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58. El disturbio

—¡Hercus!

Hercus escuchó su nombre por una voz masculina y tétrica, como si fuera un fantasma. Pero allí solo estaban su majestad y él, no había nadie más por allí cerca. Además, había sido alguien espeluznante y lejano, como si le hubiera susurrado al oído, aunque pareciera que estuviera más distante. Omitió ese asunto y protegió a la reina. Se puso al frente de ella, para detener el ataque de las figuras sombrías que se acercaban a atacarlo. Aquellos seres de forma humanoide, con armadura toda oscura, hacían un grito ahogado, como de lamento. Blandió su espada, pero el arma atravesó a la sombra sin hacerle ningún daño. Mas, aquel ente oscuro le lanzó un espadazo que se cubrió con el escudo, haciendo que diera un par de pasos hacia atrás, por lo que ellos sí podían tocarlo. Varios minutos después de defenderse con su rodela y de hacer varios intentos en vano con su espada, frunció el ceño. Su arma era ineficiente, ya que los atravesaba como si fueran humo, pero su defensa era certera. ¿Cuál era la diferencia entre la una y la otra? Detalló su antiguo escudo de bronce que había sido roto por la señora Earendil Water y en compensación ella había formado uno nuevo con su magia de agua. Tensó la mandíbula, pues también reflexionó que había detenido las flechas. Tal vez solo armas mágicas podían dañarlos y eso era lo más seguro. Observó como las criaturas se extinguían ante la lanza de la hechicera del este y ante las saetas de viento de la joven alteza del oeste, eso lo confirmaba, se necesitaban objetos con propiedades sobrenaturales. Pero al no tener ninguna, usó su escudo como ataque. Su corazón latía con fuerza mientras enfrentaba a las misteriosas figuras sombrías que se acercaban de forma implacable y eran demasiado numerosas, que parecían no tener fin.

Hubo un desorden en la ciudad real al estar bajo ataque de esas sombras a las que no se podía herir con artículos convencionales. Era por eso que nadie podía eliminarlos, ni soldados, custodios o los caballeros podían eliminar la amenaza. Las personas eran perseguidas y lastimadas, desde la realeza, nobles y plebeyos corrían por los puestos del coliseo, por las calles y por el terreno de la arena, huyendo de los invasores. Además de que su arma no surtía efecto contra la oscura amenaza que se cernía sobre la reina. Su majestad hizo aparecer a la guardia real para proteger a la joven alteza, Hilianis Hail, que estaba con Herick. Solo la magia de la reina de hielo, Hileane Hail, de la princesa de viento, Lisene Wind y de la hechicera del agua, Earendil Water podían herir a los extraños, solo la magia de las brujas de la profecía.

Hercus los golpeaba con la rodela para hacerlos caer y los decapitaba en el suelo su rodela al cortarlos el cuello con el escudo de acero con la vehemencia de su ataque. A lo lejos divisó como un par de panteras, cuyo cuerpo era como humo, oscuro lo enfocaron. Estaba abrumado contra un enemigo al que no podía embestir de forma contundente, si al menos tuviera una daga podría ser más contundente. Pero esta vez ni sus puños podían hacerles frente, ya que él no podía tocarlas, pero ella sí a él. Sus oscuras pupilas se ensancharon cuando fue atacado por las bestias. Sin embargo, los dos enormes leones blancos de su majestad aparecieron en una ráfaga de escarcha y empujaron a las panteras y rugieron con vigor, sometiéndolas con facilidad y distinción, haciendo que desaparecieran.

La princesa Lisene Wind se alzó en el aire con sus ojos brillando todo de blancos y a su alrededor fue rodeada por pequeñas águilas y halcones que albinos que se volvieron enormes. Les indicó que atacaran a las sombras y se arrojaron sobre ellas sin ninguna piedad. Así mismo, del cielo aparecieron cuervos y una bandada de murciélagos sombríos. Entonces, fue cuando los búhos y lechuzas de la monarca de Glories también aumentaron su tamaño y se arrojaron contra los enemigos.

La señora Earendil Water eliminaba a los invasores en la tierra con su certera magia de agua. La reina Hileane levantó su mano derecha e hizo que las espadas y lanzas fueran cubiertas por hielo. Hercus utilizó su espada y esta vez sí lograba acertar con las sombras que desaparecían, haciendo una explosión de humo que se expandía en el aire. Retrocedió y se mantuvo firme, protegiendo a la reina con valentía y determinación, como único guardián. Sus pies se movían sobre la tarima de cristal, como si estuviera realizando una danza mortal. Cortaba y apuñalaba los extraños. Se protegía de las flechas de los oscuros. A su alrededor no pasaba ninguno de ellos. Se movía alrededor de la reina, evitando que cualquiera se acercara a ella. Entonces, fue cuando la tierra pareció temblar cuando una inmensa criatura apareció en el coliseo. Tuvo que inclinar su cabeza hacia arriba, ya que era más alto que cualquier otro ser conocido hasta la fecha. Era un gigante que en su diestra parecía tener una enorme espada. Hercus se sintió impresionado por ese ente tan temible que tan colosal gallardía. El hecho de que fuera todo de tonalidad negra y no se le vieran ojos, lo hacían todavía más atemorizante. Los hombres y mujeres eran como diminutas hormigas delante de él. Pero su vigor no se amedrentaba ante nada ni nadie, si de proteger a su reina se trataba. Caminó hacia él y alzó su espada congelada que detuvo el cuchillazo de esa bestia negra. Sus músculos se tensaron y la onda de choque recorrió sus manos hasta la punta de los dedos de sus pies. Era fuerte, pero no iba a perder en ese atributo. Le cortó las piernas y se subió sobre el torso, clavándole la espada en la boca, haciendo que explotara en una humarada. Los invasores eran muchos, pero al hacerles frente no eran tan difíciles de sobrellevar. Volvió para hacer guardia a su gran señora. Al pasar los minutos, su reina desapareció y emergió en el cielo, mientras la parte de su cuerpo inferior no se avistaba, sino que era una especie de ventisca. Observó como su soberana contemplaba el caos que se había producido en su ciudad. Las tiendas, tabernas, escuelas y objetos estaban siendo rotos por los que huían y por las sombras.

Las personas gritaban. Los leones rugían al luchar contra las panteras. El graznido antipático de los cuervos y los gruñidos de los murciélagos se enfrentaban al ulular de los búhos, lechuzas y el chillar de las águilas. En todo el mandato de la reina Hileane jamás había ocurrido tanto desorden en su gobierna. Ella cruzó sus brazos, en donde el derecho sujetaba su cetro, haciendo que el cielo se tornara opaco.

—No —dijo su majestad en las alturas y su voz resonó como un trueno. Entonces, provocó una tormenta de escarcha desde donde estaba la gloriosa monarca y se extendió por toda la inmensa ciudad de Glories, que abarcó cada arquitectura y ser existente.

Hercus no se cubrió con el escudo, porque tenía la corazonada de que esa ventisca no buscaba dañar al pueblo de su majestad y no pudo dejar de admirar la magnificencia y magia de su soberana que se alzaba en las alturas como un ser hermoso y demasiado poderoso. Percibió un escalofrío en cada parta de sí al atestiguarla así de desatada.

Las criaturas oscuras fueron convertidas en estatuas de hielo, que luego explotaron en un polvo blanco. Así, los invasores fueron reducidos a cero, después de haber causado extraños en el reino. Su majestad volvió a su estado normal y apareció de nuevo en la superficie de cristal. Pero no solo había sido un ataque, su hielo había sellado los heridos de los que habían sido afectados y la arquitectura destrozada fue renovada al instante.

—Mi gran señora —dijo Lady Zelara, mientras se colocaba de rodillas—. Se nos informa que los nobles del norte abandonaron anoche sus aposentos. Esta, sin duda, es magia de oscura y solo una bruja tiene tal dominio sobre ese elemento… Melania Darkness. ¿Qué…? ¿Qué hacemos ahora, su majestad?

Hercus vio como la reina Hileane meditó por algunos instantes su respuesta. La gran señora dirigió su mirada al cielo y sus ojos brillaron por completo de plateado. Una sensación magnánima y fría emanaba de ella. Había observado que las brujas de agua y de viento también hacían eso cuando liberaban su poder. En verdad, ellas eran fenomenales e increíbles.

—Nada —dijo la reina Hileane con semblante serio y terminante. Su tono de voz se notaba irritado por lo que había sucedido—. Yo me he encargado. Continuemos el torneo. Llama al otro campeón.

—Como ordene, mi gran señora. —Lady Zelara se puso de pie y regresó con los demás custodios, que rodeaban a la princesa Hilianis Hail.

Los ciudadanos de Glories y los nobles de otros reinos respiraron aliviados por el poderío de la soberana que había erradicado toda amenaza en un instante. Se colocaron de rodillas y clamaron su nombre en gratitud.

—¡Larga vida a la reina Hileane! ¡Larga vida a la reina Hileane!

—¡Nuestra gran señora todopoderosa nos protege de nuestros enemigos!

—¡Ella es invencible! —Cada coro fue repetido por las multitudes en cada provincia de Glories.