Un día, el claro fue sacudido por la llegada inesperada de un nuevo intruso. Un humano llamado Skavila, el último sobreviviente del antiguo Imperio Dominitiano, irrumpió corriendo entre la densa vegetación. Su respiración era rápida y entrecortada, sus ropas estaban sucias y rasgadas, y sus ojos reflejaban una mezcla de desesperación y determinación. Estaba huyendo de un grupo de soldados que lo perseguían con intenciones letales, su único objetivo era sobrevivir.
Desesperado y sin más opciones, Skavila se encontró cara a cara con los seres y el niño que ellos cuidaban. Los soldados se acercaban rápidamente, el sonido de sus pasos resonando en el bosque. Skavila, sin saber a dónde más acudir, se arrodilló ante los seres, suplicando por su vida con la mirada.
Terramat, el colosal líder de los seres, observó al humano con sus siete ojos brillantes. Podía ver la desesperación y la sinceridad en los ojos de Skavila. Había algo en este humano que resonaba con la esencia de su comunidad, algo que Terramat no podía ignorar. Los otros seres, pequeños y grandes, rodearon al niño y a Skavila, sus ojos blancos observando la escena con curiosidad y cautela.
Tras una rápida deliberación con los otros seres, Terramat tomó una decisión. Su voz resonó en el claro, firme y autoritaria. "Te entregaremos al niño bajo tu cuidado," declaró Terramat, sus palabras llenas de peso y responsabilidad, "pero debes prometer protegerlo y guiarlo en su camino."
Skavila, con lágrimas de alivio en los ojos, asintió fervientemente. "Lo juro," dijo con voz temblorosa, "protegeré al niño con mi vida y lo guiaré hacia su destino."
Terramat, satisfecho con la respuesta, levantó al niño con sus brazos traseros y lo entregó a Skavila. Los seres, incluyendo los pequeños y jóvenes, miraron al niño con tristeza y esperanza, sabiendo que este humano podría ser la clave para descubrir su verdadero propósito.
Antes de partir, Terramat y los otros seres realizaron una sencilla pero significativa ceremonia. Cantaron antiguas melodías que resonaban con la esencia del claro, y las luces en las paredes de las cuevas parecieron brillar con más intensidad, como una bendición para el niño y su nuevo protector. Terramat, con su ojo central brillante, se acercó a Skavila una vez más y le dijo en un tono solemne: "El niño cayó del cielo por una razón. Cuídalo bien, humano. Su destino está entrelazado con el tuyo."
Skavila tomó al niño en sus brazos, sintiendo el peso de la responsabilidad y la esperanza que se le había confiado. Se despidió de los seres con gratitud, prometiendo volver algún día para agradecerles adecuadamente. Con el niño acurrucado contra su pecho, Skavila se adentró en el bosque, listo para enfrentar los desafíos que les esperaban.
Así, comenzó una nueva etapa en la vida del niño del cielo, guiado por Skavila, el último de los Dominitianos, en un camino lleno de peligros y descubrimientos, hacia un destino aún por revelar.