—Rowan, no lo hagas —dijo Kacidra firmemente, su rostro pálido y sonrojado de preocupación.
—¿Hanna? —dijo Kacidra en un tono que nunca antes había escuchado de ella. Parecía casi maternal mientras miraba a su hermana, sus ojos nublados de desesperación.
—No la toques Rowan —advirtió Kacindra, tomando aire mientras se interponía entre nosotras, tomando a Hanna ligeramente por los hombros y girándola, las dos caminando lentamente fuera del campo de paneles solares y hacia el bosque—. Ven a buscarme más tarde, Rowan. ¡Necesitamos hablar! —La voz de Kacidra resonó mientras desaparecían de vista.
—¿Estás... náuseas? —preguntó Gemma.
—No.
—¿Te duele la espalda?
—No.
—¿Qué tal aversiones a la comida?
—Para nada.
—Hmm... —Se apoyó en el escritorio, sus ojos escaneando el contenido del libro. Había pasado una semana desde que Aaron y yo dormimos juntos en la biblioteca. Aún estaba asimilándolo, procesándolo.
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