«Desde que había iniciado mi aventura hasta ese punto ya me había ganado un buen par de títulos que posteriormente muchos usarían para referirse a mí, pero he de reconocer que, cada vez que alguien me llama por el que me gané ese día, un escalofrío me recorre toda la médula como un recordatorio de lo que es capaz de conseguir cuando no se tiene en cuenta la moral o los principios»
Hakmur apretó la empuñadura de su hacha y, acompañado de un grito, la descargó con brutalidad sobre el tipo que tenía frente a él, lanzándolo varios metros en el aire hasta que chocó con los adarves de la muralla y cayó sobre varios de sus compañeros, a los que el elfo de la Facción del Grajo decapitó, pasando sobre ellos como un fugaz destello que hizo crepitar el aire a su alrededor. Pero su ataque no terminó ahí. Cómo si fuesen completamente conscientes de los movimientos del otro, el enano se interpuso en su camino y ambos se cogieron por los brazos, entonces el enano aprovechó la inercia del movimiento para lanzarlo en dirección al puente, pasando entre otros tres sujetos que inmediatamente fueron empalados por unas picas de piedra que emergieron del piso mientras el elfo se movía de lado a lado, lanzando una docena de cabezas al aire. Esos eran los miembros de la Facción del Grajo que él se imaginaba, personas capaces de lograr lo irracional, personas capaces de alzarse frente a un ejército y salir victoriosos aun estando solos.
Mientras los del Grajo hacían sus cosas, Hakmur bloqueó una flecha con su antebrazo que, aunque cubierto únicamente por su ropa, no logró enterrarse en su piel y cayó al piso sin siquiera sangre en su punta. El arquero lo miró aterrorizado, de un momento a otro había entendido porqué todos en el campo de batalla lo estaban evitando, pero ese instante no le valió para escaparse del flechazo que lo atravesó y lo arrastró por diez metros antes de quedar ensartado en una pared de piedra junto a sus compañeros, uno de los cuales, un humano, considerable tantoriano por su tamaño más parecido al de un ielidar, levantó su mangual para enfrentarlo, pero Hakmur no le dio tiempo a actuar, pues en el momento, sacó de su aljaba dos fechas que lanzó simultáneamente a las piernas del tipo, quien cayó de rodillas antes de recibir un hachazo que cortó desde su hombro hasta su ombligo, dejando caer todas sus vísceras al suelo e inundando el suelo con su sangre.
Hakmur sintió lástima. No importaba quien fuese el que estaba bajo su hacha, morir de esa forma era denigrante y lo mínimo que él podía hacer para compensarlo era dedicar unos segundos de su consciencia a ofrecerle sus oraciones.
Sin interrumpir la ceremonia de sus pensamientos, Hakmur levantó la cabeza para mirar hacia abajo a los tres que quedaban, quienes dejaron sus armas en el piso y levantaron los brazos, momento en el que Hakmur los entregó a un par de guardias que los esposaron y se los llevaron. Mientras, él busco a sus alrededores nuevos combates a los que unirse, pero en esa zona la moral de los invasores ya había decaído lo suficiente como para que iniciaran su retroceso, lo que, sumado a los esfuerzos de los miembros de la Facción del Grajo, había instado y envalentonado los demás defensores, quienes empezaron a avanzar hasta recuperar parte de la primera manzana de la ciudad, restando únicamente el segmento correspondiente al portón propiamente tal; probablemente el más complejo de recuperar, ya que había varios asaltantes lanzando cargas de rayo desde lo alto de las dos torres junto a la entrada.
Ciertamente el plan de Sian había funcionado a la perfección; los invasores habían salido exactamente por los puntos que había señalado Zean y exactamente en los números que había mencionado, por lo que entregar la entrada directamente y usar las torres como distractor para iniciar un avance desde el interior de la ciudad había sido una estrategia brillante, gracias a ello, las bajas se habían reducido enormemente y, aunque ya habían perdido las torres, era evidente que pronto las recuperarían sin demasiados problemas, menos considerando que aún estaban ahí los dos cuervos, quienes rápidamente se abrieron paso entre los asaltantes para llegar a la torre.
Hakmur esquivó un pedrusco que cayó cerca suyo y, decidido a acabar con el último tramo rápidamente, empuñó su hacha con ambas manos y gritó para iniciar una carga contra una de las torres. El enano, Yolgnir, utilizó su magia para sellar la entrada a la ciudad con una serie de picas de roca que se proyectaron desde el piso, no definitivamente, pero estorbarían el tiempo suficiente como para que ellos recuperaran ambas torres. Hakmur embistió la puerta de madera de la entrada de una de las torre, arrastrando consigo a dos tipos a los que aplastó contra la pared y abriéndose paso hasta el interior. Era la primera vez que veía una de esas torres por dentro, así que dedicó sus primeros segundos en el interior a observar las escaleras que ascendían en espiral por los costados hasta lo alto de la torre. Sin perder tiempo e ignorando a los demás asaltantes que defendían ese primer piso, Hakmur empezó a subir con otros dos soldados a sus espaldas, uno de los cuales rápidamente se posicionó para apoyar a sus demás compañeros con flechas. Los escalones de madera crujieron con su peso, tan fuerte que Hakmur creyó que se romperían y él caería hasta el fondo, pero para su suerte no fue así, al menos no para él, ya que un corpulento sujeto cayó hasta el primer piso después apoyar su pie en el primer escalón y romperlo. Al llegar arriba, lo primero que Hakmur sintió fue una punzante descarga de electricidad sobre su cuerpo, la que entorpeció sus movimientos, pero no fue capaz de mandarlo abajo a pesar del estrepitoso sonido que emitía el ataque. Dos tipos intentaron alcanzarlo con sus lanzas y otros tres lo apuntaron con sus arcos, a lo que Hakmur respondió con un grito y plantándole un puñetazo a uno de los lanceros que lo lanzó fuera de la torre. Las flechas revotaron en su cuerpo y la lanza que logró alcanzar su pecho solo consiguió marcar un rasguño del que ni siquiera salió sangre, momento en el que Hakmur descargó su hacha contra el sujeto y lo mandó a volar hasta el fondo del desfiladero al otro lado del puente, ya que la electricidad había entorpecido su motricidad y él no consiguió voltear su hacha para darle con el filo. El tipo que había subido con él acabó con uno de los arqueros y los otros dos que quedaron arriba simplemente alzaron sus manos y se arrodillaron.
Abrumado por la culpa de más asesinatos, Hakmur se acercó a la orilla de la torre para intentar visualizar el fin del combate. No lo encontró, por lo que sin decir nada, bajó de la torre, observando como los soldados lo miraban con admiración y le dedicaban emocionantes palabras de aliento.
Bajo el umbral del portón y sin perder de vista a los invasores que avanzaban por el puente, Denian retrocedió y antes de que Hakmur pudiese seguirlo con la vista, el elfo estaba de pie a su lado con su hoja gemela apoyada en el hombro. Yolgnir también se acercó a él, pero avanzando sin prisa, arrastrando su hacha y su martillo en el piso. Los defensores a su alrededor continuaban combatiendo a los invasores que quedaban en el interior con evidente cansancio en sus cuerpos, blandiendo sus espadas como si sus brazos estuviesen colgando de sus cuerpos sin fuerza alguna, pero aun logrando mantener el control de la zona y sin tardar en establecer su posición en la entrada. Si bien todavía los esperaba un ejército completo al otro lado del puente, más de los que Hakmur pudo haber imaginado, sí era cierto que habían conseguido estancar su avance y los invasores ahora habían adoptado un enfoque más defensivo, probablemente a la espera de refuerzos, y es que, aunque había buenos guerreros entre sus filas, algunos al nivel de un Agmhere, la mayoría de ellos habían sido aniquilados rápidamente por los dos cuervos como si no fuesen más que un par de kobolds blandiendo porras al inicio del combate.
Hakmur entendió algo en ese par de horas que estuvo combatiendo codo a codo con ambos cuervos, y es que haber ganado el torneo Goliar no representaba un precedente fiel sobre su habilidad, pues si cualquiera de esos dos hubiese combatido sobrio, él muy probablemente no ostentaría el título en esos momentos. Pero a ellos no parecía importarles nada, como si no hubiese nada más allá de su trabajo y las uvas fermentadas.
El elfo hizo un gesto para que retrocedieran hasta una de las tiendas en las que atendían a los heridos que se habían instalado cerca de.
— Es increíble que haya tantos… — Comentó Denian, sentándose en una pila de escombros junto a la entrada de la tienda, exhalando con fuerza. Se volteó hacia unos guardias que estaban avanzando para apoyar la defensa —. ¿Qué hacen aquí? — Les preguntó retóricamente —. ¡Vayan a defender la otra entrada si no quieren que la mandemos abajo!
Nerviosos, todos empezaron a moverse en círculos hasta que uno que parecía de mayor rango los ordenó, le asintió con la cabeza al elfo y encaminó al grupo hacia la entrada. Después de verlo moverse en el campo de batalla y cantar órdenes como si fuese para lo que estaba destinado, era normal que ese elfo de cabello negro hubiera generado cierta autoridad.
— ¿No deberíamos ir nosotros? — Preguntó el enano, cogiendo una piedra y lanzándola a un lado para sentarse en un bloque de piedra, probablemente parte de alguna muralla —. Parece que aquí va todo demasiado bien.
— Si nos vamos empezarán a avanzar — Replicó el elfo —. Así que nos quedaremos aquí hasta que aparezca el jefe final.
Hakmur arqueó una ceja.
— ¿Crees que hay más? — Preguntó él, observando uno de los cadáveres de los que habían sido los más fuertes frente a la tienda.
Denian recibió una cantimplora de manos de un druida y le pegó un buen trago.
— Podría apostar a que sí. Ya se habrían ido si no fuese el caso — Apoyó una punta de su hoja gemela en el piso y la otra en su hombro —. Zean dijo que había once bichos gordos — Con su dedo, fue saltando de un cadáver a otro en medio del campo de batalla, deteniéndose para apuntar a uno de los oponentes más poderosos que habían enfrentado, un hechicero del rayo y hielo humano que fue capaz de batirse contra Denian de forma más o menos pareja —. Parece que ese era uno… estaba ahí con un Alto Obliterador, seguramente ese tal Yhom del que nos habló Zean.
Aunque el combate estaba en pausa, era increíble que pudiesen hablar con tanta tranquilidad en medio del caos. Tampoco es como si les fuesen a decir algo sus aliados, ya que ellos habían sido los únicos que no se habían parado a descansar, aun cuando llevaban ahí desde el inicio del combate y ya se asomaba el sol del nuevo día.
— ¿Quedan diez más cómo él? — Preguntó Hakmur, ya que él no recordaba haber oído esa mención, aunque probablemente hubiese sido porque estaba algo distraído.
El elfo se limpió la sangre de la cara.
— No creo que al mismo nivel que él, pero seguramente estarán cerca de un Obliterador de los chiquitos — Denian se frotó las manos. Aunque parecía contento y emocionado, sonreía con malicia —. Y si quien los dirige tiene un mínimo de inteligencia, enviará unos cinco aquí y los tres que quedan a la entrada principal.
— ¿Y los otros dos? — Preguntó Yolgnir —. No sabía que eras tan bueno con las matemáticas.
Denian frunció el ceño.
— Yo acabé con uno y el nuevo con otro.
Yolgnir asintió con la cabeza.
— Parece que Jael lo entrenó bien — Miró a Hakmur —. Parece que hemos tenido buenas inclusiones.
El elfo le dio una palmada en el hombro.
— Muy buenas — Se volteó hacia el otro extremo de la ciudad —. ¿Por qué hay tanto vapor? — Negó con la cabeza y lo miró —. ¿No quieres entrar en el grupo, Hakmur?
Hakmur echó la cara hacia atrás, sorprendido.
— No creo que mi estilo de vida vaya con lo que hacen ustedes — Aunque técnicamente ya formaba parte de él, pero la labor del joven Cair parecía estar más ligada a la aventura, lo que le evocaba cierto sentido de familiaridad.
Denian levantó las manos y las dejó caer.
— Esto es culpa de Estran. Por su culpa todos creen que somos asesinos — Se dirigió hacia él nuevamente —. ¿No te lo dijo Cair?
— Él dijo que era nuevo, así que no hablaba por el grupo.
Yolgnir volvió a asentir con la cabeza.
— Solo responde por sí mismo, eso es bueno.
— Bah — El elfo hizo un gesto con la mano —. Aunque bueno, generalmente sí, hacemos de asesinos, pero no porque se nos pague por hacerlo. Si entendieras los motivos que hay por detrás, de seguro te enorgullecerías — Se levantó súbitamente —. ¡Eh! — Le gritó a uno de los invasores que intentó pasar por encima de la empalizada que había formado el enano con su magia para proteger la tienda.
Al tipo se le cayó la cara en cuanto los vio a los tres ahí, momento en el que uno de los soldados le atravesó el pecho con una lanza.
Hakmur levantó la cabeza y observó el amanecer. De alguna forma se habían pasado toda la noche combatiendo, y aunque el tiempo no parecía ir acorde con su percepción de este, al gélidar le sorprendió llegar hasta esa ventana de tranquilidad con el apogeo refriega al otro lado de la ciudad ¿Estarían bien los demás? Después de todo, se suponía que el joven Cair debía estar con ellos en esos momentos, pero no había ni rastros de él.
— ¿De verdad no deberíamos ir a ayudar? — Preguntó Yolgnir, observando la neblina que se hacía levantado en la entrada principal de la ciudad.
— Que no, hombre — Replicó Denian —. Puede que no lo parezca o no te hayas dado cuenta, pero no es que la batalla haya terminado aquí, aunque tengamos esta pequeña ventana mientras ambos bandos se reorganizan — Se encogió de hombros —. Ahora mismo somos como espantapájaros, no porque los cuer… qué mala analogía iba a hacer… ehm… bueno, dejémoslo en que si nos vamos, no tendremos la certeza de que estos bastardos no lograrán en entrar.
— ¿Y si va a ayudar uno de nosotros? — Preguntó Hakmur.
— Puede que no lo parezca, pero yo y Yolgnir ya estamos sobrecargados — Dijo el elfo.
Hakmur abrió los ojos con estupor.
— No lo parecía.
Denian volvió a encogerse de hombros.
— Sobrecarga e inflamación de asfaxis — Mencionó el elfo —. Yo estoy en mi límite — Señaló a su compañero —. Él no, te sorprendería su capacidad mágica, pero igualmente sería mucho para uno solo de nosotros ¿Tú no estás cansado?
— No realmente.
Yolgnir frunció el ceño por un segundo, pero luego pareció darse cuenta de algo y lo apuntó con el dedo, pero no dijo nada.
Hakmur se alejó del grupo un segundo para darse el tiempo de rezar por quienes habían caído bajo el filo de su hacha, para saborear la sangre en su boca e intentar sentir ese cansancio del que se había vuelto tan ajeno como una forma de honrar a quienes ahora estaban siendo enjuiciados por los celadores, pero su intento de alejar su preocupación de la batalla y llevar a cabo su culto fue interrumpido por una serie de murmullos que empezaron a hacer eco en el aire, por lo que Hakmur se volteó hacia los dos cuervos, a quienes no encontró en su sitio.
Hakmur frunció el ceño y se volteó para seguir las miradas de los demás, encontrándose con una enorme cortina de lo que parecía ser vapor, cubriendo la mitad opuesta de la ciudad y avanzando hacia ellos como una avalancha. Preocupado, se dirigió hacia el interior de la tienda, donde encontró a ambos miembros de la Facción del Grajo charlando con el que parecía ser un capitán.
— ¿Ocurrió algo fuera? — Le preguntó el elfo.
— Venid a verlo — Dijo Hakmur.
El enano arqueó una ceja y se apresuró en salir.
— Denian, ven — Lo llamó inmediatamente.
Preocupado, el elfo se acercó al trote y levantó la cabeza para dirigir su mirada hacia el otro extremo de la ciudad. Su expresión fue rotunda y sin decir nada más, le pidió al enano que se quedara y partió corriendo en la dirección de la que provenía el vapor.
Yolgnir también lo miró con la misma preocupación que su compañero.
— Ve tú también.
Su cuerpo repentinamente dejó de sentir el peso del agua en su ropa; el enfrentamiento entre el frío del ambiente y el calor de su cuerpo había culminado con esta última como la sensación predominante mientras el viento azotaba su frente en un intento desesperado por apaciguar su fiebre. Pronto, el siseo que lo llevaba persiguiendo prácticamente desde el inicio del combate empezó a hacer eco en su cabeza hasta volverse tan intenso que era todo cuanto sus oídos eran capaces de percibir, o mejor dicho, todo lo que sus oídos querían percibir.
Por alguna razón Cair se había quedado pasmado justo bajo el marco de la puerta de la torre de vigilancia de la guarnición, con su mirada perdida en los bloques de piedra húmedos de las paredes, pero sin prestarles atención realmente. En un acto de puro reflejo, Cair levantó su mano y tomó la flecha que pasó frente a su cabeza desde arriba, la miró y la apretó con fuerza hasta que la madera se carbonizó y la flecha se partió en dos, siendo el sonido de su punta al tocar el piso un pequeño paréntesis en ese ensordecedor sonido que consumía sus oídos.
Por alguna razón estaba enojado, tan enojado que, sin buscarlo, las llamas se manifestaron alrededor de su mano mientras él apretaba los dientes, entonces, subitamente se volteó hacia el arquero en lo alto de la torre y le clavó la mirada para posteriormente lanzarle una bola de fuego con toda su fuerza, la que le dio de pleno en la quijada y lo levantó un par de metros antes de mandarlo al fondo de la torre, donde Cair lo cogió por el cuello de su chaqueta y lo levantó, pero ya estaba muerto.
Rabia. Esa emoción era la única que ocupaba su mente en esos momentos, tan grande como jamás habría creído posible, tan agobiante que su cuerpo entero resentía ante la intensidad de su rencor. Se volteó, presente una pequeña parte de su consciencia racional en la irracionalidad de las que serían sus acciones de ahí en adelante, en lo impulsivos que se volverían sus movimientos a partir de ese punto. Pero no por nada así lo había pactado. Ese era el momento, esas eran las circunstancias que él, en su día, había decidido imponer como las necesarias y ahora solo podía dejarse llevar con la esperanza de que fuese suficiente.
Como todos sus movimientos, Cair se volteó repentinamente, para encarar a los dieciocho sujetos que lo rodeaban, a los que ni siquiera se detuvo a contar, pues de alguna forma era consciente de que eran dieciocho de ellos. Eran muchos, demasiados para un único hombre, pero la racionalidad no era la cualidad predominante en él en esos momentos, por lo que, encolerizado, Cair saltó directamente hacia ellos, moviéndose tan ligero como una pluma, pero tan contundente como un yunque de acero, esquivando sus armas como si las rutas que trazarían fuesen líneas predecibles que seguían trayectorias fijas hacia su cuerpo, como si las aperturas y los puntos vulnerables de sus oponentes fuesen focos centelleantes hacia cuyos centros se dirigían otro par de líneas imaginarias que determinaban la trayectoria que tenía que seguir su espada. Su intuición le advertía a gritos sobre todos y cada uno de los peligros que acechaban su presencia, por lo que Cair se dejó llevar por sus instintos desatados y esquivó con el movimiento preciso una descarga de rayo que dio contra el último de sus enemigos en pie.
La sangre se evaporó de su cuerpo y alrededor de sus botas, formando un grotesco círculo carmesí a su alrededor, marcado por los cadáveres destrozados de los que le habían hecho frente y la cortina de vapor que manaba de su piel.
El hechicero parecía alguien familiar, un imbécil que le evocó tanta rabia que la empuñadura de su espada empezó a fundirse con su mano y ante el cual su cuerpo entero se tensó, pudiendo sentir de antemano el pellejo de ese bastardo entre sus manos.
En lo que fue una milésima de segundo, el hechicero acortó distancias con él mientras el aire crepitaba a su alrededor, en un movimiento inhumanamente rápido, tan rápido que incluso la electricidad tardó más en dispersarse que su cuerpo en cubrir la trayectoria entre ambos, pero tan lento como un río de lodo ante sus ojos. Aun así, no se molestó en esquivarlo, simplemente afirmó su postura y bloqueó la predecible trayectoria de su espada con su antebrazo para luego trazar un feroz arco y separarle las piernas del cuerpo. Antes de que cayera al piso, Cair aprovechó la inercia del movimiento para dar un giro y lanzar su cabeza contra sus aliados. No hubo satisfacción alguna. Por el contrario, Cair se encorvó y se miró las manos, completamente tensas y temblando debido a la frustración que le había provocado acabar con ese hijo de perra sin gastar un ápice de la fuerza que envolvía su cuerpo en forma de llamas que alejaban cualquier gota de agua que se acercase a él.
Alejado de cualquier principio de calma y apatía que profesaran las enseñanzas de su abuelo, Cair desvió su atención hacia un callejón justo al lado de la casa en la que se habían escondido los niños e inició su carrera hasta allí, resbalando sus botas en los lisos adoquines antes de encontrar una posición para impulsar su cuerpo, escondido entre la niebla. Embistió a un tipo contra una pared y le hundió la cabeza de un puñetazo antes de que gritara, se volteó y cortó el mástil del arma, la coraza y el torso de otro malnacido de un único ataque, despedazando su rostro al retirar su espada.
— ¡Demonio! — Gritó un sujeto, abalanzándose sobre él con su lanza en punta.
Cair carbonizó el mástil de la lanza y le atravesó la cabeza desde el mentón hasta la frente, dejándolo caer como si fuese un muñeco de trapo antes de abalanzarse contra otro sujeto y atravesarle el pecho, ignorando completamente la gruesa armadura de placas que llevaba, como si el metal fuese mantequilla caliente. Sin saber bien por qué ni qué, comenzó a hurgar en todas las esquinas con creciente ansiedad mientras llamaba a Gyania con proliferantes gritos, ignorando la presencia de todos los enemigos que encontró en su camino, preocupado, desesperado y angustiado por no saber qué estaba haciendo. Sus dientes rechinaron y el siseo a su alrededor se intensificó una vez más mientras sus manos se desvanecían en ese denso abismo de niebla que lo consumía por completo. Sus brazos ardían, sus hombros también, sus piernas, por todo su cuerpo el fuego encontraba una salida por la que enfrentarse a su eterno enemigo, el agua, mostrando la manifestación más caótica de ese elemento tan volátil y rompiendo con el equilibrio entre sus dos peligros, pues en ese momento, con el maná entrando a raudales a su cuerpo y su propia carne como combustible, el peligro de apagarse no era más que una suposición y el de propagarse una certeza. No le prestó atención. Ese fue un instante de racionalidad que desapareció en la medida que los recuerdos de los eventos recientes afluyeron a su cabeza una vez más, abrumándolo, instándolo a avanzar. Las llamas se intensificaron una vez más, intentando ganar la batalla de supremacía que tenía con la ciudad.
Eufórico, Cair se adentró en una manzana y sintió frente a él a una veintena de sujetos que saqueaban las casas de los alrededores, una imagen que encendió su fervor y lo obligó a arremeter directamente, nuevamente ignorando los números; moviéndose entre la niebla sin usar sus ojos para encontrar a sus enemigos. Saltó hacia uno de ellos, le lanzó un corte en las piernas, cercenándolas, pasó detrás de él y lo cogió por el cuello de la camisa para lanzarlo contra otro, par sobre el que se abalanzó y, de una voltereta los decapitó a ambos. Sin perder impulso y moviéndose frenéticamente, Cair se cogió de la rama de un árbol antes de tocar el piso y se valió de la inercia para lanzarse hacia arriba y desatar una explosión que, a pesar de la humedad, calcinó a otros tres sujetos que se apresuraron en interceptarlo; apoyó las piernas en la pared de una casa y se impulsó en dirección a otros dos sujetos que no fueron alcanzados por la explosión. Sus botas se deslizaron en el suelo, él aprovechó la fuerza del movimiento para dar un salto y de una voltereta decapitar a ambos, refrenando junto a un tercer sujeto que estaba detrás de ellos y reventándole la cabeza contra un banquillo de piedra, del que cogió un bloque y lo arrojó contra un cuarto tipo que iba hacia él con su lanza zalashana en punta; Cair tomó la lanza cuando pasó junto a él, la levantó para darle con el contrapeso, la apoyó en el costado de su hombro y jaló del extremo para utilizar la Fuerza de Petere(1) a su favor, arrancándole la cabeza de tajo y partiendo la lanza. Arrojó el extremo de la lanza a la visera del yelmo de un quinto que cayó de rodillas al instante, lo cogió por la parte inferior de su coraza y lo azotó contra el suelo.
— ¡DÓNDE ESTÁ! — Vociferó a todo pulmón, desmoralizando a los otros diez tipos que se habían agrupado frente a una capilla.
— ¡Sal de donde te escondas, demonio! — Le gritó devuelta alguien.
Frustrado ante su estúpida afrenta, Cair rabió y lanzó puñetazos al piso hasta que sus nudillos sangraron, entonces levantó la cabeza súbitamente, el siseo se intensificó para esconder su rabieta y sus ojos anaranjados pegaron un chispazo que se disipó en el aire.
A lo lejos, una manzana se desprendió de su árbol e inició su caída hasta el suelo.
Inconsciente de lo que había hecho y cegado ante la ansiedad por acabar con la vida de esos malnacidos, Cair desató una explosión en medio de ellos, lo que los obligó a dispersarse y densificó la niebla a su alrededor. Emergiendo de entre la niebla como un cazador en su ambiente afín, Cair cogió al primero de ellos por la cabeza, quien en su intento desesperado por salvar su vida, le enterró su hacha en el hombro. Cair apretó los dientes y descargó su magia hasta que su puño se cerró y solo quedó carboncillo en su mano. Antes de que su víctima cayera al piso, pateó su cuerpo hacia otro de sus enemigos y, sin quitarse el hacha del hombro, embistió a ese segundo objetivo, cuando salió despedido en dirección contraria, Cair dio una zancada para mantenerse cerca de él y, dando una media vuelta, cortó a través de su armadura y su carne, sin siquiera sentir la resistencia de sus vértebras, como si estuviese cortando el aire. Absuelto de cualquier dolor, retiró el hacha de su carne y se la lanzó a su tercer objetivo, la que se enterró en su pecho, ignorando su armadura, empujándolo varios metros hacia atrás hasta que desapareció en la niebla. Cair rodó por el piso debido a la potencia de su movimiento anterior hasta chocar con la pared de la capilla, impacto que provocó que el vitral que estaba justo por encima de él se rompiera en pedazos, pequeñas esquirlas que se enterraron en su espalda. Lo ignoró.
Cair sintió la débil repercusión de la manzana al tocar el suelo y cuando levantó la cabeza para continuar con su ataque se encontró con un único sujeto que cogió su cuchillo y se dispuso a enterrárselo en el cuello. Cair se apresuró en saltar hacia él y lo cogió por la tráquea antes de que lograra su cometido.
— ¡DÓNDE ESTÁ! — Le gritó a la cara, quemando su carne con las llamas que envolvían su cuerpo y el vapor que manaba de este como una tormenta. Con los ojos desorbitados, el tipo intentó decir algo —. ¡DÓNDE! — Le repitió, enterrándole los dedos hasta rodear su tráquea con los dedos —. ¡DÓNDE! — Sus mano se cerró. Cair gritó al cielo, lanzó el cuerpo hacia adelante y volvió a levantar la cabeza para desafiar a los mismísimos celadores —. ¡¿POR QUÉ ME HACEN ESTO?!
¿Por qué su padre no había sido capaz de evitar todo aquello?
En el exterior el aire crepitaba y en el interior las murallas se remecían al compás del combate que tenía lugar en la ciudad, su ciudad. Los sollozos de quienes eran su pueblo poco a poco iban calando en su mente, impacientándola y presionándola hasta que simplemente cayó de espaldas en una esquina, incapaz de sostener el peso de su pequeña varita y donde llevaba desde que la habían salvado, o eso creía ella, pues ante el constante asedio de llanto de tanta gente, ella simplemente se perdió en el tiempo ¿mucho o poco? No importaba, pues únicamente tenían lugar en su cabeza los pensamientos más pesimistas con respecto a su situación, donde sí parecía existir el tiempo.
¿De verdad en algún momento había creído que una única persona podía jurarle seguridad? ¿De verdad había sido tan ingenua como para tener esperanza? ¿De verdad se había creído lo suficientemente fuerte como para participar en la defensa de su ciudad? Si no fuera por ese enano de cabello rojizo y esa druida de cabello verde, muy probablemente ella hubiese muerto en el campo de batalla sin siquiera haber sido capaz de canalizar una vez su magia. Estúpidamente se había envalentonado con la única referencia de sus capacidades puesta en la expedición a un bosque, olvidando completamente que dónde mejor estaba puesto el miedo, era precisamente en las personas y que ella nunca fue tan valiente como se había creído, porque para ser valiente, primero había que tener miedo; y ahora que lo tenía, lo único a lo que atinaba era a estar postrada ante él, temblando y sollozando.
Dejaron caer a un herido sobre un lecho improvisado justo frente a ella, lo que la hizo soltar un grito y arrinconarse aún más. El tipo tenía todo su brazo izquierdo completamente deformado y con la carne como si estuviera brotando de su cuerpo. Ella, al ser incapaz de soportar la presencia de esas heridas, se levantó y se dispuso a salir de la habitación, recién dándose cuenta de la cantidad de cuerpos que estaban en la sala. Su corazón empezó a latir a mil ¿Qué haría si entre esos rostros encontraba a alguno de los miembros de la Facción del Grajo que conocía, a Hakmur o a Cair? Empezó a respirar compulsivamente mientras intentaba examinar los difusos rostros uno a uno, apartándose torpemente del camino de los médicos que atendían sus horrendas heridas, temblando de frío, aun cuando tenía calor y estaba sudando. Finalmente acabó por salir de dicha habitación, encontrándose con otra exactamente igual al otro lado del pasillo, con una centena de cuerpos, algunos completamente quietos, otros gimiendo y otros gritando de dolor. Gyania se llevó las manos a los oídos y se fue contra la pared con el estómago hecho un revoltijo. Pasó un rato hasta que fue capaz de reunir la fuerza para seguir revisando los cuerpos ¿Y si Cair realmente estaba ahí? Tuvo que cubrirse la boca para no vomitar, finalmente fue incapaz de cruzar el umbral hacia esa habitación.
¿Qué debía hacer ella ahora? Se sentía incapaz de actuar e inútil por no ser capaz de hacerlo. No había esperanza, no habría milagros ni tampoco elegidos por los celadores, el mundo obraba bajo un sinfín de aleatoriedades que un único siempre sería incapaz de liderar y mucho menos de cambiar. Torpe e idealistamente había creído por un instante que las fantasías de los libros y las leyendas sí podían manifestarse en la realidad en estricta obediencia de los más esperanzados; tristemente había decidido confiar en la sombra de los personajes que ella más idolatraba, tristemente había decidido confiar en un paladín blanco por ceñirse a los estereotipos del héroe que ella misma había creado en un estúpido afán de fantasía y absurdo optimismo. Ahora solo restaba responder a una pregunta ¿Prefería morir antes, durante o después de ver a su ciudad caer?
En respuesta a la formulación de dicha pregunta en su cabeza, una presencia increíblemente opresiva hizo acto de presencia en el lugar, obligándola a ella a bajar la cabeza con las piernas lánguidas, incapaces de mantener su peso. Ella no fue la única, varias personas y soldados también bajaron sus cabezas e incluso algunos hincaron sus rodillas en el suelo ante esa presencia tan abrumadora. Enseguida, los niños y algunos ancianos empezaron a llorar, aterrados por algo que nadie estaba viendo. Preocupados, los guardias que se movían de habitación en habitación dejaron de lado sus labores, se miraron los unos a los otros y se agruparon, temblorosos, para dirigirse hasta la entrada del consejo.
Gyania, obviamente, movida por su curiosidad como único motor de sus piernas, los siguió, escabulléndose detrás de ellos hasta llegar a la entrada del consejo, donde se escondió detrás del umbral e intentó ver qué ocurría, dejándose caer de rodillas ante el miedo paralizante que frenaba su cuerpo.
Por alguna razón había una densa niebla fuera, pero aun así pudo entrever a los soldados formando rápidamente una fila y apuntando con sus armas a un recién llegado, escondidos detrás de Alexander, a quien por primera vez veía con el cabezal de su maza en las manos y no en el piso, pero todavía charlando tranquilamente con el personaje frente a él.
— … Se la han llevado — Creyó oír por parte del viejo cuervo.
En medio de la niebla solo destacaba una figura, envuelta en llamas y moviéndose exageradamente mientras gritaba, una figura fácilmente reconocible para ella por sus facciones angulosas y su larga cabellera negra.
— ¡¿CÓMO PUDISTE DEJARLA?! — Le increpó Cair, empujando hacia atrás a todos los soldados únicamente con su voz, con sus ojos al rojo vivo mientras liberaba una ráfaga de vapor a su alrededor.
Ahora su corazón latía aún más fuerte. Ella sonrió y sintió como todas sus esperanzas se renovaban. Él estaba vivo. Pero rápidamente su emoción fue consumida por el miedo ¿Qué había pasado con su presencia tranquilizadora? ¿Qué había ocurrido con su aspecto gentil? ¿Qué había ocurrido con sus hermosos ojos blancos?
Después de soltar un grito de rabia, Cair desapareció inhumanamente rápido entre la niebla, con el fuego, imposiblemente hostil, rodeando todo su cuerpo y liberando una salvaje ráfaga de vapor a su alrededor.
Alexander le ordenó a los soldados que lo siguieran y partió en la misma dirección que Cair.
¿Qué había ocurrido? ¿A quién se habían llevado? ¿Por qué Cair estaba tan alterado? ¿Por qué se estaba quemando? Un sinfín de preguntas surgieron en su cabeza cuando una única posibilidad se alzó como la más evidente, momento en el que Gyania abrió los ojos como platos y se levantó con una única pregunta en su cabeza:
¿Por qué no estaba usando su Luz?
Ya era incontrolable. En su minúscula parte aún racional, él lo reconocía: Había matado a muchos sin remordimiento alguno… e importaba una mierda.
Cair atravesó el escudo de metal de un sujeto con su mano y le fundió el yelmo en la cabeza, cogió el escudo y lo usó como bate para golpear a otro tipo que apareció en la esquina justo frente a él. El batazo hizo eco en toda la calle y el tipo salió despedido hacia adelante, rebotando en el suelo dos veces antes de chocar con un árbol y partirlo por la mitad. Dejó caer el escudo al piso y alzó la mirada para encarar a la hueste que avanzaba por la calle principal, quienes, al encontrarse con sus furibundos ojos anaranjados tras aligerarse la niebla entre ellos, empezaron a huir despavoridos en dirección contraria, dejando sus armas en el suelo mientras volvían sobre sus pasos, aterrorizados.
Cair se quedó boquiabierta, observando como sus enemigos se retiraban, dejando de lado las consecuencias de sus actos, intentando librarse de la única rectitud que suponía su castigo, liberando más llamas mientras su ceño se fruncía lentamente.
Apretó la empuñadura de su espada ahora parte de su cuerpo y siguió avanzando por la avenida principal, cortando y limpiando manzanas enteras de enemigos, cortando sus armaduras como si no fuese más que una decoración sobre sus cuerpos, asesinando a diestra y siniestra sin ningún pensamiento más en su cabeza. Simplemente no podía parar, cada enemigo dentro de su neblinosa área de control era un destino obligatorio para su espada sin filo.
No analizaba.
No razonaba.
No tenía control.
Simplemente era un hechicero del fuego sumido ante la más dominante de sus emociones con el ligero detalle de que este podía proveerle combustible infinito a sus llamas. Él era el horno y el carbón, una tormenta, el que buscaba convertirse en la piedra angular de su victoria inconscientemente; un hereje que había aceptado un pacto profano, sediento de impropia venganza, buscando desahogar la insignificante frustración que había acumulado. En algún momento, su cruzada pasó de ir en pos de la rectitud a anhelar la sangre bañando su espada. Porque un mundo sin problemas no lo había vuelto un ser compasivo como él lo creía, simplemente había adelgazado el filtro de la experiencia que debía contener sus emociones, manifestado en él como un simple hilo que ya se había cortado. Un perjuicio de aquel que parecía virtuoso en todo sentido. Casi un presagio.
Como un desafío ante su avance, la entrada principal de la ciudad se desmoronó tras una explosión, casi enterrando a Cair bajo una pila de escombros y obligándolo a retroceder por primera vez desde que su cuerpo se había envuelto en llamas, oponiéndose el polvo en contra de su niebla. Más que un reto, esa escena era una ofensa de pura cobardía.
Cair abrió la puerta de una de las torres de una patada y corrió por los escalones hasta llegar a lo alto, donde se acercó a los adarves y siguió con su mirada a los bastardos que huían por el puente como las sabandijas que eran. Sonrió, pero de frustración ¿De verdad después de todo el daño que habían causado creían que saldrían impunes?
— Y una puta mierda — Masculló antes de lanzarse desde lo alto de la torre hasta el puente, emergiendo de entre la niebla con la estela flameante a sus espaldas, atenazando sus músculos para extraer de ellos hasta la más mínima gota de fuerza, con sus ojos brillando tan intensamente como una barra de metal candente.
No importaba si sus enemigos iban acorazados hasta los dientes o en simples parches de cuero, no importaba si él usaba sus puños o su espada para acabarlos, no importaba si se detenían a enfrentarlo o intentaban evitarlo, él simplemente avanzó por el puente, embistiendo a todo el que se cruzara en su camino y arrojándolo al fondo del desfiladero, ignorando las lanzas y las flechas que alcanzaban su cuerpo, hundiéndose en su carne hasta alcanzar sus huesos; él utilizó toda su fuerza sin distinción ni discriminación mientras rugía a cada paso hasta que finalmente rodeó el Amhde'ia, llenando los escalones de sangre y cuerpos carbonizados.
— ¡¿QUIÉN ERES, DESGRACIADO?! — Gritó un tipo vestido en pieles, posándose de en medio del camino, apuntándolo con una lanza negra de filo dorado mientras todos los demás huían despavoridos —. ¡TE HICE UNA PREGUNTA!
Cair frenó su carrera y caminó lentamente hacia él sin pestañar una sola vez, deteniéndose justo frente a él para mirarlo hacia abajo mientras veía como el vapor quemaba su piel, pero lejos de amedrentarse, el tipo mantuvo su semblante desafiante y le volvió a gritar a la cara:
— ¿Dón..?
— ¡TE HICE UNA PREGUNTA, DEMONIO! — Arrojó su lanza a un lado y levantó los puños, cargando el aire a su alrededor de electricidad.
Él apretó la mandíbula mientras le sostenía la mirada, entonces lo cogió por el cuello y lo obligó a ponerse de rodillas mientras el tipo usaba toda su magia para abatirlo.
Con las venas de todo su cuerpo hinchadas hasta casi reventar, Cair levantó su espada, mellada y con el filo derretido.
El sonido que provocó su espada al romperse en la cabeza de ese sujeto resonó en todo el valle. Por alguna razón, ese sonido tan estrepitoso pareció marcar en final de la batalla, sumiendo el campo de batalla oculto entre la niebla en un silencio únicamente perturbado por el siseo que acompañaba a Cair. Pero no parecía así para el joven, quien, con la espada pegada a su mano, empezó a dar dificultosos pasos hacia adelante mientras las llamas a su alrededor se intensificaban más y más.
— ¡Cair! — Le gritó Hakmur, corriendo hacia él —. ¡Ya ha terminado!
Cair hizo caso omiso a sus palabras, avanzando aún cuando la electricidad era visible alrededor de su cuerpo.
Denian se deslizó por el barandal de las escaleras hasta llegar abajo.
— ¡Mójate en la pileta! — Exclamó él, pasando por debajo de ella para mojar todo su cuerpo —. ¡No lo detendremos con palabras!
Sin dudarlo, Hakmur obedeció y pasó por debajo de la pileta para humedecer su cuerpo aún más de lo que ya estaba gracias a la densa niebla. Denian usó su magia para acortar distancia con Cair y le soltó un poderoso golpe en la nuca que dispersó las llamas por un instante, pero lejos de caer al piso inconsciente, Cair se volteó subitamente y le clavó la mirada. Aunque el elfo no mostró ni el más mínimo signo de intimidación, Cair volvió a voltearse y siguió caminando. Tras pensar que aquello sería suficiente, Hakmur se apresuró en correr hacia él y lo intentó detener por la fuerza después de intentar levantarlo sin éxito. Hakmur sintió como el calor del fuego arañaba su piel, sin embargo, no estaba ni cerca del dolor ante el que él estaba preparado. Al verlo, Denian se lanzó a sus pies, intentando frenar su avance también, y aunque lograron ralentizar su avance, la fuerza que había obtenido Cair era tan increíble que logró arrastrarlos a los dos con algo de esfuerzo.
¿Era esa la verdadera fuerza del Cuervo Blanco? ¿No tenía ni un cuarto de la vida que él tenía y ya poseía una fuerza que rivalizaba con la suya?
— ¡DEJENME! — Rabió, empezando a avanzar más rápido.
— ¡Joven Cair! — Gritó Alexander esta vez, bajando los escalones, presuroso.
— ¡Córtale el acceso al maná! — Imploró Denian.
— ¡Aléjense! — Ordenó Alexander, momento en el que ambos lo soltaron y Cair emprendió su carrera sin titubear. Acompañado de una pequeña onda expansiva, la niebla alrededor de Cair se dispersó y tras poco más de un segundo él cayó de rodillas, gritando histéricamente mientras se golpeaba los brazos para extinguir las llamas —. ¡Ahora!
Denian volvió a usar su magia para acercarse a él y nuevamente lo golpeó con todo en la nuca, extinguiendo de un momento a otro todas las llamas y mandando al suelo a Cair, inconsciente.
Hakmur relajó los brazos y suspiró.
— Vaya poder… — Murmuró.
Denian apoyó los puños en el suelo y apretó los dientes para soportar el dolor de sus quemaduras, entonces se volteó y miró a Alexander con un ojo entrecerrado.
— ¡¿Qué mierda fue eso?! — Exclamó, arrojando su pregunta directamente al viejo cuervo, quien bajó su brazo y dejó escapar una buena bocanada de aire.
Curiosamente, el viejo no tenía una sola herida.
— Apostemos una cerveza a que este muchacho fue el sujeto de pruebas del archimago… — «¿Sujeto de pruebas?» pensó Hakmur —. Vamos, hay que tratar las heridas de este muchacho…
— Ya… — Murmuró Denian, apoyando la cabeza en el suelo para luego levantarse de golpe.
Hakmur miró al chico de ojos blancos que estaba tirado en el piso. Acto seguido, se volteó para observar el rastro de cadáveres que había dejado.
«No merecía ganar el torneo Goliar»
¿Qué había ocurrido?
Gyania observó, sorprendida y atemorizada, el rastro de cadáveres que había en dirección a la entrada, y es que parecía que allí había habido una auténtica marcha de sangre, sin prácticamente espacio en el suelo que no estuviera teñido de color carmesí.
Sintió ganas de vomitar.
Habían tocado las trompetas, lo que indicaba que la batalla por fin había acabado. Aun así, los soldados no dejaban salir a nadie del consejo, por lo que Gyania, imponiendo su posición como heredera de Rainlorei, se abrió paso, presurosa, urgida y preocupada.
Aún peor a lo que había visto desde lejos, Lo que había frente al consejo era una auténtica carnicería, cuerpos por todas partes, en su gran mayoría, calcinados o partidos por la mitad, con las armaduras completamente fundidas o aparentemente cortadas con algo caliente. Por cruel que se le antojara, Gyania se sorprendió de la escasa cantidad de cadáveres de soldados de la ciudad que había en el piso, con la mayoría de estos casi intactos era como si la balanza hubiese estado tremendamente desequilibrada. Gyania se arrodilló ante uno de los cadáveres, ataviado con la armadura emblema de Rainlorei. Su campeón había muerto, cosa que la entristeció hasta casi llorar. Si bien era un hombre viejo, era una de las personas más amables y agradables que Gyania había conocido en su vida, sin mencionar lo dedicado que había sido en su trabajo al servicio de la ciudad. Lo encomendó a los celadores y acomodó su cuerpo en una pared para seguir con su camino.
Algunos soldados se replegaban hacia los costados de la ciudad, pero muchos de ellos se dirigían hacia la entrada principal, apresurados, pero sin formación alguna. De hecho, parecía que iban a ver algo más que a participar en el combate. Ella apuró el paso y los siguió hasta la entrada.
Algunas lágrimas humedecieron sus ojos ante una pesimista posibilidad que se manifestó en su cabeza.
Después de todo el caos, la ciudad parecía tranquila. Ahora que se acababa de dispersar la densa neblina que había cubierto el campo de batalla, la ciudad se alzaba victoriosa ante un nuevo amanecer, sin gritos, sin explosiones, sin derrumbes, sin el constante sonido del metal contra el metal. Pero… ¿Cómo? ¿Cómo tan repentinamente? Cuando Cair se apareció en el consejo la batalla recién parecía en su apogeo ¿Habría sido él? Después de todo, las llamas ardían descontroladas sobre su cuerpo, incluso ante el rocío constante de la ciudad parecían prevalecer, lo que le daba una idea del verdadero poder de aquel que ella creía como paladín. Gyania miró las pequeñas nubes que todavía no se dispersaban del todo. Esa niebla… probablemente había sido cosa de él. Se estremeció. También estaban sus ojos… sus ojos se habían vuelto anaranjados, como si intentaran arder junto con su cuerpo, despojados de toda bondad que sus característicos ojos blancos reflejaban.
Alrededor de la destruida entrada se reunía una gran multitud de soldados que parecían curiosos por ver qué ocurría. Amontonándose, evitando que ella pudiese ver qué era tan llamativo e ignorando su voz entre el bullicio. Gyania intentó ver por encima de las cabezas de los demás, pero ella era simplemente demasiado pequeña.
— ¡Un médico! — Gritó una voz familiar en medio de la multitud.
El grito se repitió varias veces entre los soldados y, de pronto, la multitud se abrió en medio de vítores y aplausos, dejando pasar a un elfo, a Alexander y a Hakmur, quien traía a Cair en su hombro.
Se le vino el mundo abajo en cuanto lo vio.
— ¡¿Qué ha ocurrido?! ¡¿Qué le pasó?! ¡¿Está bien?! — Soltó varias preguntas, una tras otra en una rápida sucesión que se interrumpió con un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Las lágrimas volvieron a mojar sus mejillas —… ¡¿Está vivo?!
Alexander se detuvo un momento al verla.
— Ah… Sí, lo está.
Gyania dejó escapar un buen suspiro y sintió como sus piernas languidecían, entonces miró el rostro inconsciente de Cair.
Su cuerpo mostraba signos de quemaduras en todas aprtes, su armadura daba la impresión de haberse fundido sobre su cuerpo y la empuñadura de su espada rota estaba pegada en su mano, pero respiraba.
— ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué le ha pasado a Cair? — Le preguntó a Alexander.
El bullicio generado por los vítores hacia difícil conversar, y aunque el llamado por un médico seguía rebotando en la muchedumbre, Gyania temía que ningún médico la oyera.
Frustrada, ella cogió aire y gritó:
— ¡SILENCIO!
Inesperadamente, todos se callaron.
Alexander la miró, sorprendido.
— Él… ha acabado con el que creo que era su líder — Probablemente uno de los soldados lo oyó, porque repitió en voz alta lo que había dicho Alexander y los vítores se encendieron nuevamente.
Ella abrió los ojos como platos.
— ¡¿Cómo?!
— Cruzó todo el puente… y pues lo mató.
— ¡¿Qué?! — Exclamó ella, incapaz de dar crédito a las palabras del viejo.
— Lo peor es que no fue todo… — Negó con la cabeza —. Vaya prodigio…
Un grupo de soldados preparó una camilla improvisada utilizando telas que había por ahí. Enseguida llegó un médico asegurando que su taller estaba intacto, por lo que Hakmur, el elfo que venía junto a ellos y un par de soldados cogieron la camilla y lo llevaron con el médico.
Junto a ellos, Gyania observó una vez más el rostro de Cair, intentando entender cómo es que había sido capaz de lograr cumplir con su estúpida promesa. Nuevamente un escalofrío recorrió su cuerpo y ella se echó a llorar.
Apéndice
1.- Fuerza de Petere: Directamente, el símil de la «Fuerza Centrípeta» en Ortande.