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Parte IV: El fin de la eternidad

1

-¿Cuánto tiempo llevas aquí?-

-Mil años…-

-¿Y te aburres?-

-No lo creo…-

-¿Te quieres morir?-

-No puedo-

-¿Y por qué estás aquí?-

-Espero…-

Pulsar esperaba. Era todo lo que sabía hacer. Mil años no era nada para él. Quizás lo sería para otros, pero para alguien que no esperaba nada, que buscaba tan solo la muerte, no era gran cosa.

-Soy un loco…-

Siempre se hablaba a sí mismo de esa manera. La locura era un estado de conciencia extrema, de ser alguien completamente atento, más empático que aquellos que decían tener empatía. Era ser alguien más allá de lo necesario, o cómo la gente esperaba. Era vivir de veras.

-Y no necesito más-

Llevaba pensando así mucho tiempo. Le habría encantado creer que valía más de lo que en realidad era. Pero sería engañarse a sí mismo.

Y tampoco tenía idea por qué seguía donde estaba. Armán lo había dejado allí, sí, pero él no era su jefe.

Ni tampoco merecía ser su hermano.

-Yo me iré algún día-

Él sabía que era imposible. Estaba atado por el pacto que había hecho con Armán. Recordó que su querido hermano le había dicho que volvería pronto, aunque nunca le pudo decir exactamente qué quería decir con esa palabra. Pronto podría significar muchas cosas; días, meses, incluso años, pero nunca creyó que se tardaría literalmente un milenio.

-Los dioses no distinguen el tiempo-

¿Pero acaso él no era lo mismo? Cualquiera diría que vivir mil años era el signo de ser un dios. Incluso su hermana pensó eso, aunque ella no lo dijo de manera despectiva. Pero es que tampoco entendía. Ser una humana no tenía nada ver con ser una divinidad. Y sí de verdad él era un dios, tampoco tenía porqué entenderlo. La pobre nunca supo nada más. Solo escuchó de su hermano que se fue a mantener la prisión contra el caos, elegido por aquel que llamaban "mensajero". Y de seguro murió sin pensar más en él.

Pero es que así son los humanos, incluso los que eligen serlo. Solo viven un suspiro. No como los dioses, que viven eternamente.

Y sí, ahora estaba seguro que era un dios.

Siempre se creyó que siendo un dios, todo sería mejor. Y así fue, por un tiempo. Sus primeros años fueron de aventura, luchando contra los entes del caos, las llamadas sombras. Era muy emocionante usar sus poderes, obtenidos por regalo de su padre, y ver como esos insectos desaparecían engullidos por una rafaga luminosa. Disfrutaba mucho escuchar sus chillidos de dolor, esas plegarias ocultas en un lenguaje desconocido. Y era tan hermoso…

Pero Armán no pensaba lo mismo. Un día, discutieron, pues su hermano consideraba que reírse al ver el sufrimiento de otros no era nada bueno. Él le dijo respetuosamente que no podía matar sin volverse loco, que no lo podía hacer de otra forma. ¿Y para qué hizo eso? Fue su peor error. Esa respuesta obligó a su hermano a hacer lo que más temía.

-Y por eso estoy aquí-

Armán le encomendó a Pulsar la tarea más "importante" de todas. Ahora tenía que cuidar la última esencia, esa partícula de sombras que contenía al último ser de caos que vivía en el mundo. Ese miserable fenómeno tan solo era una masa amorfa, sin ningún sentimiento o cualquier deseo de conversar. Y pasar mil años con alguien así no era nada que se pudiera considerar divertido.

Pero un día el aburrimiento se acabó. Y la cosa empezó a hablar. Primero solo le preguntaba cosas vanas y personales, más luego le empezó a hablar de cuestiones más profundas. Era toda una maquinita de conocimiento, alguien que podía revelarle cada secreto, cada idea que ignoraba en el universo. Y sí, ya lo consideraba una persona. Era su único amigo.

-¿Y ya no quieres a tu hermano?-

-No, ese tonto me dejó solo. No puedo tener afecto hacia alguien así…-

-Que mal…-

-Así es-

-¿Y yo si puedo ser tu amigo?-

-Por qué me dices eso…-

-Yo solo lo pensaba…-

-Puede que sí-

-¿En serio?-

-Sí…-

Pero la pequeña maraña de sombras le pidió una condición. Y fue de lo más rara.

-Tienes que comerme-

-No puedes estar hablando en serio-

-Lo estoy…-

-Jamás-

-Entonces nunca seré tu amigo…-

-Ya no quiero tener más amigos-

-Entonces nunca verás a tu hermana...-

Y su hermana era más importante que cualquier amigo.

Un día, Pulsar se tragó la semilla del caos. Y así inició un largo viaje que duraría milenios.

2

Alex nunca creyó que pelear con un palo sería tan difícil.

-¡Eres demasiado lento!-

Mathieu se tomaba demasiado en serio ese entrenamiento. El palo era pesado, por lo que cada movimiento implicaba un esfuerzo muy alto. No obstante, Alex había avanzado mucho en todo este tiempo que llevaban juntos, y sus brazos ya eran lo suficientemente fuertes como para golpear mejor. Mathieu se veía complacido por ese progreso, aunque el niño siempre se negaba a cumplir el verdadero propósito de todo.

Seguía sin querer matar.

-¿Y qué pasa si la iglesia quiere matarte y no capturarte? ¿Nunca has pensado en eso?- le preguntaba.

-Sí, pero eso no quiere decir que daba quererlo…-

-No debes disfrutarlo, pero debes hacerlo si te toca. No puedes vivir siendo un niño todo el tiempo. Además, ya estás algo mayor-

-No soy tan mayor…-

-Para mí ya lo eres-

Quince años no parecían mucho para un pequeño, pero si lo eran para los demás. Alex ya no lucía tan infantil. Ahora era un joven bastante más alto de lo normal, con los brazos bien formados gracias a tanto entrenamiento. Además, dicho entrenamiento lo había vuelto un luchador muy hábil, aunque nada peligroso según Mathieu. El cronista pensaba que pelear sin quitar la vida era idiota, pues él enemigo lo perseguiría hasta matarlo. Alex, en cambio, consideraba esa posibilidad demasiado remota.

Y puede que tuviera razón. Este mundo era demasiado grande. Sus viajes por el continente de Fatum habían sido extensos, aunque nada aburridos. No tenían rumbo fijo, y solo se guiaban por aquellas visiones ocasionales que Alex tenía, y que ya no eran tan frecuentes. Mientras más el niño dejaba de serlo y se volvía un hombre, menos miraba cosas raras.

Y en parte, Mathieu se alegraba. Pero por otra, menos veía una posibilidad de victoria. Estaba claro que el niño era diferente, que el mensajero lo había escogido para algo grande, y Mathieu esperaba que eso significara terminar con el yugo del pontífice. Aunque fuera con solo dos soldados, librar una guerra como esta era imposible. Pero tenían que hacer algo. Mathieu no podía dejar de pensar en eso mientras lo miraba entrenar, mientras lanzaba golpes al compás de los movimientos que hacían las olas, y que mecían al barco donde viajaban.

-Tendría que haber una forma…- se dijo.

-¿Me hablaste?-

Alex dejó de entrenar bruscamente. Lo estaba viendo sin entender.

-No, chico- le dijo-. Solo divagaba con mis cosas…

Y aquel que ya no era un niño se carcajeó por lo tontas que se escuchaban sus palabras.

El venturoso era un buque ligero. O al menos así lo había llamado su capitán.

Alex pensaba que era más lento que el padre Eleazar cuando hacía sus ejercicios alrededor de los terrenos del monasterio. El niño sonrió al recordar esa patética imagen. Luego sintió un poco de remordimiento, pues pensaba que el pobre sacerdote no tenía la culpa de todo lo que le había pasado. Su rostro se contrajo en una mueca de pena. Alex se lamentó de sus malos pensamientos.

Pero eso no significaba que quisiera volver. En ningún momento esperó eso. Estos viajes, aunque cansados y peligrosos, eran mejor que estar encerrado y escuchar los gritos de su "padre". Lucano tendría que aprender a vivir sin su presencia. Y estaba seguro de que lo lograría.

Su boca emitió un suspiro de alivio. El cansancio del entrenamiento lo hizo olvidarse de esos recuerdos molestos, y en cambio, lo alegraron sus progresos, y cómo su cuerpo reaccionaba a ellos.

Nunca imaginó que alguna vez podría pegar los saltos que hacía ahora y dar esos golpes con el bastón. Cuando vio a Mathieu pelear por primera vez, jamás en su sano juicio pensó que él alguna vez haría algo como eso. Más allá de la magia, de los seres que había conocido y ayudado, eso era lo que más le sorprendía. Ahora sabía que podía ser algo más.

Pero ya lo era. Nadie tenía el peso que llevaba sobre los hombros. Nadie hablaba directamente con el mensajero.

¿Y acaso se podía considerar a eso un privilegio? Alex tampoco podía llamarlo como un mandato, o como alguna orden de un jefe. Era más una sugerencia. Y, viendo el estado del mundo, era necesario que la siguiera.

"Hay algo que tengo que hacer. Y no tengo dudas de que voy a hacerlo…"

Y aunque no sabía cómo, estaba claro que encontraría la manera. Muchas personas lo necesitaban.

El chico era mejor de lo podría pedir. Alex no parecía ser el recipiente de ninguna carga, y nadie más podría decir eso. Aunque estaba claro que Mathieu no pertenecía a ese grupo.

La pena de saber esa verdad lo hacía beber mucho más que en el pasado. Después del entrenamiento, y a pesar de que estaba agotado de tanto moverse, Mathieu volvió a cumplir la rutina que llevaba siempre desde que viajaba en este barco. De nuevo se metió en el comedor del barco, pidió una bebida, y bebió, bebió cerveza sin pensar en sí se quedaría tirado en el piso. Ahora no lo hacía por gusto, sino por una necesidad imperante de caer en el olvido. En el olvido de la muerte…

Y aunque sabía que no podía seguir así, Mathieu creía que no podía vivir de otra manera luego de ver lo que había visto, de saber que estaba ante alguien que cumpliría ese sueño que en el fondo nunca quiso ver realizado. Por fin estaba ante alguien que traería ese cambio que tanto había soñado. Mathieu se sorprendía por no estar contento.

Y eso era porque no quería ver morir al niño.

"Está claro que es así…"

-Te ves algo deprimido. Eso no es raro en ti…-

Mathieu se durmió por la borrachera. Cuando despertó, oyó que le hablaron. Pero pensó que era un sueño.

-Ojalá fuera verdad…-

-Es verdad-

Una figura se sentó a su lado. Estaba encapuchada, así que no quería que la vieran. La figura tenía manos delgadas, aunque encalladas por tanto uso. Por la forma de las marcas, Mathieu supo enseguida que usaba mucho la espada. Esa realización le confirmó que estaba despierto.

Rápido tomó su espada, la cual tenía metida en una funda atada a su espalda. No obstante, la figura fue más rápida y le tomó la mano. Mathieu respondió de inmediato tratando de liberarse, enterrando las manos en las de su oponente. Usando su fuerza, logró liberarse y sacó la espada. Acto seguido, la figura lo empujó. Mathieu cayó de espaldas contra el piso del barco.

El terror lo embargaba. La figura se aproximó hacia él. Mathieu vio que sacó una ballesta que tenía oculta bajo la capa y le apuntó directamente a la cara. Al parecer, no había escapatoria.

Alex golpeó a la figura en la cabeza con el bastón. Estaba experimentando la brisa en la proa. Luego escuchó los golpes y se alarmó. Cuando llegó al lugar desde donde provenían, intervino en la escena con lo primero que se le ocurrió.

-¡Acaba con él, chico!- exclamó Mathieu desde el piso.

Pero no le dio tiempo de reaccionar. La figura lo golpeó en la cara con un manotazo, luego le pegó en el estómago con la culata de la ballesta.

Mathieu vio como la figura golpeaba a Alex en el pecho. El cronista notó de inmediato que eso le hizo distraerse un segundo, por lo que aprovechó para levantarse del suelo, tomar la espada y arrojarsela en la pierna.

Alex escuchó como la figura gritaba por algo. No supo exactamente por qué. Estaba distraído por el golpe que recibió en la cara y en el pecho. Fuerte, pero sorprendentemente elegante. Qué rival más extraño.

Pero eso no importaba. Alex lo golpeó en el estómago con fuerza. La figura perdió la consciencia y se derrumbó en el suelo. El niño vio cómo su cuerpo se quedó inmovil, como muerto. Eso lo hizo alterarse, pensar en las posibilidades de lo que había hecho. Había matado a alguien… de nuevo. Y aunque no era la primera vez, no lo disfrutaba. En eso estaba su mente, cuando escuchó que "el muerto" tosía. Eso lo llenó de una extraña alegría.

-Que bueno que no lo hice- se dijo a sí mismo en voz alta… pero mientras lo decía, le faltó el aire.

3

Y no lo hizo. En realidad, ni siquiera pudo darse cuenta. Esos fueron sus últimos pensamientos antes de que la vida se le agotara.

Mathieu vio como Alex se desplomaba sin vida. El ser que los había atacado no era mujer, ni hombre, de hecho no tenía forma. Tan solo se había manifestado para tocar al niño e infectarlo con una miasma que le arrebató la existencia instantáneamente...

Mathieu ni siquiera pudo gritar. Sintió que la vida se le acababa en un instante. Lo único que tenía, su amigo, el hermano menor que nunca tuvo… murió en un abrir y cerrar de ojos.

Y se preguntó la razón. Pero a veces la vida tiene sus propias razones para hacer algo y estas no nos importan. El fin puede llegar sin avisar, sin hacer señales. Y si no se acepta, viene la locura.

Pero él no estaba loco…

4

Pretender ser débil por mucho tiempo le causaba dolor de cabeza. Marisol, o quien fuera esta chica que fingía ser, era demasiado callada y austera para su verdadera personalidad. Dolía tener que mentir, pero para su misión, o mejor dicho, la misión de su señor, la esencia misma del caos, era necesario.

Y ahora tenía que cumplir con el movimiento que le fue ordenado. Al principio no quería, pero era obligatorio, y viendo las circunstancias, estaba obligada a hacerlo.

Aún no podía creer que Pulsar hubiera matado a un niño. Sabía que era capaz de hacerlo, pero pensó que le parecería muy poca cosa como para molestarse. Tantos años de inmortalidad tendrían que haber servido para algo.

Pero como decían por allí, "más poder implica más miedo de perderlo". Su hermano Pulsar fue muy poderoso, tanto que logró que su maestro la trajera a la vida. El caos casi nunca complacía a sus súbditos, pero en esta ocasión hizo una extraña excepción. Estaba claro que lo consideraba valioso.

No obstante, todo termina. Y Pulsar había agotado su tiempo. La muerte era imposible para él, pues su alma estaba tan metida en el caos que era imposible darle una muerte final. Pero un castigo… eso sí se podía.

Y le daría el mejor de todos.

-Hola, Marisol. ¿Deseas hablar conmigo?-

-No soy Marisol- respondió ella.

Sixto estaba sentado en su cama de seda. Tenía la cabeza en alto, pensaba en cosas sin sentido. A pesar de todo el tiempo que había estado vivo, no era más que un niño. Marisol lo miró como quien mira a una semilla sin vida.

-No juegues conmigo- Sixto se rió- Ya no estamos para eso-

-Usted ya no lo está, mi señor. Alguien le manda un mensaje…-

-¿Quién?- Sixto no la miró.

-Su hermana-

-Ella ya no existe-

-Usted sabe que no es así-

Sixto se volvió para verla. Su boca se curvó en una sonrisa nerviosa.

-Yo no lo sé todo- dijo.

-Por eso…-

-¿Varma?- la boca de Pulsar tembló al decir ese nombre.

-Aquí estoy hermanito-

Y eso fue lo último que escuchó Pulsar durante varios milenios. El caos lo condenó a una prisión longeva. Una que no se abriría luego de cierto tiempo. Pero eso no lo haría Varma...

Silfa contempló como Eternus desaparecía. Al partir su hermano de esta tierra, su poder también moría. Estaba claro que el caos creyó que no necesitaba jugar a la religión para ganar. Esa etapa ya había terminado. Silfa sonrió, y mientras lo hacía, lloraba.

-Ya te vengué, niño- dijo-. Espero que ahora no me falles-

Parte V: las causas de la guerra

1

Alex estaba muerto. Lo supo en el momento en el que no vio más. Alguien lo había matado. Pero, ¿quién?.

-Yo lo hice-

La voz se escuchaba en alguna parte. Alex estaba en otra dimensión, atrapado en un mundo que no conocía. Cuando abrió los ojos, confirmó su teoría, pues se vio en un mundo gris, casi plateado. Este nuevo mundo no tenía piso, ni cielo. Era totalmente gris, monocromo gris. Sin vida, sin más colores que lo alegraran.

-Yo lo hice…-

Alex dejó de pensar en el mundo. La voz siguió hablando. Pero no sabía de dónde venía. Alex quería ignorarla. No quería saber quién lo mató. Pero era incapaz de resistirse a descubrirlo.

-Yo lo hice…-

Finalmente se rindió. Logró ver quien le hablaba. Era joven, como él, aunque en sus ojos se notaba que en realidad era viejo, y que siglos de experiencia se posaban sobre su espalda. Alex no quería seguir oyéndolo. Su presencia lo estremecía.

-No me tengas miedo-

Alex no quería temerle. Pero era incapaz de evitarlo.

2

Melina pensó que moriría.

Capturada por los esclavistas, viendo morir a su madre y a su padre, siendo vendida a una vieja rica que la explotaba… hasta ser salvada por otra mujer, una simple bibliotecaria.

-Mi hermano te jodió, niña- le dijo-. Yo te arreglo-

Qué palabras más violentas. Melina pensó que eso significaría volver a la servidumbre. Pero, afortunadamente, no pasó. En cambio, obtuvo un trabajo en una ciudad. De vendedora de seda, sí, pero era un trabajo. Resultó que la bibliotecaria era más que eso.

Sara, la bibliotecaria, tenía un hermano. Melina creyó haberlo visto antes alguna vez, pero había sido hacía ya mucho. Era un hombre algo viejo, aunque no tanto para parecer anciano. Su cabello era negro, largo y con pocas canas. Su piel era color de olivo, como los troncos de los árboles que veía cuando era niña. Se llamaba Mateo, aunque a veces utilizaba otro nombre parecido.

-¿Cómo te hacías llamar?- le preguntó un día Melina.

-No querrías saberlo…-

Y desde ese día en más, ya nunca se lo preguntó.

Mathieu ahora utilizaba el nombre que le puso su papá. Ese nombre que siempre había odiado.

Pero en su nueva vida tenía que hacerlo. Ahora que vendía sedas con su hermana, le era obligatorio ocultar su identidad. Y como los remanentes de la fallida iglesia de los Cuatro lo conocían por su nombre de cronista itinerante, no le quedaba más que hacerse llamar "Mateo".

-Tu verdadero nombre es mucho mejor que tu nombre "artístico"- le decía Sara-. Mamá estaría orgullosa por ver que finalmente has madurado-

-Puede ser. Nuestra madre era brava. Me habría dado con esa vara que se guardaba bajo las faldas. Aparentemente la usaba para arriar a las vacas. Pero lo cierto es que en realidad nos pegaba con ella…-

-Y a ti si que te molestaba-

-Querrás decir que me dolía. Mi hermoso trasero siempre se mantenía encendido con un color rosáceo. Ojalá lo…-

-No sigas-

-Bueno-

Y en esos momentos siempre se callaba. Sara, la hermana de Mateo, era una gran costurera. Vendía unos hermosos pantalones de seda diseñados especialmente para mujeres. Eran anchos en las puntas, por lo que bien podrían parecer una falda. Desde que los conoció, Melina nunca más se puso un vestido.

Al principio, pensó que la gente se horrorizaría por esa nueva moda. Pero como todos los que vivían en la ciudad amurallada huían del ejército de la iglesia, nadie le puso atención cuando corría por las calles vestida de esa manera. La principal característica de esa ciudad era la indiferencia, pero eso no la salvaba del peligro. Y más cuando se trabajaba en un negocio próspero. Recordó el día que sufrió su primer asalto.

Por fortuna no estaba sola. Mateo estaba con ella, aunque no fue muy útil en el sentido del combate. Los asaltantes llegaron armados con ballestas. Mateo se rindió de inmediato y dejó que lo ataran.

Ella se ocultó para evitar que la trataran de la misma manera, aunque realmente no pensaba en que le hicieran daño. Solo vio cómo Mateo se dejaba golpear, como dejaba que lo mataran sin pensarlo. Y lo hubiesen hecho si Sara no bajaba del segundo piso y hería a los asaltantes, matando a uno de ellos en el acto.

-Eres un cobarde- le dijo Sara a su lamentable hermano. Pero Mateo estaba demasiado inconsciente para responder. No supo la razón por la que no hizo nada. ¿Fue miedo a la violencia? ¿Remordimiento? Para nada. Lo cierto era que no quería que dañaran a la niña. Pero es que la edad o más bien el ánimo ya no le daban para hacer más.

Así que por eso fue un inutil cuando menos tenía que serlo. Si su hermana, mucho más joven y vigorosa, no lo hubiese salvado, quizás habría muerto. Viva el mensajero.

Sabía que Alex estaba conectado a ese mensajero. Mathieu estaba seguro. Lo sentía en el alma, a pesar de que había visto morir al niño. ¿Volvería? Eso era imposible. Los muertos nunca resucitaban.

Melina estaba ordenando cajas de seda en un estante cuando escuchó que los hermanos hablaban de un muerto. Y de un nombre que conocía.

-Pobre niño- dijo Sara-. Lo cuidaste por mucho tiempo. Fue una tragedia. Pero ahora podemos cuidar a Melina. Por algo me pediste en esa carta que la encontrara…-

-No lo hice por eso- respondió Mateo.

-¿Por qué lo hiciste?-

-Para que se reencontrara con el chico-

Melina se estremeció ante esa respuesta.

-Eso suena mero trastornado- dijo Sara.

-Pero ella ya lo conoce. Solo que no lo recuerda-

Eso era cierto, pensó Melina. Estaba claro que no lo recordaba muy bien. Pero tampoco era excusa para hacer de "casamentero".

-Ella es una niña inocente- le recriminó Sara-. Y no es su culpa que tanto sufrimiento la haya hecho olvidar. ¿Recuerdas lo que nos hicieron antes de que ese cronista nos salvara? No era nuestro padre, pero nos inspiró a esta lucha…-

-Él también está muerto-

-¡Pero nos salvó la vida! A veces hay que estar agradecido…-

-Puede que tengas razón-

-Seguro que la tengo-

A Melina le valía un comino quién tenía razón. Ella solo quería que dejaran de hablar de ella.

Mathieu ya no quería salvar niños, o ancianos, o nadie más. Toda su vida la había desperdiciado fingiendo que le importaba ayudar a otros.

Pensaba que había venido al mundo para ser un héroe. O al menos así le dijo su padrastro, el cronista. Él era un hombre extremadamente optimista. Había perdido todo y a todos lo que importaban, pero aún así seguía creyendo en el futuro. El joven Mathieu creía que era un genio, mientras que el viejo Mateo pensaba que era un estupido. Curioso que ambas opiniones venían del mismo ser humano. Mathieu se creyó a si mismo como el más tonto de todos. ¿O sería el más listo? La verdad era que ya no tenía idea de lo que en realidad pensaba.

Estaba demasiado perdido.

-Alex- se dijo-. Creo que deberías regresar-

Pero, y como se dijo a sí mismo hace mucho, los muertos ya no volvían. Y estaba seguro que el pobre Alex no lo haría.

3

-¿Puedo volver?-

-Muy pocos lo han hecho-

Alex quería ser de esos pocos. Pulsar (así se llamaba el ser con quien hablaba), le había lanzado esa promesa como para dejarlo en qué pensar. Pero no estaba seguro de si era verdad. Además, ¿por qué tenía esos deseos? De todos modos, la muerte era final.

-¿Te estás deprimiendo?-

-No puedo hacer nada…-

-Yo también creía lo mismo. Quizás si no me hubiera deprimido esto no habría ocurrido…-

-¿Qué te pasó?-

-Que no pasó. Yo te maté, ¿recuerdas? ¿Por qué no me odias?-

Alex agachó la cabeza. Cuando volvió a mirarlo, su expresión taciturna no había cambiado.

-No debería- respondió-. Yo no sentí nada. No puedo odiarte-

-Odiar es algo normal- dijo Pulsar-. Ha sido lo que me ha mantenido activo todos estos años, y lo que te ha dado tu razón de ser. Nunca te habrías topado conmigo si no tuviera esos sentimientos-

-Pues no me fue muy bien que digamos…-

Pulsar se enfureció un momento. Luego suspiró, como dejando de lado eso que lo encendía.

-No puedo pedirte perdón. Yo no hago eso- dijo-. Pero si te hace sentir mejor…-

-Ya te dije que no tengo nada-

-Sí que eres una persona muy rara. Con todo lo que he hecho, con el daño que te he causado… deberías odiarme, pero no lo haces. No te entiendo-

-Y no creo que lo hagas nunca-

Pulsar perdía la razón. Estaba confundido. El chico era incapaz de enojarse con él, de tenerle rencor. ¿En serio podía ser tan idiota? Pero eso podía tener un motivo.

Habían pasado varios minutos luego de su último intercambio de palabras. El chico estaba dormido, o al menos lo aparentaba. No entendía por qué alguien quería dormirse luego de la muerte. Era algo contradictorio.

-¿Por qué duermes?- le preguntó.

-No puedo- respondió el chico.

-Es obvio. Estás muerto…-

-Y tú me mataste-

-No juegues conmigo…-

-No lo hago. Solo repito lo que dijiste. No tengo nada más que hablar, no sé nada más. Solo estoy aquí. Por eso repito lo que me dices-

-Podemos hacer otra cosa. Podríamos pelear-

-No soy bueno en eso…-

-Yo soy peor que tú. Tengo siglos de no pelear. Ser el pontífice no te da mucho tiempo para eso…-

-¿Eres el pontífice?-

-Así es-

El niño no habló por unos segundos.

-Que bueno- respondió finalmente- Es un honor conocerlo después de todo este tiempo, su santidad…-

-¿En serio no quieres pelear conmigo?-

Alex se sentía cansado de tanta insistencia. Luego de cierto tiempo de escucharlo, estaba dándole la espalda a Pulsar. Sentía que ya no podía hablar con él. Su boca solo liberaba confusión, preguntas sin respuestas y mucho odio. El chico pensó que habría más cosas que hacer en este extraño cautiverio que escucharlo.

Descubrió que había cierto poder en esta dimensión. Pulsar le soltó una vez (obviamente sin quererlo) que ciertas personas que venían a parar a este lugar podían crear algunas cosas simples de la nada. Alex, al oír esto, pensó en su bastón, en esa arma que Mathieu le regaló con la esperanza de que aprendiera a defenderse.

Y se sorprendió mucho cuando la tuvo de nuevo en sus manos. El bastón era el mismo, ligero, aunque con el suficiente peso para que se sintiera como un arma. Alex lo movió entre sus dedos y comenzó de inmediato a hacer las poses que Mathieu le enseñó. Fue tanta la familiaridad, la tristeza que inundó su alma, que las manos le temblaban. Y no soltó el bastón solo porque sentía cierta fuerza.

-¿Por qué no me respondes?- Pulsar le volvió a hablar.

-No creo que valga la pena- dijo Alex-. Eres una persona bastante peligrosa…-

-Tienes razón. Soy tu asesino después de todo-

-Más que eso- Alex no dejó de hacer las poses-. Has matado más gente que yo. También has manchado el mensaje de Armán, tu hermano… Como ves, no mereces que te responda-

-Has cambiado mucho, chico- la voz de Pulsar sonaba como una súplica-. Y ya no tienes quince años. Aquí el tiempo no es el mismo que allá afuera. Ya te ves como de veinte… Y sí, también tu mente ha cambiado. Eres más sabio-

-No me vas a engañar-

-Está claro que ya no puedo…-

-Mejor deberías callarte-

-Ah, te enojas. ¿Ahora si quieres pelear?-

-¿Tienes miedo de que te gane?- Alex de pronto cambió de opinión. Quizás pelear no fuera tan malo. Además, ya se estaba hartando. Pulsar no pudo contener la risa- Creo que acepto tu reto…-

-Eres demasiado listo, chico- le dijo-. Demasiado incluso para mí… Puede que tengas oportunidad-

Alex y Pulsar estaban parados frente a frente. El chico blandía su bastón. Pulsar estaba desarmado.

-¿No vas a elegir ningún arma?- le preguntó Alex.

-No necesito un arma para vencerte, chico…-

Alex tomó esas últimas palabras como un reto. Se lanzó contra Pulsar como impulsado por una orden, blandiendo el bastón y moviéndolo con la suficiente fuerza como para darle un golpe que lo dañara. Pulsar bloqueó el ataque con una mano, tomó el bastón y se lo arrebató. El chico se preparó para el golpe, pero este no vino. En lugar de hacer lo que esperaba, Pulsar arrojó el bastón fuera del alcance de Alex. El chico miró como el arma volaba fuera de su vista. Y no lo entendía.

Pero no le dio tiempo de reaccionar. Pulsar aprovechó su momento de desconcierto para golpearle en la cara. Alex no pudo cubrirse y recibió el golpe de lleno. Esto lo hizo tambalearse por unos segundos. El chico esperó el remate: la patada en el rostro, o tal vez un empujón. Pero este no llegó.

Alex se quedó parado. Estaba inmovil, recuperándose del susto provocado por la incertidumbre. Miró a Pulsar sin entenderlo. El otrora pontífice estaba sentado en el suelo, en actitud meditativa.

-¿Qué estás haciendo?- Alex no pudo hacer otra cosa.

-Te estoy dando tiempo, chico- respondió Pulsar-. Se nota que no tienes el talento para hacerme frente. Quizás debamos entrenar más hasta que logres vencerme…-

-¡Pero si eres el villano!- exclamó Alex.

-Eso se acabó hace mucho…-

4

El pontífice estaba muerto. Ya no existía la ciudad santa. La esperanza de una segunda oportunidad se fue como vino, sin avisar y justo cuando más la esperaba. Ahora solo le quedaban los poderes. Pero creía que ya no los necesitaba.

Lucano vio cómo se derrumbaron los edificios, como el oro que cubría los palacios se derretía. Pensó que estaban siendo víctimas de un ataque provocado por el caos, o por enemigos ocultos. Sin embargo, no había nadie cerca, ni siquiera un aviso. No había con quien descargar la violencia. El escape, por mucho que le doliera, era la única opción posible ante semejante turbulencia.

Marisol fue la única del grupo de constructores que logró huir con él. La chica parecía ser la única que conocía la verdad. Lucano escuchó de sus labios como el pontífice fue abatido por una extraña enfermedad que lo hizo desaparecer de la existencia, y como segundos después todo lo que les rodeaba comenzaba inexplicablemente a destruirse. Estaba claro que el poder de creación que había formado a esta urbe milagrosa era también el mismo que lo mantenía. El pontífice, ese hombre inmortal que era capaz de crear cosas de la nada, era también un defensor. Dicen que en la guerra no hay defensa impenetrable ni fortaleza que aguante una eternidad. Pero Lucano nunca creyó que ese dicho se aplicaría a este caso. Mientras huía, se prometió a sí mismo no ignorar más a los dichos.

-Creo que nos salvamos- Lucano observaba el paisaje desolador. Estaba parado sobre un risco. Desde aquella altura, no se podía notar la mortandad. Era posible que si fuera otra persona y no uno de los pocos sobrevivientes del desastre, pensara que aquello no había sido nada especial. Lucano sonrió ante tal posibilidad. Estaba claro que la imaginación no valía mucho en esos momentos.

-Yo te salvé- respondió Marisol.

-Y te lo agradezco- dijo Lucano-. Fue demasiado oportuna tu advertencia-

-Eres ingenuo, Lucano- Marisol hablaba de manera segura, como si no acabaran de ser testigos de un desastre y estuvieran viendo cualquier paisaje-. Esto estaba pensado desde el principio. Pulsar fue un tonto…-

-Con que ese era su verdadero nombre- respondió Lucano. Trató que su voz no sonara demasiado sorprendida- ¿Y cual es el tuyo? Porque no creo que sea Marisol…-

Ella sonrió ante tal afirmación. Lucano se estremeció al ver su boca curvarse de esa manera.

-Sí te lo digo, es posible que te mueras-

-He visto cosas peores. Pero puedo matarte sí quiero. Ahora tengo el poder para hacerlo. Lo que de tú me mates creo que no te va a salir como piensas…-

-Puedes intentarlo…- sentenció ella.

Lucano respondió de inmediato ante el desafío. Conjuró con sus manos un viento que envolvió a Marisol. El aire levantó a la mujer y la tuvo sobre el suelo por varios segundos. Él trató de empujarla para llevarla lo más lejos posible, quizás esperando que su cabeza se estrellara contra una roca. Notando su intención, Marisol respondió envolviendo el viento con fuego, obligando a Lucano a defenderse, pues este de inmediato procedió a crear una barrera de hielo para contrarrestar los efectos de la llama y así no sufrir muchos daños. Todos estos intercambios sucedieron demasiado rápido para ser entendidos.

Ambos sentían el llamado de la batalla. Lucano sintió como la presión de Marisol al mantener viva la columna de fuego traía consigo sensaciones que reflejaban una ira contenida, o quizás tristeza por ver como todo lo que tenían había sido destruido. Esto lo motivó a tomar acopio de sus propios sentimientos y frustraciones, valiéndose de ellos para responder.

Lucano logró hacer que el hielo comenzara a elevarse. El rostro de Marisol reflejaba cómo poco a poco estaba perdiendo la compostura, y como la fuerza que mantenía al poderoso fuego estaba mermando. El hielo pareció amplificarse mientras moría la confianza de Marisol, pues Lucano no era capaz de detenerse. ¿Y para qué iba a hacerlo? Morir a manos de una traidora no era lo que estaba deseando.

-¡Estoy seguro que tú lo mataste!- gritó Lucano-. No entiendo cómo… Pero sé que tu fuiste…-

Y dicho esto, siguió provocando que el hielo se volviera más fuerte, hasta llegar a transformarlo en una punta afilada que le atravesó a Marisol el pecho. Ella gritó de dolor. La sangre salió expulsada de su boca al ser destrozados sus órganos. Pero luego sonrió, como si no hubiese pasado nada.

Marisol se carcajeó, mostrando una confianza que no debería tener. Luego reveló la razón de su inexplicable alegría. Usando una fuerza salida del mismo caos, ella rompió el hielo con sus manos libres y se liberó de la presión. Y así, delicadamente, descendió al suelo y se paró sobre el risco de nuevo. A pesar de tener un enorme agujero en el pecho, su rostro no mostraba ninguna debilidad. Lucano no quería entender qué estaba pasando. Pero no podía evitarlo.

-Eres una sombra- dijo-. Siempre lo fuiste…-

-Soy un ente del caos, Lucano. Usa las palabras correctas. Y maté a Pulsar porque el muy tonto traicionó a nuestro señor. Creyó que podía seguir valiéndose de los dos poderes y manipularlos a su voluntad. Constructor y corruptor a la vez… ¡Una idea estúpida desde el principio!-

-Eso no es cierto. Él era despiadado, pero no podía servir al caos. ¡Los cuatro no lo permitirían!-

-No existe tal cosa como los Cuatro, Lucano. Todo eso lo inventó Pulsar para crear su nueva religión. En este mundo solo hay dos dioses, Ley y Caos. Nosotros servimos al más poderoso…-

Lucano no era capaz de responder.

-¿Sorprendido?- Marisol no podía contener su placer al admirar como Lucano perdía las palabras- Pensé que eras más listo. Pero bueno, un peón como tú nunca lo será…-

-¡No puedo aceptar esto! No lo entiendo… No…-

-No sufras, Lucano. Acepta lo que tienes. Eres poderoso. Te uniste al bando ganador. Sin quererlo tal vez, pero lo hiciste…-

-¿Y qué pasará con Alex? ¿Qué le voy a decir ahora?- Lucano no podía dejar de pensar en el chico.

-Ese niño no importa, Lucano- respondió Marisol-. Ya no tienes que pensar en él…-

-¿Por qué dices eso?-

-No quisiera hacerte sufrir más…-

-¡Dilo! ¡No te guardes la verdad! ¿Qué te dice tu señor?-

-Que está muerto…-

-Eso no es cierto…-

-Mi señor será lo que quieras, Lucano. Pero no miente. Acepta la realidad-

Pero Lucano no quería hacerlo. Sin embargo, lo supo en el fondo. Y allí fue cuando el caos lo empezó a llenar de imágenes, cuando le enseño la verdad de todo. No era algo bonito, pero no podía haber otra cosa. No apreciaba el resultado, pero si la intención de todo. Y, por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre de tantas mentiras y de una vida que sabía no tendría. Que reconfortante finalmente darse cuenta.

-¡Creo que soy libre!- exclamó después de pensarlo todo. Y lo gritó tan fuerte que lo escucharon hasta los escombros.

5

Melina aprendió a trepar paredes. Parecía una buena forma de pasar el tiempo libre. Pensó que podría serle útil en una ciudad donde en cualquier momento el terror podría acabar con la vida o alegría de una joven que apenas se estaba acostumbrando a dicho ambiente. Además, no parecía mala idea aprender a huir luego de haber sufrido tanto.

Sara estaba preocupada por cómo Melina no pensaba en defenderse. Ella trabajaba hasta el cansancio y vigilaba la tienda día y noche, haciendo aspavientos por estar presente en todos lados, aunque sabía bien que era imposible. Y esa imposibilidad, ese momento en el que Melina podría estar sola, era la razón más grande de su pena. Por desgracia, Melina no buscaba nunca la seguridad, pues pasaba más tiempo fuera de vista que cerca de ella. Sara sabía que la chica daba paseos por las calles aledañas, practicando esa nueva forma de desestresarse que tenía. Y eso a Sara la ponía nerviosa.

-Tal vez eso te relaje…- le dijo un día-. No, creo que de verdad lo hace. Pero tienes que entender que no puedes hacerlo todo el tiempo. Has sufrido demasiado como para malgastar tu vida en un accidente-

-No me importan los accidentes. Mi vida ya fue uno de ellos- respondió la chica de manera tajante.

-¿Y si puedes detenerlos?-

-¿Cómo dices?-

-Yo puedo enseñarte…-

Y Melina sonrió ante la proposición.

La chica nunca pensó que aprendería a pelear. De la nada, Sara llegó con la intención de enseñarle a usar la espada. Melina escuchó todo aquel ofrecimiento sin creerlo, aunque luego quedó emocionada.

No obstante, la espada no era algo fácil. A diferencia de la escalada, Melina tenía que tomar en cuenta que la espada dependía tanto de ella misma como de la persona contra la que peleaba. Asimismo, tenía que pensar en su propio cuerpo, pues no todos los oponentes eran susceptibles a las mismas técnicas o movimientos. Sara fue muy consciente al decirle que como mujer podría tener desventajas físicas si se enfrentaba a un hombre, por lo que le enseñó a valerse de su agilidad natural e inteligencia para sortear enfrentamientos. Esto también desencadenó en que tuviera que aprender a usar cuchillos, bombas y dardos envenenados. Aunque no era la mejor y quizás le llevaría tiempo obtener cierta experiencia, pronto Melina pudo convertirse en una peleadora lo suficientemente capaz como para tener buenas oportunidades de sobrevivir a muchos peligros.

Sara esperaba que Melina pudiera tener cierto rodaje en seis meses. Su plan inicial era probarla en un año, pero la chica había demostrado tener una determinación y perseverancia sorprendentes. Eso le recordó a sus propias experiencias pasadas y sobre todo a esa juventud en donde tuvo que matar para vivir. Sus recuerdos de adolescente incluían atacar a guardias por la espalda y degollar personas que suplicaban clemencia. Sara no deseaba otra cosa que evitar lo mismo para Melina. Pero tampoco podía negar lo absurda que era esa esperanza.

Además, si ella pudo sobrevivir y tener una vida decente en este mundo tan injusto para todos, ¿por qué no esta niña que había tenido que aguantar más dolor que ella? Sara deseó no haber cometido un error en sus razonamientos. El entrenamiento tendría que volverse más intenso mientras pasaba el tiempo. Y ese tiempo finalmente llegó…

-Tu exámen vendrá pronto- le dijo Sara-. ¿Estás emocionada?-

Melina tuvo dificultades para sonreír. Estaba agotada luego de haber entrenado en una improvisada pista de obstáculos que Sara armó dentro de la casa y que le sirvió para practicar estos últimos meses. El recorrido fue armado con sillas, botellas y escobas, entre otros objetos. Estando juntos, estos implementos funcionaron bastante bien a pesar de no haber sido diseñados en un principio para dicho propósito. La creatividad de Sara sobrepasaba mucho las expectativas cuando de planear un entrenamiento se tratase.

Aprovecharon que Mateo no estaba en casa. Últimamente no se le miraba mucho, pues el muy tonto gustaba de pasar sus días jugando a los dados en la cantina y en general no se preocupaba mucho de lo que les pasara. Sara trataba de justificar sus acciones argumentando que la muerte de su amigo Alex seguía sin dejar de torturarlo. Pero Melina consideraba que había pasado demasiado tiempo como para seguir de luto. Estos años tendrían que haber servido para algo.

-Por supuesto que sí- Melina volvió a pensar en el examen. Respondió con la misma emoción que llevaba dentro-. No hay nada que quiera más…-

Melina estaba escupiendo la bocanada de aire más grande de su existencia. El cansancio era inmenso. Pero no sirvió de nada. O al menos eso pensaba.

El examen comenzó con Melina yendo contra Sara. La chica blandió su espada de madera e intentó impactar a su maestra en un lugar que le permitiera incapacitar sus movimientos lo más rápido posible. Trató de golpearla en la cabeza, pero Sara se movió como una pantera y esquivó el ataque demasiado rápido para sus limitados golpes. La mujer que trabajaba como costurera y modista de pronto se tornó en una guerrera terrorífica. Melina nunca pensó que esta bestia incansable que evitaba cada embate que ella le lanzaba pudiera ser la misma persona. Pero tampoco podía dudar de su propia vista.

-Creo que no te sirvió mucho el entrenamiento…- le dijo Sara mientras seguía impidiendo sus ataques-. No puedes ganar si sigues dependiendo de esas tácticas tan limitadas. Tienes que abrir tu mente-

-¡Cállate!- respondió Melina, enfurecida.

¿Y para qué tanta ira? La chica pensó en rendirse. Pero cuando intentó alejarse, recibió un violento golpe en la cabeza.

Melina se quedó tirada en el piso. Se puso la mano en la parte afectada, tratando de dejar de pensar en el dolor, aunque estaba segura de que recibiría mucho más. Y eso pensó cuando sintió que Sara se aproximaba a ella.

-Levántate- dijo su entrenadora-. No hemos terminado…-

-Yo ya lo hice-

-Entonces perdiste. Desperdiciaste tu potencial. Eres demasiado impulsiva y no soportas el dolor. Morirás en una esquina oscura y no podrás hacer nada para impedirlo…-

-¿Por qué me dices eso?-

-Si no te lo digo yo, nadie lo hará…-

-¡Eres una inconsciente!-

Y Melina pensó que con esas últimas palabras recibiría un golpe mucho más salvaje del que ya había recibido. Pero Sara aparentemente no quiso continuar con el castigo, y en cambio se alejó. Melina se quedó viendo como su silueta se alejaba con una calma que no revelaba lo que había ocurrido. Y estaba segura de que Sara diría que el sudor que llevaba encima no era nada de qué preocuparse.

-Eres una mentirosa- susurró Melina-. Y yo soy una inútil…-

6

En cierta taberna que adornaba su entrada con cuernos de chivo, un hombre llamado Mateo disfrutaba del olvido provocado por el alcohol. El mentado líquido era de mala calidad, pues el olvido que provocaba no era suficiente. Mateo se lo achacó al hecho de tener que comprar cerveza para ahorrarse unos centavos, el cual era parte del precio que le tocaba pagar por trabajar de empleado, de segundo en el negocio de su hermana enojona. Estaba claro que semejante trato no daba para emborracharse con brebajes más efectivos.

-¿Cuánto me dijo que costaba el brandy traído del otro continente?- preguntó Mateo. Esperaba que el tabernero le diera una buena noticia.

-Ya le dije que no le va a alcanzar…-

-Eso usted no lo sabe…-

El tabernero se lo dijo a regañadientes. Mateo suspiró de impotencia. Mejor decidió pagar lo poco que había bebido y retirarse de tan distinguido establecimiento. Sin embargo, no tuvo tiempo, pues alguien que apareció de la nada estaba dispuesto a cumplirle su deseo.

Mateo se sorprendió cuando vio que una figura encapuchada se sentó a su lado y depositó sobre la mesa el precio exacto de la botella de brandy. Eso le causó temor, pues la última vez que se le acercó alguien enfundado en semejantes pintas, su mejor amigo perdió la vida. Los recuerdos de aquel aciago día pronto le hicieron perder el deseo de tomarse la botella. Quería irse, dejarlo todo de lado. Pero no valdría mucho, pues estaba seguro que pronto moriría.

Así que Mateo se volvió Mathieu. Ese fue el nombre con que lo llamó la recién llegada. Era una hembra, pero no humana. Su piel era más pálida de la esperada en una mujer normal, y sus cabellos plateados podrían ser definidos como inhumanos por cualquier ser viviente que no careciera de vista. Asimismo, esa inhumanidad también despertaría los sentimientos más oscuros y las pasiones más bajas. Y que bueno que él no sintió nada. Solo una fuerte expectativa por lo que vendría.

-Está claro que te doy miedo- le dijo la recién llegada.

-Nunca pensé que volvería a ver a alguien como tú. Es solo la sorpresa de saber que me equivoqué-

La elfa sonrió ligeramente.

-Los elfos pensamos lo mismo. Yo también lo hacía. Pero ya no es así…-

-El mundo ha cambiado…- Mathieu dijo eso como una sentencia de muerte.

-Todavía nos falta mucho…-

-Ya no me interesa-

-Ni siquiera sabes por qué vine a verte-

-Creo que puedo intuirlo…-

La elfa se quedó sorprendida.

-Nunca pensé que escucharía eso de tu boca…-

-El mundo ha cambiado…-

La elfa se rió animadamente. Luego abrió la botella de brandy y derramó la primera parte de su contenido en el vaso de Mathieu. Él la miró sin entenderlo. Ella no había dejado de reírse ni un momento.

-¿Qué estás haciendo?- preguntó Mathieu.

-El brandy sigue siendo el mismo…-

Y tenía razón. El brandy siempre ayudaba a calmar los ánimos. Mathieu estaba convencido de su efectividad. Rada, la elfa, también valoraba mucho sus bendiciones, pues ahora reía mucho más que antes. Lejos quedó la animosidad que Mathieu tuvo hacia ella en un principio. Ahora parecía su nueva mejor amiga. O al menos así lo fue hasta que le volvió a mencionar la razón de su encuentro.

-Fue difícil hallarte- comenzó ella. Y ya no se reía mientras lo decía-. A pesar de todo lo que has hecho, nadie te conoce por nombre… Curiosa situación la que te rodea-

-Me halagan tus cumplidos, Rada. Eres demasiado amable-

-Trato de bajarle los humos a esta conversación. Espero que agradezcas mi esfuerzo-

-Lo hago. Tus bellas palabras son lo más cordial que he escuchado en mucho tiempo. Pero mi vida ya no es la que indica mi reputación. Ahora estoy mucho más abajo-

-Y eso que has ganado…-

-No debió de ser así-

-Pero ocurrió. La iglesia ya no existe. La muerte del niño provocó algo en el mundo. Las voces están cantando una canción muy extraña. Vienen vientos de tormenta…-

-¿Finalmente se acabará este mundo?- Mathieu sonrió ante su idea-. Alabado sea el mensajero…-

Rada comenzó a contar una historia. Mathieu pensó que el motivo de que una charla amigable se tornara en algo solemne, se debía en parte a su propio desinterés. Y aunque no deseaba escuchar nada, tantos años haciéndolo lo obligaron a quedarse plantado en su asiento y prestando una atención tan profunda que cortaba el viento.

La historia de Rada pertenecía a aquellos clanes de elfos que soportaron la purga que Pulsar impulsó en el mundo cuando se volvió pontífice. En aquel mundo de milagros, la iglesia se había asentado por órdenes de Armán, dios conocido como el mensajero y representante de la Ley en el mundo. La Ley era la fuerza primordial que imponía orden en muchos mundos, cumpliendo así su propósito de mantener alejado a la otra fuerza, ese ser conocido en otros tiempos como el Caos, pero que ahora nadie recordaba que existía. Y todo gracias a las acciones de Pulsar.

-Es curioso cómo todo comenzó cuando Pulsar tomó el poder- dijo Rada-. No entiendo por qué hizo lo que hizo. Pero no creo que Armán hubiera estado de acuerdo…-

-¿Has hablado con él?-

Rada se rió nerviosamente.

-No…- respondió-. Pero mi abuela sí lo hizo. Ella es mucho más vieja que yo. Si yo he vivido siglos, ella vivió milenios…-

-Qué extraños son los elfos blancos. Saben mucho y no hacen nada. Los elfos oscuros al menos usan la violencia para darse a conocer…-

-Los elfos oscuros son demasiado violentos. Ellos ignoran la realidad y no tienen idea de que la lucha no ocurre todavía. Son impacientes, simples niños a pesar de que han vivido casi tanto como nosotros los blancos…-

-Pero tienen honor. ¿Tú nunca has peleado?-

-Varias veces. Pero nunca inicio mis peleas. Solo lo hago para defenderme…-

-La defensa siempre es válida. Pero cuando tu enemigo hace cosas que rompen con tus códigos, ¿cómo podrás hacerle frente? No puedes reaccionar todo el tiempo-

-Algún día dejaremos de hacerlo…-

-¿Cuando?-

-Ya estamos en ese tiempo…-

Mathieu ya había escuchado palabras como esas. Salieron de su propia boca hace ya muchos años, cuando era joven e inexperto. Le pareció demasiado contradictorio escucharlas de alguien que había vivido mucho más de lo que podría soñar para sí mismo. Y con solo pensarlo sintió mucho miedo.

7

Rada nació en una época oscura. Aquel mundo estaba lleno de tinieblas, de vacío, de una existencia sin sentido. La vida, si es que se podía llamar eso a su existencia insignificante, no valía para nada. Rada estaba viva, pero deseaba lo contrario.

Las primeras colonias élficas, de las cuales ella era miembro, malvivían en una zona boscosa, quizás una de las pocas donde se podía conseguir refugio de las sombras que formaban al caos. Este lugar estaba cobijado por largos y frondosos árboles verde oscuro, los cuales soltaban unas pequeñas partículas luminosas que caían cuando los rozaba el viento. Muchas veces, estas partículas amenizaban las reuniones que se hacían a la luz de una fogata. Esto le parecía a Rada el único remanso de paz en un mundo que carecía precisamente de ese elemento. Y era lo único bueno de vivir en aquel tiempo.

Nadie pensó que acabaría aquella época sin esperanza. Rada y sus hermanos ya estaban esperando heredar el mismo estilo de vida de sus padres, es decir, la rutina de tener que buscar otro pequeño rincón dentro del bosque para pasar la noche y no exponerse mucho a los ataques de las sombras. Esta era una guerra imposible de ganar, pues los elfos, aun siendo de larga existencia y cuerpos más resistentes que cualquier otro ser vivo, no estaban exentos de morir en segundos. Fue por esta causa que les tocaba usar su sagacidad para hacer cualquier cosa cotidiana, desde comer hasta orinar. Rada vivía con un miedo constante, tan presente que se había vuelto parte de ella. ¿Cómo era posible vivir de esa manera? Aquella no era una buena vida. Y era incapaz de negarlo.

A veces se preguntaba porque la Ley, su deidad, les había dotado de tan larga existencia. No creía que fuera muy lógico, viendo que los elfos jóvenes, aquellos que apenas contaban con unas cuantas décadas de vida, morían tan rápido como las ardillas que se ocultaban en los árboles. Algunos consideraban a esta extraña bendición como un castigo por algo que hicieron en el pasado. Sin embargo, no había nada en las viejas historias que asegurara esto. Además, la profetisa que habitaba con ellos y que se conectaba directamente con la Ley decía lo contrario. No eran pocas las veces que Rada asistía a las ceremonias que organizaban para escucharla y terminaba perpleja por lo contradictorias que eran sus predicciones. Rada empezaba a creer que todo era una mentira, pero no miraba alternativas que pudieran ir en su contra. Al final, aquellos eran pensamientos sin ningún respaldo o salida. Vivía confundida.

Su mayor deseo, aunque no lo expresara abiertamente, era hablar con ella en persona. No obstante, sabía que era imposible, pues nadie que fuera poco importante podía acceder a semejante privilegio. Eso la obligó a resignarse al hecho de que esa oportunidad nunca llegaría y que su vida seguiría siendo igual de inútil. Cualquiera podría haberse quitado la vida luego de un pensamiento como aquel, pero Rada tampoco se consideraba demasiado radical como para hacer eso, y de hecho, pensaba que solo ciertas vidas especiales acaban de esa forma tan exagerada. En fin, que se resignó a una vida inofensiva. Rada creía que no pasaría nada.

Pero nada era una palabra demasiado falsa en los designios del tiempo. Rada pronto se encontró con que su insignificancia valdría para algo. Cierto día pasó lo menos pensado. Una vida terminaba y otra brotaba desesperada de sus escombros. Aquella segunda vida era mucho mejor que la anterior, pero no por ello sería más sencilla. Rada se vio forzada a tener que vivirla.

Rada vivía como recolectora. Su trabajo se limitaba a explorar los lugares seguros del bosque y encontrar materiales que sirvieran para mantener el precario nivel de vida que llevaba con su familia, la cual se componía únicamente de su madre y hermana.

El padre de Rada había muerto hacía varios años. Fue víctima de los ataques de las sombras que precisamente rondaban el lugar donde se encontraba cazando. Aquel día Rada no pudo salir a trabajar con él, pues tuvo ciertos malestares en el estómago que la obligaron a permanecer en casa. Varios años después pensó en lo extraña de su propia fortuna y de cómo se había salvado de una muerte terrible que seguramente aumentaría el sufrimiento de su madre. No obstante, no pudo seguir pensando en eso, pues llegó a la conclusión de que ese día tendría que llegar en algún momento y que solo era cuestión de tiempo para que ocurriera. La vida en ese su mundo no daba para creer en extrañas esperanzas. Rada salía cada día a hacer su ronda con el miedo a la muerte pegado en la espalda.

Y no había tiempo para negarse. Precisamente esos eran los pensamientos que se cruzaron en su cabeza aquel último día de recolección. Rada estaba a punto de salir. Ese día se levantó temprano y tomó la bolsa improvisada que había cosido con telas viejas, la misma que se colgaba a la espalda gracias a unas cuerdas que le había colocado para ese propósito. En aquellos momentos iniciales que anteceden a la ronda diaria, la bolsa no pesaba nada. Rada salió de la casa pensando en cómo estaría cuando volviera. Y estaba tan distraída en sus meditaciones, que no se dio cuenta que la estaban esperando frente a su puerta.

Era la guardia de la aldea, ese pequeño grupo los defendía de los ataques de las sombras pero que era conocido por su baja efectividad. Rada sonrió al recordar las cosas horribles que pensaban de ellos, más luego se arrepintió al darse cuenta que la estaban viendo. Ella les habló, desafiante:

-No deberían estar aquí- sentenció.

-Tú no puedes decirnos nada- le respondió uno de ellos. Era un elfo mucho más alto que ella y también bastante fornido de los brazos-. Y más cuando eres buscada por toda la guardia. Me encantaría saber qué fue lo que hiciste para merecer semejante atención…-

-¿Buscada? ¿Yo? No entiendo. Siempre he estado aquí. Además, no creo que haya hecho nada más que agarrar bellotas del suelo…-

-Pero te buscan. Algo debiste haber hecho-

-Ya les dije que no hice nada-

-Pero tienes que venir con nosotros-

-No tengo ganas…-

-Entonces tendremos que obligarte-

Rada sintió que se abalanzaban sobre ella. Decidida a no ser atrapada, trató de huir y corrió por varios metros hasta que la detuvieron. Fue tanta la resistencia que puso, que tuvieron que agarrarla entre tres. Los guardias hicieron todo lo posible por molestarla. Rada protestó mucho durante el camino. Y no supo qué querían de ella hasta que la llevaron a su destino.

Pronto se encontró donde deseó estar. Aquel deseo que había tenido hacía mucho tiempo y que pensó no ocurriría finalmente estaba pasando. Rada se encontró frente a frente con la profetisa.

La mujer la miraba con mucha calma. Ante sus ojos, Rada no se sintió como una prisionera, aunque lo pensara. Y luego se dio cuenta que en realidad no lo era.

-¿Qué hago aquí?- preguntó.

Y la profetisa le contó todos los motivos. Incluyendo uno que le ocultaron durante mucho tiempo y que estaba ligado a su mismo origen y futuro. Rada lamentó no haberlo conocido. Y se preguntó las razones por la que se lo ocultaron. Pero de todos modos agradeció finalmente saberlo.

8

Alex no podía ganar. Cada vez que se aproximaba a una victoria, su mente de adolescente lo traicionaba y fallaba en el momento indicado. Pulsar, el viejo pontífice, sonreía con cada uno de los resultados.

Las primeras veces solía repetirle lo mismo: "te estoy ayudando, chico". Sin embargo, ahora ya no lo hacía. Y al parecer era por qué se estaba apiadando de sus fracasos.

Alex notaba que había dejado de ser un niño. Al parecer, había un aura dentro de ese lugar después de la muerte que lo hacía crecer muy rápido. Al principio, pensó que eso sería una ventaja, pues opinaba que dejar de ser un adolescente solo beneficiaría a su estilo de pelea y a sus aspiraciones. No obstante, no pasó nada más, y en cambio, los aparentes avances no llegaron. Cada pelea era una repetición de la otra. Siempre el mismo resultado.

La sonrisa de Pulsar era grande, pues disfrutaba de cada nueva victoria. El viejo pontífice ya no mostraba esa extraña piedad que tenía al principio. Ahora su odio era más evidente. Y Alex quería saber la razón de ese repentino cambio.

De pronto se habían acabado las conversaciones entre peleas. Ahora había un ambiente de concentración y silencio entre cada una. Además, estas se habían incrementado. Estaba claro que cuando no se podía hablar, no quedaba más remedio que seguir peleando. Esa aparente tranquilidad que todos esperan luego de la muerte se había convertido en una extraña serie de actos violentos.

Alex ya no quería seguir peleando.

-Creo que esto no tiene sentido- dijo-. Nunca saldré de aquí. No veo porqué debo seguir dando gusto a tus impulsos…-

-¿Vas a pasar aburrido por toda la eternidad? No creo que seas tan tonto. Mi hermano nunca haría eso…-

-No entiendo lo que dices-

-Todavía no lo eres…-

-¿Qué quieres decir?-

-¿Acaso no te has dado cuenta?-

Pero Alex solo estaba más confundido. Se arrojó al piso y trató de dormirse en este mundo sin sueño…

Extrañamente, empezó a ver cosas. No estaba dormido, pero su mente se llenó de recuerdos vividos, visiones que había tenido antes pero que no entendía. Historias de una vida pasada.

Se veía como el hijo de la Ley, el mayor de todos. Estaba acompañado de sus hermanos, Varma y Pulsar. Los tres miraban al mundo consumido por el caos. Lo observaban antes de viajar a él. Estaban listos para cumplir su misión.

El caos era inferior a ellos. Eso les había dicho su padre. Pero les advirtió que no lo purgarían si no trabajaban juntos. Al principio, eso fue sencillo. Pero poco a poco fueron perdiendo la razón por la que hacían todo aquello.

Entraron en el mundo como dioses. Eran admirados por sus habitantes, los elfos de vida larga pero plagados con la ironía de morir prematuramente gracias al caos. Sin embargo, cuando el caos fue apartado de gran parte del mundo, los elfos decidieron establecerse en las tierras purificadas y los dejaron solos para que terminaran la misión en el resto del mundo. Esto los llenó de una soledad que antes no miraban como mala, pero que luego de haber conocido la compañía de amigos que no eran ellos mismos, se había vuelto insoportable. Tal desesperante situación los llevó a formular un remedio. Una nueva raza. Seres que les brindaran compañía pero que no tuvieran la arrogancia de los elfos. Los humanos nacieron como meras mascotas de compañía, pero luego fueron mucho más.

Varma los introdujo en su vientre, dándole vida al primero luego de una agónica espera. El primer humano estaba compuesto por polvo que Armán y Pulsar formaron en una esfera y sellaron con su magia. Al nacer, lo llamaron Primus, marcándolo como el primero de muchos. No obstante, no fue el último, pues Varma lo amó demasiado y decidió crearle una compañía. Eso sí, la hizo a la imagen de ella misma. Y así nació la primera fémina, Rebeca, la de alegría abundante.

Estos fueron los dos primeros humanos. Y se conocieron entre ellos, iniciando la larga estirpe de los hijos de la Ley…

Varma descubrió que a pesar de su poder, los humanos tenían algo que ella y sus hermanos no tenían. Era algo que a cualquier persona le podría parecer trivial, pero para tres dioses solitarios tenía mucho sentido.

Varma ansiaba la compañía de una pareja y todo lo que implicaba ese acto. Lo había sentido desde hacía algún tiempo, pero esa sensación se incrementaba de manera significativa mientras pasaban los años y la raza humana se reproducía. Ella consideraba que los humanos habían conseguido un nivel de felicidad que ningún dios había experimentado y que incluso superaba a los grupos similares que surgían en los elfos. Ese amor, surgido a través de la muerte, de la finalidad de la existencia que sólo perseguía certeramente a los humanos, era algo que le parecía demasiado perfecto para su propia perfección. Y no había otra cosa que deseara más que sentirlo.

Pero para ello sabía que tenía que abandonar su poder y volverse mortal, lo cual era una decisión casi imposible de tomar. Eso sería muy peligroso para su causa, pues la razón por la que su padre los había enviado a los tres era precisamente porque sus poderes unificados eran los únicos que funcionarían para contener al caos. El abandonarlos, aunque fuera por sentir algo que ella sabía era hermoso, no podría ser tolerado. Y eso le causaba una gran pena.

Varma lloraba por las noches. Contemplaba la belleza que habían traído al mundo mientras vencían al caos. Era una belleza efímera, pues no podía saciar las necesidades de su alma deseosa de amor. Esos llantos eran un grito de auxilio ante su padre, quien estaba ausente y los había enviado sin entender sus sentimientos. Ese padre indiferente era representado por su hermano Armán, el cual era amado por las masas humanas cuando les daba su mensaje. Ese mensajero tenía lo que ella nunca tendría. El corazón de Varma comenzaba a llenarse de envidia.

-¿Quién es Varma?-

Alex se despertó preguntándose en voz alta. Su boca expresaba abiertamente lo que su mente llevaba dentro. Pulsar lo miraba con interés.

-Veo que ya estás recordando. Ya era hora…-

-Esto no puede ser verdad- susurró Alex mostrando su alarma-. ¡Es mentira!-

-La mentira es una invención, hermanito-

-¡No me llames así!-

-Es lo que eres…-

Y Alex lo sabía. Pero no quería que fuera cierto.

9

Mathieu decidió irse. Pensó que la noticia dejaría abatida a su hermana, o lo más probable, la haría enojar. Pero al escuchar la razón de su decisión, Sara no pudo evitar reírse.

Mathieu también vio las lágrimas que corrieron por sus mejillas. Eran lágrimas de alegría, de contentamiento por ver que su hermano comenzaba a pensar en la vida. Y aunque no podía decir que estaba del todo recuperado, su tristeza ya no era tan completa como para no hacer nada. Poco a poco estaba volviendo.

Melina miraba la escena sin entenderlo.

Ella solo estaba pensando en ganar el siguiente examen. Sin embargo, no podía negar su interés por lo que estaba pasando. Además, la historia era tan extraña como para decir que no era interesante. ¿Y es que desde cuando una elfa aparece de la nada y te dice que tiene una solución a tus problemas? Cuando lo escuchó, Melina pensó que era una mentira. Pero mientras lo pensaba apareció la razón de la plática.

Sara no podía creer cuando vio a Rada. La elfa entró en la tienda y saludó a todo el mundo. Su sonrisa era nerviosa, pero su mirada mostraba un amplio conocimiento. Melina creyó que ocultaba algo, pero al parecer lo dijo todo. Hablaba de una guerra, pero lo hacía con demasiada calma. Melina estaba interesada.

-Siento arruinarles su vida tranquila- dijo la elfa luego de presentarse ante todos-. Pero se viene algo grande. Esta ciudad no aguantará mucho tiempo…-

-¿Qué estás insinuando?-

-La primera batalla de esta guerra iniciará pronto. Y esta ciudad será el primer escenario. Ya está escrito. Lo vimos desde hacía años…-

Sara no supo qué responder. Lo que dijo salió de su boca por impulso.

-¿Por qué esta ciudad?- preguntó

-Estaba escrito…-

-Eso no tiene sentido-

-Pero…-

-Ella tiene razón, hermana- intervino Mathieu-. Tú sabes por qué. Viniste aquí por esa razón-

-Es cierto…- admitió Sara.

Melina entendió el razonamiento de Sara. Ella también había venido a esta ciudad buscando refugio. Este lugar era deseable por su neutralidad, por ser un oasis para todos los que quisieran huir de la iglesia. Estaba claro que sería el primer lugar para una venganza por parte de los remanentes de un poder moribundo. Aquí iniciaría la guerra.

Mathieu escuchó la profecía que Rada les contó con un dejo de resignación. Se sentía una marioneta dentro de una larga obra de teatro escrita hacía siglos. Esa cruel verdad deprimiría a cualquiera. Pero él se sentía extrañamente motivado.

Y eso fue lo que lo sacó de su depresión. La sensación de que su vida no acabaría allí, que la muerte de Alex solo era el comienzo de algo. Y de cómo el final de un enemigo no significaba que todo estaría bien.

Además, no podía ser tan fácil. Cosas pasarían que tendrían que ser resueltas. Y él tendría que hacer algo para lograrlas, o al menos así lo decían esas profecías.

-El primer paso para la guerra final será cuando caiga el gigante- dijo Rada. Estaba sentada sobre el suelo de madera de la tienda. Había prescindido de silla por motivos de comodidad, pues creía que era mejor para ella sentir el piso en lugar de una silla. Cosas raras de los elfos-. Esa era la iglesia. Ahora, los que sean todavía fieles a ella buscarán restaurarla. Allí será cuando mi pueblo salga de las sombras y luche contra ellos. Nos hemos preparado mucho para este momento…-

-¿Cuándo vendrán los elfos?- preguntó Sara.

-Ya estamos aquí- Rada se señaló a sí misma-. Yo salí de mi tierra junto con un grupo. Luego me separé de ellos para venir aquí. Pronto vendrán a recogernos. Aunque considero que lo mejor será salir de aquí para vernos en un lugar más seguro. No creo que queramos que el grueso del ejército que vendrá aquí nos encuentre y nos quedemos en medio de la carnicería…-

-Podríamos pelear- Mathieu señaló a su espada, ahora colgada en un muro, pero que luego estaría junto a él como en los viejos tiempos-. Nosotros somos buenos peleando-

-Tiene razón- agregó Sara-. Podemos hacerlo-

-Se los agradezco- respondió Rada-. Pero no puedo arriesgarlos. Tenemos que llegar a donde vivo y encontrarnos con mi abuela. Ella tiene que hablarles. Es el destino de todos…-

-Esto es demasiado raro- dijo Melina.

Rada se rió.

-Lo se- dijo-. Yo tampoco lo entiendo bien… Pero déjenme que siga contando. La iglesia debe cambiar. No desaparecer, pues su propósito era justo. Pero nadie que está actualmente dentro de ella lo entenderá. Y para eso entramos nosotros. Esta guerra se trata de cambiar el orden de las cosas y prepararnos para lo siguiente-

-¿Y qué será eso?- preguntó Sara.

-El retorno de la sombra. Como en los viejos tiempos…-

Melina sintió miedo.

-Eso no puede ser cierto. Eran historias, ¿verdad?- respondió, preocupada-. Y no se preocupen, yo les creo, pero no debe ser todo así, ¿o me equivoco?-

-Todo será así- dijo Mathieu-. Está claro que sí. Yo tuve que saberlo cuando Alex comenzó con sus visiones. No pude entender que esto era el inicio de algo mucho más grande que todos nosotros. Solo debemos confiar, ¿no es así, Rada?-

-Si- dijo ella. Y agachó la cabeza por un momento. Luego la levantó y los miró fijamente a cada uno-. Yo también fui como ustedes. No sabía nada hasta que un día me llevaron a conocer a mi abuela y me contaron todo. Ahora vivo para que esto pueda terminar de la mejor manera. Es decir, con nosotros ganando esto y saliendo con vida. No hay nada que quiera más que eso-

Ellos asintieron. Pero Mathieu notó que había cierta reserva en sus almas. Él lo sintió por dentro. Y estaba seguro que Sara y Melina también estaban igual, pues la incertidumbre era demasiada.

Horas después, salieron de la ciudad. Nadie les prestó atención. Solo eran cuatro personas vestidas con capuchas y ropas de viaje, seres sin importancia, sin nada que los hiciera ser diferentes.

Ellos se burlaban de esos pensamientos. Aunque no estaban contentos. No, para nada se alegraban de lo que pasaría allí. La primera batalla de una gran guerra no era motivo para ninguna fiesta.

Porque días después un ejército apareció en el horizonte. Ese ejército fue recibido por otro más inhumano. Y ambos chocaron. Y hubo muerte, dolor y amargura para todos los que se quedaron.

Pero no para los que huyeron. Ellos estaban bien, solo marchando por el camino, aliviados por haberse salvado del calvario.

10

Lucano podía volar. Y en ese momento sobrevolaba una ciudad amurallada.

Estaba mirando como un ejército formado por efectivos de reinos fieles a la difunta iglesia se asentaban frente a la ciudad. Ellos habían sido convocados luego de que los obispos que quedaron desperdigados fuera de la ciudad sagrada comenzaran con una operación que pretendía recuperar la estabilidad y mantener el yugo que había sido roto. Semejante información sería imposible de obtener en tan poco tiempo, pues las distancias lo impedían. Para beneficio de ellos, Lucano se había encargado de informarles lo que estaba pasando. Y todo para que cuando terminaran de lograr el objetivo pudiera controlarlo todo.

O al menos así le había dicho Varma antes de esfumarse. La mujer le aseguró que volvería cuando terminara de arreglar varios detalles que no podía informarle en ese momento. Lucano se sintió traicionado al escuchar esas palabras, más luego entendió que no era necesario seguir dependiendo de ella. Además, y ahora que estaba sirviendo a un nuevo propósito, no sería bueno seguir de la misma manera.

Y como se río al recordar su pasado. Se dio cuenta de lo estupido que fue al pensar que servía a las fuerzas del "bien". De la misma manera, sintió lo paradójico que había sido su cambio de aires. Todo había sido tan rápido, tan inesperado que no era capaz de entenderlo. Pero estaba claro que había ocurrido.

-No tengo remedio- se dijo-. Viví toda mi vida engañado…-

El ejército sagrado pensaba comenzar un asedio.

Era la única solución lógica. La ciudad, aunque estuviera bastante limitada en cuanto a las fuerzas que la defendían, estaba rodeada por altos muros de roca sólida que hacían de un ataque directo algo muy complejo. Además, sería lo mejor para todos, pues esas personas que se refugiaban allí podrían tener tiempo para arrepentirse y volver a la buena senda. Y quizás así se salvaran más vidas de las esperadas.

Ese fue el motivo que los hizo quedarse frente a las murallas y observar. Esa tranquilidad no duró mucho tiempo.

Un ejército enemigo se asomó a la retaguardia del ejército sagrado. Se escucharon los sonidos de los cuernos de batalla, heraldos de un ataque sorpresa que sería devastador. Aterrados, los generales cometieron el acto desesperado de ordenarle a la masa guerrera que se diera vuelta. Ellos contaban con que ningún grupo rebelde pudiera contar con una mayoría suficiente como para vencerlos, por lo que un riesgo semejante no significaría muchas bajas. Pero estaban equivocados.

La carnicería resultó demasiada. Los aceros chocaron, las flechas volaron y los cuerpos fueron lacerados en un frenesí de caos y violencia. El ejército sagrado aguantó hasta donde pudo, defendiendo su orgullo hasta que ya no fue posible seguir con el engaño. La retirada resultó inevitable.

Muy pocos sobrevivieron a la hecatombe. Algunos lograron correr hacia un bosquecito cercano. Otros se desplomaron por causa de la precisión de los arqueros o sintieron como el cuello se les desprendía gracias al filo de las espadas. Pocos tuvieron el privilegio de morir con el rostro viendo al cielo, contemplando una luz que sobrevolaba el campo de batalla y que parecía abandonarlos. Aquellos fueron los que más maldijeron.

Lucano no quiso ayudar. Ni con todo su poder podría salvar a tanta gente. Y aunque pudiera, no era justo viendo cómo los habían engañado. Sonrió de la ironía. Que tontos habían sido.

Y eso no solo estaba limitado a los que dirigían ese ejército. El mismo Lucano también tenía la culpa. Y el caos también. ¿Dónde estaba la omnisciencia de su nuevo maestro? ¿Acaso era tan tonto? No podía contener la risa al pensar en eso.

Más luego sintió un extraño dolor en el pecho. Se dio cuenta de pronto de como su insolencia lo estaba matando. El caos se vengaba por como se había burlado. Lucano empezó a perder el control del vuelo. Perdió el conocimiento.

Despertó con un terrible dolor de cuerpo. Se encontraba un extraño lugar, un pequeño terreno desolado y carente de seres vivientes. La única vida cercana era el mismo. Un ser sin poderes y con el cuerpo roto.

Ya no sabía cómo podría sobrevivir. Sus huesos estaban destrozados. Aquel poder inmenso que le daba tanta confianza se había ido.

Y todo por burlarse del caos. Ese era su castigo por despreciar a su nuevo maestro…

Pensó que moriría donde estaba. Sin embargo, la vida pronto dejó de ser algo que solo él poseía por esos lados. Lucano sintió que alguien se acercaba.

-Pobre tipo- escuchó que decían-. Está muy malherido. Aunque todavía vive…-

Y eso fue todo lo que escuchó antes de volver a perder el conocimiento. Lucano sintió que lo estaban levantando.

Ahora despertó en un lugar mucho más acogedor. Estaba acostado en una cama. Alguien había vendado sus heridas. Había sobrevivido.

Pero, ¿en qué estado? Lucano comenzó a moverse, buscando probar sus propios músculos y descubrir que tan mal estaba. Extrañamente, ya no sentía dolor ni nada quebrado. Estaba como nuevo.

Sus poderes de alguna forma habían vuelto. El caos se había dignado en devolverle sus habilidades. Eso sí, no sin antes haberlo humillado.

Pero ya había aprendido su lección. No podía burlarse de quien lo estaba volviendo poderoso. Lucano se levantó de la cama pensando eso. Se miró a sí mismo como un instrumento. Como alguien que debía hacer algo por quien lo estaba ayudando.

Y es que siempre había servido a alguien. Aunque este maestro era mucho más peligroso.

El despertar de Lucano hizo que recuperara la confianza en su nuevo maestro. Y este le recordó lo importante que había sido.

Luego de despertarse de la cama, Lucano se encontró con quien lo había salvado. Se trataba de un granjero, el cual vivía tranquilamente junto a su esposa en una aldea en medio de la nada. Según lo ellos le dijeron, la aldea estaba a una semana de la ciudad amurallada. Al oír esto, Lucano se estremeció al saber hasta donde había terminado. Aunque los granjeros se miraban mucho más sorprendidos.

Lucano los tranquilizó invitándolos a seguir dando información. Esto lo llevó a enterarse de boca de ellos que la pequeña población donde se encontraban estaba situada en medio de un camino que venía desde la ciudad y que normalmente era usado por viajeros. Además, los granjeros le dijeron que su pequeña economía constaba en brindarles víveres y hospedaje a estos mismos viajeros. Lucano se mostró fascinado por esta información. Y los granjeros parecieron estarse calmando mientras la revelaban.

Esto llevó a que los huéspedes pronto confiaran en su nuevo inquilino. Pronto el hecho de que este se hubiese curado de serias heridas instantáneamente ya no les aterró tanto y en cambio empezaron a verlo como un milagro. Lucano estuvo de acuerdo con ellos. Aunque les aseguró que no sabía que había pasado.

Y el misterio resultó mejor que la verdadera respuesta. Estas personas interpretaron que Lucano había sido bendecido por los Cuatro y de inmediato lo invitaron a reunirse con el sacerdote local para contar su historia. Si bien al principio Lucano quiso negarse, luego pensó que sería buena idea y aceptó la invitación, aunque no sabía qué esperar de dicho encuentro. Luego de lo que le había pasado, ya no era capaz de esperar nada.

Su cabeza estaba vacía mientras enfilaba sus pasos hacia la iglesia. Lucano sintió como el caos le decía que esta sería una gran oportunidad de vida y que no se preocupara. Nervioso, no pudo hacer más que reírse al pensar que sorpresa le esperaba.

11

Pulsar vio como Alex se veía sometido a un trance de dolor. Al principio, sintió satisfacción, pues minar el ánimo del muchacho le daba la alegría que había perdido luego de la muerte y evitaba el miedo que tenía desde que se lanzó a decirle la verdad. Aquello podría haber causado el caos que tanto temía, esa derrota final que solo libraría si hiciera el máximo sacrificio, pero que en cambio le estaba ayudando a salirse con la suya.

Así que no podía evitar su alegría. Y su maldad se estaba volviendo cada vez más grande mientras el sufrimiento del muchacho aumentaba. Sus gritos eran la música que deseaba escuchar eternamente. El último aliento que lo acompañaría para siempre. Pulsar estaba entrando en un éxtasis que nunca pensó que volvería.

Alex estaba desapareciendo. Alguien tomó su lugar.

El muchacho sintió como su mente cambiaba y sus recuerdos actuales atesoraban otros que venían de otra vida, de una existencia que solo había escuchado en las leyendas y que nunca le había sido dicha de manera completa. El mensajero, aquel ser que influía las vidas de todos pero que al mismo tiempo era tan ajeno, estaba renaciendo dentro de su propio cuerpo.

Y Alex sentía dolor, pero al mismo tiempo dicha. Dicha porque sabía que con ese poder podría volver, pero dolor porque la inocencia y la ignorancia finalmente habían desaparecido de su alma. Y ya no podía volver atrás.

Pero el muchacho despertó. Y ya no era quien esperaba. Pulsar se estaba muriendo de miedo.

Armán estaba frente a él. Ahora lucía como un Alex adulto, aunque detrás de esa apariencia nueva podía descubrir a su viejo hermano. Pulsar sintió un escalofrío al ver como este sonreía, como su boca se curvaba a pesar de estar frente a su mayor enemigo.

Pero Pulsar de inmediato supo la razón. Armán nunca lo creyó su enemigo. Para él siempre fue su hermano, a pesar de que lo había traicionado. Estaba claro que nunca y a pesar de todo lo pasado había cambiado.

Pulsar pensó en luchar con él. Sin embargo, sabía que no tendría oportunidad. Solo el poder del caos podría siquiera pensar en hacerle frente a la magnitud que rodeaba a aquel ser que llamó hermano, al glorioso Armán. Estaba claro que el muchacho había ganado, aunque no de la manera que se hubiera imaginado.

-No has cambiado en nada, Pulsar- Armán saludó a su hermano con extraño cariño. Recordaba todo lo que había hecho, pero no le importaba tanto.

-Y tu eres diferente-

-Soy un nuevo ser. Renací luego de haber terminado. Pero parece que gracias a ti tendré que empezar de nuevo…-

-Yo ya no estoy haciendo nada- respondió Pulsar, avergonzado.

-Pero mi hermana sí, al parecer. Y tú tienes mucho qué ver en eso. Si no te hubieses comido la semilla del caos esto no habría pasado…-

-Nos dejaste solos…-

-Quizás tengas razón-

Y la voz de Armán tomó un tono contrito. De verdad estaba avergonzado de lo que había pasado. Pulsar tuvo que hacer un gran esfuerzo para no romper en llanto.

-Hermano…- Pulsar apenas pudo pronunciar esas palabras.

-No salgas- respondió Armán-. Por lo que más quieras, no intentes salir de aquí…-

Y luego de decir aquello, desapareció. Pulsar volvió a quedarse solo.

El fin de la duda

El fuego se veía tan hermoso. Especialmente luego de cruzarse con la carne. Lucano disfrutaba como el olor de los muertos se metía en sus fosas nasales. Luego de recuperar sus poderes, era algo que deseaba sentir.

Lucano había quemado la aldea. Después de hablar con el sacerdote local, de contarle la oscura realidad de todo y de contemplar cómo su rostro se contraía en una mueca de sufrimiento, la decisión no fue tan complicada. Y más cuando el sacerdote juró que no se arrodillaría ante el caos. Era posible que el poder que él mismo había adquirido no fuera del gusto de todo el mundo.

Pero tampoco podía permitir que esos traidores vivieran. El mundo ahora tenía un nuevo orden, o más bien una nueva variante del caos. Por eso decidió quemar el pueblo. Porque no había razones para quien rechazara al caos siguiera existiendo.

Y esa fue la prueba final que su nuevo maestro le pedía. Ahora Lucano sabía que nunca perdería sus poderes. Porque estaba seguro que nunca traicionaría al caos. Nunca le daría la espalda a quien lo había cambiado.

Aquel fue el aciago día en que el prior Lucano, finalmente, había muerto.