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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · Krieg
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El señor de Tanyer

Orion se quedó mirando a la nada, sentado en un sofá individual cubierto por pieles de animales grandes, su mañana había empezado de mala forma con augurios malintencionados de algún juguetón que se había atrevido asesinar a su ganado, no es que no creyera en las criaturas de las leyendas, había visto tantas cosas en el laberinto que dudaba si alguna del nuevo mundo todavía podría sorprenderlo, pero la cuestión radicaba en el testigo, había sido un niño, tal vez adormilado, o con malos sueños y, por ello intuía que lo que había visto no había sido otra cosa más que su propia imaginación. Ahora solo tenía que encontrar al verdadero culpable y enseñarle lo que les pasaba a los osados que se metieran con él o con su vahir. Suspiró desgastado, poco frustrado y, con grandes ganas de salir a matar, cosa que en verdad quería hacer, no obstante, se contuvo, ya había salido un pequeño grupo de soldados en busca del responsable y, por palabras de Astra, él, como la persona más importante del pueblo debía quedarse dentro de la fortaleza, aun cuando claramente sabía que ni con todos los guerreros de su ejército podrían derrotarlo.

--Señor, su comida. --Fira deslizó con suavidad una bandeja de plata en la mesa, con unos pedazos de carne distribuidos alrededor del plato, un tazón de caldo y, acompañado del platillo dos rodajas grandes de fruta.

Asintió, pero luego de un suspiro largo se decidió a ponerse de pie.

--Ya no aguanto --Dijo para sus adentros en su antiguo idioma, que, a oídos de su bella subordinada sonó como un leve rugido--. Fira, prepara los caballos.

--¿Iré con usted señor? --Preguntó con una tranquila sonrisa.

--En está ocasión no --Negó con la cabeza--, no creo que haya peligro, pero si lo hay, no tengo intención de arriesgarte.

Fira sonrió dulcemente, tocada por la preocupación del hombre que más respetaba, luego de su hermano, por supuesto y, con una actitud servil salió de la sala para hacer cumplir la tarea encomendada.

∆∆∆

El frío viento, acompañada por esa espesa neblina impedía vislumbrar con claridad los detalles del camino. Los caballos relinchaban amenazados por sombras no vistas, nerviosos por algo que no notaban los humanos en sus lomos.

--Esta es una mierda. --Dijo una mujer soldado en voz baja, tartamudeando por el fuerte frío.

--Callate --Arremetió alguien contra ella con un tono oscuro--. No queremos hacer guardia nuevamente por tu gran boca.

--Es la verdad --Se sopló en sus manos temblorosas, mientras se escuchaba el tintinear de sus dientes--. Llevamos caminando más de dos días sin descanso, el puto frío me ha secado los labios y me arden ¡Por Los Sagrados! Hasta respirar es una putada...

--La gran señorita está en peligro ahora --Dijo alguien a sus espaldas con un tono serio y lúgubre--, si no es motivación suficiente para soportar estás pequeñeces, será mejor que des media vuelta y desaparezcas de mi vista.

La soldado levantó la mirada, observando con una sonrisa petrificada a su comandante de escuadrón, notando las frías miradas de sus compañeros al intuir que ellos también pagarían por su descuido.

--Lo lamento, comandante. --Dijo de inmediato, bajando la cabeza con arrepentimiento y falsa humildad.

--No te disculpes conmigo --Dejó salir una estela de vaho, que rápidamente se camufló con la niebla--, sino con tus compañeros ¡Soldados --Sujetó las riendas de su caballo, haciéndole girar a la derecha--, escuchen mi orden, en agradecimiento a su compañera Alyz, serán el escuadrón designado en la custodia de esclavos y limpieza de letrinas! ¡Por favor, en mi nombre, agradézcanle!

El destacamento de cuarenta comenzó a endurecer el semblante, tragándose el repentino enojo que comenzaron a tener, casi hasta agradeciendo por un momento porque habían sentido un poco de calor, aunque parecía que eso solo había sido una ilusión. Quisieron maldecir a su compañera, el trabajo de custodio era horrible, pero verter los desechos de todo el ejército en esos fosos sépticos era una tortura, no comparable con absolutamente nada.

--Mierda, te dije que te callaras. --Le miró fijamente, temblando por la ira o el frío.

∆∆∆

Detuvo su caballo, observando a ambos lados del bosque, aunque todavía era de día, las copas anchas y espesas de los árboles evitaban que la luz entrase con facilidad, haciendo que la iluminación fuera minúscula. Sentía que la temperatura era más fría que de costumbre y, al exhalar se percató que su hálito era mucho más espeso.

--Trela D'icaya, huelo muerte. --Dijo Mujina, sujetando con firmeza el mango de su espada.

--También yo. --Dijo al asentir.

El frío se fue haciendo cada vez más brutal, los caballos se volvieron locos y, aún con la energía de ambos individuos no lograron calmarlos, entendiendo que algo tenebroso se ocultaba en las recientes tinieblas. Orion bajó del caballo al notar que esté ya no estaba dispuesto a tenerlo en su lomo, saliendo corriendo despavorido hacia algún lugar del bosque, mientras que el caballo de Mujina no tuvo la misma suerte, ya que, el fuerte estrés sufrido había provocado en su corazón un paro, cayendo inerte al suelo.

--Trela D'icaya...

--No te transformes --Extrajo de su almacenamiento una espada hecha por él, blandiéndola--, primero quiero conocer a qué me enfrento.

--Como ordene, Trela D'icaya. --Asintió, desenvainando su mandoble.

Orion comenzó a caminar hacia donde la luz era menor, podía escuchar esa lúgubre vocecita en su cabeza, intentando erradamente influir en sus acciones, aunque, aun así camino. Mujina protegió la retaguardia, liberando un poco de energía de su sangre, fortaleciendo sus músculos y mejorando su visión nocturna.

--Maldición. --Rugió con enojo.

Frente a él, descansando inertes en el suelo se encontraban siete cuerpos desmembrados, con la mayor parte de los torsos desgarrados por lo que parecía eran garras largas y poco filosas.

--Ayu...da...

Orion forzó su vista en la espesa oscuridad, notando en la lejanía una silueta sentada a los pies de un árbol, recargada en el tronco con sus manos cubiertas de sangre sosteniéndose el estómago.

--Vol...ve...rá... lo... hará...

Orion dudó en acercarse, intuyendo que posiblemente era una trampa de esa cosa siniestra que había efectuado tan sangriento escenario, pero al concentrarse en el cuerpo del sobreviviente y no notar ni la más diminuta intención de hostilidad por su parte, entendió que no era la cosa que buscaba y, aunque podía estar errado, confiaba demasiado en su intuición.

--Con cuidado verifica sus heridas --Ordenó, no quitando su mirada de los alrededores-- y, no permitas que muera.

Mujina asintió, acercándose de inmediato al desafortunado soldado. Orion reapareció a cinco pasos al frente, protegiendo con su espada el cuerpo de su subordinada, quién había notado un poco tarde la presencia del enemigo.

--Así que era un cebo. --Sonrió con frialdad, liberando por completo su intención asesina.