Desde que Lin Li había llegado a Anril, había provocado problemas muchas veces, pero no había una sola vez que fuera tan desconcertante como la de hoy. Fue totalmente un incidente inmerecido. Estaba allí de pie perfectamente bien y no había ofendido ni provocado a nadie. Sin embargo, ese tipo cargó contra él como un perro rabioso.
«Joder, si no te vacunara contra la rabia, ¿crees que me podrías intimidar?»
—Es tan raro...—lanzó un juramento en señal de ataque.
Justo cuando estaba a punto de regresar con la multitud, vio a Amman sosteniendo una botella de poción. La vertió ansiosamente en la boca de Milo mientras miraba a Lin Li. Esa expresión era como si alguien le hubiese robado a su esposa. Lin Li no pudo evitar rascarse la cabeza y pensar para sí mismo: «¿Cómo he podido ofenderos a ti, maestro, y a tu discípulo?»
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