Bajo la oscura percepción de una lóbrega noche de Marzo, se divisa meditabunda la figura de Berman Caio. Él es un muchacho de primero de secundaria, de aproximadamente 11 años, estatura pequeña y contextura desgarbada.
Su sonrisa coqueta ha comenzado a atraer a las niñitas de su edad que ya empiezan a relucir las hormonas propias de su pubertad, del cual la mayoría de niños son víctimas, ya que sin entender se ven envueltos en situaciones amorosas, que para ellos aún les resulta vergonzoso, y de a pocos se ven forzados a madurar a una parecida intensidad que las del sexo opuesto.
Sin embargo, Berman no ha notado el nerviosismo inusual de sus compañeras cuando se acerca a hablarles, no ha percatado el seguimiento desesperado de algunas de sus amigas comunes que lo molestan con piropos y chistes, él aún no se ha dado cuenta del poder de atracción con el que ha desorbitado la atención de las niñas por doquier, y que muchísimas están enamoradas de él.
Pero aunque no entiende todo aquello que ha acontecido últimamente a su alrededor, por su mente se desliza el recuerdo de aquella niña nueva que apareció en la institución educativa el Lunes pasado, después de dos semanas de haber iniciado las labores escolares.
Tanto él como la mayoría de sus compañeros, e incluso los muchachos de otros salones, quedaron absortos de emoción al verla, y Berman no habría quedado impresionado, de no ser porque ella al percatarse que muchos niños estaban mirándola, detuvo su caminar, volteó la mirada, observó a todos de pies a cabeza, pero cuando lo miró a él, sonrió de forma notoria, y se fue caminando otra vez, dejándolo en un tumulto de bromas envidiosas de sus compañeros que al notar la escena lo felicitaron y molestaron a la vez.
Más Berman no está arriesgándose esta noche por ella, él se encuentra allí porque Mauro, su mejor amigo, le había encomendado recuperar su brazalete mientras él estaba ausente por la enfermedad de su madre, quien tuvo que ser hospitalizada y llevada con urgencia a un centro especializado en otra ciudad.
Según Mauro, había conocido en sus vacaciones de enero y febrero a una linda cuzqueñita, con quien había tenido su primera experiencia amorosa, un corto romance, ya que tuvo que volver del Cuzco a estudiar en su pueblo natal, y ella le había regalado una pulsera en la que estaba inscrita su nombre.
Obviamente en el Apertura del nuevo año escolar (marzo), Mauro llevaba puesto el brazalete, más al percatarse un profesor de esta falta de seriedad en un evento de suma importancia, le decomisó la pulsera e inmediatamente lo guardó en el salón de dirección general de la institución educativa.
El Miércoles por la tarde Berman recibió la llamada de su mejor amigo pidiéndole encarecidamente que recuperara este brazalete, ya que su mamá había sido trasladada a un hospital cuzqueño, y él aprovecharía sus momentos libres para buscar a la niña de quien se había enamorado en las vacaciones, pero si ella lo volvía a ver sin aquella pulsera seguramente que se iba a llevar una fuerte decepción, y Mauro temía lo peor.
Es así que Berman había diseñado un plan sumamente arriesgado para penetrar en el no tan resguardado colegio, que solo contaba con muros alrededor, un profesor que vivía allí y un bravo perro para cuidar el lugar.
El día Jueves por la tarde había consultado con un cerrajero de cómo podría conseguir una llave para una puerta que él no podía llevársela, y este inocente señor pensando que el pobre jovencillo había perdido tal vez la llave de su casa en algún juego infantil, y que temiendo por la reacción de sus padres había acudido a él en desesperado llamado de socorro, le confió lo que él llamaba su "llave maestra" con las siguientes indicaciones:
- No debes sacarla de su caja, hasta el momento en el que vas a consumar tu acto, esta "llave maestra" es como una plastilina, cuando la introduzcas por el cerrojo de la puerta se moldeará a la medida exacta de su llave original, la dejas unos 20 segundos, y lo guardas otra vez en su cajita.
- ¿Y esa será mi llave? -
- No muchacho, no. Me la tienes que traer, ya que la plastilina actúa como molde para formar la verdadera llave que se quedará para ti. Más sin duda puedo asegurarte que este trabajito te va a desplumar de todas las propinas de este mes – reía fuertemente el cerrajero mientras encomendaba su cajita a Berman.
Después de guardar la cajita de molde para llave, se dirigió con herramientas rudimentarias por un camino desolado de la ciudad a la parte trasera del recinto escolar, esperó pacientemente el declive del sol, cavó una perforación de tamaño regular como para que él pudiese ingresar agachado, escondió el hueco con un viejo plástico azul por ambos lados, y le puso un poco de tierra sucia a sus costados, dejando pensar a cualquiera que alcance a verlo, como un plástico común de basura, que se encuentra allí por los azares del viento.
Por la mañana del viernes, sabiendo que el hueco que había realizado la velada anterior no iba a pasar inadvertido por mucho tiempo, se mentalizó completamente en que tenía que finiquitar su plan de rescate esa misma noche.
Es así que llevó un par de tabletas de magnesio en polvo, que él utilizaba en sus noches de insomnio para poder conciliar el sueño.
A la hora del recreo escolar, compró una comida de arroz chaufa que le sirvieron en un descartable platillo amarillo y haciendo momento de compasión por el perro guardián de la institución se le acercó so pretexto de invitarle su merienda, más para ello ya había puesto el somnífero en dicho plato, y después de haber contemplado comer al intimidador can, se encaminó a recoger la cajita de llave para sacar una réplica al de la puerta de la dirección general del colegio.
Tomó un cuaderno consigo y con motivo de preguntar cierta tarea que no había entendido fue hasta la sala de profesores que se encontraba justamente al lado de la puerta de la dirección.
Como él había imaginado se encontraban muchos alumnos en la misma posición esperando su turno para hablar con algún docente.
Más al estar junto a la puerta sacó la cajita de su bolsillo derecho, y tapándolo con su cuaderno, insertó el molde por entre la cerradura, esperando los 20 segundos indicados por quien se lo encomendó.
Al guardar la cajita en su bolsillo, hizo un comentario de la demora que realizaban los profesores para atenderles, y se retiró sin dejar sospecha alguna.