—Pensé que no querías volver a hablar conmigo, nunca más —dije mientras cerraba la puerta de mi cuarto detrás de mí, apoyándome en ella.
Maeve me había seguido todo el camino de vuelta después de llamarme desde el nido del cuervo. De mala gana, había bajado para ver qué quería.
Era un alivio estar aquí, en el Persephone, de pie en mi cuarto. Habría sido aún mejor si la mujer en mi cama estuviera dispuesta, quizá incluso desnuda, en lugar de darme esa mirada que Maeve tenía en sus ojos.
—Cambié de idea, por ahora.
—Ya veo —dije mientras cruzaba la habitación, sacando la silla del escritorio y sentándome en ella al revés, con las piernas a cada lado, y mi barbilla descansando en su respaldo—. Voy a dormir aquí esta noche, solo para que sepas.
—No, no lo harás —dijo Maeve con convicción, sacando la barbilla.
—Bueno, es mi cuarto. Siempre lo ha sido. Puedes dormir aquí, conmigo, o ir a compartir litera con los muchachos tres pisos abajo.
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