El amanecer se desplegó con un cielo plomizo sobre el campamento. Gruesas nubes grises cubrían el horizonte, hinchadas y oscuras, como si estuvieran a punto de derramarse en un torrente de lluvia. El aire era frío y cortante, con un viento que susurraba amenazas de tormenta entre los árboles y azotaba las tiendas de campaña, haciendo que sus lonas crujieran y se estremecieran.
La luz del sol, apenas filtrándose a través de las nubes, bañaba el paisaje en un pálido resplandor plateado. Las sombras se alargaban y se difuminaban, mientras los primeros miembros del campamento se desperezaban, frotándose las manos y ajustando sus capas para protegerse del viento frío.
El cielo parecía un techo bajo y opresivo, presagiando una lluvia inminente que podría convertir los caminos en lodazales y dificultar el avance de la caravana. Los árboles susurraban inquietos, y las aves, generalmente ruidosas en la madrugada, permanecían en silencio, como si sintieran la misma aprensión que los viajeros.
Sigfried se acercó a Morwen, su rostro reflejando la urgencia de la situación.
—Deberíamos salir lo más pronto posible. En cuanto empiece a llover, el camino se embarrará y dificultará el avance de los carros —dijo, su voz firme y preocupada.
Morwen asintió, mirando el cielo con una expresión seria. —Lo sé, Sigfried. Reúne a las sacerdotisas y a Elías. Debemos tratar algo antes de salir.
Sigfried se apresuró a cumplir con la orden. Recorrió el campamento, llamando a las sacerdotisas por su nombre y pidiendo a Elías que se uniera a ellos. Mientras tanto, Morwen organizaba a los demás miembros de la caravana, asegurándose de que los carros estuvieran listos y que todos estuvieran preparados para partir en cuanto terminaran la reunión.
Las sacerdotisas, envueltas en sus capas para protegerse del frío viento, se reunieron alrededor de Morwen. Elías, con su expresión tranquila pero alerta, se unió al grupo poco después.
—Morwen, ¿qué ocurre? —preguntó Seraphina, su voz reflejando tanto curiosidad como preocupación.
Morwen los miró a todos con gravedad. —Tenemos que decidir qué camino tomar hoy. Tenemos dos opciones: el camino del norte, que nos retrasará tres días y posiblemente implique pagar tributos que no podemos permitirnos, o el camino del sur, que nos llevaría a través del Bosque de los Susurros y podríamos llegar a nuestro destino esta misma noche si el tiempo no empeora mucho.
Un murmullo de preocupación recorrió el grupo. El Bosque de los Susurros era conocido por las bandas de bandidos y kobolds que lo habitaban, y la idea de atravesarlo inquietaba a muchos.
—El camino del sur es arriesgado —comentó Elías, frunciendo el ceño—. Los relatos sobre ese bosque no son nada alentadores.
—Lo sé —dijo Morwen, asintiendo—, pero el camino del norte podría ser inasumible para nosotros. No solo nos retrasaría tres días, sino que también implicaría pagar tributos que no tenemos. Desandar el camino para finalmente atravesar el Bosque de los Susurros sería una pérdida de tiempo.
Lysandra y Sigfried intercambiaron miradas y luego asintieron, conscientes del peligro, pero también de la necesidad de tomar una decisión rápida.
—Aunque pongamos en riesgo nuestra tapadera, creo que deberíamos prepararnos adecuadamente para el Bosque de los Susurros —dijo Lysandra—. Eso significa ponernos nuestras armaduras y preparar nuestras armas.
Morwen, consciente del peligro que el bosque representaba, coincidió con Lysandra y Sigfried. —De acuerdo. Nos equiparemos para lo peor. Sigfried, da las órdenes pertinentes para asegurar que todos estén listos. Nos adentraremos en el Bosque de los Susurros, pero lo haremos con todas las precauciones posibles.
Sigfried asintió y se volvió hacia el grupo, transmitiendo las instrucciones necesarias. Las sacerdotisas y los guerreros comenzaron a prepararse, ajustando sus armaduras y revisando sus armas, listos para enfrentar cualquier peligro que pudiera surgir en el oscuro y amenazante bosque.
Morwen disolvió la reunión y se dirigió a su propio equipo, sintiendo la tensión en el aire mientras todos se preparaban para el viaje por el camino más peligroso. El cielo seguía encapotado, y el viento frío se intensificaba, como un recordatorio constante de la tormenta que se avecinaba. Pero con determinación y una preparación meticulosa, la caravana se dispuso a enfrentar el desafío del Bosque de los Susurros, confiando en su habilidad y en su unidad para superar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.
La caravana, con los miembros completamente equipados y preparados, se puso en marcha hacia el sur. Mientras avanzaban, la tensión era palpable, pero también lo era la determinación. La decisión había sido tomada y, aunque sabían que los peligros eran reales, estaban listos para enfrentarlos juntos.
El camino hacia el Bosque de los Susurros se volvió más accidentado y oscuro a medida que se adentraban en el bosque. Los árboles altos y densos bloqueaban gran parte de la luz del día, y el aire se llenaba de los sonidos inquietantes de la naturaleza. El viento susurraba a través de las ramas, creando una atmósfera ominosa que ponía a todos en alerta máxima.
Sylvia, viajando en el carro, sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras miraba el bosque que se cerraba a su alrededor. Recordó las historias de bandidos y kobolds, pero también sabía que su grupo estaba bien preparado. Morwen, conduciendo el carro a su lado, mantenía una expresión de calma y determinación.
—Mantén la calma, Sylvia. Estamos preparados para esto —le dijo Morwen, su voz serena pero firme.
Sylvia asintió, tratando de dejar de lado sus miedos y concentrarse en el viaje. Sabía que necesitaba mantener la compostura y la concentración, no solo por ella misma, sino por todo el grupo.
Mientras avanzaban, la caravana se movía con cuidado, vigilando cualquier señal de peligro. Los guerreros mantenían sus manos cerca de sus armas, y las sacerdotisas estaban listas para utilizar sus habilidades en caso de necesidad. El Bosque de los Susurros no les daría tregua, pero estaban decididos a llegar a su destino, sin importar los desafíos que enfrentaran en el camino.
A medida que la caravana se adentraba más en el Bosque de los Susurros, el cielo plomizo finalmente cedió, y una llovizna ligera comenzó a caer, empapando las hojas y creando charcos en el camino. El aire se volvió aún más frío y húmedo, y el sonido de la lluvia, combinado con el susurro del viento entre los árboles, aumentaba la sensación de inquietud.
Sylvia, que viajaba en el carro junto a Morwen, miró a través de las ramas mojadas y notó un movimiento extraño en los árboles por delante. Entrecerró los ojos, tratando de enfocar mejor.
—Morwen, creo que vi algo moverse entre los árboles —dijo Sylvia en voz baja, su tono lleno de preocupación.
Morwen, siempre alerta, levantó una mano para indicar que el grupo se detuviera. Observó el área donde Sylvia había señalado, sus ojos escaneando el entorno con cuidado. Luego, llamó a Tirnel Estel, quien estaba montada en un caballo cercano.
—Tirnel Estel, ven aquí —dijo Morwen en voz baja pero firme.
Tirnel Estel se acercó rápidamente, sus ojos brillantes y atentos. —¿Qué ocurre, Gran Maestre?
—Sylvia ha visto algo moverse en los árboles. ¿Tú has notado algo? —preguntó Morwen, manteniendo su voz baja.
Tirnel Estel asintió, con expresión seria. —Sí, los hemos estado siguiendo desde hace un rato. Son pequeños, parecen elfos, pero son verdes. Es raro.
Morwen asintió, comprendiendo. —Son goblins. ¿Cuántos has visto?
—Dos —respondió Tirnel Estel sin vacilar.
Morwen frunció el ceño. —¿Estás segura? Dos son muy pocos. Los goblins suelen agruparse en números grandes. Eso es raro.
Tirnel Estel asintió de nuevo, su expresión mostrando incertidumbre. —Solo he visto dos, Gran Maestre. ¿Los atacamos?
Morwen pensó por un momento antes de responder. —No hagamos nada por ahora. Si se presenta la oportunidad, quiero que los capturemos vivos. Quiero saber qué están haciendo aquí.
—Entendido —respondió Tirnel Estel, asintiendo con firmeza.
Morwen la observó retirarse para hablar con Ambariel, Thôr Aer y Clara. Mientras discutían los detalles de la emboscada, el resto de la caravana se mantuvo alerta, conscientes de que cualquier movimiento en falso podría desencadenar un enfrentamiento.
Marina, Harry y Roberto,
que habían estado atentos a la conversación, se acercaron a Tirnel Estel.
—Queremos ayudar —dijo Marina, su voz firme y decidida.
—Sí, podemos ser útiles —añadió Harry, asintiendo.
Roberto se unió al coro de voluntarios. —No queremos quedarnos al margen. Déjanos participar.
Tirnel Estel los miró, evaluando su determinación y habilidades. Después de un momento de reflexión, asintió. —Muy bien. Nos vendrá bien toda la ayuda posible. Pero seguid mis órdenes al pie de la letra. Esto es peligroso, y no podemos permitirnos errores.
Marina, Harry y Roberto asintieron con seriedad, preparándose para la tarea que se les había encomendado. Mientras tanto, Morwen se mantenía vigilante, observando los árboles y el entorno, sabiendo que cada movimiento debía ser calculado y preciso.
La caravana avanzaba con cautela, y el ambiente tenso era palpable. Tirnel Estel, Ambariel, Thôr Aer y Clara se movían sigilosamente, sus sentidos agudizados mientras mantenían un ojo vigilante en el entorno. La lluvia persistente y el viento susurrante añadían una capa de dificultad, pero también proporcionaban un velo de sigilo que podría ser aprovechado en su favor.
De repente, los dos goblins que habían estado siguiendo a la caravana se dieron cuenta de que habían sido descubiertos y comenzaron a correr hacia el interior del bosque. Sus movimientos eran rápidos y ágiles, pero las monturas de los elfos les permitían reducir distancias con facilidad.
—¡No los dejéis escapar! —gritó Tirnel Estel, apretando los talones contra los flancos de su caballo.
Ambariel, Thôr Aer y Clara los siguieron de cerca, sus caballos atravesando el bosque con facilidad. Los goblins zigzagueaban entre los árboles, intentando despistar a sus perseguidores, pero no pudieron mantener la distancia. Finalmente, Ambariel y Thôr Aer lograron acorralar a los goblins, deteniéndolos en seco.
—¡Quietos! —ordenó Ambariel, apuntándoles con su arco mientras Thôr Aer desenfundaba su espada.
Los goblins levantaron las manos, temblando de miedo. Fueron llevados de vuelta a la caravana, donde Morwen los esperaba con los demás miembros. Los goblins murmuraban nerviosamente entre ellos, sus voces agudas y rápidas apenas comprensibles.
—¡Somos inocentes! —dijo uno de los goblins con voz aguda y apresurada—. ¡Solo estábamos mirando con curiosidad, no hacíamos nada malo!
—¿Por qué los humanos y elfos siempre nos cazan? —añadió el otro, temblando.
Morwen levantó una mano para calmar la situación. —Tranquilos. No os haremos daño. Solo queremos hablar con vosotros —dijo con voz serena pero firme.
Sylvia observaba la escena con curiosidad. Recordaba haber visto goblins en el juego antes de ser trasladada a este mundo. Había algo familiar en estos dos, pero no lograba identificar qué era.
—¿Cómo os llamáis? —preguntó Morwen, dirigiéndose a los goblins.
—Soy Blogusz —dijo el primero, su voz temblando ligeramente.
—Y yo Zalvulb —respondió el segundo, también nervioso.
Sylvia frunció el ceño, decepcionada por no reconocer los nombres. Sin embargo, en ese momento, Harry dio un paso adelante, sus ojos brillando de emoción.
—¡Blogusz! ¡Zalvulb! —dijo Harry efusivamente, su rostro iluminado por una gran sonrisa.
Los goblins lo miraron con confusión, sin entender inicialmente la reacción. —¿Harry? —preguntó Blogusz, entrecerrando los ojos.
—¡Sí, hombre! ¡Harry! ¡Harry Potter! —respondió Harry, casi saltando de la emoción.
Los ojos de los goblins se abrieron de par en par al reconocerlo. —¡Harry! —exclamaron al unísono, sus expresiones cambiando de miedo a alegría.
Sylvia, al escuchar esto, también se emocionó. —¿Éramos compañeros de juego?
Harry asintió con entusiasmo. —Sí, solíamos ir los tres juntos a conseguir objetos. Blogusz y Zalvulb eran cazadores en el juego, siempre éramos un gran equipo.
Morwen, comprendiendo la importancia de la reunión, decidió aprovechar la oportunidad. —Bien, parece que sois viejos amigos. Blogusz, Zalvulb, estos son mis compañeros. Sylvia, Tirnel Estel, Ambariel, Thôr Aer, y Clara —los presentó, señalando a cada uno de ellos.
—Encantados de conoceros —dijo Blogusz, aún un poco nervioso pero más relajado gracias a la presencia de Harry.
—¿Cómo llegasteis aquí? —preguntó Sylvia, curiosa por conocer su historia.
—No estamos seguros —respondió Zalvulb—. Un día estábamos en el juego, y al siguiente despertamos aquí, transformados en goblins. Nos hemos estado escondiendo y sobreviviendo como podemos desde entonces.
—Nos alegra ver caras conocidas —añadió Blogusz—. Aunque no esperábamos encontrarnos con más viajeros de nuestro mundo.
Morwen, viendo la conexión entre los goblins y Harry, decidió aprovechar la oportunidad. —Blogusz, Zalvulb, necesitamos vuestra ayuda. Estamos atravesando el Bosque de los Susurros, y vuestra experiencia como cazadores podría ser invaluable.
Los goblins intercambiaron una mirada, considerando la propuesta. Finalmente, Blogusz asintió. —De acuerdo. Os ayudaremos.
—Pero debemos advertiros —intervino Zalvulb—. Hay muchas bandas de bandidos y criaturas peligrosas en este bosque. Tendremos que estar muy atentos.
Morwen asintió, agradecida por su disposición. —Gracias. Juntos, podremos superar cualquier obstáculo.
La caravana continuaba avanzando por el Bosque de los Susurros, con el sonido de la lluvia persistente creando un ritmo constante que acompañaba el murmullo de las hojas. Los goblins, Blogusz y Zalvulb, caminaban junto al grupo, sus pequeñas figuras destacándose entre los altos árboles y el suelo cubierto de musgo.
—¿A dónde os dirigís? —preguntó Blogusz, su voz aguda cortando el silencio.
Morwen se volvió hacia él. —Nos dirigimos al monasterio de la Isla de la Sangre.
Al oír el nombre, los goblins se detuvieron en seco, sus ojos llenos de horror. —¡No! ¡Ese es un sitio maldito! ¡No debéis ir allí! —exclamó Zalvulb, su voz temblando de miedo.
Harry se acercó rápidamente a ellos, intentando calmarlos. —Tranquilos, amigos. Ahora mismo es el lugar donde más a salvo podemos estar. Con todo lo que está ocurriendo, necesitamos llegar allí. ¿Conocéis un camino más seguro para llegar?
Los goblins intercambiaron miradas preocupadas, sopesando sus opciones. Finalmente, Blogusz habló con cautela. —Hay... un camino. Un túnel abandonado excavado por una civilización perdida. Podríamos encontrarnos con alguna bestia salvaje, pero nadie suele usarlo porque desemboca en la Costa Maldita.
Morwen, viendo una posible solución, asintió. —Llevadnos por ese túnel. Sylvia, deja sitio para ellos y acomódate en otro carro.
Sylvia, aunque un poco reacia a dejar el lugar junto a Morwen, obedeció y buscó un nuevo asiento. Se acercó al carro donde estaban Günter y Evildark, y después de un breve momento de vacilación, se sentó junto a Günter, dejando a este entre ella y Evildark. La disposición era algo incómoda, pero estaba dispuesta a soportarlo por el bien del grupo.
Blogusz y Zalvulb se lo pensaron un rato, pero finalmente accedieron a guiarlos por el túnel. Subieron al carro junto a Morwen, y Harry se mantuvo a la par del carro montado en su caballo, para poder hablar con ellos mientras avanzaban.
—Contadme más sobre este túnel —dijo Harry, su curiosidad piqué por la mención de una civilización perdida.
—Es muy antiguo —empezó Blogusz—. Se dice que fue excavado por una raza de seres que ya no existen. El túnel es amplio y profundo, y tiene muchos recovecos. La mayoría de la gente lo evita porque termina en la Costa Maldita, un lugar del que pocos regresan.
Zalvulb asintió. —Pero si logramos cruzarlo, podríamos evitar la mayoría de los peligros del Bosque de los Susurros. Será peligroso, pero es nuestra mejor opción.
Mientras los goblins hablaban, Sylvia se acomodó lo mejor que pudo entre Günter y Evildark. Günter, notando su incomodidad, le pasó un brazo por los hombros, intentando ofrecerle algo de confort.
—Estaremos bien, Sylvia —dijo Günter en voz baja—. Confío en que Morwen sabrá cómo guiarnos a través de esto.
Evildark, aunque manteniéndose en silencio, asintió con la cabeza. —Además, con Harry y sus amigos goblins guiándonos, tenemos una buena oportunidad de evitar los problemas mayores —añadió, intentando mantener el ánimo.
La caravana continuó su marcha, adentrándose más en el bosque bajo la lluvia persistente. Los árboles altos y oscuros se cerraban a su alrededor, creando una atmósfera casi claustrofóbica. Sin embargo, el grupo avanzaba con determinación, confiando en sus guías y en la fortaleza que habían desarrollado juntos.
La tarde avanzaba, y la luz del día comenzaba a desvanecerse cuando finalmente llegaron a la entrada del túnel. Era una abertura oscura y amplia, medio oculta por la vegetación y la sombra de los árboles. El aire que salía del túnel era fresco y húmedo, cargado con un aroma a tierra y piedra antigua.
Morwen detuvo la caravana y se volvió hacia los goblins. —¿Estáis seguros de que este es el camino?
Blogusz y Zalvulb asintieron. —Sí, este es el túnel. Nos llevará a través del bosque y saldremos cerca de la costa. Desde allí, podremos dirigirnos al monasterio.
Morwen dio la orden de avanzar, y la caravana se adentró en el túnel, sus pasos resonaban en la oscuridad mientras las antorchas se encendían para iluminar el camino. La luz danzante proyectaba sombras inquietantes en las paredes del túnel, pero el grupo mantenía la calma y la concentración.
Harry seguía conversando con los goblins, obteniendo tanta información como fuera posible sobre el túnel y sus peligros potenciales. Sylvia, Günter y Evildark permanecían juntos, encontrando consuelo en la compañía mutua mientras se adentraban en lo desconocido.
Como habían dicho Blogusz y Zalvulb, el trayecto a través del túnel fue seguro. Cuando salieron de este, la noche ya se les había echado encima. Sin embargo, la imponente vista de la Isla de la Sangre se destacaba claramente en la penumbra, bañada por la luz de la luna que se filtraba entre las nubes tormentosas.
La Isla de la Sangre se erigía majestuosa y ominosa, completamente fortificada por murallas de piedra antiguas y robustas que habían resistido el paso del tiempo. Desde su posición, podían ver las torres de vigilancia en las esquinas de las murallas, elevándose hacia el cielo nocturno como centinelas silenciosos. A través de la oscuridad, las ruinas del monasterio se perfilaban con un aire de misterio y desolación, sus estructuras derruidas apenas visibles contra el horizonte.
El monasterio, aunque en ruinas, conservaba un aura de grandiosidad. Sus altos muros de piedra, parcialmente derrumbados, mostraban signos de batallas pasadas y del implacable paso del tiempo. Las ventanas, ahora vacías, parecían ojos oscuros que observaban al grupo desde la distancia, mientras las sombras danzaban dentro de sus profundidades. En el centro del monasterio, una gran torre se mantenía en pie, desafiando el deterioro, y sugería que alguna vez fue un lugar de gran importancia y poder.
Un impresionante puente de piedra, aunque medio derruido, unía la isla con la costa maldita. El puente, con sus arcos elevados y detalles intrincados, era una obra maestra de ingeniería que hablaba de una civilización antigua y avanzada. A pesar de su estado ruinoso, su estructura todavía mostraba la belleza de su diseño original. Las secciones caídas y las grietas profundas evidenciaban los estragos de los años y las tormentas que habían azotado la región.
Morwen, deseosa de llegar, evaluó la situación con cuidado. —Cruzar el puente destrozado con esta lluvia y de noche es demasiado peligroso —murmuró para sí misma, aunque sabía que allí podrían refugiarse de la tormenta.
Finalmente, la prudencia prevaleció y decidió acampar, dejando para la mañana siguiente el cruce del puente. —Nos quedaremos aquí por la noche. Mañana cruzaremos el puente con la luz del día.
Harry se acercó a Blogusz y Zalvulb, extendiendo una invitación. —Quedaos con nosotros esta noche. Decidid mañana si queréis seguir con nosotros o no.
Los goblins se lo pensaron mucho, pero finalmente decidieron pasar la noche con ellos y posponer la decisión al día siguiente.
El campamento se estableció rápidamente, y las hogueras se encendieron para proporcionar calor y luz en la oscuridad creciente. La caravana, a pesar de las adversidades, seguía avanzando con una renovada sensación de unidad y esperanza.