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Capítulo 17 — Caja de música - Parte 4

Redakteur: Nyoi-Bo Studio

—¿Qué? ¿Quién? —preguntó frunciendo el ceño ante lo que ella estaba hablando antes de que se diese cuenta de que estaba hablando del cordero. Seguro que Leonard había alimentado al cordero lo suficiente como para que engordara, pero viendo el cariño que la niña le tenía cuando Paul le había preguntado en el pasado si quería un guiso de cordero, lo rechazó antes de decir que ese cordero en particular no debía ser tocado.

Saliendo por las puertas, vio a Christopher de pie junto a su sirviente, el cual tenía la cabeza de cordero en su mano en ese momento.

—Me gustaría que lo cortasen en dados y los hirviesen.

Escuchar eso fue suficiente para que el niño se le acercara antes de darle un puñetazo en la cara. Aunque Leonard era tres años más joven que Christopher, tenía suficiente fuerza para empujar al niño al suelo y lanzar ataques de puñetazos. Su ira hervía a un ritmo mucho mayor, y era como si alguien hubiese poseído al niño pequeño. Para una persona de su edad, había demasiada ira contenida en él. Y pensar que había matado al cordero por sus papilas gustativas cuando él mismo se había abstenido de matarlo, voló a diestra y siniestra, encontrando todo lo que era parte del otro muchacho.

Fue hasta que alguien lo sacó de Christopher que escuchó a su padre hablar con él.

—¡Leonard, basta!

El chico dejó de luchar para llegar al otro chico. Entonces fue empujado a un lado.

—Habitación. Ahora mismo —dijo su padre con severidad y con una ira apenas contenida por la escena que su hijo había causado, donde algunos de los invitados habían podido presenciarla.

—¡¿Qué hacías ahí parado y mirando en vez de detenerlos?!

El Sr. Carmichael regañó al sirviente que iba a matar al cordero. El sirviente en respuesta tartamudeó con una disculpa que el Sr. Carmichael ignoró para ayudar al niño a levantarse.

Su cara fue golpeada hasta el punto de que se le habían empezado a formar moretones. En ese momento fue cuando se dio cuenta de que uno de los colmillos del niño se había roto y sintió que las cosas no iban a ir bien con su familia. Para un vampiro, la parte más importante eran sus colmillos, era el orgullo de ser un vampiro. Por lo general, los colmillos se rompían o se arrancaban como una forma de castigo antiguo. Una vez roto, nunca volvía a crecer.

—¿Qué pasó aquí? —el Señor había entrado en escena hace sólo unos segundos para mirar al niño en el suelo—: Atiende al niño.

El señor chasqueó el dedo a su sirviente que había ido con él.

—Perdóneme, señor, por haber visto algo tan desagradable —se disculpó el Sr. Carmichael, inclinando su cabeza profundamente avergonzado.

—No hay nada de qué disculparse. Los niños siempre están llenos de energía.

Nicholas sonrió, su expresión era tan tranquila como siempre. El colmillo desaparecido no pasó desapercibido.

—Ten cuidado con el niño —dijo el Señor y volvió a entrar en la mansión.

Cuando la noche llegó a su fin, el Sr. y la Sra. Carmichael se disculparon profusamente con los padres de Christopher, el Señor se había quedado atrás hasta el final, añadiendo sus sabias palabras y pacificando a la familia. Afortunadamente, el primo de la Sra. Carmichael no había culpado por completo a Leonard y creía que su hijo había hecho algo. Pero el incidente no quedó ahí.

El Sr. Carmichael estaba sosteniendo el extremo de la cuerda cuando se trataba de manejar el temperamento de su hijo. Hubo momentos en el pasado en los que él había sentido que era el mimo, pero eso no tenía nada que ver con ello. Como su esposa le había dicho, era algo que había adquirido del abuelo de Renae. Todas esas veces había sido indulgente, pero al romperle el colmillo al otro chico, no quería supervisar el asunto. Con el asunto silenciado, el señor sugirió algo sobre el bienestar del niño, lo cual fue considerado por los padres después de mucho pensar y discutir.

—Lo que hiciste hoy estuvo mal, Leo, y pensar que tu madre tuvo mucho cuidado al decirte que no te metieras en problemas —dijo el Sr. Carmichael a Leonard, que estaba sentado al borde de la cama con la cara en blanco—. Es la severidad de lo que le robaste al muchacho al desfigurarlo. Si el asunto llega al consejo, habría consecuencias sin importar la razón por la que te sintieses obligado a hacerlo. El Señor dijo…—se detuvo un momento antes de continuar—: Como castigo, pasarás una década en la mansión Rufus.

Al oír eso, el niño sacudió la cabeza para mirar a su padre.

—Puedes venir aquí en ocasiones y se nos permitirá visitarte tan a menudo como podamos, pero a partir de este momento, no vivirás aquí. Es la mejor opción que tenemos ahora mismo además de enviarte a través de las cortes del consejo, lo cual no es algo que te gustaría experimentar.

—Malcolm Rufus fue el hombre que crio al actual Señor. Estoy seguro de que resultarás ser un buen hombre. Te sugiero que empieces a empacar.

Su padre salió de la habitación con un ruido sordo mientras dejaba al niño con la boca abierta ante la puerta en shock. ¿Lo estaban enviando lejos de casa?

Al principio, el niño había pensado que sus padres estaban inventando una broma de mal gusto que se había convertido en una dura realidad. Con su madre y sus sirvientas empacando la poca cantidad de ropa en ese momento, Leonard le rogó a su madre, pero parecía que nadie iba a ponerse de su lado ya que todos estaban molestos con él. Viendo que esa vez no había salida, se sentó en un rincón mirando fijamente el equipaje que estaba siendo empacado. Saliendo de la habitación, cerró la puerta con un fuerte ruido que le hizo volver a ser regañado.

Después de una hora, el carruaje del señor fue puesto en la parte delantera de la mansión para que el equipaje pudiese ser atado con seguridad. Leonard no habló con sus padres hasta que su madre se inclinó para besarle la frente.

—Cuídate, Leo.

Él sabía que su madre estaba triste, pero eso no cambió su decisión y tampoco la de su padre.

El señor había entrado en el carruaje, esperando a que él fuese, Leonard se dio la vuelta para echar un vistazo a la mansión antes de que sus ojos se posasen en la niña que estaba detrás de Paul en ese momento. Sus ojos se habían puesto rojos por el número de lágrimas que había derramado después de que el cordero fuese asesinado. Ella lo miró un poco perdida preguntándose a dónde iba a esa hora de la noche, a solas con un extraño.

Con una pequeña sonrisa mientras sonreía a ella y a todos, se subió al carruaje para que el cochero cerrase la puerta tras él. El carruaje comenzó con los caballos golpeando sus pezuñas en el suelo y tirando del carro lentamente al principio y acelerando su paso hasta que desapareció en medio del oscuro bosque de la noche.