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cap. 10

Jev condujo sólo cinco cuadras. Me di cuenta tarde de que debería haberle pedido que me llevara por Coopersmith's, pero él optó por la oscuridad de las carreteras traseras. Dirigió el Tahoe hacia el arcén de una carretera tranquila, rodeada de hectáreas de árboles y campos de maíz.

—¿Puedes encontrar el camino a casa desde aquí? —preguntó.

—¿Me vas a dejar aquí? —Pero la verdadera pregunta que se enmarcaba en mi mente era: ¿Por qué Jev, probablemente uno de ellos, se alejó para salvarme?

—Si estás preocupada por Gabe, confía en mí, tiene más cosas en su mente aparte de perseguirte. Él no estará haciendo mucho hasta que logre sacarse la llanta de hierro. Me sorprende que tuviera la fuerza de perseguirnos tan rápido como lo hizo. Incluso después de sacarla, va a tener lo que sólo puedo describir como una terrible resaca. No va a estar de humor para hacer otra cosa que no sea dormir en las próximas horas. Si estas esperando el momento perfecto para escapar de él, no encontrarás uno mejor.

Como no me moví, él señaló con su pulgar hacia atrás, por donde habíamos venido.

—Necesito asegurarme de que Dominic y Jeremiah se marcharon.

Sabía que él quería que tomara la indirecta, pero no estaba convencida.

—¿Por qué estas protegiéndolos? —Quizás Jev tenía razón, y Dominic y Jeremiah lucharían contra la policía. Quizás terminaría en un baño de sangre.

Pero ¿no era mejor el riesgo que dejarlos andar libres? Los ojos de Jev estaban fijos en la oscuridad detrás del parabrisas.

—Porque soy uno de ellos.

Inmediatamente sacudí mi cabeza.

—No eres como ellos. Ellos me hubieran matado. Tú regresaste a por mí. Detuviste a Gabe.

En vez de responder, salió del Tahoe y se acercó a mi lado. Abrió mi puerta y señaló a la noche.

—Ve en esa dirección hacia la ciudad. Si tu móvil no funciona, sigue caminando hasta que no haya árboles. Tarde o temprano encontrarás a alguien.

—No tengo mi teléfono.

Él hizo una pausa sólo un segundo.

—Entonces, cuando llegues a la Pensión Whitetail, pídeles en la recepción su teléfono. Puedes llamar a casa desde allí.

Salí.

—Gracias por salvarme de Gabe. Y gracias por traerme —dije civilmente—. Pero para futuras referencias, no me gusta que me mientan. Sé que hay muchas cosas que no me estás diciendo. Quizás pienses que no merezco saberlo. Quizás pienses que apenas me conoces, y no merezco la pena. Pero después de todo lo que me sucedió, creo que me he ganado el derecho a la verdad.

Para mi sorpresa, él asintió. No con entusiasmo; sólo una renuente inclinación de su cabeza que decía, Me parece justo.

—Los estoy protegiendo porque debo hacerlo. Si la policía los atrapa, volará nuestra coartada. Esta ciudad no está lista para Dominic, Jeremiah, o cualquiera de nosotros. —Él me miró, con sus afilados ojos suavizándose a un negro aterciopelado. Había algo muy consumidor en la manera en la que sus ojos me acogían, casi sentía su mirada como un verdadero toque—. Y no estoy listo para dejar la ciudad —murmuró, con sus ojos todavía sosteniendo mi mirada.

Él dio un paso más cerca, y sentí mi aliento apresurarse. Su piel era más oscura que la mía, más áspera. Él no era lo suficientemente lindo como para ser apuesto.

Él era todo duro, con ángulos prominentes. Y me estaba diciendo que era diferente. No porque fuera diferente a cualquier chico que conociera, sino porque era algo completamente diferente. Me aferré a la extraña palabra nueva que se había quedado conmigo toda la noche.

—¿Eres un Nefilim?

Casi como si hubiera estado sorprendido, se echó hacia atrás. Todo el momento se rompió.

—Ve a casa y sigue con tu vida —dijo él—. Haz eso, y estarás a salvo.

Con su brusca despedida, sentí lagrimas salir de mis ojos. Él las vio y sacudió su cabeza disculpándose.

—Mira, Nora... —trató de nuevo, descansando sus manos sobre mis hombros. Me puse rígida entre sus brazos.

—¿Cómo sabes mi nombre?

La luna se abrió paso ligeramente entre las nubes, permitiéndome ver sus ojos.

El suave terciopelo había desaparecido, había sido reemplazado por un fuerte negro. Los suyos eran la clase de ojos que escondían secretos. La clase de ojos que mentían sin pestañear. La clase de ojos que una vez que los mirabas, era difícil apartar la mirada de ellos.

Ambos estábamos húmedos por el esfuerzo de nuestro escape, y supuse que era el persistente aroma de su gel de ducha el que se suspendía entre nosotros.

Tenía un pequeño rastro de menta y pimienta negra, y el recuerdo de eso se precipitó a través de mi tan rápido que me dejó mareada. No tenía manera de rastrearlo, pero conocía ese aroma. Lo que era aún más inquietante es que sabía que conocía a Jev. De alguna manera, ya sea de forma trivial o de algo mucho más grande y, por lo tanto, más desconcertante, Jev había sido parte de mi vida.

No había otra forma de explicar los recuerdos abrasadores que llegaban a mí cuando estaba cerca de él.

Cruzo por mi mente que quizás él era mi secuestrador, pero la idea no tenía mucha convicción. No lo creía. Quizás porque no quería.

—Nos conocíamos, ¿verdad? —dije, con mis extremidades temblando—. Esta noche no ha sido la primera vez que nos encontramos. 

Ya que Jev se quedó callado, estaba bastante segura de que tenía mi respuesta.

—¿Sabes sobre mi amnesia? ¿Sabes que no puedo recordar los últimos cinco meses? ¿Es por eso que pensaste que podías irte pretendiendo no conocerme?

—Sí —dijo él con cansancio.

Mi corazón latió más rápido.

—¿Por qué?

—No quería fijar un blanco en tu espalda. Si Gabe pensara que teníamos una conexión, él podría usarte para lastimarme.

Bien. Él respondió esa pregunta. Pero no quería hablar sobre Gabe.

—¿Cómo nos conocimos? Y después de dejar atrás a Gabe, ¿por qué seguías pretendiendo no conocerme? ¿Qué me estas ocultando? —Esperé inquietamente—. ¿Vas a llenar los espacios vacíos?

—No.

—¿No?

Él se limitó a mirarme.

—Entonces, eres un idiota egoísta. —La acusación salió de mis labios antes de que pudiera detenerla. Pero no me iba a retractar. Quizás él haya salvado mi vida, pero si sabía algo sobre esos cinco meses, y se negaba a decirme, todo lo que había hecho para redimirse estaba perdido ante mis ojos.

—Si tuviera algo bueno para decirte, créeme, empezaría a hablar.

—Puedo soportar malas noticias —dije cortante.

Él sacudió su cabeza y me esquivó, dirigiéndose nuevamente hacia el lado del conductor. Tomé su brazo. Sus ojos miraron mi mano, pero no trató de liberarse.

—Dime lo que sabes —dije—. ¿Qué me paso? ¿Quién me hizo esto? ¿Por qué no puedo recordar esos cinco meses? ¿Qué fue tan malo como para que eligiera olvidar?

Su rostro era una máscara, con toda emoción dejada de lado. La única señal de que me había escuchado era un músculo de su barbilla flexionándose.

—Voy a darte un consejo, y por una vez, quiero que lo hagas. Vuelve a tu vida y sigue adelante. Empieza de nuevo si tienes que hacerlo. Haz lo que sea necesario para dejar todo esto atrás. Terminará mal si sigues buscando en el pasado.

—¿Esto? ¡Ni siquiera sé que es esto! No puedo seguir adelante. ¡Quiero saber lo que me paso! ¿Sabes quién me secuestro? ¿Sabes a donde me llevaron y por qué?

—¿Importa?

—Como te atreves —dije, sin molestarme en esconder la calidad de atragantada de mi voz—. Como te atreves a pararte aquí y tomar a la ligera todo lo que me sucedió.

—Si descubres quien te secuestro, ¿va a ayudar? ¿Será el cierre que necesitas para levantarte y empezar a vivir otra vez? No —respondió él por mí.

—Sí, lo será. —Lo que Jev no entendía era que cualquier cosa era mejor que nada. Medio lleno era mejor que vacío. La ignorancia era la forma de humillación y sufrimiento más baja.

Dejó escapar un suspiro, pasando sus dedos por su cabello.

—Nos conocimos —cedió—. Nos conocimos hace cinco meses, y yo fui una mala cosa desde el momento que posaste tus ojos en mí. Te usé y te lastimé. Afortunadamente, tuviste la sensatez de echarme de tu vida antes de que pudiera volver para el segundo round. La última vez que hablamos, juraste que si me volvías a ver, harías todo lo posible por matarme. Quizás lo decías en serio, quizás no. De todas formas, había muchas emociones fuertes detrás de eso. ¿Era eso lo que buscabas? —terminó él.

Pestañee. No podía imaginarme haciendo tal amenaza. Lo más cerca que estuve de odiar a alguien fue con Marcie Millar, e incluso entonces, nunca fantasee con  su muerte. Yo era humana, pero no era insensible.

—¿Por qué diría eso? ¿Qué hiciste como para que fuera tan horrible?

—Traté de matarte.

Me miró a los ojos bruscamente. La línea de su boca, sombría pero firme, me dijo que no estaba bromeando para nada.

—Querías la verdad —dijo él—. Lidia con eso, Ángel.

—¿Lidia con eso? No tiene sentido. ¿Por qué querías matarme?

—Por diversión, porque estaba aburrido, ¿importa? Traté de matarte.

No. Algo no andaba bien.

—Si querías matarme antes, ¿Por qué me ayudaste esta noche?

—Estás perdiendo el punto. Podría haber terminado con tu vida. Hazte un favor y huye tan lejos y tan rápido de mí como puedas. —Se dio la vuelta con un gesto despectivo, señalándome caminar en la dirección opuesta. Esto sería lo último que veríamos el uno del otro.

—Eres un mentiroso.

Él se giró, con sus ojos negros mirándome fijamente.

—También soy un ladrón, un jugador, un tramposo y un asesino. Pero sucede que esta es una de las primeras veces que estoy diciendo la verdad. Ve a casa. Considérate afortunada. Tienes una oportunidad de empezar desde cero. No todos pueden decir lo mismo.

Había querido la verdad, pero estaba más confundida que antes. ¿Cómo había yo, una mojigata, una estudiante de puros dieces, cruzado caminos con él? ¿Qué podíamos haber tenido en común? Él era abominable... y el alma más torturada y atractiva que había conocido. Incluso ahora, podía sentir una guerra desatándose en mi interior.

Él no se me parecía, rápido, cáustico y peligroso. Quizás un poco aterrador. Pero desde el momento en que salió del Tahoe, mi corazón no había sido capaz de encontrar un ritmo constante. En su presencia, cada nervio de mi cuerpo se sentía cableado con electricidad.

—Una última cosa más —dijo—. Deja de buscarme.

—No te estoy buscando —me burlé.

Él tocó con su dedo índice mi frente, mi piel estaba absurdamente caliente bajo su toque. No se me escapó que él no parecía dejar de encontrar razones para tocarme. Ni tampoco me olvidé de que no quería que se detuviera.

—Bajo todas las capas, una parte de ti recuerda. Es esa parte la que me vino a buscar esta noche. Es esa parte la que hará que te maten, si no tienes cuidado.

Permanecimos cara a cara, ambos respirando fuerte. Las sirenas estaban muy cerca ahora.

—¿Qué se supone que le debo decir a la policía? —dije.

—No vas a hablar con ellos.

—Oh, ¿en serio? Es gracioso, porque planeaba decirles exactamente como estrellaste esa llanta de hierro en la espalda de Gabe. A menos que respondas mis preguntas.

Dejó escapar un bufido irónico.

—¿Soborno? Has cambiado, Ángel.

Otra puñalada estratégica a mi lado ciego, haciéndome sentir aún más insegura y tímida. Habría exprimido mi memoria, tratando de recordarlo una última vez, pero sabía que estaba muy escurrida. Ya que no podía confiar en mi memoria, tendría que lanzar mis redes a otros lugares y esperar lo mejor.

—Si me conoces tanto como dices, sabes que no voy a dejar de buscar a quien sea que me haya secuestrado hasta que lo encuentre, o hasta que toque fondo —dije.

—Y déjame decirte donde está el fondo. —Él regresó con un aire áspero—. En tu tumba. Una tumba poco profunda en una región apartada donde nadie te encontrará. Nadie irá ni llorará por ti. A lo que la humanidad se refiere, habrás desaparecido de la faz de la tierra. Eso desgastará a tu madre. Esa constante sensación de amenaza ante lo desconocido. La picoteará, acercándola hacia el borde hasta caer. Y en vez de ser enterrada en un cementerio con césped verde junto a ti, donde tus seres amados puedan visitarte hasta el fin de los tiempos, ella estará sola. Y tú también. Por toda la eternidad.

Permanecí recta, determinada a demostrarle que no me asustaría tan fácilmente, pero sentí un pequeño revoloteo de premonición en mi estómago.

—Contéstame, o te delataré con los policías, lo prometo. Quiero saber dónde he estado. Y quiero saber quién me secuestró.

Paso su mano sobre su boca, riéndose para sí mismo. Era un sonido tenso y cansado.

—¿Quién me secuestro? —dije, perdiendo mi paciencia. No iba a moverme de aquí hasta que me confesara lo que sabía. De repente, le guardaba rencor por haberme salvado la vida. No quería verlo con nada menos que desprecio y odio.

Se lo diría a la policía sin dudarlo si se rehusaba a contarme todo lo que sabía.

Él levantó esos impenetrables ojos hacia los míos, pero su boca estaba inclinada hacia un lado. No era un gesto. Algo infinitamente más desconcertante y aterrador.

—Ya no debes estar metida en esto. Ni siquiera yo puedo mantenerte a salvo.

Luego se alejó, habiéndolo dicho todo, pero no podía aceptarlo. Esta era mi única oportunidad de descubrir el sentido de esa parte de mi vida.

Di grandes zancadas detrás de él y tomé la parte trasera de su remera tan fuerte que la rasgué. No me importó. Tenía cosas más grandes de las que preocuparme.

—¿En que ya no debo estar involucrada? —pregunté.

Sólo que las palabras no salieron bien. Las succioné al mismo tiempo en el que un gancho parecía asegurarse detrás de mí estómago y tirarme hacia atrás. Me sentí a mí misma siendo lanzada por el aire, y cada músculo de mi cuerpo se tensó, preparándose para lo desconocido.

La última cosa que recuerdo era el gemido del aire pasando junto a mis oídos y el mundo oscureciéndose.

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