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Cuando se puede se puede, y sino a escondidas"

Ese se ha convertido mi lema desde que mis padres se convirtieron en monstruos sobreprotectores que no me dejan ni salir de casa sin antes interrogarme como policías. Tampoco entendiendo el porqué de tanto revuelo. ¿Qué podría hacer yo de malo? Si soy un ángel.

El caso, que me importa bien poco lo que me digan o prohíban. Lo voy a hacer de todos modos.

El problema es que todo tiene consecuencias. Como ahora mismo, que estoy corriendo como una loca por la calle porque me he despertado tarde. ¿Por qué? Ayer me quedé hasta las tantas de la madrugada en Instagram. Qué le voy a hacer, entre historia e historia me pasé toda la noche. Y ahora llego tarde a clases. Otra vez.

No llevamos ni un mes de curso y ya será la tercera vez que me ocurre. Lo peor; que el bus ha pasado hace rato, por lo que tengo que ir a pie. Mi casa no está muy lejos del instituto, pero aún así es un tostón caminar quince minutos. Por eso suelo ir en bus.

Agotada, decido parar unos segundos para tomar el aire. No es fácil correr medio dormida, con una mochila que pesa casi como yo y ese sol abrasador que me está evaporizando. Cualquiera diría que estamos en pleno agosto. En seguida me acuerdo de este maravilloso verano que se ha acabado demasiado pronto para mi gusto.

Mis padres, mis hermanos y yo fuimos a Portugal y estuvimos ahí casi dos meses. Nos alojamos en una villa en Lisboa. Yo tuve que dormir en el salón, puesto que no había habitaciones suficientes, pero aun así fue genial. No puedo esperar a volver a esa maravillosa ciudad que nos enamoró tanto a mi como a mis hermanos. Mis padres... en fin, ellos no salieron mucho del chalet y se quedaron trabajando.

Suspiro. Estoy empezando a plantearme no ir a clase hoy. Tampoco importaría demasiado. Este es mi penúltimo año, así que de momento no hace falta que me ponga las pilas al cien por cien, aunque también es verdad que no puedo relajarme del todo.

Vuelvo a ponerme en marcha a paso ligero, mientras reviso mi móvil. De repente me salta una llamada. Es Vanessa, mi mejor amiga.

—¿Sí?

—Leah, por el amor de Dios, ¿dónde estás? —suena exasperada.

—Emm...A mitad de camino.

—No me lo puedo creer. ¿Otra vez? El profesor está a punto de llegar.

—¿Qué te parece si nos saltamos clase hoy? No hay nada importante y nos vendrá bien relajarnos—propongo esperanzada.

—El curso acaba de empezar, ¿de qué quieres relajarte?

—De la vida en general.

Siento como pone los ojos en blanco al otro lado de la línea.

—Leah, no.

—¿Qué? ¿Por qué no? —me quejo.

—Estamos apenas a principio de curso, no es plan distraerse tan pronto.

—Que aburrida—resoplo—, voy a llamar a Lucas entonces, seguro que él me dice que sí—. Lucas es otro de mis mejores amigos. Al contrario que Vanessa, él siempre está dispuesto a dejarse llevar y divertirse como yo. Vanessa está más del lado de la organización y responsabilidad. Siempre nos cuida y evita que cometamos más locuras de las que ya hacemos, aunque a veces también se suelta.

—Ni se te ocurra.

—Dame tres buenas razones por las que tenga que ir a clase hoy.

—Pues a ver, para labrarte un futuro, porque sino me vas a abandonar aquí a mi suerte y porque hoy viene el nuevo profesor de mates—enumera pacientemente.

—¿Profesor de mates? ¿A mí qué me importa que venga otro profesor de mates? —replico divertida. No es que me guste especialmente esa materia. El año pasado la aprobé gracias a Lucas-sí, sorprendentemente se le da bien- y a mis hermanos. No me entusiasma demasiado el hecho de que otro tipo intente meterme en la cabeza todas esas formulas y cosas de las que no me entero.

—Pues no sé, pero tengo curiosidad, yo.

—Bueno, voy a ir hoy por tí, pero me debes  chocolate.

—Hecho.

Nos despedimos y sigo mi camino. Estoy tan sumida en mis pensamientos que no me doy cuenta de lo tarde que se me ha hecho hasta que me detengo en frente de las puertas cerradas del instituto. Maldigo en voz baja, buscando al conserje con la mirada. Siempre puedo usar la excusa de que no me abrían la puerta si no está. Pero para mi desgracia, me ve y viene corriendo a abrirme.

—Deberías darte prisa, vas muy tarde—me avisa apenado.

Le sonrío y salgo corriendo a mi aula. Toco nerviosamente a la puerta y espero que me dejen pasar. Ahora mismo están en física, otra materia que no me gusta, pero no por la materia en sí, sino por el profesor que la imparte. Nunca he conocido a un hombre más aburrido y antipático. Cuando oigo el 'Adelante' abro lentamente la puerta.

—Vaya vaya, señorita Whites. Por fin se digna a aparecer—el profesor me mira por encima de sus gafas, con el ceño fruncido. Tratando de ocultar una mueca de asco, le respondo.

—Lo siento, perdí el bus esta mañana.

—Pues más lo siento yo, puesto que le voy a hacer quedarse en la puerta lo que queda de clase. —Le miro con los ojos como platos, pero sigue, inmutable—. No es la primera vez que llega tarde y ya me siente usted harto, Whites. Ahora, salga y espérese fuera, ya está distrayendo la clase lo suficiente.

—Pero señor—

—He dicho que salga.

Luego se gira hacia la pizarra y sigue la clase como si no existiera. Por un momento me quedo quieta, mirándolo con puro odio. Antes de salir, paseo la mirada por la clase y veo a Vanessa y Lucas sonriéndome, tratando de ocultar la risa. Entrecierro los ojos hacia ellos y Lucas acaba soltando una sonora carcajada. En seguida el profesor se gira y lo fulmina con la mirada.

—¿Quiere unirse a Whites, Jones?

—No señor, estoy bien aquí—responde, cubriéndose la cara con la camiseta para que no lo vea reírse.

—Ya me parecía a mí. —Cuando se gira de nuevo y me ve, suelta un suspiro de exasperación— ¿Qué hace todavía aquí?

Mordiéndome la lengua para no replicar e insultarle, salgo y cierro la puerta tras de mí, dando un leve portazo. Resoplando, miro a mi alrededor, a los pasillos desiertos. El idiota ese me ha dicho que me quedase aquí, pero no le pienso hacer ni caso, así que comienzo a alejarme, dirigiéndome al jardín. Me siento en un banco y saco mi móvil para pasar el rato.

Al cabo de unos minutos alguien se sienta junto a mí. Lo ignoro y sigo concentrada en mi teléfono. Entonces carraspea muy fuerte, obligándome a mirarlo, molesta.

Su cara me suena. Creo que es un año mayor que yo, por lo que está en último curso. Lleva el pelo castaño muy cortito y un rastro de barba le cubre parcialmente la cara. Tiene la nariz torcida, seguramente por alguna pelea o accidente y ojos marrones oscuros. Lleva las cejas con rayas rapadas, demasiadas para mi gusto. Me observa con curiosidad. Al él no decir nada, vuelvo mi atención al móvil.

Pero en seguida me lo quita de las manos, provocando un gruñido de mi parte.

—¿Qué haces? ¡Devuélvemelo! —exijo, empezando a enfadarme.

—¿Sabes que es de mala educación estar con el móvil con alguien al lado que quiere hablarte? —se burla.

—Pues no, no lo sabía. Si no me hablas resulta que yo no sé lo que quieres decirme. No soy adivina, sabes.

—Bueno, calma esos humos. Solo quiero charlar un rato contigo.

Me cruzo de brazos y lo miro expectante.

—¿Cómo te llamas? —me pregunta.

—Leah. —No me molesto en preguntarle por el suyo.

—Encantado, Leah, yo soy Brais. Estoy en último curso.

—Me alegro por ti.

—¿Por qué estás aquí?

—No me han dejado entrar en clase—respondo, tratando de acabar con esto y que me devuelva el móvil. Lo que menos quiero ahora es perderlo o que me lo robe.

—¿En serio? Vaya. A mí me han echado por pesado.

Levanto una ceja—¿Por pesado?

—Sí—sonríe, mirando al cielo—. Me aburría por lo que empecé a hacerle preguntas a la profesora. Por lo que parece no le gustó.

—Me imagino.

Nos quedamos un momento en silencio. Luego se gira de nuevo hacia mí.

—¿Eres la hermana de Vesper?

—Sí. —Mucha gente me lo pregunta. Mi hermano me saca un año y seguramente esté en la clase de Brais. No puedo culparlo por preguntarme, nos parecemos bastante. Los dos tenemos el pelo liso castaño y los ojos azules que también compartimos con Alan, mi otro hermano y mi madre. Aunque él es mucho más alto que yo, tenemos la misma forma de cara y nuestra manera de hablar se parece.

—Sois idénticos—añade.

—¿Eres su amigo? —no puedo evitar preguntar. Me ha picado la curiosidad.

—Bueno, hemos cruzado algunas palabras y me llevo bien con él.

Asiento y me quedo mirando los pies.

Al cabo de unos segundos me tiende mi móvil con una sonrisa de disculpa. Lo cojo y me lo guardo en el bolsillo. Luego se levanta y estira los brazos.

—Creo que voy a volver ya. La tía solo me ha dicho que vaya a tomar el aire.

—Vale.

—Ha sido un placer, Leah. Espero que volvamos a hablar algún día.

—Lo mismo digo.

Me dedica una sonrisa y se va, con las manos en los bolsillos, silbando levemente.