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capítulo 2

Mi entorno estaba oscuro, vacío. El único sonido que se percibía era el de las personas gritando animadas, el cual era ahogado por el grosor de la paredes.

Llevó aquí casi toda mi vida, no conozco otra forma de vida. Quién era antes de todo esto era muy borroso para mi mente, algunos recuerdos se hacían presentes en mis sueños. Recuerdos de una casa acogedora, personas amables, y una vida que muchos llamarían «normal».

Sin embargo, con el pasar del tiempo, empecé a ignorar cada vez más esos recuerdos, los vagos pensamientos, el dulce sabor que a veces percibía que catalogaba como nostalgia. Quién allá sido alguna vez ya no importa.

Tenía una nueva vida, la cual me otorgaba lo que necesitaba para sobrevivir: una cama algo delgada y de material desgastado, una habitación que tenía variedad de grietas y desperfecto en las paredes, y comida que parecía avena machacada con agua.

Sí, hasta cierto punto nos trataban como perros.

Pero básicamente eso éramos, los híbridos del lugar no conocen otra definición, yo tampoco. Nuestros cuidadores se encargaron de aclararnos quienes éramos, que hacíamos allí y nuestro papel a jugar.

Era muy sencillo de entender: les hacemos ganar dinero a ellos y a cambio no nos dejan morir.

Un trato bastante justo para la mayoría de nosotros, aunque no lo entendiéramos. Hubieron otros que se opusieron y no volvimos a saber de ellos. Todo era más llevadero si solo seguíamos las órdenes que ellos no daban.

Llamarlos «amos» o «dueños», no causar problemas, no intentar escapar, pero aún más importante, no perder en la arena.

Me gusta mi vida, ciertamente siento que la vivo al máximo, que la disfruto más de lo que cualquier otro podría. Según tenía entendido por boca de mi amo, el mundo de afuera era despiadado con los de nuestra especie; asesinados, acosados y torturados. Tenía suerte de tener a un cuidador como él.

Mis orejas se levantaron en alerta cuando escuché el característico sonido de la puerta de metal abrirse en el exterior, unos pasos resonaron por el pasillo, deteniéndose frente a la puerta de mi habitación.

Mis ojos tardaron un poco en acostumbrarse a la luz, pero cuando por fin lo lograron visualice una silueta alta y un poco intimidante. Olfateé el aire con algo de duda, reconociendo al instante el aroma de cerveza y billetes. Era mi amo.

Me levanté del frío suelo y fui hasta él, abrazándolo como si no lo hubiera visto en una larga temporada. En respuesta, acaricio mi cabello algo enredado y sucio.

—Mi pequeña fiera, ¿estás lista?

Sus palabras fueron suaves y un poco arrastradas, sabía a lo que se refería y por ello asentí levemente, separándome un poco de él mientras seguía acariciando mi cabello de forma poco experta.

Su aliento apestaba a cerveza, su ropa estaba un poco sucia y se veía algo de sudor por su cuerpo, era entendible, ya que el área de la arena era una zona increíblemente calurosa, y gracias a la cantidad de gente el aire no circulaba de manera correcta.

—Entonces vamos —dijo, dándose la vuelta.

Lo seguí de cerca mientras observaba a mi alrededor, algunos de los otros híbridos estaban observando desde sus habitaciones de las áreas más altas, sus ojos brillaban desde la oscuridad detrás de los barrotes de metal.

La forma y el color de sus ojos varían dependiendo el gen al que su ADN humano esté ligado.

Unos pocos hacían sonidos animales, y una minoría, que eran los recién llegados, lloraban en el suelo.

Subimos una par de escaleras, los sonidos de las personas se hizo más fuerte a medida que nos acercabamos más. Aún recordaba mi primer enfrentamiento, estaba tan asustada y temblorosa.

Los gritos de las personas me aturdían y las luces eran tan brillantes que me molestaban en mis ojos llenos de lágrimas. Algunos me habían lanzado cosas para que me moviera de mi lugar y empezara con la pelea. Me tenía que enfrentar con un híbrido que era mucho más grande y fuerte que yo.

Su aspecto era aterrador, según percibí de su aroma pertenecía a una raza canina fuerte, ya me deba por muerta.

Un golpe de él me podía dejar muy mal herida. Y así fue, no dí la talla con el contrincante, al primer golpe me rompió la nariz y caí inconsciente al suelo. Para cuando desperté mi cuidador me gritó enojado: «¡Maldita gata inútil! ¡Deberías hacerme ganar dinero, no perderlo!».

Desde ese día fueron pelea, tras pelea, entrenamiento tras entrenamiento, golpe tras golpe. Los cuales me ayudaron a fortalecerme, ganando mi primer torneo, luego el segundo, y los siguientes después de esos.

Me hice a conocer entre el público y con el tiempo me bautizaron con el nombre de Tigresa. El dinero siguió llegando para mí amo, el cuál estaba muy orgullosos de mí, tanto que para celebrar bebía cerveza durante los enfrentamientos, riendo y gritando.

Nos detuvimos frente a una puerta de metal con letras negras, no podía descifrar que decía, después de todo no sabía cómo leer. Mi amo me miró y estiró una perezosa sonrisa.

—Dalo con todo, Tigresa.

Él siguió su camino, perdiendose en la oscuridad del pasillo. Sonreí levemente y entré a aquel cuarto. Era más pequeña que mi habitación, una pequeña mesa con cosas al azar, como vendas, ropa y cosas para curar heridas.

En una de las paredes había una gran puerta de metal, la cual llevaba a la arena. Por los momentos permaneció cerrada.

Recogí mi cabello en una coleta alta, metí mis piernas en un par de jeans y los abotone.

Puedo decir que existe una larga lista de cosas sobre las que no conozco casi nada, entre ellas, leer y escribir. Mi conocimientos eran muy limitados, además de que se perdía en recuerdos borrosos de mi pasado.

Según mi cuidador, no necesitaba aprender cosas que jamás usaría en mi vida. Lo acepté, después de todo era cierto. Nunca me ví en la necesidad de leer o escribir nada, tampoco en entender que era la cerveza, mucho menos porqué el dinero era tan importante para las personas que venían aquí.

Simplemente no veía la necesidad de tanto conocimiento que jamás usaría.

Respiré profundamente mientras cerraba los ojos, concentrándome en los gritos de las personas, el choque de los vasos de cristal, las risas escandalosas y el calor que empezaba a percibir mi cuerpo.

Todo eso se sintió como un hogar para mi.

Pronto, se escuchó la voz del presentador.

—Para finalizar la noche traemos a la gatita favorita de la casa —habló en el micrófono, alborotando más a las personas—.¡Vamos a darle un fuerte aplauso a la Tigresa!

La puerta empezó a subir, revelando poco a poco la zona donde iba a pelear. Los gritos se hicieron más sonoros y una corriente cálida pasó por mi cuerpo. Sonreí con confianza y seguridad, saliendo de la habitación.

Al llegar al centro de la arena levanté los brazos en representación de fuerza, disfrutando de la atención, los elogios, la admiración.

La iluminación era amarilla, el centro de pelea no era muy grande pero sí lo suficientemente espacioso, y en las zonas más altas estaba el público, intercambiando comentarios, dinero y jarras de cerveza entre ellos.

—Ahora, traída directamente de Kioto, la chica más ruda de su cuidad y causante de múltiples apuestas triunfantes, ¡Oyuki!

De la puerta al otro extremo salió una chica de cabello rojo y corto. Tenía su cuerpo trabajado, era increíblemente musculosa y más alta que yo. Observé con atención cada detalle de ella, el más mínimo, pero el más importante para mí era saber que tipo de híbrido era.

Y cuando visualice sus orejas, cola y sonrisa de burla lo supe: era una Hiena.

Poco sabía de otros animales, era más experta en los tipos de caninos y felinos, y por el aroma que estos desprendían podía deducir de que clase eran. Intenté hacer lo mismo con Oyuki, olfateé el aire de forma discreta, tratando de detectar cualquier punto característico.

Apestaba a peligro, ¿tal vez un poco de inestabilidad?, su sonrisa lo confirmaba. Ella de la cabeza muy bien no debía estar.

Mi cola se balanceo lentamente de un lado a otro, sin apartar mi mirada de sus atrayentes ojos dorados. Estaba decidida a ganar, y lo iba a lograr.

Observé el marcador en cuenta regresiva, diez segundos. El escándalo a nuestro alrededor surgió con más fuerza, podía percibir la salina del sudor, la amargura de la cerveza y el peculiar aroma de los billetes.

Sabía que mi amo me estaba viendo, las consecuencias de perder, mi reputación en este lugar. Perder jamás sería una opción para mí.

El marcador por fin llegó a cero, y Oyuki no perdió el tiempo, de forma rápida y ágil corrió hacia mi, y no me quedó de otra que hacer lo mismo.

Necesitaba un plan, un punto débil, era la primera vez que luchaba contra un híbrido de su clase. Pero se sentía misteriosamente familiar. Casi similar como cuando luche contra el híbrido canino de sangre pura. Sin embargo la sensación aquí era más pronunciada.

Mis garras salieron de forma inconsciente y mis caninos crecieron, salivando un poco a su vez. Ese sabor en mi lengua, casi como un vago recuerdo de la sangre que antes había probado. El aroma que ella desprendía, su risa. Esto era instinto.

Una rivalidad de año de nuestras especies, enemistad, odio si se puede decir de esa forma. La adrenalina recorría mis venas y erizaba mi piel, mi corazón iba rápido y mi respiración era pesada. Nunca me había sentido tan excitada.

La quiero destruir.

Lancé un zarpazo a su rostro cuando estuve lo suficientemente cerca, logrando lastimar una de sus orejas de pelaje gris oscuro. Escuché su chillido seguido de un gruñido furioso. Me giré hacia ella y recibí una patada de su parte.

Me equilibré con rapidez, avanzando hacia ella nuevamente ignorando el dolor agudo y las fuertes ganas de vomitar que sentí. Tiré otro ataque, está vez con intención de lastimar su cuello, sin embargo Oyuki fue más rápida y me tomó de la muñeca, enterrando sus garras en mi muñeca.

Mi ceño se frunció y solté un quejido, mi otra mano la tomó del cabello, jalando su cabeza hacia abajo para golpear su rostro contra mi rodilla. El público soltó un «uhhh» al ver la escena.

Sentí que algo crujió contra mi piel cuando la golpeé, pronto me di cuenta que su nariz estaba sangrando al momento que se reincorporo. Suspiré y la reté con las manos, indicando que se acercara de nuevo.

Ella se abalanzó sobre mi con una fuerza que jamás había experimentado, nos tiró al suelo, ella a horcajadas sobre mi. Fue una lucha de forcejeo cuando se inclinó más sobre mi cuerpo.

Sostuvo mis muñecas sobre mi cabeza y acercó su rostro a mi cuello, mordiendo mi hombro con tanta fuerza que pensé que me arrancaría el pedazo de carne. Grité de dolor y me retorcí bajo su cuerpo. Ella volvió a reír con burla y malicia.

Me sentía acorralada, pero una parte de mi se negaba a ceder, esto era más allá de una simple pelea, ya era cuestión de rivalidad natural. Mi instinto se negaba a perder contra ese maldito perro, gato, lo que fuera.

Con algo de dificultad le di un cabezazo cuando se separó lo suficiente de mi cuello, por inercia ella me soltó. Aprovechando esto le di un puñetazo en la cara y otro en el estómago. La tiré fuera de encima mío.

Me levanté y pateé su estómago, aprovechando que estaba en el suelo. Hice eso unas tres veces y la tomé de su cabello rojizo. Ella estaba vulnerable, intentó levantarse pero no pudo. Levanté mi puño en señal de ganancia y la multitud enloqueció.

El presentador hizo una evaluación y Oyuki quedó descartada, había perdido la pelea.

Grité con felicidad y fuerza. Soltando a la chica de forma despectiva. Escuchando a las personas gritar: «¡Tigresa, tigresa, tigresa!»

Sí, definitivamente esto para mí es vida.

[🧷]

Apoyé mi espalda de la pared con póster rasgados y pintura desgastada, me encontraba en uno de los pasillos cerca de las habitaciones. Suspiré con satisfacción mientras pensaba en la pelea de recién, y en como mi amo me dió una mirada orgullosa.

Pero disipé esos recuerdos para concentrarme en limpiar la herida de mi hombro. Pasé un pequeño algodón con alcohol por la mordida, sintiendo el ardor en mi piel pero soportándolo  de buena manera, después de todo, esto no es nada para mí.

Fue una buena pelea, hace mucho no sentía ese poder, y aún más porque ahora mis instintos habían tomado mayor parte de mi control. Mis caninos aún estaban algo crecidos, pero dentro de poco volverían a la normalidad.

Oyuki la llevaron a una de las habitaciones para curarla, según escuché mañana volvería a Kioto para otro torneo. Pero ese no era mi problema.

Gané la pelea y seguia con mi nombre en alto en este lugar, no necesitaba nada más.

Unos murmullos llamaron mi atención, mis orejas se alertaron y dejé de prestar atención a mi herida. Miré ambos lado del pasillo, tratando de descubrir el lugar de dónde venían los murmullos.

Finamente decidí ir hacia mi lado izquierdo con suma cautela. Estiré varias veces la cabeza para tratar de ver algo, pero simplemente no había nada a simple vista. Llegué al doblé del pasillo y fue más claro para mí el sonido de las voces.

Me pegué a la pared y me asomé levemente, escuchando la conversación.

—Si, solo dame el dinero. Igual esta perra no sirve para las luchas, solo me hace perder —dijo una voz.

—Como sea, no vale tanto —escuché un ruido sordo, tal vez de sus manos intercambiando el dinero—. ¿Está dentro?

—Ajá... Y no seas un animal, la dejas embarazada y será tu responsabilidad.

—Relajate, tengo un condón conmigo.

¿Condón?, ¿intercambio de dinero?

No entendía nada, esto no tenía nada que ver con las luchas.

Escuché el chirrido de una puerta de metal, que luego fue cerrada de un portazo, luego solo pude percibir el silbido del otro hombre mientras los billetes se frotaban entre ellos al contarlos.

Me alejé de allí y caminé en dirección a las gradas. No sabía que está ocurriendo, pero era mejor que fuera a avisarle a mi amo que algo raro estaba pasando.

Me daba muy mala espina está situación, así si aún no terminaba de entenderla.

Subí un par de escaleras y llegué al área donde se situaban las personas para ver las luchas. Me moví entre la gente, escuchando algunos cumplidos, risas y palabras arrastradas. Llegué pronto a dónde mi amo y toqué su hombro.

Él se giró y me vio con extrañeza, realmente no esperaba verme allí. Con mi mano le hice un gesto de que me siguiera y él lo hizo. Volvimos a los primeros peldaños de las escaleras y se cruzó de brazos.

—¿Qué pasa? —interrogó, un poco molesto al parecer.

—Vi algo extraño hace un rato en los pasillos.

—¿Qué viste? —Alzó una ceja.

—Unos sujetos estaban intercambiando dinero, como en las apuestas. Dijeron algo sobre tener un condón y no embarazar a alguien. Luego el hombre que pagó se metió a una de las habitaciones, preguntando si «estaba» dentro. No sé de quién hablaban.

Mi amo puso una cara de extrañeza y luego volvió a una de molestia, solo que está vez más pronunciada. Se acercó a mi y me señaló con amenaza.

—Escucha con atención, ____. Ni una puta palabra a nadie o tendré que tomar las mismas medidas que esa vez. ¿Te queda claro?

Tragué con pesadez y asentí de forma rápida, casi automática. Él me fulminó con la mirada y volvió con las demás personas, dando un portazo, dejando e sola en las escaleras.

Fruncí un poco el ceño y pensé un poco. Tal vez no debí decirle nada a mi amo, ahora estará enojado conmigo. Y esa amenaza, solo me causó escalofríos. No necesitaba otro episodio similar a lo que sucedió hace un par de años atrás.

Suspiré en silencio y cerré los ojos. Es mejor no involucrarme en dónde no me llaman, no es mi problema, aquí las personas e híbridos van por su cuenta. Nadie se preocupa por nadie.

Los pocos grupos que existen entre nosotros son por supervivencia y recalcar cierto dominio o superioridad. Pero fuera de eso todos éramos enemigos, nadie era amigo tuyo.

Mi herida dió un punzón y regresé a la realidad. Debía cubrirla antes de que volviera a infectarse. Empecé a bajar las escaleras cuando un ajetreo extraño me detuvo.

Me acerque a la puerta y me pegué a ella para escuchar. Algunas maldiciones se escucharon y voces cargadas de miedo y molestia. Aún no lograba entender que pasaba. Antes de poder tomar la perilla y abrir la puerta escuché un grito:

—¡Es la policía, que nadie se mueva!