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Delequiem

«Y los hombres lucharán contra los hombres, y las bestias junto a los hombres contra los hombres...» Un largo invierno, crías muertas, cultivos profanados y la repentina aparición de aleatorias manchas de hollín sobre la tierra. Los sagrados paladines han desaparecido y la ausencia de su venerable presencia comienza a pesar en los hombros de los más dependientes, gente que ahora clama por un mundano símbolo de idolatría, apegados a la herejía de que solo un mortal es capaz de traer la bonanza y la prosperidad a una tierra que parece haber sido olvidada por los celadores. Aunque la ancestral celebración del Demiserio mantiene la mente de las masas tranquila, su bendición no durará para siempre, y ante el acecho de un peligro desconocido surge la urgencia de los líderes por la búsqueda de aquel que fue anunciado por los druidas como el nuevo primero. En dicho contexto, sea o no aquel que ha sido profetizado, la icónica sombra de un cuervo blanco se hace presente en indirecta respuesta a las súplicas de quienes dudan de sus ancestrales cuidadores.

Orden · Fantasie
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El bosque occidental

«Ese viejo tarado, bien podría haberme dicho antes que la razón por la que insistía tanto en que me uniera a la Facción del Grajo era porque él mismo pertenecía a ella. Con gusto hubiese seguido sus pasos, pues es a él a quién más he admirado, no por su fuerza, sino que por habernos concedido a mí, a Adaia y a Aram la mejor vida que soy capaz de imaginar.

Gracias, viejo idiota. Espero no defraudarte allá donde me lleve este camino»

El día nuevamente comenzó bastante pronto para Cair, quien, en el suelo, rodó hasta su armario, de donde cogió una toalla y prendas de vestir; luego, observó el techo durante un rato hasta que finalmente reunió la fuerza de voluntad necesaria para ponerse de pie.

En la sala de estar estaba Gyania muy delicadamente sentada, con el pelo mojado y charlando con la abuela Ela mientras ambas compartían una taza de té entre risas.

— Buenos días — Saludaron al unísono.

— Buen día — Respondió Cair, bajando por los escalones —. Me daré otro baño — Avisó, desviándose hacia el baño.

Apenas salió del baño, Cair cogió una naranja, un pan y se bebió una botella de leche de un trago con la mano que tenía disponible.

— Estoy listo ¿Y el abuelo?

— Está durmiendo todavía.

— ¿Y Adaia…? No, realmente no hace falta que me lo digan — Increpó a Gyania con la mirada.

— Dejé tu equipo en la entrada, además, te dejé un mapa en blanco y un lápiz. Creo que les será de utilidad… ah, y te rellené tus pociones.

— Seguro que lo será — Gyania inclinó ligeramente su cabeza y luego se ajustó su pequeño bolso en el cinturón. Dio un pesaroso suspiro y dijo —: Yo también estoy lista.

— ¿Pasarán por aquí una vez que terminen?

Cair volvió a mirar a su compañera.

— Sí. Si es que salimos vivos.

— Estarán bien. Los celadores los amparan — Le dio un beso en la frente a Cair y cordialmente la mano a Gyania —. Los estaremos esperando.

— Se me antoja una tarta de arándanos.

— A lo que vuelvas — Le respondió la abuela.

Cair sonrió y salió mientras acababa de ajustarse el cinturón de la espada. Ambos agitaron sus manos para despedirse mientras se alejaban lentamente de la granja.

— Si seguimos este sendero podemos llegar a un atajo — Indicó Cair, señalando con el dedo un sendero difuminado por la hierba que avanzaba entre el bosque y el borde del acantilado.

— ¿Un atajo? ¿Hay carnítidos?

Cair rio.

— No, aquí no.

— Pues no hay problema, supongo.

Mientras caminaban, Cair observó, algo nostálgico, las vallas que bordeaban el acantilado, recordando la época en la que Aram aún estaba con ellos, cuando pasaban gran parte de sus días simplemente explorando el bosque, jugando y arriesgándose. Esos trozos de madera, ahora, podrida las habían instalado ellos precisamente, junto al abuelo Jael, quien les celebraba cada una de las estupideces que hacían, muchas de las cuales formaba parte, directa o indirectamente. El sonido de las hojas secas crujir bajo sus botas, el viento azotando su frente y la Extensión Occidental de Ampletiet como fondo, cualquier mínimo detalle evocaba una época recién pasada que, desde su perspectiva, había ocurrido hace ya muchísimo tiempo.

— Cair… aquí se acaba el sendero — Comentó Gyania, asomada al borde del acantilado.

— Ah… pues es aquí — Dijo él, volviendo en sí.

— ¿Aquí dónde? — Preguntó mientras buscaba por todos lados —. ¿Por dónde continuaremos?

— Debemos bajar por aquí.

— Cair, aquí no hay camino.

— No recuerdo haber dicho que lo habría. Solo mencioné un atajo.

— ¡¿Y cómo pretendes que baje por ahí?!

Cair bufó.

— Escalando, porque no creo que sea una buena idea lanzarse.

— Sí, claro… ¿Y si me caigo qué?

— Eh… si quieres puedo llevarte a caballito.

— ¿Y si te caes tú?

— No creo que sea necesario explicar qué ocurrirá.

— No, gracias, Cair, pero todavía hay muchas cosas que quiero hacer.

— Entonces bajaré yo primero, para que vayas siguiendo mis pasos y para que pueda cogerte si te caes.

— ¿Para que veas bajo mi falda?

— Ya lo he hecho… — Confesó —. Maldita inercia — Murmuró para sí —. Pero fue sin intención.

Gyania se cubrió con las manos.

— Menos mal que uso pantaloncillo.

— Lo sé… ¡Y bien! ¿Qué hacemos?

— Baja tú.

Cair dio un nuevo bufido y comenzó a descender sin replicar demasiado.

Junto a Aram y Adaia, cuando iban a jugar al bosque cercano a la Hojarasca, siempre bajaban por ese barranco; las primeras veces, amarraban una cuerda a los árboles de arriba, pero con el tiempo, y ante el aumento de confianza, fueron obviando ese tipo de precauciones, y aunque ya había pasado bastante tiempo desde la última vez que bajó por ahí, Cair sí confiaba en que su memoria muscular no le fallaría. Utilizando sus dedos, Cair se aferró a las pequeñas salientes y peñascos que había, manteniendo un descenso firme y controlado gracias a la fuerza de sus brazos, acostumbrados a tal hazaña. En el tramo final, Cair comenzó a sentir un hormigueo en la espada. Asumió que se trataba de sus músculos, resentidos debido a la pérdida de costumbre, lo que le llevó a pensar en que realmente era un tramo difícil. Pero antes de voltear su mirada para comprobar el estado de Gyania, el hormigueo se volvió una molestia más y más odiosa, hasta que, pasados unos segundos, cayó en cuenta de que sobre él había una auténtica ventisca lanzándole sendos trozos de hielo que generaban esa molestia en su espalda. Miró hacia abajo, donde vio a la dichosa medio elfa canalizando. Lo supo inmediatamente por la distorsión en el aire a su alrededor, similar a la que produce el calor. Aunque aquello ya era más que suficiente para delatar su actuar malicioso, el verdadero signo de su crueldad era su sonrisa. Y es que ella estaba riendo a carcajadas con un rostro de absoluta satisfacción mientras descargaba toda su magia contra él.

— ¡¿Qué te ocurre? ¿Cómo llegaste ahí abajo?! — Le llegó un témpano aún más grande en la cabeza —. ¡Me vas a matar, enferma! — Gritó mientras ella seguía riendo —. ¡Gyania, detente!

Entre gritos y carcajadas, Cair sacó a relucir todas sus habilidades de escalador, dejándose caer largos tramos para acelerar su descenso hasta finalmente llegar abajo.

— ¡¿Por qué hiciste eso?!

Entre risas, Cair fue incapaz de entender lo que ella estaba diciendo.

— ¡Lo lamento, tenía que hacerlo! — Cair canalizó, chasqueó los dedos y una pequeña ascua explotó en su trasero —. ¡Au! ¡Oye!

— ¿Cómo lograste llegar tan rápido aquí abajo? — Preguntó él, peinando su cabello mojado con agua fría hacia atrás.

— Telemancia(1), Cair. Podía ver el suelo, así que pude usarla —. Replicó entre jadeos.

«Perfecto» pensó él. Mientras él arriesgaba su vida para mostrarle el camino, la dichosa usaba un conjuro muy peligroso y complejo para llevar a cabo una simple broma. Cair tuvo el impulso de cogerla y colgarla de un árbol para darle el tiempo de reflexionar. Suspiró.

— En fin… Es bueno saber que puedes usar eso —. Frunció el ceño mientras observaba la sonrisa de su compañera.

— ¿Ocurre algo?

«Con esa sonrisa se ve bastante más hermosa».

— Nada en particular. Vamos, que todavía nos falta mucho camino.

— ¿Has ido a la Hojarasca antes?

— No, de pequeños quisimos venir junto a Aram y Adaia, pero el abuelo se dio cuenta de lo que pretendíamos y nos llevó devuelta por las orejas.

— ¿Es tan peligroso?

— Tengo entendido que en invierno no, pero aquella vez era primavera, su periodo reproductivo.

— Y como cualquier animal…

Cair asintió.

A pesar del calor, era un día agradable, la constante brisa del Prado de la Gloria conseguía que así lo percibieran, permitiéndoles aumentar ligeramente el ritmo al detenerse con menos frecuencia, por lo que, después de dos días de caminata y noches a la luz de las estrellas, llegaron a la entrada del denso bosque amplietano conocido como la Hojarasca.

Allí había una empalizada establecida y un gran campamento de carpas verdes tras las picas. Los estandartes que ondeaban en la entrada pertenecían a la brigada forestal amplietana, las líneas bajo el símbolo de la hoja fragmentada indicaban que aquel grupo correspondía a la segunda brigada, perteneciente a Cleinlorim. Y era obvio que fuesen ellos, ya que la Hojarasca formaba parte de la Extensión Occidental de Ampletiet, la que estaba bajo la jurisdicción del señorío humano. Pero a pesar de ello, en las capas de algunos brigadistas forestales que paseaban por el campamento estaba representado el círculo del Nos'Erieth, la brigada general de Ampletiet. Aún con ellos incluidos, eran muy pocos, demasiado pocos si la situación era tal y como la había planteado Alexander.

En cuanto se acercaron a la entrada, Gyania se puso la capucha y un tosco enano ataviado con las prendas de forestal se acercó a ellos con el trote chistoso típico de su raza, con un rifle apoyado en el hombro.

— Buenos días, jovencitos ¿Qué se les ofrece?

— Buen día — Saludó Cair, dedicándole una reverencia corta —. Venimos con la intención de ayudar.

— ¿Ustedes son los refuerzos?

— Algo así.

El enano entornó los ojos.

— Bien... síganme.

Cair asintió y luego ambos siguieron al enano.

La mayoría de los forestales que se encontraban allí estaban aprestando flechas, tensando sus arcos, afilando sus hachas o realizando el mantenimiento de sus rifles, los escasos que no estaban en ello, se mantenían ocupados llevando cajas de un lado a otro del campamento. No parecían estar muy alegres de estar allí.

— ¿Se están preparando para atacar?

— No, todavía no. Aunque así lo quisiéramos muchos, no seríamos capaces de lidiar con esto.

— ¿Tan mal está la cosa?

El enano bajó la cabeza y, de hecho, algunos de sus gestos y cambios de expresión sacaron a relucir cierta inseguridad en el hombre, a priori, risueño.

— Horrible. Los carnítidos se han tomado la entrada a la Hojarasca, han asesinado a los de la Verde Salvaguardia y probablemente también a todos los exploradores que enviamos hace un par de días… — Suspiró —. Nosotros somos forestales, pero esto hace mucho que se escapó de nuestras manos.

— Un tema militar — Inquirió Cair.

El enano asintió.

— Esto es lo peor que he visto en años, jovencito, y vaya que llevo años aquí — Abrió las cortinas de una tienda de campaña ligeramente más grande que las demás, destacada por dos estandartes en la entrada, pero no había nadie dentro.

— Mmmm, debe estar en la entrada — Murmuró antes de seguir en dirección a la entrada de la Hojarasca.

Allí, sentada sobre un cajón de madera estaba una humana de cabello castaño corto y tes pálida, golpeando una hoja con la punta rota de un lápiz de grafito mientras observaba el denso follaje de la entrada de la Hojarasca con la mirada perdida. Volteó súbitamente la cabeza en cuanto percibió la presencia del grupo.

— ¿Quiénes son ellos? — Preguntó sin demasiada cortesía.

— Dicen que vienen a ayudar.

— ¿Sois los refuerzos? — Agregó un poco de cortesía a sus palabras.

— Probablemente no los que esperabais — Replicó Cair.

La mujer frunció el ceño y se puso de pie. Por la cinta que corría a lo largo de su cintura y el broche con el emblema de la brigada forestal de Cleinlorim, ella debía de ser la capitana del grupo.

— ¿Venís de la capital? — Cair negó con la cabeza —. ¿Y a qué…? ¿Tienes los ojos blancos, muchacho?

— Sí.

— Vaya… Es la primera vez que veo esa característica tantoriana.

— Y probablemente la única que verá en mucho tiempo — Añadió.

— Así lo creo… — Se aclaró la garganta —. ¿Y quienes sois precisamente?

— Soy Cair — Se presentó, evitando mencionar su apellido —. Ella es Gyania, ambos venimos desde Icaegos — Ella hizo una reverencia completa.

La expresión de confusión se acentuó en el rostro de la mujer tras su casual presentación, pero, aun así, Cair no quiso sacar aún su moneda de la Facción del Grajo, puesto que seguía con el temor de que corrieran rumores sobre él, más teniendo en cuenta el rango de la persona que tenía al frente. Finalmente, la mujer frunció el ceño y luego le tendió una mano.

— Mi nombre es Meia Falgria, capitana de la segunda brigada forestal de Ampletiet — Cair sonrió y le estrechó la mano —. ¿Eruditos? — Cair negó —. ¿Hechiceros?

— Algo así.

La mujer volvió a ladear la cabeza.

— Bien… supongo que, si venís de Icaegos, sabéis lo que estáis haciendo.

» ¿Y bien?

— Tenemos la intención de entrar — Replicó Cair, intentando ser directo.

— ¿Sabéis que los carnítidos se han tomado la entrada?

— Así como sé que hay gente que ha entrado.

La capitana miró al enano, quien se había quedado a su lado con la culata del rifle apoyada en el suelo.

— Con un repelente se puede entrar — Replicó ella.

«Perfecto» pensó Cair, sarcástico, pues no era precisamente fácil conseguir repelentes debido a que su ingrediente principal era el cebo de eofolito, uno de los materiales más costosos y difíciles de conseguir en todo Ortande. Aunque los forestales y la Orden de la Verde Salvaguardia solían tener algunos cargamentos a disposición, lo que alentó a Cair a preguntar al respecto.

— ¿Les quedan algunos?

— Unos cuantos — Replicó la mujer, recelosa.

Cair solo la miró a los ojos durante unos segundos, intentando reflejar esa imponente convicción de la que su abuelo tanto le hablaba.

— ¿Estáis seguros de que queréis entrar?

— No insistiría si no fuese el caso.

La capitana volvió a dudar.

— No puedo dejaros ir a una muerte segura… y no me insistáis más — Les hizo un gesto con la mano para que se fueran.

Cair suspiró. Con ese tipo de personas no se llegaba a nada. Maldijo para sus adentros y sacó de su bolsillo la moneda blanca, pese a su negativa inicial. En tanto lo hizo, el enano y la mujer comenzaron a sudar goterones de sudor frío mientras su expresión cambiaba drásticamente.

«Soy un hipócrita» pensó.

— Pido calma — Instó Cair.

— Bien — Replicó la mujer, normalizando su semblante y su respiración de forma forzada.

Cair casi había olvidado todo el misticismo que giraba en torno a la Facción del Grajo y sus miembros usualmente ataviados de negro. En su momento, él también se había tragado toda la ficción que giraba a su alrededor, incluso a pesar de que él ya conocía para quienes trabajaban. Se sintió idiota.

— ¿Habéis logrado conseguir alguna información de la situación de adentro?

La mujer dudó un instante, miró sus papeles y negó con la cabeza.

— Todos… ninguno de nuestros exploradores ha salido de allí…

— Está bien, no importa.

» Ahora, ¿Podriamos tener un repelente?

— Oh… sí — Replicó la capitana —. Raldar, ve a buscar uno.

El enano hizo el saludo marcial, probablemente de nervioso, y enseguida partió. Cair simplemente se dio media vuelta y comenzó a revisar que todo estuviese en orden en sus cosas.

— ¿Estás lista? — Preguntó a Gyania, quien ya mostraba signos de inquietud.

— Por lo menos mentalizada — Replicó ella, tras exhalar una profunda bocanada de aire.

— ¿De verdad sois miembros de la Facción del Grajo? — Preguntó la capitana, acercándose a ellos tímidamente, casi como si tuviese a un lobo frente a ella.

— ¿La moneda no es suficiente?

— Eh… Lo sé, pero como siempre andan de negro y eso…

— Bueno, creo que el negro no me iría.

— Desde luego que no — Rio nerviosamente —. ¿Puedo hacerte una pregunta?

— Ya estás haciendo una.

— B… bueno, sí.

— Como siempre, depende de la pregunta.

— Sí — Volvió a reír.

— Os acabo de decir que podéis estar tranquila.

— Sí… eh… Vosotros… eh… ¿Podemos… confiar en ustedes?

Cair dudó un instante. Él no llevaba dentro el tiempo suficiente como para poder hablar en nombre del grupo. Solo conocía a uno de sus miembros, pero al ver la forma en la que su presencia afectaba en la personalidad de la mujer le hizo querer recalcar que se consideraban de los buenos, que sí podían confiar en ellos pese a su mala fama. Aun así, no era su decisión, por lo que hizo lo que mejor se le daba y respondió de la forma más ambigua que se le ocurrió.

— Depende de quién nos mire.

En ese momento, llegó el enano, y, con la mano temblorosa, le entregó el vial con el repelente.

— Gracias — Entonces dedicó una reverencia corta a ambos y se encaminó hacia la Hojarasca junto a Gyania.

— Suerte — Fue lo último que oyó de la capitana.

Una vez estuvieron lo suficientemente lejos de la empalizada y fuera de la vista del campamento, Gyania le dio un puñetazo en el hombro con una sonrisa enmarcada en su rostro.

— Estoy segura de que lo disfrutaste.

Cair sonrió igualmente.

— Tal vez un poco… Aunque esa moneda que me dio el viejo… tengo el presentimiento de que me dará más de un problema.

— Échale la culpa a la moneda…

— Ya, lo sé.

Un arco de madera rodeado de vegetación con algunas señales de advertencia era umbral que separaba el resto del bosque de la Hojarasca. Allí se quedó Gyania, quieta, escuchando el silencioso reptar de los cientos de patas en la profundidad del bosque. Cair vio como su rostro, ya de por sí blanquecino, palidecía aún más.

— Sé que puedes aguantarlo — Dijo Cair, interponiéndose entre ella y la Hojarasca.

— Sí… Sí, no me dejaré amedrentar.

Cair volvió a sonreír y luego preparó el vial con el repelente.

— Esto debería consumirse por completo dentro de un par de horas, así que dentro de ese tiempo estaremos relativamente tranquilos.

— Espera… ¿Cómo funciona eso?

— Nos vuelve prácticamente imperceptibles a los carnítidos y, básicamente, a cualquier animal que nos detecte mediante nuestra presencia.

— ¿Entonces por qué no usar varios hasta llegar a Tiltalbaal?

— Porque ni siquiera los eofolitos pueden acercarse a Tiltalbaal.

— ¿Eofolitos?

— Sí, los repelentes tienen como componente principal su cebo.

— ¡¿Qué?! ¿Y debemos bebernos eso?

Cair rio.

— Solo hay que destaparlo.

— Oh, bien… — Se alisó el vestido, se ajustó bien el cinturón y las botas y luego infló el pecho —. Vamos.

Cair asintió y destapó el repelente «Es casi poético que mi primera misión sea en un bosque».

— Mantente cerca.

Ambos se adentraron cautelosamente en el bosque, siguiendo un sendero de denso follaje, acompañados por el tenue, pero constante hormigueo producido por el movimiento de los carnítidos al rozar las hojas de los árboles y arbustos a su alrededor. Aunque Cair estaba acostumbrado a ellos, no pudo negar el hecho de que esa situación resultaba espeluznante, por lo que, preocupado por el estado de su compañera, miró hacia atrás, cayendo en cuenta de que ella llevaba unos tapones de algodón en los oídos y no despegaba la vista del piso, probablemente siguiendo sus talones para guiarse al caminar.

Siguieron avanzando hasta llegar a una zona más abierta, la cual se asemejaba mucho a la profundidad de los bosques que rodeaban su granja, aunque con mucha más humedad en el aire. En ese momento, el reptar de los carnítidos había quedado atrás, ocupando su lugar el sonido de una vertiente que fluía a unos metros por delante de ellos y el agradable sonido del viento azotando la copa de los árboles con delicadeza. A la altura del suelo, un amplio abanico de plantas compartía metro cerca de los árboles, usualmente rodeados por pequeños parches de hierba que, en contraste, avivaban el oscuro tono de la tierra de hojas y, con ello, el bosque entero. Las enredaderas crecían gruesas, firmes y abundantes alrededor de unos gruesos árboles tan viejos y altos que en su base parecían arrugarse debido a su propio peso. Una gran variedad de hongos de diversos colores y formas crecían, al igual que el césped, en pequeños parches, generalmente debajo de troncos podridos y peñascos salientes entre los desniveles del terreno. Por supuesto, el maná allí era abundante, e incluso con la humedad latente, Cair sentía que podría canalizar su magia con normalidad, ya que al carecer de asfaxis, él simplemente dejaría entrar todo el maná a su cuerpo sin ninguna clase de filtro ni contención; tardaría un poco más en poder generar su magia y sería un tanto más débil, pero al menos podría hacerlo, cosa que pocos hechiceros de fuego podrían conseguir allí.

— ¿Estás bien? — Preguntó a Gyania, apartándose del ensimismamiento provocado por visitar al fin ese lugar.

— Sí… realmente creí que sería más difícil. Aunque sigo sin sentirme cómoda.

— Obviamente… ¿Puedes probar canalizar tu magia?

Gyania ladeó la cabeza, en duda, pero acabó por hacerlo. Al pertenecer a la escuela de escarcha, debían resultarle más sencilla la tareas de liberar su magia.

— Es bastante más sencillo… obviamente ¿Lo intuiste por la humedad?

— En parte.

Ella ladeó la cabeza hacia el lado opuesto.

— Deberíamos apresurarnos — Señaló ella.

Cair asintió y enseguida empezaron a caminar hacia la dirección en la que, supuestamente, debía estar el Bosque Fatuo.

— ¿Cómo encontraremos el Bosque Fatuo? — Preguntó Gyania, coincidentemente, mientras esquivaba unos grandes pedruscos que sobresalían hasta casi la altura de sus cabezas.

— ¿Eh?

— ¿Sabes que no es precisamente fácil encontrarlo?

— ¿Por qué? — Preguntó él.

— Ehm… En los libros que leí en tu casa no se aclaraba, pero todos decían que era como buscar una casa sin un número.

— Supongo que en ese caso sería una buena idea seguir a los carnítidos.

— Oh, bueno… Esa es una buena idea… Un tanto peligrosa, pero factible.

— Sé que hay un camino más allá, pero no tenía idea de que no llegaba hasta el bosque como tal — Movió unas ramas con la punta de su espada, las que, al volver a su posición, salpicaron agua por todas partes.

— Así lo dicen los libros.

— Bueno, dentro de poco lo sabremos con certeza.

Cair adoptó su postura de combate unos cuantos segundos antes de que un pequeño campo de arbustos se iluminara completamente con pequeños puntitos, citriciérnagas probablemente. De allí salieron una docena de carnítidos que pasaron completamente de ellos y siguieron en dirección a la entrada.

— Así que aquí también hay citriciérnagas… Creo que eso jugará con nuestros nervios, pero podría ser de ayuda… ¿Gyania?

Debido a la tensión, no se preocupó del escalofrío que recorrió la espalda de su compañera.

— ¿Qué hacían ahí? — Preguntó, tensa.

— Buena pregunta — Cair se acercó lentamente y apartó las ramas, revelando un espectáculo macabro —. Por los celadores… sí que están empeñados en defender la Hojarasca.

— ¿Qué ocurrió?

— Ni siquiera se los comieron… — Murmuró —. Huesos a medio roer… unas cuantas vísceras y esas cosas… realmente no creo que quieras mirar.

— ¿De personas?

Cair asintió.

— Por las chapas que hay en el suelo, miembros de la Verde Salvaguardia — Negó con la cabeza —. Les enterraría, pero no tenemos tiempo — Cogió las chapas, cinco en total, aunque parecía haber más cuerpos.

— ¿Qué haremos cuando se acabe el repelente?

— Ser discretos… Oh, mierda.

Frente a ellos había un estrecho pasadizo rodeado por unas anchas paredes de piedra. El problema era que había una gigantesca mata de jibris estancada allí, rodeando un peñasco completo que cubría el pasadizo de extremo a extremo. No era algo extraño, menos ahí, donde las plantas de jibris tenían más posibilidades de quedarse estancadas, pero aun así, Cair maldijo su mala suerte.

— ¿Puedes escalar eso?

— No soportaría mi peso — Examinó la tierra de las paredes, la que se desprendió en cuanto cargó ligeramente su peso sobre ella —. Y esto tampoco.

— ¿Hay otra forma de llegar?

Cair miró hacia su derecha y se acercó a lo que parecía un precipicio.

— Tiene pinta de que, si bajamos por aquí, acabaremos muertos — Comentó, viendo lo empinado y las piedras que sobresalían como cuchillas, sin contar las zarzas y las plantas venenosas que había en el trayecto —. ¿Crees que tu hielo pueda aferrarse a la tierra?

Gyania negó con la cabeza.

— Esta tierra está muy suelta como para intentar crear un puente o algo por el estilo…

— Supongo que tendremos que rodearlo… atrás había una especie de bajada un poco menos peligrosa, volvamos allí.

Gyania asintió.

Retornando sobre sus pasos fue que Cair cayó en cuenta de que, a pesar de la presencia de un depredador dominante como lo eran los carnítidos, la vida silvestre abundaba allí, oculta en madrigueras y troncos ahuecados. Los animales, temerosos, pero curiosos, de vez en cuando se asomaban para observar a los visitantes. En dos ocasiones, casi como si estuviera guiándolos, un eofolito azul comenzó a bailotear por delante de ellos, avanzando a la misma velocidad que su paso. Toda esa armonía ficticia le pareció extraña, sensación que se fue acrecentando en la medida que fue percibiendo a los búhos que los observaban desde las alturas, apáticos, con su mirada fija en ellos, sin importar que él se escondiera detrás de un árbol o los perdiera de vista de cualquier forma. Todo el bosque parecía estar conectado, atento a ellos, a sus pasos, hasta el punto en el que Cair temió más a aquellos ojos escrutadores que a los propios carnítidos.

Una vez llegaron de vuelta al punto de partida, caminaron en dirección al mar, deslizándose por pequeñas quebradas en un descenso notablemente más seguro hacia la parte inferior del bosque.

Alísito, quien solía ir durmiendo en su bolso, de pronto parecía atento a cualquier mínimo ruido a su alrededor, pero limitándose a mantenerse sobre su hombro o su cabeza, alternando entre él y Gyania.

— Oye — Interrumpió su estado de alerta Gyania — ¿Es mi idea o el piso está más húmedo aquí?

Al tener su atención fija en otra cosa, Cair no había reparado en ello. Desde luego que allí la humedad era más alta, notable tanto en el aire, como en la frondosidad del musgo y el abanico de plantas que crecían allí.

— Sí… Debemos estar cerca de la Ciénaga de Uubir.

— ¿Un pantano? ¿Y cómo lo cruzaremos?

— Podríamos pedirle un barco a los gnolls de por allí.

— Cair… — Él se encogió de hombros —. ¿Y es muy profundo?

— No lo sé, pero sí sé que es algo denso en algunas partes… y hay muchos limos animados.

No sería extraño encontrar seres animados teniendo en cuenta la gran cantidad de maná que circundaba en el aire.

— Bueno… ¿Y no existe la posibilidad de rodearlo?

— Me da a mí que no — Comentó Cair, señalando el terreno pantanoso que se extendía en ambas direcciones.

— Mierda… Menos mal que me puse unos pantalones gruesos.

— Ya…

— Oye ¿De verdad aquí viven gnolls?

— Y orcos… y algunos kobolds hasta donde sé.

— ¿Kobolds? Creía que preferían climas más helados.

— Hay una mina por aquí cerca, supongo que saldrán de ahí… el problema será si nos encontramos con un orco… o peor, un ogro.

— Eh… ¿Y los carnítidos no les atacan?

— Supongo que evitarán sus campamentos — Realmente, lo único que podía hacer Cair ante tanta pregunta era intuir, puesto que él no conocía la zona como probablemente Gyania creía que lo hacía.

— Pues de no ser así, a lo mejor hasta podríamos pedirles ayuda — Propuso con una leve sonrisa.

— Pensaría que es descabellado, pero… — Tocó su pecho, donde colgaba el abalorio paladín —. A lo mejor hasta es una buena idea.

Gyania sonrió y luego bajó la cabeza.

— Menos mal que me puse unas botas largas.

Caminaron durante unos minutos más por el bosque hasta llegar a la ciénaga propiamente tal, momento en el que Cair tapó el repelente para guardar lo poco que aún no se había evaporado.

El suelo era mucho más fangoso allí que en cualquier otro lugar de la Hojarasca, «Evidentemente», pues allí, sus botas se hundían hasta los tobillos. Las raíces de algunos los árboles, generalmente sauces, brotaban por sobre el agua y formaban puentres entre uno y otro, conectando a su vez, algunos de los islotes que sobresalían en el agua, rodeados de juncos y eneas. La floración de los abundantes nenúfares oscilaba entre tonalidades blancas y rosadas que adornaban el agua limosa que, debido a su densidad, reflejaba el cielo azul, el bosque y las formaciones rocosas puntiagudas de la lejanía como si fuese un espejo natural.

Cair miró hacia abajo, viendo su reflejo desde esa perspectiva, lo que provocó que soltara una carcajada.

— Supongo que con cuidado podremos cruzar a pie — Puso un pie en el agua. A pesar de lo profundo que se veía, el agua no alcanzaba a cubrirle las botas por completo —. No, en realidad no creo que sea una buena idea.

— ¿Por? Veo que no te cubre las botas.

— Sí, pero el agua está cargadísima de maná, en cualquier momento un limo podría animarse y arrastrarnos al fondo.

Gyania frunció el ceño.

— ¿Cómo lo sabes?

Cair arqueó una ceja.

— Se siente.

— Pues yo no siento nada.

— Eh… no sé qué decir… ¿Ves los puntitos verdes bajo el agua? — Estúpida pregunta.

— No puedo ver la magia primaria… ¿Cuál es tu capacidad mágica?

— ¿Qué tiene que ver con lo anterior?

— Nada, pero me da curiosidad saberlo.

— Tengo la Privación de Ebleom — Replicó él.

— ¿Mal de Heriodel? — Preguntó Gyania. Ese era otro de los nombres que recibía la anormalidad, por lo que Cair asintió —. ¡¿Qué?! ¿O sea que puedes canalizar sin límite?

— Solo hasta sobrecargarme.

Ella se llevó una mano a la frente.

— ¡Que maldita envidia…! ¿O sea que eres el tercer ser que la padece?

— Pues sí… del que se tenga constancia, sí.

— ¿Y eres humano siquiera?

— No.

Gyania dudó.

— ¿Qué?

— Que sí, mujer. Hay algunas cosas que no son propias de los humanos, pero igualmente me considero uno.

— Bien, pasemos de este tema por ahora y centrémonos en buscar un lugar menos peligroso para cruzar… luego te asignaremos una raza.

— ¿Puedo sentirme identificado con una chirimoya?

— Yo te identificaría con un burro.

— Sí… — Sonrió con picardía —… Definitivamente.

Gyania abrió los ojos como platos y le plantó uno de los codazos más salvajes que había recibido.

— Camina, imbécil — Le ordenó, empujándolo hacia el agua. Enseguida, ella se agachó y dobló cada parte de su falda por la mitad. En cada extremo de las cuatro partes de su falda de montar había dos trabillas por las que pasó su cinturón para sujetarlas.

— Ese vestido es bastante práctico ¿No se supone que no salías mucho de tu casa?

— Camina — Repitió.

— No, no. Es peligroso… es demasiado tarde ya.

— ¿Pretendes descansar aquí? — Preguntó Gyania, dando pisoteadas en el barro.

— Los carnítidos no vendrán aquí.

— ¿Y todo lo demás?

Cair se encogió de hombros.

— Solo hay que encontrar un buen sitio.

Aunque a regañadientes, Gyania acabó por aceptar, por lo que durante un rato estuvieron buscando un lugar más o menos seguro para descansar. Apenas lo encontraron, una cueva sostenida por las raíces un árbol que tenía arriba, Cair simplemente se sentó y comenzó a comprobar sus provisiones hasta que cayó en cuenta de que Gyania lo miraba ceñuda.

— ¿No piensas encender fuego?

— No podemos encender fuego. Los Dominios Orcos no están muy lejos y ya te digo que no queremos encontrarnos con un orco.

— Ah, ya veo… ¿Y si nos da frío?

— Compraste una tienda de campaña en Ohir'Dan ¿no? Debería ser suficiente, y de no ser el caso, siempre puedes pedirme que te acompañe.

Ella entornó los ojos.

— Tú solo quieres una razón para dormir conmigo.

Cair se encogió de hombros.

— Soy un hombre después de todo.

— Ya… bueno, con el calor que hace, dudo que me de frío, así que perdiste tu oportunidad.

Cair chasqueó los dedos.

— Casi.

— Mi mamá tenía razón. Los hombres solo piensan en sexo.

— Yo no he dicho que quiero tener sexo contigo. Eres tú la que interpretó el dormir como tener relaciones — Espetó Cair, continuando con la tarea de contar sus raciones.

Ella le asestó una mirada furibunda y después le lanzó el paquete con su tienda de campaña.

— Ármamela.

Cair arqueó una ceja.

— ¿Por qué yo?

— Tengo que revisar algo.

— Claro…

Cair no pidió más detalles y directamente comenzó a armar las dos tiendas de campaña, no tardaría mucho, al fin y al cabo, ya tenía experiencia de sobra en eso. Terminaba de hacer su trabajo cuando encontró a Gyania contando algo con los dedos. Por la cantidad de dedos que levantó, estaba contando el tiempo que había pasado desde que se conocieron.

— Son catorce días — Se apresuró en decir él.

— ¿Cómo sabes tú qué es lo que estoy contando? — Preguntó ella, aún con el ceño fruncido.

— Porque te detuviste en cuanto calzó ese número y porque me mirabas alternadamente — Replicó él, iniciando un juego de miradas. Ella se cruzó de brazos —. ¿Por qué estás contando los días? ¿La regla del mes?

— ¿De qué estás hablando? — Realmente no sabía a qué se refería, por lo que Cair le dio la espalda y sonrió con picardía para luego mostrarse sereno ante ella. Ella suspiró —. Prefiero esperar un tiempo para decirte qué es.

Cair asintió.

— Ya me debes dos.

Ella lo apuntó con el dedo.

— Tú todavía me debes una — Refiriéndose a las preguntas que él le «debía».

— Tú también me debes otra que pretendo cobrar en su momento.

— Ah ¿Así que andamos en esas?

Cair se encogió de hombros.

— Tú empezaste — Cair sonrió —. Me quedaré haciendo la primera guardia. Puedes dormir tranquila.

— Vale… — Lo miró con desconfianza y se introdujo en su tienda.

— Oye — Llamó Cair.

— ¿Qué? — Preguntó, con tono seco y áspero.

— Se nos olvidó activar la baliza del templo Noytia.

— Pues volveremos caminando — Y no dijo nada más.

Al día siguiente, y ante la constante hostilidad de Gyania hacia su persona, Cair pudo disfrutar de menos horas de sueño que de costumbre, pero, a pesar de eso, no se sentía cansado; quizás una respuesta de supervivencia por parte de su cuerpo o tal vez una representación precisa de lo hiperactivo que era de pequeño. De cualquier forma, lo agradeció.

— ¿Piedra, papel y tijeras para ver quien cruza primero?

— Avanza — Ordenó la señora.

Cair hizo puchero e intentó avanzar hasta el siguiente islote, tanteando el suelo bajo el agua con cuidado y con una buena cantidad de maná aprestado. Sería un tramo largo, o así lo parecía debido a la lentitud con la que debían moverse, evitando las zonas más profundas que, para su mala suerte, los hicieron rodear prácticamente todo el pantano, alentando el miedo a encontrarse con cualquiera de las docenas de amenazas que podía haber allí, siendo las más peligrosas los cocodrilos y los limos, que a pesar de su apariencia simple y débil, eran de las criaturas más letales y abundantes en esa parte de Ampletiet, pues la mayoría de las veces no abandonaban el agua en la que pasaban desapercibidos, lo que los volvía indetectables a simple vista y facilitaba la tarea de ser atrapado por uno mientras se caminaba con el agua hasta las rodillas. Además, no eran precisamente fáciles de acabar, siendo la magia de hielo la única forma eficiente de lidiar con ellos. Suerte que su compañera era capaz de usar esa escuela.

No pasó mucho tiempo hasta que el calor levantó una cortina niebla que se volvió lo suficientemente densa como para limitar su campo visual a unos pocos metros. Las risas de los gnolls, el croar de las ranas y el crujido de la madera se volvieron sonidos habituales y algo inquietantes. El sudor, combinado con el frío, convirtieron de aquel paseo en una tarea agobiante, tanto física como mentalmente, más de lo que Cair pudo haber imaginado. Si bien se toparon con algunos limos de tamaño considerable, con la magia de Gyania y su percepción fue relativamente sencillo lidiar con ellos, y era curioso ver que muchos de ellos tenían armas atrapadas en su interior, porque a algún tonto se le había ocurrido la brillante idea de cortar agua con un cuchillo.

En algún lugar entre la niebla, un sonido igual al que producía la madera al quebrarse retumbó en el ambiente.

— ¿Por qué suena la madera? — Preguntó Gyania.

Otro estruendo.

— No lo sé — Susurró Cair, levantando la mano en medio del agua para detenerse.

Hubo un tercer estruendo, mucho más fuerte que los anteriores e inmediatamente, entre la niebla frente a él, apareció un árbol que se tambaleó hasta caer al agua muy cerca de él.

Cair frunció el ceño.

— Retrocede — Articuló a Gyania, quien aún se encontraba en la orilla del islote anterior.

Se oyeron las pisadas de un cuerpo pesado, acompañado del quejido de la madera.

Cair se secó con su magia y se quedó junto a Gyania.

— Por favor que no sea un ogro — Murmuró Cair.

Al oírle, Gyania apretó su varita con fuerza. Cair no tenía idea de que ella tenía una.

— Ese era un árbol animado — Comentó Gyania —. Es normal que haya muchos seres animados por culpa de lo que ocurrió en el lago Aenein… más la aglomeración de aquí...

— No creo que los gnolls lo hayan tumbado… mierda, probablemente es un ogro.

— ¿Qué posibilidades hay de ganarle?

Cair cabeceó de lado a lado e hizo una mueca.

— He peleado con algunos, pero siempre con el abuelo… aunque con lo poderosa que eres aquí… más la niebla… podríamos hacer algo, pero será mejor evitarlo.

Gyania asintió y Cair señaló un islote que podría servir para evitar el que debía estar merodeando el ogro. Así lo hicieron, y cuando lograron retomar la ruta que Cair había labrado mentalmente llegaron hasta un pequeño bosque de sauces que, entremezclados con algunos robles y plantas impropias del pantano, indicaron la cercanía con la orilla del pantano.

En cuanto Cair puso un pie en tierra, uno de los árboles se dio media vuelta y lo miró con unos ojos vacíos formados por los nudos de la corteza. Un escalofrío le recorrió toda la médula y él inmediatamente dio un paso atrás. Se suponía que los árboles animados daban la impresión de ser seres sabios y ancianos, y supuestamente eran distintos al resto de seres animados, ya que hacían de Cuerpo(2) para las almas de los hombres sabios que no lograban ascender a Lothren(3) tras su muerte. Aunque Cair no era dado a creer esas patrañas de viejo, sí le dio la impresión de que ese árbol solo tenía una expresión vacía, como la de alguien podrido por dentro.

— Los ojos… blancos… son… buena… señal… — Dijo lentamente el árbol, casi sonando melancólico. Otro árbol cayó a su lado y empezó a rodar por el piso como un niño pequeño haciendo una pataleta —. Huyan…

Todos y cada uno de los árboles empezaron a sacudirse y a levantarse lentamente. Los árboles animados no solían ser criaturas agresivas, pero había algo macabro en ese pequeño bosque que no le generó confianza, por lo que Cair retrocedió un par de pasos y palmoteó a Gyania en la espalda para que corriera, pero la medio elfa negó con la cabeza y manifestó su interés en quedarse a charlar con esos seres, al menos hasta que aparecieron cinco enormes ogros blandiendo troncos de árboles detrás de ellos, siendo ella la primera en echar a correr.

Apéndice

1.- Telemancia: Conjuro complejo de la magia nativa que, tal y como su nombre lo indica, permite a su usuario transportarse instantáneamente hacia un sitio cercano. Técnicamente, cualquier hechicero puede aprender el conjuro, sin embargo, al ser tan complicado y peligroso, son pocos los hechiceros que están dispuestos a arriesgar su vida para dominarlo. El motivo de su peligrosidad es que, dado el funcionamiento del movimiento, se ejerce una enorme presión hacia el suelo, contrarrestada fácilmente si el cuerpo permanece sobre el eje de los pies, por lo que solo puede utilizarse sobre superficies planas, además, obviamente, de que el objetivo debe estar a la vista. Si por alguna razón, a un hechicero se le ocurre la brillante idea de ignorar las advertencias y, por ende, transportarse hacia una superficie inclinada, vertical o un techo, su cuerpo caerá hacia abajo con una fuerza capaz de convertirlo en una papilla de vísceras y sangre. El funcionamiento de las balizas de telemancia paladín aún es desconocido, aunque se cree que sigue el mismo principio (Regla binaria), a pesar de que la telemancia no permite movimientos de más de treinta metros.

Durante el estudio de este conjuro, murieron alrededor de quince hechiceros.

2.- Filosofía de la existencia: Popularmente se cree en la existencia de dos conceptos necesarios para la creación de la vida: Cuerpo y Alma, correspondientes a lo entendible por la palabra, o sea, el cuerpo como la manifestación terrenal de un individuo y el alma como la esencia. Sin embargo, y como en la mayoría de las cavilaciones filosóficas en Ortande, algunos filósofos reacios a aceptar una explicación tan simple para algo tan complejo como la vida.

Los zalashanos agregan un nuevo concepto a la existencia: La Presencia. Siendo el cuerpo la manifestación terrenal de un individuo, el alma la consciencia y la presencia la esencia. Para los zalashanos, durante la muerte el cuerpo vuelve a la tierra, el alma viaja a Lothren(3) y la presencia está condenada a vagar en el mundo, siendo esta su explicación al fenómeno de los «fantasmas».

3.- Lothren: Dominio de Desleris al que van las almas tras la muerte. La creencia general dicta que Lothren se manifiesta ante el alma de una persona como el lugar que esta reconoció como su hogar en vida, siendo ese su lugar de descanso eterno y su patio la residencia de sus mascotas como sus eternas compañeras.

«Los pies de los visitantes justos serán lavados con agua limpia…». Según la religión Risiana, los justos tendrán el derecho de recibir compañía a través de los sueños de sus seres queridos y libremente una vez que estos asciendan a Lothren. «… mientras que los pies de los visitantes injustos serán lavados con barro». Los injustos serán castigados con la privación de su derecho a recibir compañía «Tus mascotas buscarán tu sangre y arañarán tus ventanas, tu hambre será insaciable y tus heridas de vida se abrirán para no cicatrizar jamás en tu eterno confinamiento». Quienes no pueden ser juzgados, como los recién nacidos o las personas que perdieron su capacidad de razonar, son enviados a La Tierra de los Sin Juicio a la espera de un cuerpo que reciba su alma.