Kaizan estaba a cierta distancia con un conejo que había cazado, colgando de su mano izquierda. Observaba a Íleo, quien parecía haber sido atrapado en un torbellino de confusión y total incredulidad.
Íleo giró la cabeza sobre su hombro para mirarlo y Kaizan pudo sentir su acelerado latido del corazón. La amargura de su confusión se mezclaba con... miedo. Las expresiones de Íleo eran tensas mientras miraba de él a Anastasia. Su cuerpo se hundió en la roca en la que estaba sentado.
Kaizan frunció los labios. Se acercó a él y los amigos se dieron un apretón de antebrazos y luego un abrazo de oso, dándose palmadas en la espalda. —¿Cómo estás? —preguntó en voz baja, incluso mientras sentía que Anastasia los observaba con curiosidad.
La garganta de Íleo se cerró. No sabía qué decirle. En cambio, preguntó:
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