Viggo estaba sentado en el trono del soberano en el patio exterior de la cámara oculta de Odín. El patio estaba rodeado por murallas de cinco metros de altura, a lo lejos se veían las montañas y con un cielo azul despejado.
A unos tres metros por delante de Viggo había una amplia cama ocupada casi en su totalidad por Rosewisse. Ella estaba desnuda, acostada de lado y dándole la espalda a Viggo mientras sus hermosas alas blancas quedaban a la vista.
Viggo podría contemplar la figura de Rosewisse, perderse en la hermosura de sus alas, de su apretada cintura o de su burbujeante trasero. Sin embargo, él estaba metido en sus pensamientos. No ocupaba el trono del soberano para ordenar la información en el espacio mental, sino que lo ocupaba como un simple asiento, pero un asiento al que ya se había acostumbrado a pesar de ser duro, frio y sin adornos. Solo era un gran trozo de mármol blanco donde alguien había tallado un trono con un respaldo de tres metros de altura.
Viggo apoyaba su codo sobre el reposabrazos y apoyaba su rostro sobre el puño mientras su otra mano descansaba sobre el otro reposabrazos.
El patio de la cámara Odín estaba en silencio, solo se escuchaba la suave brisa que arrastraba los pétalos fucsia que reposaban sobre el suelo de piedra. Al fondo del patio había un árbol de cinco metros de altura que extendía sus ramas por encima del patio y lo protegía del sol.
Hace dos horas Rosewisse había vencido una vez más a otra de las poderosas valkirias del concilio que antes servían a la diosa Freya. El patio no quedó demasiado destruido, ya que, como valkirias, la mayor parte de su lucha fue en el cielo. La valkiria Olrun, el águila, enloquecida por alguna magia arcana que Rosewisse todavía no podía descifrar, gritaba con furia y maldecía a Rosewisse gritándole que no era digna, pero ¿Digna de qué?
Al final de la lucha la valkiria Olrun cayó abatida por una magia de fuego y Rosewisse la remato en el suelo cortándole las alas con la katana de hoja azul. El alma de la valkiria se separó de su cuerpo y se proyectó delante de Rosewisse, pero todo fue inútil. Olrun decía que no recordaba por qué estaba encerrada en la cámara de Odín o porque estaba tan enloquecida. Solo inventaba excusas como que una valkiria no debería permanecer tanto tiempo en un cuerpo físico y justo ahí, es donde nacían las dudas de Rosewisse. Ya que ella había pasado mucho tiempo en su cuerpo mortal desde que obtuvo sus alas. Después de una frustrante conversación, la valkiria Olrun se despidió y dejo su yelmo de valkiria con la esperanza de que Rosewisse convocara a la actual reina de las valkirias, Sigrun.
Viggo pensaba en dicha imagen y los pisotones de frustración que dio Rosewisse al no poder encontrar la respuesta que buscaba. Después de ordenar un poco, como el clima era agradable en el patio de la cámara de Odín, instalaron una gran cama bajo el cuidado del árbol y después de compartir una comida, hacer el amor, ella se durmió. Gracias a eso, Viggo pudo convocar el trono del soberano en el mundo físico o hubiera sido regañado. A ninguna de sus esposas le gustaba el trono del soberano ni las pinturas que la Diosa Hera le había regalado. Cada vez que Viggo ocupaba uno de dichos artefactos su personalidad se veía modificada y muchas de sus actitudes cambiaban al punto de ser irreconocible. Sin embargo, Viggo rápidamente encontraba el equilibrio entre quien era y el que su familia esperaba que fuera y todo volvía a la normalidad, pero él tampoco lo podía negar, pasar tanto tiempo entrenando, meditando, estudiando y luchando, te cambiaba.
Viggo levantó su rostro y lo aparto del puño en que lo apoyaba. Después miró ese puño, abrió la mano y vio el anillo dado por su padre en el dedo índice. Al instante siguiente extraño una hoja de pergamino, sucia, con manchas de vino, arrugada y con escritura ilegible. Viggo miró el papel y después miró a la ventana del segundo piso de la cámara Odín, donde estaban las estanterías con pergaminos antiguos. Este trozo de papel nauseabundo era más valioso que todo lo que había en esos pergaminos, ya que este papel fue escrito por el propio Odín.
Viggo concentro su mente, canalizo su mana y fuerza del alma para conectar su mente con el trono del soberano. Su imagen desnuda fue visible dentro del espacio oscuro cubierto por estrellas, como si fuera un cielo nocturno. Rápidamente Viggo pensó en el trono del soberano y dentro del espacio mental se creó un trono similar al que había en el mundo físico. Viggo se sentó en el trono y miró hacia adelante. Rápidamente apareció por delante de él el trozo de papel, era igual al que estaba en el mundo físico, pero la gran diferencia es que Viggo no necesitaba sujetarlo para que se moviera, diera vuelta o girara según sea su voluntad. Al lado del pedazo de papel nauseabundo apareció un recuadro de dos metros de alto por dos de ancho, un perfecto cuadrado. Dentro de ese cuadrado se mostró la imagen de lo que Viggo había visto a través de su clarividencia.
Dentro de la imagen se veía un escritorio lleno de pergaminos y en el centro unas manos ancianas que buscaban estirar el papel arrugado y manchado con tierra y vino. El papel seguía ilegible, pero el dueño de aquellas manos murmuraba cosas como que había quedado como nuevo. Su voz sonaba vieja, sabia, pero abotargada por la borrachera.
<<—Maldición, la hidromiel, la hidromiel— murmuraba el anciano mientras observaba el papel —así es, Baldur es un seis, Thor es un ocho y Vidar, sí, Vidar, mi muchacho, jejejeje. Todos están en sus posiciones, poco a poco, poco a poco—>>
—Viggo— dijo alguien y Viggo salió del mundo interior del trono del soberano. Él miró hacia adelante y vio a Rosewisse sentada en el borde de la cama que lo miraba con reproche. Su cabello de plata caía a los lados de su rostro resaltando sus ojos azules y labios de color rosa. Como estaba desnuda, su cuerpo quedaba a la vista, destacando el cuello delgado, la clavicula y los senos enormes, las partes que a Viggo le parecían más sensuales.
—¿Qué sucede Rosewisse?— preguntó Viggo con voz seria y sin alterar su expresión
Rosewisse se levantó, camino hasta él y se sentó en sus piernas —dijiste algo ¿o no?— preguntó —estás muy cansado, necesitas dejar de utilizar el trono del soberano—
—Solo estoy pensando en cosas, no lo ocupo como tal— mintió Viggo
—No estamos peleando con nadie, así que descansa— dijo Rosewisse, acercó su rostro y le beso una mejilla, después fue a la oreja y le mordió el lóbulo —te ayudare si es necesario— susurro de forma sugerente.
Viggo sonrió, la abrazó, le dio un profundo beso, se alejó y negó con la cabeza. Ceder cada vez que ella se le insinuaba le haría pensar que él era esclavo de su sexo, una mala jugada en el acto de ser pareja —ya lo hicimos, tu propuesta para hacer una pequeña Rosewisse o Viggo es tentadora, pero ahora estoy ocupado—
—Eres aburrido— dijo Rosewisse con un tono de voz mimado, ella se levantó de las piernas de Viggo y camino de vuelta a la cama. Ella se sentó en el borde y busco su bolsa de cuero, que estaba colgada de una de las esquinas de la cama. Ella tomo la bolsa y comenzó a sacar algunas cosas, como una mesita redonda, platos, cubiertos y todo tipo de comidas.
—¿Quién era Gróa?— preguntó Viggo mientras la veía prepararse para comer.
—¿Gróa?— preguntó Rosewisse, lo miró por un instante y después volvió a mirar la mesa y las cosas que sacaba de la bolsa de la abundancia —me suena, sí, era la vidente de los gigantes, alguien importante a la que los dioses aesir y vanir consultaban—
—¿Era importante?—
—Ella era la gran vidente, Viggo. Por supuesto que era importante. Ella vio el ragnarok—
Viggo asintió y se quedó pensando en la persona que le dictaba a los Jotun que habían escrito la gran mayoría de los pergaminos en la cámara de Odín. Dicha anciana en sus visiones se veía demasiado débil, pero su mirada tenía un brillo especial. Sin embargo, Viggo solo podía conformarse con mirar a la anciana, ya que ninguno de los pergaminos fue escrito por ella.
Viggo levantó su mano derecha y miró una vez más el pergamino nauseabundo que Odín había escrito en uno de sus días de borrachera. Esto le decía más de Odín que todas las historias descritas en los murales, pergaminos o historias relatadas de persona a persona. Odín se preparaba para el ragnarok absorbiendo todo el conocimiento que pudiera, pero también movía a sus hijos y mejores generales como si fueran piezas de ajedrez. Baldur era el hijo de Odín y Freya, según los rumores, su mejor rastreador. Sin embargo, él solo era un seis en una escala que parece que llegaba a diez. Thor, quien ya era absurdamente poderoso, solo era un ocho. En ese caso ¿Quién era Vidar que hacía sentir a Odín tan orgulloso y seguro?
—Viggo— dijo Rosewisse desde el borde de la cama y frente a la pequeña mesa redonda con todo tipo de comidas servidas —ven, deja eso para otro momento. Sé que es importante, pero es más importante alimentarse—
—Entiendo— dijo Viggo, se levantó del trono del soberano, llevo su dedo índice y medio al espacio entre sus cejas y el trono del soberano se desvaneció del mundo físico. Viggo camino hasta el borde de la cama, Rosewisse le hizo un espacio a su lado y él se sentó. Ambos quedaron hombro con hombro y empezaron a sacar de la mesa lo que les gustaba.
—¿No te queda Estus?— preguntó Rosewisse de forma casual mientras pellizcaba un trozo de pan
—El estus no es una bebida, aunque admito que es muy sabroso— dijo Viggo —tomemos vino, es más sensato—
—Quisiera hacer estus para poder beber todo lo que quisiera—
—Papá me dijo como se hacía hace un tiempo, pero necesitamos encontrar el cadáver de un dragón—
—¿Cadáver de un dragón?—
—Sí, me sorprendió bastante— respondió Viggo —el estus se hace mezclando la carne y sangre del dragón con algunas hierbas medicinales dentro de una cuba de vino. Dijo que si tenía la oportunidad me enseñaría a prepararlo, pero ya ves, no es tan fácil conseguir el cadáver de un dragón—
—¡Quiero intentarlo!— dijo Rosewisse con una amplia sonrisa. Si dijera que no le daba asco la elaboración de algo con la sangre y carne de una criatura, mentiría ¡Pero era Estus! Algo tan bueno que hacía bien hasta el alma, sin contar que te curaba de las heridas y tenía un sabor exquisito.
—Claro, hablare con papá, no te preocupes— dijo Viggo —hablando de hacer cosas, siempre me dices que tú valoras todas las cosas en una escala de valores—
—Sí, del uno al diez— respondió Rosewisse de forma casual, ella tomo la bolsa de la abundancia y saco una botella de vino —¿Por qué?—
—Estaba pensando en una manera de evaluar las cosas, ya sea una situación o un problema o una cosa—
—Eso sería difícil, casi imposible— respondió Rosewisse —ya que una escala general que sirva para todo es imposible. Sería como tratar de evaluar a un pez con los estándares de un mono. Ninguno tiene similitudes, pero ambos son proficientes en su forma de moverse. Aunque el mono tiene brazos como los humanos, jamás podría moverse debajo del agua como un pez—
—Eso es verdad, en ese caso, uno debería tener formas de medición para diferentes categorías—
—Sí, bueno, en cierto modo podrías tener escalas un poco generales. Por ejemplo, yo soy buena en magia y tú en combate cuerpo a cuerpo. Ninguna de las dos disciplinas se puede comparar ya que implican diferentes tipos de habilidades. Sin embargo, ambas disciplinas se pueden reunir en un mismo punto—
—¿Cuál?—
—Matar, podrías puntuar a un mago o a un guerrero en lo proficiente que es matar. Ya sea por su fuerza, resistencia, mana, capacidad de regeneración, astucia y versatilidad—
—Veo— dijo Viggo con una mirada astuta, miró hacia otro lado para que Rosewisse no lo viera, pero ella noto el brillo en su mirada.