La habitación de Clei se sumió en la oscuridad, y el silencio solo era interrumpido por el suave crujir de las sábanas alrededor de su cuerpo. Los recuerdos danzaban en su mente, como sombras inquietas que se negaban a descansar.
Sus "hermanos" también debían estar luchando con sus propios tormentos. ¿Sentían el mismo dolor? ¿O eran solo piezas en un juego más grande, moviéndose según las reglas de los reinos que representaban?
Clei cerró los ojos, tratando de alejar los pensamientos. Pero el miedo y la incertidumbre se aferraban a él como garras invisibles. ¿Había tomado las decisiones correctas? ¿Podría mantener la paz entre los mundos, o todo se desmoronaría?
Las alas, símbolo de su linaje y su carga, parecían pesar más que nunca. ¿Cómo podría volar con ellas? ¿Cómo podría proteger a su gente sin lastimar a los que amaba?
El festival de las estrellas se acercaba a su fin, y con él, la oportunidad de cambiar el destino de los tres reinos. Clei se prometió a sí mismo que encontraría una solución, aunque eso significara enfrentar sus propios miedos y dudas.
Y así, en la penumbra de su habitación, Clei se sumió en un sueño intranquilo, donde los rostros de Seyan, Deymon, Zai, Heros, Abraxus, Asmodeus, Seia, Nat e Idia se mezclaban con las estrellas en el cielo. El amor y la incertidumbre se entrelazaban, y Clei sabía que su camino estaba trazado, aunque no supiera hacia dónde lo llevaría.