿Así nada más? ¿no le importa?
– Mi cliente considera esta situación como una simple transacción, por lo que en el presente documento se explican las normas de convivencia que deberá cumplir por el tiempo en que dure su matrimonio –Rebecca suspiró y continuó leyendo.
Luciano ponía a su disposición una mansión nombrada como "La villa" que se encontraba a las afuera de la ciudad. En ella podría vivir mientras estuviese casada con él y serviría como la fachada para su matrimonio, pues en aquel contrato Luciano establecía que no tendría ningún tipo de relación o vínculo con ella. Él asistiría o se quedaría en aquella casa cuando considerara necesario, pero en ningún momento dormiría juntos o si quiera estaba obligado a entablar una conversación con ella.
Por otra parte, Rebecca podía disponer de todo lo que quisiera de aquella casa y tendría toda la libertad de poder vivir como una mujer soltera durante su matrimonio. De igual manera, ella podía utilizar los bienes, contactos y recursos que Luciano poseía, ya fuese para su uso personal o para actividades de Stellar Gems Co. y además ponía a su disposición a su abogado personal, el hombre que estaba sentado frente a ella, para ayudarla con todo el tema legal del traspaso de la compañía a su nombre y finalmente, se comprometía a aceptar el divorcio en cuanto asumiera su cargo en la empresa.
A cambio de todo eso, Luciano solo pedía dos cosas. La primera era que bajo ninguna circunstancia podía molestarlo, en otras palabras, Rebecca debía hacer como que él no existía en su vida. Luciano no quería tener nada que ver con ella. Eso la hizo sentir un poco mal, porque aunque no deseaba casarse con él, no pudo evitar sentirse despreciada por todo aquello.
La segunda condición que establecía el contrato era que mientras estuviesen casados, ella tendría que vivir en "La villa" aparentando ante Joseph Lombardo y cualquier otra persona relacionada, que ellos tenían un matrimonio feliz y perfectamente funcional. Debía hacer creer a todos que su matrimonio era real.
– Está bien –aceptó Rebecca tras leer todo el contrato.
La verdad era que aquel acuerdo no le parecía del todo mal. Tendrían un matrimonio falso solo para asegurarse de cumplir con lo estipulado en el testamento de Robert Stellar y el mandato de Joseph Lombardo. Respiró profundo pensando en que todo estaba bien, al final podría continuar con su vida como si nada. Le alegraba saber que a pesar de la poca educación y cordialidad de su nuevo marido, él resultaba ser bastante inteligente y había ideado una manera de que ambos salieran airosos de aquel compromiso. Rebecca tomó el bolígrafo que el abogado le ofreció y procedió a firmar aquellos papeles que ahora la convertían en la señora Lombardo.