webnovel

Delequiem

«Y los hombres lucharán contra los hombres, y las bestias junto a los hombres contra los hombres...» Un largo invierno, crías muertas, cultivos profanados y la repentina aparición de aleatorias manchas de hollín sobre la tierra. Los sagrados paladines han desaparecido y la ausencia de su venerable presencia comienza a pesar en los hombros de los más dependientes, gente que ahora clama por un mundano símbolo de idolatría, apegados a la herejía de que solo un mortal es capaz de traer la bonanza y la prosperidad a una tierra que parece haber sido olvidada por los celadores. Aunque la ancestral celebración del Demiserio mantiene la mente de las masas tranquila, su bendición no durará para siempre, y ante el acecho de un peligro desconocido surge la urgencia de los líderes por la búsqueda de aquel que fue anunciado por los druidas como el nuevo primero. En dicho contexto, sea o no aquel que ha sido profetizado, la icónica sombra de un cuervo blanco se hace presente en indirecta respuesta a las súplicas de quienes dudan de sus ancestrales cuidadores.

Orden · Fantasie
Zu wenig Bewertungen
29 Chs

Reuniones

«¿Por qué tengo la sensación de estar perdiendo el tiempo? Después de lo que ocurrió el día anterior, ese día me sentía más tranquilo, no porque el problema se hubiera solucionado, sino que porque, al igual que de pequeños, fue Aram quién acudió en mi rescate»

¿Por qué los amplietanos estaban obsesionados con la altura?

Gyania estaba entrando en el arrabal militar de la capital, contando ociosamente los adoquines del suelo mientras pensaba sobre sus estudios en Rainlorei ¿Sería ella capaz de abandonar su actual «aventura» para retornar a sus estudios después del Demiserio? Ella se consideraba alguien diligente en lo que a ese tema respecta, pues sus anhelos y su planificación de vida giraban en torno a eso. Sin embargo, el estilo de vida un tanto más independiente que estaba llevando junto a Cair cada vez la atraía más, a pesar de lo peligrosa y aterradora que podía tornarse la situación de un momento a otro. Aunque tampoco tenía dudas sobre aquello que la movía: Curiosidad.

Cerca de la sede de la Verde Salvaguardia, Gyania vio a Aram Risfitt, el amigo-hermano de Cair, hijo heredero adoptado de la familia Risfitt, la familia noble dueña de un importante negocio de mercenarios de su mismo nombre y también los principales administradores de la orden de Horegeol. Iba caminando junto a una mujer de cabello blanquecino, alta y con una lanza zalashana(1) en la espalda.

Gyania solo había tenido un par de conversaciones de pasillo con él durante algunas fiestas organizadas por otras familias nobles, así que no se atrevía a atribuirle un adjetivo de personalidad a ese chico, pues la mayor parte del tiempo simplemente ignoraban la presencia del otro; no con malas intenciones, solo coincidían poco.

Él la saludó con la mano tras reconocerla y luego siguió con su camino. Ella sintió el impulso de acercarse y hablarle, pero le resultó extraño e incómodo acercarse con la premisa de «¡Ey, conozco a tu amigo!» siendo que realmente no sabía si compartían algún otro tema, así que simplemente lo dejó pasar. Ya se lo diría a Cair cuando volviera.

Gyania miró hacia el cielo mientras pensaba «Qué pequeño es el mundo», pero le resultó aún más curioso que, a pesar de que ese mismo mundo se había ampliado con esas cosas a las que estaban «enfrentando», ellos siguieran centrándose en sus problemas más mundanos, como si nada hubiese cambiado. Tal vez solo era cosa suya, pero siempre creyó que las épicas que involucraban dimensiones misteriosas y seres del Gris Eterno girarían toda su trama en torno a ese nuevo enemigo. De cualquier modo, era culpa suya por leer tanta ficción y esperar algo distinto de la vida real.

La Verde Salvaguardia era un grupo amplietano independiente popular tras la desaparición de los paladines y, desde luego, su éxito era algo que podía deducirse a simple vista tras contemplar su sede; que no era especialmente bonita ni nada por el estilo, de hecho, parecía una pelota de madera aplastada, era más bien el hecho de que estuviese en el arrabal militar el que demostraba su relevancia dentro del reino. Actualmente recibían financiamiento de la corona para ocuparse de apoyar a las brigadas forestales, aunque también tenían un método de funcionamiento libre, en el que un cliente realizaba un encargo y cualquiera de sus miembros podía tomarle y encargarse para cobrar el pago. Su padre los había contratado en alguna ocasión.

Gyania había aprendido sobre ellos en su formación en políticas, de pequeña, y la razón por la que recordaba la función de ese gremio en particular, era porque fueron ellos quienes asumieron el peso de una misión anteriormente llevada a cabo por los mismísimos paladines como lo era la caza de las bestias que amenazaban el equilibrio de la naturaleza, generalmente de origen mágico. Algo hipócrita si se veía desde fuera, pero sus motivos debían tener, después de todo, eran los paladines, y su legado no era algo que ella fuese a cuestionar jamás.

Justo en el momento en el que se paró en la entrada, Gyania deseó que hubiese alguien acompañándola, pues Cair le había dicho que no quería que Adaia se involucrara en los asuntos de la Facción del Grajo, por lo que la muchacha de cabello rubio se había separado de ella para ir a la biblioteca, donde se reunirían luego. Gyania suspiró y entró.

Por dentro era tan simple como lo era por fuera: Una instancia alargada con dos hileras de pilares que iban en paralelo hasta el mesón de atención y dos entradas cerradas a cada lado. Había un sutil aroma a madera de pino, las pequeñas partículas de polvo parecían danzar en medio de los haces de luz que se proyectaban a través de las ventanas del techo y estaba un tanto helado dentro. Curiosamente, había pocos mostradores con armas y a la mayoría de ellos no les faltaba ni una sola; en su lugar, eran abundantes los cajones con flechas o munición para rifles a medio llenar o directamente vacíos, apilados en los costados cercanos a los tablones de anuncio junto al mesón de atención, custodiados por un enano calvo con cara de pocos amigos.

Para su suerte, poca era la gente que estaba allí en ese momento, en su mayoría, personas comunes y corrientes que acudían allí para realizar un encargo, algo que no solía ser extraño, ya que sus miembros siempre iban de aquí a allá, pasándose por la sede solo para coger otro encargo; motivo por el que usualmente se les referenciaba como nómadas.

Ella se acercó a uno de los mesones del lugar, atendido por un gélidar joven, aunque bien arreglado. El tipo la miró y enseguida le habló:

— ¿Quieres hacer un encargo?

— Eh… Hola, no, en realidad estoy buscando a alguien.

— Adelante, si está aquí, lo o la llamaremos.

— Su nombre es Sian, tengo entendido que es una elfa.

— Vaya, qué coincidencia — Dijo una voz femenina tras ella —. Me buscas a mí, chiquilla.

— Pues ahí está — Indicó el chico del mesón con una sonrisa.

Sian era una mujer alta, delgada, de ojos verdes y cabello rubio, el cual traía amarrado en una coleta que le llegaba hasta la nuca. Vestía un atuendo sencillo con parches de armadura de cuero y un chaleco gris debajo, calzas y botas altas. En ese momento iba desarmada, pero Gyania se la imaginó con un arco, similar a la tan típica y estúpida ilustración de la bella elfa cabalgando un alce de los libros infantiles.

— Hola, soy Gyania — Se presentó ella, dedicándole una reverencia media.

— Yo, Sian… aunque lo acabas de decir.

» ¿Qué se te ofrece?

Gyania le dedicó una reverencia corta al gélidar a modo de agradecimiento, luego se acercó a Sian y le mostró la moneda de la Facción del Grajo de Cair sin sacarla del bolso.

— Ah, ya veo… el jardín infantil — Espetó —. ¿Vamos fuera? — Gyania asintió —. Debo reconocer que me esperaba a una persona distinta… espera. Tú no eres Cair ¿Cierto?

— No, solo su compañera.

— Oh, es eso… Como que consiguió compañeros muy rápido ¿no? — Era muy expresiva de rostro y cuerpo, aunque no tan histriónica como Hakmur, el gélidar de la Hojarasca.

— Sí, aunque fui yo quien le insistió.

— Bien… entonces debe ser un tipo encantador.

— O yo alguien muy intrusa — Ella apenas pudo evitar esbozar una sonrisa, satisfecha ante su forma tan locuaz de responder.

— También es una posibilidad… — Se detuvo bajo un árbol —. Supongo que aquí está bien.

» Así que al fin ha llegado el famoso Cuervo Blanco ¿Por qué no vino él?

— Este… digamos que se metió en problemas.

— Ya, me parece correcto.

— Y bueno, sir Alexander nos pidió que viniésemos a verle.

— Oh, sí… a decir verdad, no es que necesita ayuda… realmente, no es que necesite ayuda 'ahora' precisamente. Habéis llegado bastante antes de lo que preveía — Gyania se quedó en silencio, esperando que Sian hablara —. El caso es que hay ciertas… ciertos «asuntos» que han estado ocurriendo en Rainlorei desde hace un tiempo… de hecho, vengo llegando de allí.

— ¿Rainlorei?

— Eres de allí ¿cierto? — Inquirió Sian, cruzándose de brazos —. Perdona, es que tu expresión lo avisó.

— Sí.

— Yo también soy de allá — Añadió con una sonrisa que se desvaneció más rápido de lo que tardó en esbozarse.

— ¿Esto tiene que ver algo con lo que investiga Alexander?

— ¿Te refieres a lo del Gris Eterno ese? — Gyania asintió —. Lo cierto es que podía tener algo que ver, pero es algo que se lleva gestando desde hace muchísimo tiempo, así que la posibilidad de relación es casi nula — Ella hablaba con mucha fluidez, de seguro tenía una estricta formación en lenguas, dada la soltura con la que se movían sus labios. Aunque su cortesía dejaba mucho que desear.

— ¿Qué es? — Preguntó Gyania, ansiosa.

— Tiene que ver con el Cartel de Don. Han estado más activos desde hace un par de semanas, así que tenemos motivos para creer que preparan algo.

El Cartel de Don era uno de los principales grupos de contrabando y comercio ilegal, aunque en Ampletiet eran famosos bandidos que solían operar en los prados cercanos a la frontera norte, alrededor de Rainlorei y en el Valle de Beolei. Gyania había escuchado a su padre maldecirlos en varias ocasiones, pero él solía ser muy discreto a la hora de hablar sobre el grupo, por lo que Gyania, aun siendo la hija de un señor racial, tenía escasos conocimientos sobre ellos.

Gyania bajó la cabeza. Su padre se estresaba con facilidad, pero si eran un dolor de cabeza lo suficientemente importante como para que él no llevara esos problemas al hogar, era porque realmente suponían un riesgo para la ciudad y su orgullo, porque pocas cosas hacía bien, y dirigir era una de ellas.

— No es seguro todavía, pero de la poca información de la que disponemos, puedo intuir que están planeando algo para dentro de poco — Se ajustó el cinturón —. Hay varios miembros de la facción que se están reuniendo en la ciudad en estos momentos, uníos a ellos apenas podáis.

— Cair participará en el torneo Goliar.

Sian frunció el ceño y echó la cara hacia atrás.

— ¿Por qué se inscribió en plena misión?

Gyania se encogió de hombros.

— Porque es un bruto.

Sian suspiró.

— Descuida, de momento hay tiempo, además, mis espías, todavía tienen mucha información que descubrir antes de que hagamos nada.

— Bien, se lo diré.

— Yo volveré allá mañana, todavía tengo algunos asuntos pendientes aquí. Enviadme una carta cuando lleguéis.

— Espera — Gyania silbó para llamar a Alísito, quien apareció tras poco más de un minuto para recostarse directamente sobre su cabeza, aparentemente cansado—. ¿Por qué estás tan cansado?

— Oh, tienen un hasís… uno pequeñito.

— Sí, un pequeñín — Repitió Gyania, cogiéndolo con las manos para acariciarle —. Disculpa que te lo pida, pero necesitaré enviarle algo a ella — El pequeño hasís se frotó contra su mano y voló cerca de Sian, sacando energías de ningún lugar.

— ¿Qué hace?

— No sé qué es lo que hace específicamente, pero ahora te podrá encontrar.

— ¿Puede llevar mensajes directo a las personas? — Gyania asintió, de hecho, Alísito también lo hizo, orgulloso, aunque difícilmente Sian repararía en ese tipo de detalles —. Qué ser más inteligente — Alísito sacó más pecho.

— Demasiado quizá — Añadió, continuando con las caricias.

— Bueno, pues avisadme en cuanto lleguéis para informaros.

Gyania asintió.

Cair estaba tumbado sobre el sofá cuan saco de patatas cuando alguien llamó a la puerta de su habitación. Tras desperezarse, se dejó caer del sofá como una larva y se dispuso a abrir la puerta, arrastrandose hasta ella.

— Aram Risfitt heo Nuem — Le dio un abrazo fuerte y palmoteado. Además, por alguna razón tuvo ganas de golpearlo, aunque se abstuvo; después de todo, ahora le debía un favor... otro —. ¿Cómo te ha ido?

Aram sonrió.

— Estupendamente bien, aunque no tanto como a ti.

Cair chasqueó los dedos.

— Me alegro.

Aram le empujó.

— Me alegra verte de nuevo.

— Adaia también está aquí, debería llegar en unos minutos — Replicó él, devolviendole el empujón.

— ¡Oh! ¿En serio? — Cair asintió —. ¡Qué bien! Tengo muchas ganas de verla.

— Ella también se alegrará de verte, después de todo, fue la primera en asumir que estabas muerto.

Aram puso cara de perro triste.

— Ya… todavía tengo que ir a preguntar qué pasó con las cartas.

— Hombre, pasa, no te quedes ahí como estúpido… — Junto a él, apoyada en uno de los laterales del pasillo junto a la puerta lo esperaba una tipa alta, de cabello blanquecino y tes muy ligeramente bronceada. Se apresuró en intuir que era una zalashana por su cara de pocos amigos —. ¿Y ella?

— Oh, casi se me olvida de lo 'silenciosa' que es… Ella es Lanna, una lancera zalashana. Padre la ha designado como mi guardaespaldas… Ah, y no habla amplietano.

— ¿Zalashana? — Cair se asomó y la saludó en lengua común —: Hola.

Al verlo, ella se quedó mirándole fijamente durante unos instantes con la boca semi abierta.

— De verdad… tienes los ojos blancos — O algo así murmuró en zalashano. Cair había aprendido un poco de su abuela.

— Ven, no te quedes ahí.

La zalashana, temerosa, entró a la habitación, apegándose a la pared para mantenerse lo más lejos de él como le fue posible, sin perder el contacto visual en ningún momento.

— ¿Es costumbre la vuestra la de quedaros mirando a la gente tan fijamente? — Espetó Cair.

— Oh… lo siento — Murmuró como si no le saliera la voz.

— Pensaba que los zalashanos eran menos tímidos — Se burló de ella Aram —. Este es Cair, el chico de ojos blancos del que hablaban los príncipes.

— Sí, puedo verlo claramente — Replicó ella —. Mi nombre es Lanna, pertenezco al clan Eosfold de Zalasha.

— Cair Rendaral heo Cragnan, un placer, Lanna del clan Eosfold — Le cogió la mano y se la besó, sonriendo con picardía.

Ella rápidamente apartó la mano, entonces Aram se acercó y le dio un puñetazo en el abdomen.

— Eres un maldito enfermo — Espetó Aram, divertido, en amplietano.

— Y bien, así que conocías a los príncipes — Continuó él, ignorando el dolor del golpe.

— Evidentemente, los Risfitt se encargan de la orden de Horegeol, así que suelo pasar bastante tiempo en el palacio real. Eventualmente los conocería — Aram pareció estremecerse.

— Ya veo… ¿Y qué dicen de mí?

Aram sonrió.

— La princesa quiere hacerte del cochino.

La zalashana se mostró algo incomoda mientras él reía.

— Lo que me faltaba.

— Eso, y que no te acusaron, ni el enano tampoco.

Cair relajó los hombros.

— El enano era uno de los escoltas del emisario de Teorim ¿no? — Aram asintió —. ¿Y qué quería de mí?

— Eso tendrás que averiguarlo tú. Yo no he hablado con él — Hubo un pequeño espacio de silencio hasta que Aram siguió —: ¿Por qué huiste?

— No… No lo sé, simplemente me sentí presionado cuando escuché su música, y pues como él salió persiguiéndome, instintivamente corrí.

— Como siempre cuando alguien habla de tus ojos — Agregó Aram —. Y después te llenas la boca diciendo que ya sabes quien eres y esas mierdas... — Murmuró.

— Hablas de Blanco caminar — Inquirió la zalashana, lo que llevó a Cair a cuestionarse el por qué estaban hablando en lengua común. «Probablemente por culpa de la abuela» pensó.

Cair frunció el ceño.

— No es el mismo nombre, pero asumiré que hablamos de la misma canción — Entornó los ojos —. ¿La conoces?

— Toqué esa canción con ese enano. Es popular en Zalasha.

— ¿Crees que habla de mí o algo así?

La zalashana se cruzó de brazos.

— Nosotros no creemos mucho en las predicciones ni nada por el estilo, no como vosotros, paranoicos amplietanos. Pero si tuviera que decir algo, es que no tengo dudas de ello — Replicó, aparentemente segura de sus palabras —. Pero me parece absurdo pensar que una simple ficción tenga algo que ver con la realidad. Debe ser una simple coincidencia.

Cair bajó la cabeza, aunque ni el mismo sabía si por el alivio o la decepción.

— ¿Cómo es que sabían de mí sin conocerme? Debe haber alguien más con los ojos blancos.

— Sé que el tipo al que llamáis El Hijo de Orden tuvo algo que ver con la creación de las canciones, pero no sé mucho. Algriram debería saber algo, ya que fue ese hombre quien lo entrenó.

— ¿En serio? — Cuestionó Aram.

— Él mismo lo ha reconocido. Deberías hablar con él, ojos blancos, ahora que está en Ampletiet. Si quieres, podría hablarle sobre esto.

— Oh, no, gracias — Suspiró.

— Deberías hablar con ese enano por lo menos... para saber qué es lo que quiere, Cair — Le dijo Aram.

— Debería… — Lo dijo, pero no estaba convencido del todo.

— Y bien ¿Qué haces en Orherem?

— Entre otras cosas, participaré en el torneo Goliar.

— ¡¿Tú también?! — Cair levantó una ceja y asintió —. ¿Qué personaje representarás?

— Darenor Filumnis ¿Y tú? Sandiam Lann seguramente — Se apresuró en decir.

— Era evidente ¿no?

— Sí, desde luego.

— Ella también participará — Añadió Aram, señalando a la zalashana con el pulgar.

Casi en respuesta a su gesto, la puerta de la habitación se abrió lentamente y entraron Gyania y Adaia.

— ¡Aram! — Exclamó su hermana, dejando caer todo lo que traía y saltando sobre sus brazos con los ojos llenos de lágrimas —. ¡Creí que estabas muerto!

Aram también la apretó con fuerza. Cair no pudo evitar sonreír mientras contemplaba el emotivo encuentro, después de todo, en su momento, Aram fue la mugre de ambos por separado, de hecho, solía ser bastante agradable en términos generales, ganándose siempre la simpatía de la gente aún siendo alguien tan tímido. Cair siempre creyó que había algo raro en él, pero nunca había podido sonsacarle qué; no por ello desconfiaba de él, de hecho, si había alguien que se merecía toda su confianza, era ese muchacho de cabello enmarañado que tenía frente a él; aunque temía que algún día esa incredulidad suya fuese a pasarle la cuenta.

— Al menos ella sí se emociona de verme — Le reprendió Aram, con ojos vidriosos, a Cair, quien se encogió de hombros —. ¿Cómo te ha ido?

— Bien… Sabes que estoy bien ¡¿Pero tú?!

Aram abrió los brazos.

— Ahora soy un Risfitt.

— Cair ya nos lo había contado… — Intentó mantenerse calmada, aún cuando las lágrimas seguían escapando de sus ojos —. No sabes cuánto me alegro… aunque también me da pena…

— Sabes que nadie podría reemplazarlos a ustedes… — Cair rozaba la fina línea entre sentir compasión y risa producto de las horribles expresiones del Aram conmovido.

Ambos se volvieron a abrazar hasta que Adaia frunció el ceño y dijo:

— No te golpearé esta vez, porque ya sé lo que pasó…

— Ya… — Rio —. Costumbre… ¡Eh! — Exclamó en cuanto reparó en Gyania.

— Eh — Repitió Gyania sin ningún ímpetu —. Supongo que deberíamos presentarnos formalmente — Se inclinó y se presentó.

Aram también lo hizo e inmediatamente después dio un brinco atrás para acercarse a Cair y le asestó un furibundo puñetazo en el abdomen, entonces lo rodeó con el brazo y lo sometió. Cair acabó de confirmar la teoría de que él recibía más daño de sus aliados.

— ¡¿Qué hice ahora?!

— ¡¿Por qué andas con la heredera de Rainlorei?! — Masculló.

— Pregúntale a ella… — Murmuró antes de caer de rodillas con la cabeza en el piso. «Sí que tiene más fuerza…»

Gyania lo miró de reojo y una sutil y despectiva sonrisa de satisfacción se enmarcó en su rostro mientras respondía.

— Fui yo quien insistió.

— Ya veo… ¿Y ustedes dos…? — Juntó los dedos.

Cair, en el piso, miró a Gyania y asqueó su expresión; luego apuntó a Aram con su mirada y dijo con tono calmo:

— No de momento.

Aram lo pateó en el piso.

Cair observó a su hermano de crianza a lo largo del resto del día, dándose cuenta de que, sin importar el tiempo que pasaran juntos ni los relatos que se contaban mutuamente, al igual que con su hermana, siempre parecía haber algo sobre lo que charlar, algo sobre lo que reír y bromear. Él sabía que el tiempo y la distancia habían sido factores importantes en la fluidez de la conversación, sin embargo, tampoco podía atribuirle menos importancia a la estrecha relación que habían forjado al ser criados bajo el mismo techo, a pesar de nunca haber compartido sangre ni apellido.

El cielo parecía moverse rápidamente, las lunas, como el reflejo de su disfrute emocional, simplemente cruzaron a través de la cúpula celeste hasta que el sol se escondió y en el cielo nocturno solo quedaron Julio y Tantor, marcando el fin del día.

Esa noche, Cair solo pudo pensar en el cambio abrupto en su rutina, en cómo le habían traído algunas buenas experiencias que atesoraría durante toda su vida. Pero tampoco podía dejar de pensar y sentir que muchos hilos se estaban moviendo junto a su paso, como irremediablemente todo cambiaría, como si de repente un pintor decidiese que es una buena idea cambiar la paleta de colores de su pintura. Aquello le aterraba, aunque ciertamente también había un tercer pensamiento que no lograba salir de su cabeza.

Cair se levantó del sofá y se acercó al balcón, observando, entre nubes y estrellas, el monte silbante de Nos'Erieth.

— ¿Por qué Aram te mira tan ansiosamente? — Le preguntó, casi esperando una respuesta por parte del emblema amplietano.

— ¿Qué te pasa, Lanna? ¿Te arrepientes de no haber venido en carruaje? — Preguntó Aram, viendo que la hocicona lancera llevaba demasiado tiempo sin abrir la boca.

— No…

— ¿Entonces qué te ocurre? Estás decaída.

— No es decaimiento…

— ¿Cair?

— Sí… él… tú amigo expelía una presencia… extraña — Le miró —. La tuya también es extraña, pero no tan… embriagadora…

Aram frunció el ceño.

— ¿Y qué es precisamente eso de la presencia? ¿Cómo funciona?

Lanna cabeceó de lado a lado.

— No lo sé… no sé cómo explicarlo… simplemente me sentía extraña cerca de él… y me pasa lo mismo contigo, pero no en tal grado.

— Luces algo somnolienta.

— Puede ser.

Aram se cruzó de brazos.

— ¿Tienes pareja?

Lanna frunció el ceño.

— No, llevaría un brazalete en el hombro.

— Pues puede ser tu periodo — Inquirió Aram, inocente.

A Lanna se le subió la sangre a la cabeza y le dio un empujón.

— ¡No es eso, amplietano irrespetuoso! — Aram se apuntó con el dedo, dudoso. No creía haber dicho nada malo —. Sin duda sus hijos serán fuertes y hermosos, pero ya te digo que es otra cosa… No basta una cara bonita para conquistar a un zalashano.

— Bueno, eso es indudable — Dijo Aram, mirando al cielo, buscando nuevamente aquello que por alguna razón lo obligaba a mirar hacia el este —. Supongo que sí es especial.

— ¡Oye! ¡¿Estabas diciendo que quería engendrar tus hijos?!

— Tal vez los míos, tal vez los de Cair.

— De ninguno de los dos, son demasiado jóvenes para mí.

— Solo era un comentario. No hace falta que te alteres — Seguía sin comprender por qué estaba tan nerviosa.

— Ese torneo es mañana ¿no?

— Sí.

— Espero enfrentarme a ambos. Especialmente a ti. Te mereces una buena somanta de palos.

— ¡¿Qué? ¿Por qué?!

— Por irrespetuoso y atrevido.

— ¡¿Qué he dicho?!

— No te hagas el tonto, amplietano.

Naeve volvía a la posada después de otro día sin éxito alguno en su búsqueda. Sus pies ya pesaban, su cuerpo le pedía unos cuantos días de descanso y relajación, pero no había rastro alguno del joven de ojos blancos, como si se hubiese esfumado de la faz de Ortande.

Una vez allí, Naeve se sentó en una mesa aislada del resto, con la capucha de su chal puesta para no llamar la atención. Comenzó a arañar un trozo de tarta de calabaza que había pedido para cenar, con la desesperanza de encontrar alguna pista sin hacer absolutamente nada.

En ese momento, un enano pelirrojo, algo desanimado, se preparaba para entonar alguna de sus canciones. Contagiada por su desgana y sumada a la suya propia, Naeve decidió no prestarle atención, por lo que simplemente siguió picoteando su tarta. Aquel desinterés no le duró demasiado. En la medida que la letra del enano avanzaba, Naeve fue prestando más y más atención a ella, en proporción, la separación de sus párpados también fue en aumento. Al final, parece que su suerte si fue afín con su personalidad.

Con estupor, Naeve no supo si interrumpir al enano directamente o esperar a que terminara de cantar para interrogarlo. La segunda opción era la más lógica y precavida, y aunque comenzó a mover los pies y a jugar nerviosamente con su cabello, intentando mantener su escasa paciencia a raya. Apenas el enano terminó, Naeve corrió hacia él y le tiró del chaleco.

— Oh ¿Ocurre algo, chiquilla? — Abrió mucho los ojos en cuanto vio por debajo de la capucha —. 'Bella' chiquilla — Añadió, hablando en un amplietano casi perfecto, pero lo insuficiente como para ocultar su acento teorinense.

— El chico del relato que acabas de cantar ¿lo conoces?

El enano suspiró.

— Solo lo vi una vez…

— Oh… discúlpame — Dio media vuelta, dispuesta a volver a hundir el tenedor en ese trozo de tarta que parecía no tener sabor.

— ¿Lo estás buscando… a ese chico? — Le preguntó el enano después de que ella se despidiera.

Naeve asintió, desganada.

— Viajé con él, aunque en ese entonces no sabía que lo buscaba…

— Está en la ciudad — Añadió el enano, lacónico.

Naeve detuvo su paso.

— ¿Seguro?

— Verás, chiquilla, yo también estoy intentando encontrar a ese muchacho.

— ¡¿Dónde está?! — Preguntó Naeve, ansiosa.

— Si lo supiera, ya habría ido con él.

Naeve ladeó la cabeza, como si su ánimo hubiese sido aquello que la sostenía.

— Ya veo…

— Intenté hablarle, pero huyó de mí.

Naeve se volteó, algo conmocionada, por lo que tardó un segundo en preguntar:

— ¿Por qué?

— Lo mismo me pregunto yo… — Replicó el enano, igual de desganado —. ¿Dijiste que viajabas con él? ¿No es de aquí?... ¿Eres su novia o algo así?

— Eh… En orden, sí, no y no, no soy su novia.

— Qué mal… Hubiese sido una buena historia — Naeve hizo la mueca de una sonrisa «Tal vez sí» —. Está bien si no me lo quieres decir, pero ¿podrías al menos decirme su nombre? — Preguntó el enano, cargándose su escudo en la espalda.

Naeve dudó un instante, pero no había nada de malo con que lo supiera.

— Cair Rendaral.

— Oh…

— ¿No es él?

— No, o no lo creo… El chico que busco recibe otro nombre — Dijo, pero luego murmuró algo en teorinense.

— No creo que me haya mentido.

— Concretamente, el nombre del príncipe de la región noroeste de Trobondir.

— Ah… — «Apenas alguien importante» Naeve frunció el ceño —. Bueno… — Su expresión volvió a decaer —. Al menos ahora tengo una pista — «Tremendamente ambigua por lo demás»

— Participará en el torneo Goliar.

— ¿Qué?

— Eso, participará en el torneo Goliar. Hablé con el encargado y me dijo que sí, que un chico de ojos blancos se había pasado por ahí — Replicó, orgulloso, mientras se rascaba el bigote rojizo.

— ¡Gracias! — Exclamó, tomándole una mano para agradecerle. Estaba tan emocionada por una pista más concreta, que tardó unos segundos en preguntarse por qué no se lo había dicho antes —. ¿Por qué no me lo dijiste?

— No tenía claras tus intenciones. Tampoco hubiese sido correcto por mi parte enviarle un asesino.

— Bueno… — Miró el cuchillo de casi veinte centímetros que pendía de su cinturón —. Viajo sola, es para defensa personal.

— Tal vez. Si lo encuentras, por favor búscame. Y si soy yo quien hace, te avisaré — Le tendió una mano —. Busquemos a ese tal Cair juntos. Hace tiempo que este caballero no sirve a alguien.

— Me parece un trato justo.

— Además, una mujer tan… — Miró el cuchillo —. Usted debería tener un escudo firme que la proteja.

— Tal vez — Dijo Naeve con una sonrisa. Él no sabía que la naturaleza era su escudo.

Por primera vez en bastante, Naeve sentía la seguridad de que estaba pronta a cumplir con su objetivo, quizás por la emoción del momento, pero había algo que le decía que, al fin, su búsqueda había tomado rumbo.

¿Un trobondinense para su causa? Su madre siempre decía que no había compañeros más fieles que los trobondinentes ¿y además enano? Parecía que por fin los celadores le sonreían.

Obviamente, esa noche no pudo conciliar el sueño hasta altas horas de la noche.

Apéndice

1.- Lanza zalashana: Lo único que las diferencia de las lanzas cortas, es que estas llevan un contrapeso en el extremo opuesto al filo, generalmente de plomo.