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BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos

En un futuro próspero y a la espera de sus propios acontecimientos, aparece un Pergamino que condena a toda su Humanidad al Cataclismo Total, y a la extinción permanente de su Tiempo. Sin embargo, no está tan extinto como se esperaba... Sarutobi Mirai, de casi Dieciséis años, es la Capitana de un escuadrón formado por niños de alrededor de doce a catorce años. No sólo lucha por no ser descubierta por los Ninjas del Pasado Desconocido Y Su Futuro Extinto, sino también por el abandono de sus camaradas mayores y la falta de recursos. Pero ella no es la única Ninja que busca proteger a sus seres queridos a partir de una promesa… Pues bien, desde un Pueblo rodeado de Hojas, hay alguien que hará todo lo posible por encontrar al causante de todo esto.

CassieNilonis · Anime und Comics
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54 Chs

Parte Tercera, Capítulo Primero.

No miraba atrás. Sus sentidos estaban alerta, escudriñando cada rincón mientras corría con todas sus fuerzas. Los Genin y los niños Chunin la seguían de cerca, tratando de no perderla de vista, pero Mirai solo tenía un objetivo en mente: llegar al otro lado de la aldea, rodeando a la misma.

Su respiración agitada resonaba en sus oídos mientras luchaba por acostumbrar sus pulmones al ritmo frenético de su carrera. Cada bocanada de aire abrasaba su pecho, pero no podía permitirse detenerse.

El bosque parecía extenderse infinitamente ante ella, desafiándola a avanzar más rápido. Con la mano, apartaba ramas y esquivaba piedras, sin detenerse ni un momento por miedo a perder tiempo.

El sol se ponía rápidamente, sumiendo el bosque en penumbras, y en ocasiones apenas podía escuchar los jadeos de los jóvenes ninjas que la seguían. La desesperación la consumía.

Primero, su hogar había sido reducido a escombros. Luego, se encontró transportada junto con los niños a un lugar desconocido.

Y ahora, despertaba en la misma aldea, pero transformada en un escenario de paz. El recuerdo de lo ocurrido, apenas veinte minutos atrás, golpeaba su mente con fuerza.

Dos Anbu, que deberían estar muertos, discutían algo que le resultaba demasiado familiar. Mientras corría, sacudió la cabeza con furia, su cabello desordenado ondeando detrás de su nuca.

El clima había cambiado estrepitosamente, ya no había tanta humedad, y el aire secaba las zonas húmedas de su desordenada melena.

No podía ser real. La idea de viajar al pasado era absurda, y aún más lo era la suposición de que su maestro lo permitiera.

¿Shikamaru sería capaz de algo así? ¿Por qué retroceder dieciséis años?

Mirai se estremeció ante la sospecha de que todo había sido planeado desde el principio. ¿Acaso ella era el centro de todo esto? No podía aceptarlo.

Shikamaru nunca la obligaría a enfrentar un dolor tan profundo si existiera la posibilidad de evitarlo.

Los niños que la seguían sonaban cada vez más exhaustos, algunos apenas podían mantener el paso.

Sus respiraciones entrecortadas, sus quejidos, sus miedos, todo resonaba en sus oídos, abrumándola. La presión la envolvía, bloqueando su capacidad auditiva mientras sus piernas se negaban a detenerse.

Su mente gritaba que se detuviera y se asegurara del bienestar de todos, pero era inútil. Su cuerpo no respondía, y sus ojos se negaban a mirar hacia atrás.

Los ojos de Mirai se oscurecían cada vez más, como si una tormenta se estuviera formando dentro de ella.

La presión en su cabeza era abrumadora, como una línea eléctrica que la conectaba directamente con su cerebro.

Era como si su propio yo interno estuviera atacándola, gritando desesperadamente que se detuviera y cumpliera con el papel que le había jurado a su maestro.

Un compromiso que no le dejaba espacio para negarse.

— ¡Mirai-san! ¡Cuidado con el frente! — Alguien gritó desde atrás, pero era demasiado tarde. —

Un impacto repentino sacudió su rostro, enviando su cuerpo al suelo con fuerza. Giró casi completamente en el aire antes de aterrizar con un golpe sordo en el suelo.

La tierra levantada por el impacto nubló su visión, sumiendo su mundo en una confusión mareante.

— ¡Neechan! — Reconoció la voz de Boruto entre el caos. — ¿Estás bien? ¿Te golpeaste la cabeza?

Mirai intentaba recobrar el aliento mientras se levantaba del suelo, su mirada fija en el suelo mientras trataba de disimular el dolor que la embargaba.

— No... — Mintió, tragando saliva con dificultad. — Estoy bien. No me golpeé nada.

La verdad era que su cabeza le dolía intensamente y su estómago amenazaba con revolverse.

El mundo daba vueltas a su alrededor, pero no quería agregar más problemas a la situación.

Mientras el malestar comenzaba a disiparse, los demás se acercaron a ella. Shikadai, preocupado, buscó a sus dos amigos entre la multitud.

Inojin y ChouChou llegaron rezagados, con expresiones de miedo y vergüenza en sus rostros.

La vergüenza, la melancolía y la ira se mezclaban dentro de Mirai mientras evitaba los ojos de sus amigos.

La tensión era palpable, como si todos compartieran un secreto oscuro que ninguno se atrevía a mencionar.

Cuando finalmente se puso de pie, un silencio helado cayó sobre el grupo. Incluso el bosque parecía contener la respiración, y los búhos comenzaron a cantar en la oscuridad de la noche.

Era como si el mundo entero estuviera esperando a que algo sucediera.

Las vestimentas de todos estaban empapadas, una carga adicional sobre sus cuerpos exhaustos.

Con el equipo que pudieron tomar apresuradamente del escondite improvisado de la madre de Mirai, las capas dobladas colgaban a un lado de sus caderas, sin haber tenido tiempo para ponérselas.

La más pálida de todos se sentía completamente inútil. Siendo la mayor, ahora se consideraba la más inútil de todos.

Su uniforme empapado solo servía para resaltar su sensación de impotencia.

Miraba fijamente sus pies, preguntándose si los demás la miraban también. El silencio era abrumador, y sentía que en cualquier momento podría desmayarse.

El pulso en el lado derecho de su frente le recordaba con fuerza que, en poco tiempo, gran parte de su rostro estaría hinchado. Otro recordatorio doloroso de su propia ineptitud.

Con un pequeño atisbo de instinto, la de los ojos rojos levantó la mirada, tímidamente. Sin embargo, se dio cuenta de que nadie la estaba mirando, solo ella misma, sumida en sus pensamientos erráticos.

Ella no era la única que lo había perdido todo. Ni Shikadai, ni el trío Ino-Shika-Chou. Todos estaban inmersos en su propio dolor, buscando una salida de la terrible realidad.

Denki, Iwabee, Hako, Metal Lee, Renga, Hoki, Tsuru, Doushu, Enko... todos habían perdido algo, sus hogares quedaron en ruinas.

La mirada de la pelinegra se posó en la niña samurái, Tsubaki. No era de Konoha y probablemente no había tenido la oportunidad de despedirse de su familia. Ni siquiera Mirai sabía si ella tenía familia.

El nudo en su estómago comenzó a disiparse. ¿Por qué se estaba centrando tanto en sus propios problemas?

Claramente, ella no estaba bien, no estaba en condiciones de liderar. Pero, ¿Qué tenían que ver los demás con sus problemas?

Correr hacia las señales de aviso que había recordado ver, sabiendo que podrían haber gente peligrosa en los alrededores, sin asegurarse de que los niños la siguieran, había sido una decisión imprudente.

Si estaban siendo perseguidos y ella terminaba herida por su propia imprudencia, los niños probablemente no estarían allí preocupándose por ella.

Se mordió el labio inferior al observar el perfil del joven Nara. Claramente, aún no estaba lista para lo que se avecinaba.

No comprendía completamente la importancia de ser un líder para proteger al Rey, y mucho menos se veía a sí misma cuidando de un reino.

Con todos frente a ella, esa realidad se hizo evidente.

Había servido como ninja en tiempos más tranquilos, creciendo en un mundo donde la crueldad no era tan prominente. Además, siempre había tenido la protección de los adultos.

Nunca había tenido que cuidarse verdaderamente a sí misma, lo cual quedó reflejado en las preocupadas palabras de su maestro.

— Eh... Hm... — Vaciló en su intento de comunicación, antes de rendirse y proseguir con su tono habitual, nada confiado. — Para este punto, el lugar debe estar cerca. No tardaremos mucho si vamos caminando.

Recibió un asentimiento por respuesta, pero ninguna palabra más. El camino transcurrió en un relativo silencio, solo interrumpido por el crujir de las ramas bajo sus pies y el oscurecimiento gradual del cielo.

La oscuridad se acercaba con un frío que era soportable pero igualmente inquietante.

Cuando Mirai divisó un grupo de personas vestidas como ellos a lo lejos, su corazón encontró un poco de paz.

Descendiendo por un camino empinado junto con los genin, pudo distinguir al grupo, aparentemente igual de perdido.

Eran unos ocho ninjas en total, pero era difícil estimar sus edades a esa distancia. Sin embargo, Mirai reconoció de inmediato a uno de ellos.

Había compartido muchas misiones con ese hombre, apenas mayor que ella. Al menos no tendría que explicar su situación actual a un completo desconocido.

Pero justo cuando estaba a punto de acercarse al grupo, la duda la asaltó nuevamente.

No podía revelar la verdad delante de los demás, mucho menos frente al hijo de su maestro. Sus dedos se sentían fríos y temblorosos.

¿Por qué sentía tanto miedo de decir la verdad?

— ¿Mirai...? — Una voz la llamó desde atrás. Al girarse, vio al Nara de ojos verdes. —

— Yo... — Mirai comenzó, buscando que se notara la oscuridad en sus ojos mientras fingía un tono confiable. — Quédense aquí mientras voy a preguntar algunas cosas. No se muevan de aquí.

— ¿Eh...? ¿Por qué dices eso? — Indagó el Nara con un rostro pálido. — Tenemos que saberlo todos nosotros también. ¿Por qué quieres mantenerlo en secreto?

A pesar de la legítima pregunta, Mirai le dio la espalda.

— Quédense aquí y no me pierdan de vista. Regresaré en cinco minutos.

Corrió cuesta abajo, acercándose rápidamente al primer Chunin que encontró entre los dispersos grupos.

Estaban esparcidos como si estuvieran buscando algo que se les hubiera caído. Era una actividad poco común para los shinobi, especialmente si su objetivo era encontrar a más grupos de sobrevivientes, lo que normalmente se lograba con una búsqueda de chakra en vez de rastrear huellas.

Pero dadas las circunstancias, no podían moverse con libertad.

— Están buscando huellas. — Pensó Mirai mientras trotaba hacia su conocido compañero. — Probablemente les dieron más detalles que a nosotros y nos buscan por huellas para ver si ya hemos pasado por aquí. Es una búsqueda pacífica para no atraer a visitantes no deseados.

Tropezó con una raíz que sobresalía, aumentando su impaciencia por llegar hasta el hombre que estaba algo distante.

Desde su posición, solo podía ver su espalda mientras escudriñaba una zanja en busca de posibles supervivientes.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, no dudó en hablar.

— ¡Señor Tanaka! — Saludó, tomando por sorpresa al hombre que se giró con expresión de asombro. Mirai se acercó, visiblemente preocupada. — ¿Está bien? ¡No puedo creer que usted esté vivo!

Él no respondió.

El hombre aparentaba estar en sus treinta y pocos años. Mirai lo conocía bien, ya que había enseñado en la academia sobre el uso adecuado de las armas.

Después de Ten-Ten-san, lo consideraba uno de los mejores en Konoha en ese aspecto.

Mirai hizo una mueca de amargura ante el incómodo silencio. El hombre, como muchos otros, estaba en estado de shock.

Miró a su alrededor, comprobando que nadie más parecía haberse percatado de su presencia, todos concentrados en su búsqueda.

— ¿Mirai... verdad? — La voz del hombre, Tanaka, sonaba distante mientras la observaba con sorpresa. —

Mirai lo miró con cierta distancia.

— Sí, señor. — Afirmó ella. —

El hombre, de cabello castaño y una bandana casi caída, parecía aturdido. Hablaba como si la presencia de la joven fuera inexplicable para él.

— Tú... — Comenzó él. — ¡Tú...! — Tanaka-san parecía despertar de su trance. — ¿Estás tú sola, Mirai?

— No, señor. Traigo conmigo... a los Ninjas menores que yo. — Informó Mirai, con una mirada triste dirigida al suelo. —

Hubo una pausa prolongada. Tal vez Tanaka-san buscaba a los niños que la acompañaban, o tal vez trataba de encontrar palabras para animarla.

Pero, de cualquier manera, Mirai luchaba por transmitirle la decisión que acababa de tomar.

Apretó los puños, sintiendo un dolor profundo en el pecho mientras ignoraba la presencia de los más jóvenes.

Cruzó miradas con el hombre, mostrándole finalmente su más profundo temor.

— Tanaka-san, por favor. Necesito su ayuda. — Le imploró. — Usted es un adulto. Posiblemente sabe más que nosotros, ¿no es así? Se lo ruego, ¿tiene idea... de dónde estamos?

El Chunin mayor frunció el ceño.

Mirai apretó aún más los dientes, desesperada, deseando que el temblor en su interior no le impidiera transmitir su mensaje.

— Entonces... ¿sabe algo? — Preguntó con ansias. — ¡Quiero saberlo! Vi a Konoha... y está bien. Vi a dos Anbu... y ambos mencionaron algo sobre mi padre.

La calma que había sentido momentos antes desapareció.

Mirai sentía que traspasaba su piel, y comenzó a creer erróneamente que su palidez era más evidente de lo normal.

Forzaba a sus pulmones a no tomar aire, y miraba fijamente al hombre con ojos bien abiertos, esperando que eso lo obligara a contarle todo.

Sin embargo, para su sorpresa, el señor Tanaka, conocido por ser amable y divertido, estaba helado.

La tomó por los hombros con una expresión prácticamente exasperada. Mirai juraba que podía ver el interior de sus cuencas por la manera en que él abría los ojos.

Ese hombre tan divertido, protector y obediente al Hokage, tenía familia. Mirai, en un estado de shock, apenas se había acordado de ello.

Se golpeó a sí misma rápidamente en la cabeza, recordando que nadie más sufría la devastación de la aldea.

Cuando estaba a punto de cuestionar su comportamiento, el hombre la obligó a retroceder, empujándola por los hombros.

Insistía tanto en alejarla que Mirai tuvo que agarrarse de su chaleco y detenerlo. Se liberó de sus brazos con miedo.

— ¡Espere un momento, Tanaka-san! ¿Qué cree que está haciendo? — Exclamó casi delirante. — Vine a buscarte porque no sé qué está pasando... ¡No me dieron tiempo para pensar! — Hablaba en un susurro casi suplicante, adaptándose a las intenciones del Chunin mayor. — Por favor, dígame las cosas claramente. Esta... ¿no es la verdadera Konoha del pasado, verdad?

Él no respondió.

— Es un sueño... una ilusión, ¿Verdad? — Repitió Mirai. —

Nuevamente, no obtuvo respuesta.

Harta de la rutina, Mirai gruñó, amortiguando sus quejidos para no llamar la atención.

Sin ganas de continuar fingiendo ser una Chunin profesional, dejó escapar sus palabras con frustración. No le importaba gritarle a su superior.

— ¡Deja de esconderme cosas! — Exclamó Mirai con firmeza, intentando que se notara la oscuridad en sus ojos. Fingió un tono confiable lo mejor que pudo. — ¡Diga la verdad! Tarde o temprano me enteraré.

La mano de Tanaka-san tapó su boca antes de que pudiera reaccionar, obligándola a ponerse de cuclillas junto a él.

Estaban detrás de un tronco, cubiertos por las hojas de un árbol que se inclinaba naturalmente.

Cualquiera que pasara por encima de ellos no los vería, especialmente si llevaban sus uniformes.

Mirai se sobresaltó. No estaba acostumbrada a que los adultos trataran a los jóvenes de su edad de esta manera.

Siempre les ocultaban las cosas, incluso si eventualmente tendrían que enfrentarlas. Estaba frustrada y confundida.

— Guarda silencio. No quiero que te vean. — Le dijo Tanaka-san en un susurro apenas audible, a pesar de que ella estaba a pocos centímetros de su cara. —

Sus instintos se encendieron como una bombilla ya usada. Era una sensación familiar que no había extrañado gracias a que no había notado su ausencia.

Resulta que dos Chunin pasaron por su lado, buscando algo en el suelo y escudriñando la lejanía para evitar tener que caminar.

Tanaka-san sostenía el hombro de Mirai con fuerza, impidiendo cualquier movimiento.

El miedo y la angustia del hombre parecían contagiarse a Mirai, quien temía que cualquier movimiento pudiera delatar su escondite.

Sin embargo, tenía una pregunta en mente: ¿Por qué se escondían de dos Chunin que claramente conocían? Quería preguntarlo, pero obedeció en silencio.

Cuando los dos Chunin se alejaron, Tanaka-san dejó escapar un suspiro y Mirai sintió que el minuto de silencio más largo de su vida llegaba a su fin.

— ¿Por qué nos escondemos de ellos? — Preguntó Mirai, sin levantarse aún. — ¿Ocurre algo, Tanaka-san?

La expresión de Tanaka-san pasó de exasperada a inexpresiva en pocos segundos.

Su rostro semiarrugado y sus ojos oscuros eran tan familiares y reconfortantes que Mirai no sintió ni una pizca de incomodidad. Solo una voz lejana en su cabeza le decía que el hombre tenía algo que decirle.

Ella se mantuvo callada, mirándolo desde abajo debido a la diferencia de altura, incluso estando de cuclillas.

— Soy el único adulto del escuadrón. — Comenzó Tanaka-san con serenidad. — Todos los que vienen conmigo son más jóvenes que yo, pero mayores que tú. Y como es natural, todas las épocas maduran de manera diferente, obteniendo distintas opiniones.

La Sarutobi abría más sus ojos, resplandeciendo incluso en la oscuridad bajo las hojas del árbol.

— Lamentablemente, soy el único adulto aquí que está de acuerdo con todas las decisiones de Hokage-sama. — Dijo Tanaka con seriedad. —

— ¿Decisiones...? — Preguntó Mirai, con la mirada fija en él. —

Tanaka asintió.

— Mirai, no queda mucho tiempo. — Advirtió, su mirada desviándose hacia la dirección donde se suponía que estaban los niños ninja. — No sé por qué viniste hasta acá, pero estoy agradecido de que terminara así. Todo habría sido diferente si te hubieras ido por el otro lado y te encontraras con el otro escuadrón. No puedes involucrarte en su misión. Conmigo aquí, tienes una sola oportunidad.

Mirai permaneció en silencio, absorbida por las palabras del hombre, tratando de encontrarles algún sentido.

Un sentimiento de abandono y soledad comenzó a invadirla nuevamente, haciendo que su estómago se volviera más pesado.

Un aura fría parecía envolverla, y palideció instantáneamente. Tenía frío.

Sintió un peso en sus manos y, obligándose a mirar hacia abajo, se dio cuenta de que sus manos temblaban. Sus ojos parecían no querer responderle, y la Sarutobi luchaba por mantenerse consciente.

— Cuando estés en el País del Viento, dirígete al noroeste. Ahí encontrarás un lugar seguro hasta que puedas valerte por ti misma. — Continuó Tanaka, hablando con premura. — La brújula... considera que es un regalo de mi parte. Conozco más o menos esos lugares, puedo guiarme sin ella.

— ¿Qué significa esto? — Preguntó Mirai, mirándolo nuevamente a los ojos, claramente asustada. — ¿Pretende salvarme solo a mí...? ¿Cuándo tiene con usted a gente más joven? ¡Podría ayudarlos, independientemente de cuáles sean sus creencias!

Tanaka descansó sus codos en sus piernas, encorvándose ligeramente.

El hombre miraba al suelo con resignación.

— Esas cosas no le funcionaron a Hokage-sama esta vez, Mirai. — Dijo, mirándola de reojo con una sonrisa triste. — Te están buscando para esclavizarte. Alguno de estos Chunin no estuvieron de acuerdo con Hokage-sama, y aquellos que facilitaron la construcción del Jutsu que nos trajo aquí, les hicieron jurar que no te matarían. Ni a ti ni a ninguno de esos niños.

— ¡¿Eh?! ¡¿Qué dice...?! — Exclamó Mirai, luchando por contenerse. Luego prosiguió, más calmada. — ¡¿Por qué Hokage-sama aceptaría tal cosa?! ¡¿No son ellos Chunin de Konoha?! ¡¡Su obligación es serle fiel al Hokage!!, En todo lo que diga...

— Si ellos fueran de circunstancias diferentes, lo lógico sería que fueran leales al Hokage. — replicó él con serenidad. — Una gran parte ni siquiera son Ninjas de Konoha, sino parte de la familia que resguardaba el pergamino. Esa gente, todos ellos... Definitivamente no les conviene que otras personas sepan del Pergamino, O en otras palabras: Que otras personas hayan sobrevivido al desastre. Aun cuando era parte del tratado entre ellos y el Hokage.

— ¡¿Qué trato?! ¡¿De qué demonios hablas, Tanaka-san?! — Exclamó Mirai, su confusión e incredulidad creciendo. —

— Un pacto de sangre. — Confesó él, su tono serio. — Los que te trajeron aquí, ¿Te dijeron algo, verdad?

El silencio frío de Mirai fue suficiente respuesta para él, sobre todo porque ella se mordía los labios, incapaz de encontrar las palabras adecuadas.

— Los responsables de prestarnos el pergamino son descendientes de un ex-miembro de Konoha. — Explicó Tanaka con solemnidad. — En el pasado, esa persona no era considerada peligrosa, pero sí una traidora por abandonar la aldea en secreto. — Tanaka suspiró antes de continuar. — Se dice que ese individuo, en la época del tercer Hokage, abandonó la villa para liderar a su propia gente. El séptimo pudo hablar con ancianos que para esa época eran tan solo Genin o Chunin, y todos decían que, si bien nunca se le tomó importancia porque no hubo noticias de él, el tercero sí se ponía tenso cuando se mencionaba algo sobre los renegados. Incluso llegaron a decir que no dejaba de estudiar la lista negra, y se sospecha que lo hacía para ver si habían matado o no a esa persona.

— ¿Mi abuelo... conocía a ese hombre? — Preguntó Mirai, con una mezcla de incredulidad y angustia. — ¿Por qué el séptimo eligió esta alternativa? ¡¿Me lo estás confirmando?!

Las manos de Tanaka acariciaron su propio rostro mientras se secaba el sudor que corría por él.

La oscuridad de la noche ya había caído, y aunque quedaba poca luz, el aire no estaba caluroso.

Seguramente, él estaba nervioso. Evitó mirarla directamente a los ojos desde entonces, limitándose a asentir una sola vez.

Mirai abrió los ojos como platos. La respuesta que buscaba, y que se negaba a aceptar con facilidad, había sido confirmada por alguien en quien confiaba.

Todos ellos habían viajado al pasado.

Atónita, cayó sobre su trasero, sintiendo que sus piernas ya no podían mantenerla en cuclillas por mucho más tiempo.

— Ese culto... O bueno, los descendientes de ese hombre, no es muy claro para nosotros; Pero Shikamaru-san me dijo que su especialidad eran los Jutsus de sellado. — Explicó Tanaka, mencionando el nombre de su ya fallecido maestro. — Que las posibilidades de viajar al pasado eran altas, pero requerían que muchas personas se sacrificaran para acumular suficiente chakra y espíritus. A menos que alguien te transporte a través del pergamino, tu existencia será asegurada. Aceptaron darnos el Pergamino, a cambio de que su gente también fuese invocada. Juntarte con ellos sería muy arriesgado. Se les conoce por ser altamente egoístas.

Mirai, congelada y sin poder decir nada más, lo miró, pidiendo una explicación adicional.

— Si haces algo que perjudique tu existencia, como, por ejemplo, violar el trato hecho entre el séptimo y los Ninjas invocados, nada te ocurrirá. — Continuó Tanaka, su tono tranquilo y desinteresado comenzaba a ser tétrico. — Esa es la regla. Aunque esta es la primera vez que se usa ese Jutsu... nos advirtieron que posiblemente se hayan abierto portales que destruyeron todo. Lo que quiere decir... que no solo Konoha no existe.

Hizo una pausa, y su mirada amable golpeó el corazón de Mirai con una brutalidad que la hizo sentir enferma.

— Toda la línea de tiempo dejó de existir. — Confesó Tanaka. — Estuve presente cuando se discutió todo este tema, e incluso aquellos que sobreviven a los portales y son traídos aquí, no tienen oportunidad. Con la línea de tiempo ya destruida, su suerte será la misma que la nuestra: no moriremos incluso si nuestros Padres mueren a una edad joven. Sin embargo, cualquier descontrol en sus hondas de chakra romperá los sellos que yacen en sus cuellos, y será como una bomba de tiempo.

— ¿Sellos...? — Mirai habló. — ¿Dice que las personas que vienen por los portales obtienen sellos?

El hombre asintió.

— Tenerlos es una marca de advertencia. — Le explicó. — Deberías estar agradecida... de que esos mocosos de la familia selladora, aceptaron sumarte a la huida.

— ¿Por qué dijiste que el Hokage tuvo que llegar a un trato con ellos?

— Porque hacer el intento de sobrevivir en el pasado es una gran hazaña. No todos tienen tantas ganas de morir, ¿sabes? — Tanaka escudriñó su entorno para asegurarse de que no había nadie cerca y prosiguió con su explicación. — Desde que supieron que Code había preparado un ejército, el séptimo hizo todo lo posible para alargar la fecha. Aunque no lo sé con certeza, algo lo llevó a reunir una gran variedad de escuadrones y dejarles a los dueños del pergamino la labor de prepararlo para el retroceso. Si bien aceptaron salvar a unos cuantos, no le juraron lealtad al Hokage... Por lo que no se responsabilizaban si Personas morían a causa de los Portales o el Cataclismo.

— ¡Esa familia...! ¿Es la responsable de la destrucción? — Indagó Mirai. —

— Así es. — Confirmó Tanaka con un gesto. — Como en todos lados, habrá personas que no están de acuerdo con los suyos, pero que guardan cierta lealtad. Los Ninjas No se negaron a ser enviados al pasado y cumplir con la última voluntad del séptimo, más, sin embargo, los miembros de esa familia selladora son quienes lideran la otra parte que pactó... lo que Implica, que cada cosa que se discuta referente al Pasado, se tiene que hacer entre la familia selladora y los Lideres de escuadrón. El pacto es sagrado, por eso se pacta muchísimo antes de abrir el Pergamino.

— Entonces... ¿Ellos no habrían ayudado antes de que todo se derrumbara? ¿Todo... por ese pacto? — Preguntó Mirai, sintiendo un peso en su pecho al darse cuenta de la frialdad de los adultos. —

El hombre asintió lentamente.

— Y... ¿Por qué dice que me esclavizarán? ¿Qué tiene que ver todo eso conmigo? — Inquirió Mirai, tratando de ocultar su angustia. —

— Eso fue un decir, pero no se aleja mucho de lo que quieren hacer contigo. — Respondió Tanaka, mirando por encima de su hombro. — No puedo confiar en ellos... Para enviar a gente al pasado, se necesitaba un pacto entre los invocadores y el Pergamino. Ellos pusieron cosas a su favor, sin embargo, de igual manera lo hizo nuestra gente. No pueden hacerte daño directamente, pero si ponen la excusa de que tienes que cumplir con tu deber y apoyarlos... estarías enlazada con una promesa que no te corresponde; Y Si la rompes, el Pergamino te castigaría. Quién sabe lo que puede ocurrir... A Ellos no les conviene dejarte rondando por allí.

Mirai se tensó al oír esas palabras.

— ¡¿No confían en mí?! ¡¿Por qué...?!

— Porque... eres demasiado joven. — Le dijo Tanaka. — Puedes sufrir de egoísmo y actuar guiándote por ello. Creen que, si tienes contigo a ese escuadrón conformado por niños, no te sentirás libre de arriesgarlos. Los miembros de la familia de Invocadores pueden influenciar a nuestros Ninjas, con tal de hacerse contigo y tu escuadrón. Después de todo, quienes Pactaron fueron los adultos mayores que Tú. Tienes la ventaja, y más libertad en tus actos; No estás enlazada al Pergamino. — Frunció el ceño. — También sé que pondrás resistencia si te obligan a seguir sus órdenes. El pacto no les permite matarte directamente, pero podrían abandonarte si así lo desean... hasta es posible que les teman a esos niños, y los pongan en peligro también.

La adolescente tragó en seco, apretando los labios con fuerza.

— Mirai, desde que se supieron los nombres de quienes liderarían los escuadrones, se vieron reacios a aceptar las peticiones del Hokage. — Informó Tanaka, y Mirai sintió un peso en su pecho. — Puedo decirte que los Ninjas no son capaces de traicionar al Hokage, pero suponiendo que esa familia se involucre en sus decisiones, ellos aprovecharán para acorralarte en mayoría. Creerán que están haciendo algo bueno... pero eso solo te mataría a ti y a los demás. No te conviene meterte con el pergamino, estamos a justo unos dieciséis años; Exactamente tu edad. No los provoques, y evitalos. El Pergamino nos ayudó, pero no puede ser lo mismo para ustedes.

Mirai inconscientemente se llevó la brújula a la mano derecha y la examinó. Era vieja, pero metálica y pesada. Funcionaba perfectamente.

— Escúchame. — Pidió con firmeza en su susurro. Tanaka puso una mano sobre el hombro de la Sarutobi. — Tú tienes más posibilidades de enfrentarte a cualquiera que se oponga ante ti... aunque no puedo decir lo mismo de esos niños.

— ¿No dijiste... que no estabamos enlazados con el Pergamino? ¡N-Nosotros no hicimos ningún pacto!

— Pero son parte de una Promesa. — Respondió Tanaka, tragando saliva. Sus ojos se ensombrecieron. — 'Juramos no Hacerles daño, involucrarlos en algún peligro o llevar a cabo algún acto que les haga daño'. Esas fueron sus palabras, pero siempre hay maneras de evadirlas. Como el núcleo de una Promesa, no puedes arriesgarte a Morir... los liberarías del pacto, y eso les daría la libertad de hacer lo que quieran por aquí. Si supiera cual fue el trato en específico, sería muchísimo más sencillo evitarlos a todos ellos, pero en este caso... es mejor para ti, largarte de aquí, ahora que tienes la oportunidad.

Mirai no pudo responder. No encontraba cómo. Con una perspectiva así, el hombre tenía razón.

Si el mundo que ellos conocían ya no existía, entonces eran lo único que quedaba de él. Solo migajas de lo que alguna vez fue su hogar.

Incluso la persona más común y corriente que sobrevivió a todo eso, era mucho más valiosa que todo el oro de esta época.

— Sigue las instrucciones que te di en un principio, yo los alejaré de aquí. Como un adulto que pactó, seré tratado como Enemigo si me largo a mis anchas. — Dijo sorpresivamente Tanaka-san, comenzando a dar movimientos como si se estuviera preparando para irse. Se revisaba los bolsillos, y cuando encontró lo que buscaba, tomó la otra mano de la Sarutobi y sumó peso en ella. — Dale el contenido de esa bolsa a la gran anciana. La encontrarás en la dirección que te di.

— ¿Gran anciana? — Mirai puso frente a sus ojos la bolsa. Era una especie de monedero, y por el peso, lo que había dentro pesaba casi como un montón de monedas. Pero no estaba segura. —

— Pregúntales a las personas con las que te encuentres. Procura no mostrarle el contenido a nadie. ¡Absolutamente a nadie, Mirai! — El rostro de Tanaka-san se acercó ferozmente al suyo, mostrando preocupación en sus ojos. — A menos que alguien que responda por ese apodo se presente ante ti, por supuesto. Pero no abras esa bolsa hasta encontrarla. ¿Está claro?

Mirai pensó que estaba en un juicio. El hombre la miraba con tal fuerza que casi podría confesar algún crimen que no había cometido, con tal de que no la siguiera viendo de esa forma.

Un tren extenso de pensamientos pasó velozmente. No los analizó a detalle, pero sabía a qué hacían referencia.

Su viaje al pasado resultaba difícil de creer, al igual que el hecho de que todo esto hubiera sido planeado con tanta anticipación y la amenaza constante de traición indirecta.

Sin embargo, conociendo al séptimo Hokage y a su maestro, seguramente habían aceptado con la esperanza de mantener a salvo a sus propios hijos y amigos.

La idea de que podrían haber salvado a más personas era casi abrumadora.

Cualquiera podría verlo como injusto. Incluso ella misma se preguntaba si podría verlo así si quisiera.

Por casualidad, el hijo del Hokage y quienes lo rodeaban habían sido salvados de la catástrofe.

Si tan solo todos estuvieran abiertos a una variedad de escenarios, se darían cuenta de que, de todas formas, no habría salvación para nadie.

Fue en ese momento, un momento breve, que Mirai se percató de una imperfección en la palabra "salvar". ¿Por qué salvar especialmente a ninjas con buenas habilidades, independientemente de si eran hijos de ninjas importantes?

Y aún más alarmante, ¿otras aldeas estaban involucradas? Si eso resultaba ser cierto, ¿habría más personas como los del culto? ¿Habría más sobrevivientes que estuvieran de acuerdo con Mirai?

De acuerdo... ¿en qué?, se preguntó a sí misma. Inconscientemente se había colocado en un papel en el que ya había tomado una decisión.

¿Cuál sería esa decisión si la tomara? ¿Qué lideraría si más personas como ella aparecieran? Desafortunadamente, no obtuvo esa respuesta del señor Tanaka.

— Aprovecha la luz lunar y adelántate al País del Viento. — La voz del Chunin la sacó del trance. Cuando Mirai se levantó para hacerle más preguntas, él ya se estaba encaminando hacia las afueras de su escondite, vigilando su entorno. — No puedo abandonar a mis compañeros, solo yo puedo manejar las situaciones con esa gente. Si dan un paso en falso, los matarán. Ustedes... Si, Pueden irse por la otra ruta.

Tanaka había apuntado a la dirección opuesta a la aldea, tan serenamente apartado de la Adolescente, cuando ella exclamó, susurrante:

— ¡Tanaka-san!

— Sarutobi Mirai... — El mayor dijo su nombre, dándole la espalda. Aunque no pudo verlo, pareció soltar una ligera risa, como si revolviera cosas en su cabeza que Mirai no podía ver. — Asegúrate de no presentarte ni a ti ni a los niños de tu escuadrón con sus apellidos. Y, sí ves algún comportamiento extraño en personas vestidas de manera rara o llamativa, aléjate o haz la vista gorda. En esta época, mueren más jóvenes de tu edad debido a su curiosidad, que shinobis en una batalla.

Después de eso, el hombre desapareció en un remolino de hojas. Mirai se quedó hablándole sola al aire antes de darse cuenta de que ya no estaba.

Todo su ser se quedó estancado. Ahora estaba sola, con la única misión de ir a un lugar del que no sabía nada, en una situación verdaderamente sofocante y nada realista.

Si no fuera por el dolor en sus piernas y su cabeza, Mirai podría haber pensado que todo era un sueño.

Cabizbaja y con los hombros caídos como sus altas expectativas, subió la colina empinada.

Con la ayuda de los grandes árboles y la escasa luz, el lugar donde había dejado a los genin era casi invisible para el ojo.

Tropezó algunas veces en su lento caminar, pero continuó con su camino con los ánimos por los suelos.

Ahora estaba sola. Sola y con niños a los que guiar y proteger como la única al mando.

Porque, no importaba si llevaban armas, no importaba si sabían hacer buen uso de sus habilidades. Todos ellos continuaban siendo niños.

Fue gracias a ese pensamiento, que martillaba su cabeza desde adentro.

Se había decidido en dejar a los niños al mando de Tanaka-san, hasta que toda la conversación fue llevada a otro lado.

Ahora no tenía más opción. Un sube y baja constante, del que no sabía ni tenía claro de qué era lo correcto.

Quería cumplirle a su maestro, y creyó que lo mejor era dejar a su hijo con alguien que si podría cuidarlo.

Sin embargo, no estaría cumpliendo su promesa, porque el estar angustiada iba en contra de los deseos de Shikamaru.

— Neechan.

Boruto habló, aproximándose. Cuando Mirai levantó lentamente los ojos, divisó las vestimentas del rubio y de sus compañeros.

Todos llevaban puestas sus capas.

Apenas se dio cuenta de que ella estaba sintiendo frío gracias a lo empapada que estaba.

— Vimos cómo ese hombre te escondía de los otros. — Denki, tras el brillo de sus anteojos defectuosos, se hundió en medio de sus hombros. — ¿Qué fue lo que te dijo, Mirai-san?

Cuando Mirai pudo mantener su mirada en donde debería estar para que los demás la viesen, la mayoría de los niños se habían aproximado a su posición.

Salieron de la oscuridad del bosque, y supuso que se escondieron cuando la divisaron con Tanaka-san.

Inconscientemente, apartó la mirada. Pero al mismo tiempo que ellos reaccionaron ante ese movimiento, ella se reacomodó, y todos esperaron con más ansiedad alguna respuesta por su parte.

¿Qué debía de hacer ahora?, viendo las dos cosas que Tanaka-san le entregó, se preguntaba muchas cosas.

¿Cuánto tardarían? ¿Dónde dormirían mientras? ¿Qué les aseguraba alimento? ¿Podrían ellos siquiera resistir ese largo trayecto en un mundo que no es suyo?

Metiendo ambas manos en los bolsillos, guardó aquellas pertenencias. Mirai puso unos ojos cansados, casi ajenos al mundo.

Y con una voz casi serena, informó.

— Desde ahora, velaremos por nosotros mismos. Los Chunin que sobrevivieron ya no tienen conexión con nosotros. Ellos tienen otras cosas en las qué centrarse... y nosotros las nuestras.

Como era de esperarse, todo el mundo jadeó, estupefacto. Ellos esperaron noticias de las personas que sobrevivieron como ellos, y obtuvieron todo lo contrario.

Más allá de la reacción del momento, Iwabee, siendo el más alto y mayor de los niños que Mirai tenía que proteger, no tardó en indagar. Él sonreía con incredulidad.

— Estás jugando... ¿verdad?, eso no puede ser cierto. — Metal Lee, que estaba a su lado, dirigió sus ojos hacia el más alto. El del cabello más oscuro abría enormemente sus ojos. — Son Chunin que juraron lealtad al Hokage y a Konoha, no pueden negarse a ayudarnos.

En el silencio fúnebre, Namida gimoteaba. Wasabi, cuidando de ella, pasó un brazo por encima de sus hombros, pero no fue suficiente.

La niña comenzó a toser secamente, y Mirai caminó a su propio ritmo para acercarse.

— ¿Estoy equivocado? Eso no puede ser verdad, ¿no es cierto, Mirai-san? — El moreno casi explotó. No estaba enojado con la pelinegra, y él mismo lo sabía. —

— Namida-chan...

Cayendo bajo el hechizo de las lágrimas silenciosas de la castaña de coletas, Wasabi se esforzaba por no llorar.

Todos a su alrededor sentían la misma impotencia, sin necesidad de preguntarle más a Mirai.

Namida jadeaba y se ahogaba con sus mocos, hasta que Mirai la hundió en un cálido abrazo.

Aquella acción fue un disparo al corazón para todos. Sorprendida, Namida abrió sus ojos contra el chaleco de la pelinegra.

— Tanaka-san me aseguró que los alejaría. — Dijo la de los ojos rojos en un susurro. Sin soltar a la niña, elevó suavemente y sin expresión alguna, su mano hacia Wasabi. Le acariciaba la cabeza, y eso no hizo más que hacer que las lágrimas de Wasabi afloraran. — Sean silenciosos. Si queremos irnos sin que nadie nos persiga, lloremos en silencio. ¿Está bien?

— ¡Gh! — Escuchó como alguien jadeaba ahogadamente. —

Después uno, y luego otro.

Hasta que, en un pequeño rincón del bosque, bajando una colina, se escuchaban pequeños sollozos amortiguados de niños que tenían el poder de luchar, pero carecían del calor emocional que necesitaban en ese momento.

Mirai se dejó llevar. No soltó ni una sola lágrima, porque no sentía que se lo merecía. Se castigó a sí misma viendo a todos llorar.

Shikadai, Denki, Metal Lee, Sarada, Boruto... todos ellos. Con cobardía, ella estaba dispuesta a dejarlos al mando de alguien más.

Y si bien no se consideraba perfecta, creía en ese momento que no había mejor opción que ella para cuidarlos.

Tenía que verlos llorar para entender sus lamentos, obligarse a darse cuenta de que su sufrimiento no era más que un obstáculo para la última misión que el Hokage le había encomendado.

Llorar por su madre y pensar en la reciente muerte de su padre no eran más que pensamientos innecesarios ahora.

Esos niños estaban inseguros en este mundo, y ella era la única de Konoha que quedaba con pensamientos buenos sobre todos los adultos que ellos admiraban.

Ver todo ese derramamiento de lágrimas le hizo darse cuenta de una cosa.

Las cosas sucedían de alguna manera u otra, y de nada servía estar pensando en el pasado.

Si ella no había hecho tales cosas, simplemente no las había hecho y punto. Perdía el tiempo lamentándose.

Si se detenía a pensar en esas cosas en una pelea real, todos ellos morirían antes que ella.

Era devastador lo que había ocurrido. Era solitario hacerse cargo de su vida y proteger a otros.

Pero lo peor pasaba y seguía pasando. Lo único que le quedaba era prepararlos para ello.

Y no había mejor manera que allanarles el camino que ellos cruzarían.