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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · Krieg
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El valor de la muerte

Exhaló, mirando la sólida pared de roca. Lamió sus labios, detectando el sabor a hierro de la sangre seca. Se desabrochó el peto casi destruido, devolviéndolo al inventario junto con todo su equipo defensivo. Del umbral de la entrada una dama de expresión nerviosa se aproximó, haciendo suya su exblanca camisa ahora teñida de rojo. Trató de reunir coraje al mirarlo, pero su apariencia de guerrero ensangrentado apenas si le permitía pensar con claridad.

--¿Está listo? --Preguntó, quitando por sí mismo el pantalón de cuero igualmente manchado de sangre, para luego entregárselo a la estática dama.

--Sí, señor Barlok.

--Agradezco que estés aquí para ayudarme. --Le sonrió con calidez, enfatizando su curiosa presencia. La dama devolvió la mueca, un poco más calma al seguirlo al otro cuarto.

--Por usted, señor Barlok, lo que sea. --Observó sin timidez sus blancas nalgas, que saltaban en cada paso.

El olor a hierbas inundaba la habitación, pintada con el nebuloso vapor caliente. Se dirigió a la tina de metal colocada en el rincón, sumergiéndose en ella y sintiendo como su cuerpo se relajaba.

--Esto me encanta. --Dijo, regresando a la superficie. La sangre en sus cabellos y rostro se fue diluyendo, devolviéndole el tono habitual a su piel.

La dama se acercó, tomando un paño blanco que ocupó para limpiarle el pecho, una acción llevada únicamente por su brazo izquierdo. Orion le miraba, sin malicia, ni lujuria, en su mente solo había una cosa, purificar su cuerpo de la muerte presente, y como los libros lo dictaban, el mejor ritual para llevarlo a cabo era un buen baño de hierbas. Estiró el brazo, luego el otro, sintiendo la suave caricia en sus piernas y en medio de ellas. Volvió a sumergirse, mirando en su regreso la sonrojada expresión de la dama.

--Puedes quitarte el abrigo, la habitación está cerrada, el frío no va a molestarte.

--Gracias, mi señor, pero lo prefiero así. --Respondió, exprimiendo el paño.

Sonrió, abriendo los ojos con total calma.

--Quítate el abrigo. --Ordenó.

--¿Señor?

--¡Quitátelo!

Asintió aterrada, obedeciendo con renuencia. Su fina silueta salió al descubierto, mientras se abrazaba con timidez y miedo.

Se levantó, saliendo de la tina sin mancha alguna de sangre en su cuerpo. Se acercó a ella, suprimiéndola con su pura estatura.

--Alguien intentó abrir la puerta, Idril --Dijo con calma--, pero huyó antes de conseguirlo --Dio un paso al frente, mientras ella retrocedía otro--. Pensó que podría escapar al palacio, pero mis Búhos vigilaban, y una de esas flechas consiguió herirlo. Idril ¿Por qué estás aquí? --No había agresividad en su tono, solo interés por la respuesta.

--El señor Astra mencionó que aquí lograría resguardarme de los soldados enemigos.

--¿De verdad? --Asintió repetidas veces-- Entonces --La tomó del cuello, levantándola del suelo para impactar su cuerpo contra la pared cercana. Idril dejó de proteger el decoro de su silueta, llevando sus manos a la de su soberano por la falta de aliento. Con su mano libre sujetó su vestido, desgarrándolo en un movimiento. Sus pequeños senos saltaron a la vista, intimidados por el ultraje-- ¿Esta herida como te la hiciste? --Señaló con sus ojos a la tela cuidadosamente pegada abajo de su hombro.

Calló, no aguantando las lágrimas por el furioso acto de su señor.

--No hace falta que te excuses, sé que fuiste tú, Idril. Y aunque la cólera domina mi pensamiento, así como las ganas de asesinarte, también estoy sorprendido, has sido la única que logró engañar a la interfaz con tu falsa lealtad, y eso te convierte en un espécimen de mi interés. --Alivió el agarre.

--Mi lealtad nunca fue falsa --Dijo al reunir el coraje suficiente para mirarlo a los ojos, con dificultad por el apretón en su cuello--, en verdad deseaba ayudarle a mejorar la vahir...

--Mentira --Bramó--, si fuera como dices ¿Por qué nos traicionaste?, ¿por qué favoreciste a los humanos y casi provocaste la muerte de todos en esta fortaleza? Eh, Idril ¡¿Por qué lo hiciste?!

--Por una deuda de sangre --Respondió con calma, aceptando el destino que con tanta renuencia había querido evitar--, deuda de sangre de mi fallecido complemento.

--¿Maté a alguien importante para ti? --Preguntó dudoso, ya que no recordaba haber asesinado a un Kat'o.

--Se podría interpretar, sí.

--¿Interpretar? ¿Yo lo asesiné o no?

--Lo obligó a pelear como arquero, pero él no era un guerrero.

--Entiendo --Asintió, aclarando el panel completo de la intriga que se llevó a cabo--, lamentablemente tu acto manchó su muerte, porque yo no he obligado a nadie a pelear. Si hizo lo que hizo fue porque así lo decidió.

--Usted lo obligó. --Refutó con sentimiento.

--Como quieras creerlo --La soltó. Idril cayó al suelo, postrada a cuatro patas y con una fuerte tos--, pero tu pareja, o como quieras llamarlo murió porque odiaba ser un esclavo de los humanos, todos lo odian, yo solo les doy la oportunidad de vengarse.

Siguió tosiendo, no podía oponerse a las palabras de su Barlok, pues en su interior lo sabía, pero por su obstinación e ingenuidad se dejó ensuciar la mente por las artimañas de Luciana, la madre de su pareja eterna.

--Lo siento... --Sollozó con extremo dolor.

--Tus disculpas no valen nada, si quieres mi perdón y una muerte digna, habla, dime con quienes confabulaste en mi contra.

--Con nadie --Dijo después de un largo silencio--, fue mi idea y solo yo actué.

--Sé que eso es mentira --La sujetó de la nuca, levantándola con fuerza excesiva--, y te torturaría hasta conseguir los nombres, no te dejaría escapar hasta escuchar tu último aliento, y alimentaría a los cerdos con tu cuerpo por todo lo que provocaste, pero tu vida vale mucho más que tu muerte, al menos por el momento --La arrojó de vuelta al suelo, tiempo que ocupó para vestirse con un conjunto digno de su posición, sacado del inventario--. Sígueme.

∆∆∆

Al alba, con la frescura de la madrugada y el tranquilo viento, todos y cada uno de los residentes de la vahir se encontraban presentes, los nuevos y viejos. El ejército detrás de la guardia personal y el señor de Tanyer, mientras por los flancos estaban los esclavos y los pobladores, y relegados a un extremo los soldados enemigos recientemente vencidos, amarrados, desvestidos y amenazados por cinco espadas ilusorias que flotaban arriba de sus cabezas. Todas y cada una de las miradas estaba puesta en el medio de todo, donde tres hogueras descansaban, y ahí, amarradas de pies y manos se encontraban tres personas cubiertas del rostro, semidesnudas y temblando.

--Esos malditos bastardos se merecen una muerte más horrible. --Dijo Jonsa, masajeando el vendaje de su pecho, invisible al ojo por la armadura presente.

--Siguen siendo de los nuestros --Dijo Alir, todavía con la pintura blanca de batalla en su rostro--, un poco de misericordia mostrará el buen corazón de Trela D'icaya.

--Por eso mismo, porque son de los nuestros es que deberían de morir con mucho dolor.

--Cállense --Ordenó sin tacto la capitana de la guardia personal de Orion--, o me encargaré de agravar sus heridas.

Los dos islos asintieron, recuperando la digna compostura.

Fira bostezó, guardando la mueca con sus manos para evitar la falta de respeto, mientras Lork miraba indiferente la situación. Astra se había perdido en sus pensamientos, tratando de descifrar el corazón humano, las razones sobre la toma estúpida de decisiones, así como la confianza que a veces no debía de ser conferida.

[Grito de guerra]

--Gente de Tanyer --Dijo sorpresivamente, con un tono imponente, que hizo vibrar los corazones con complicados sentimientos. Los murmullos fueron callados de forma inmediata con su única frase, volviéndose el punto de atención--, comprendo el sentimiento que rodea a cada uno de ustedes, lo entiendo, y digo con total sinceridad que igual a mí me duele. La gloria que nuestros caídos gozan para nosotros es sinónimo de dolor, de tristeza por el recuerdo que dejaron en nuestras vidas. Entiendo las lágrimas, y el odio que puedan sentir hacia mí, lo entiendo en verdad --La mayoría de las madres y esposas de los fallecidos bajaron el rostro, no logrando evitar humedecer de vuelta sus lindos ojos. Otros optaron por observar el cielo, donde el humo de los cuerpos había ido a parar, mientras que un grupo mayormente compuesto por hombres miraron al Barlok, no de forma retadora, no, sus miradas, aunque complicadas de descifrar, estaban cargadas de agradecimiento, probablemente por el honor conferido a sus hijos o parientes, por la oportunidad de reunir grandes méritos para el acceso a Los Palacios Dorados, y de permitirles morir como Kat'os, y no como esclavos de los humanos--. Pero ese odio puede causar más muertes que una espada enemiga, exactamente como ocurrió esta noche... Comprendo que me culpen, que alberguen intenciones maliciosas hacia mi persona, no los culpo --Mintió como un experto--, pero cuando esos planes resultan en la muerte de mi ejército, mi gente o mis esclavos, me enfurece, y no perdono a quien ose poner en riesgo a mi preciada gente de Tanyer, así sea mi propia gente preciada que por una idea de redención o de venganza justificada lo intenten hacer --Asintió a los tres soldados junto a las hogueras, mismos que obedecieron al quitarle las capuchas a los cautivos, que dirigieron sus rostros al pueblo al que pertenecían--. Esta noche se perdieron más de trescientas vidas, cien de las cuales no debieron pasar, pero estos malditos traidores --Los señaló con la mano derecha--, confabularon con los humanos para matarnos, guiándolos en la noche como criaturas nocturnas por la vahir, lugar que yo había prohibido para la confrontación por miedo al asesinato de las familias de mis soldados. Atacaron a los Wuar, y quemaron la casa de la familia Herther, asesinaron a más de setenta esclavos, y asaltaron la fortaleza, con un traidor dentro con la tarea de abrir la puerta y dar paso al asesinato a todos dentro --Respiró profundo, dejando un momento para la reflexión y el enojo que ahora podía observar en muchas de las caras de los pobladores--. Quiero enfatizarlo para que nunca lo olviden, dentro de la fortaleza se encontraban sus hijos, padres y parejas de vida, que hubieran muerto sino fuera por la diestra habilidad de un arquero... He sido muy bueno con todos ustedes, los liberé, les entregué mayor cantidad de comida, tela para abrigarse en invierno, conocimiento para sus hijos, seguridad por las bestias que acechan desde el bosque, y lo único que les pedí fue su absoluta lealtad, pero me abofetearon la cara, un insulto que jamás volveré a dejar pasar --Observó a los soldados de pie al lado de las hogueras--. Háganlo.

Los tres asintieron, recogiendo cada uno de ellos una antorcha encendida clavada en el suelo, para después dejarla caer a los pies de los cautivos, donde descansaba la leña. Las llamas fueron inmediatas, junto con los gritos de dolor. Los cuerpos tardaron en arder, y aunque el silencio había regresado, todos los presentes aseguraban seguir escuchando los desgarradores lamentos.

--Los cielos se abren cuando una persona de bien muere, pero cuando lo hace un traidor, los dioses escupen. --Citó como suya una frase escrita en un libro antiguo, mirando con detenimiento a los residentes de la vahir, buscando aquella expresión de odio puro, de deseos de venganza, sin embargo, no la encontró.

--¡¡Señor Orion!! --Dijeron los soldados al unísono-- ¡¡Suya es nuestra lealtad, suya es nuestra vida!! --Cayeron de rodillas, con las cabezas gachas y el puño derecho en sus pechos. El acto fue imitado por la guardia personal y gente cercana. De los pobladores fueron los islos los primeros en arrodillarse, luego los Kat'os, para finalizar con los estelaris y antars.

Orion asintió, pero el repentino relincho de caballo le arrebató su preciado momento de regocijo.