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Vendida al destino

Amelia no siempre fue Amelia. En una vida pasada, fue un joven que se dejó llevar por la apatía y la indiferencia, grabando en silencio una atrocidad sin intervenir. Por ello, una organización secreta decidió aplicar un castigo tan severo como simbólico: transformar a los culpables en lo que más despreciaban. Convertido en mujer a través de un oscuro ritual, Amelia se ve atrapada en un cuerpo que nunca pidió y en una mente asediada por nuevos impulsos y emociones inducidos por un antiguo y perverso poder. Vendida a Jason, un CEO tan poderoso como enigmático, Amelia se enfrenta a una contradicción emocional desgarradora. Las nuevas sensaciones y deseos implantados por el ritual la empujan a enamorarse de su dueño, pero su memoria guarda los ecos de quien fue, y la constante lucha interna amenaza con consumirla. En medio de su tormento personal, descubre que Jason, al igual que la líder de la organización, Inmaculada, son discípulos de un maestro anciano y despiadado, un hechicero capaz de alterar el destino de quienes caen bajo su control. Mientras intenta reconstruir su vida y demostrar que no es solo una cara bonita, Amelia se ve envuelta en un complejo juego de poder entre los intereses de Inmaculada y Jason, los conflictos familiares y las demandas del maestro. Las conspiraciones se intensifican cuando el mentor descubre en ella un potencial mágico inexplorado, exigiendo su entrega a cualquier precio. Para ganar tiempo, Jason e Inmaculada recurren a métodos drásticos, convirtiendo a los agresores de Amelia en mujeres bajo el mismo ritual oscuro, con la esperanza de desviar la atención del maestro. En un mundo donde la magia, la manipulación y la lucha por el poder son moneda corriente, Amelia deberá encontrar su verdadera fuerza para sobrevivir y decidir quién quiere ser en un entorno que constantemente la redefine.

Shandor_Moon · Urban
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96 Chs

041. Sueños Atormentados

Cuando se separaron de Li Wei y Mei, el silencio entre Jason y Amelia se hizo profundo y pesado, como una manta de plomo que los envolvía a ambos. Cada paso resonaba en los pasillos vacíos, amplificando la tensión que había crecido entre ellos durante el día. Las paredes de la mansión, normalmente acogedoras, parecían ahora frías y distantes, reflejando la frialdad que se había instalado entre ellos.

Ambos avanzaron por el pasillo con movimientos automáticos, sus cuerpos rígidos y sus expresiones endurecidas. La opulencia de la mansión, con sus lujosos decorados y suelos de mármol, no lograba atenuar el ambiente gélido que los rodeaba. Jason caminaba unos pasos delante de Amelia, su espalda erguida y sus hombros tensos, mientras ella lo seguía, sus manos apretadas en puños, luchando contra las emociones que bullían en su interior.

La escalera principal, una imponente estructura de madera tallada, parecía más larga de lo habitual. Subieron peldaño tras peldaño en un silencio sepulcral, cada crujido de la madera bajo sus pies resonando como un eco de su discordia no resuelta. El aire estaba cargado de palabras no dichas y resentimientos contenidos, creando una atmósfera casi asfixiante.

Finalmente, llegaron a la enorme habitación principal. La puerta se cerró tras ellos con un clic sordo, que pareció sellar el aislamiento entre ambos. La habitación, con su espaciosa cama y ventanales que ofrecían vistas espectaculares de los jardines, se sentía más como una prisión dorada en ese momento. Ambos se quedaron de pie por un instante, evitando mirarse, cada uno sumido en sus pensamientos.

Jason respiró hondo, intentando calmar el torbellino de emociones que lo invadía. Se sentía arrepentido por su dureza, pero su orgullo y su necesidad de control lo mantenían firme. Amelia, por su parte, estaba atrapada entre su ira y su dolor, luchando por mantener su dignidad a pesar del tumulto emocional.

El silencio entre ellos era palpable, denso como una niebla que dificultaba cada palabra, cada gesto. En ese espacio compartido, el peso de su confrontación y el choque de sus voluntades se hicieron insoportablemente evidentes, dejando claro que la noche sería larga y cargada de reflexiones y decisiones difíciles.

Así, en ese ambiente opresivo, Jason y Amelia se preparaban para una noche en la que el verdadero reto sería encontrar una manera de romper el hielo que los separaba, sin dejar que el orgullo y el resentimiento los consumieran por completo.

El silencio persistía mientras ambos se dirigían a sus respectivos vestidores, situados en extremos opuestos de la habitación. Jason abrió la puerta de su vestidor con un movimiento decidido, cerrándola tras de sí con una firmeza que denotaba su irritación. Dentro, rodeado de trajes impecablemente colgados y camisas perfectamente planchadas, comenzó a desvestirse mecánicamente, cada prenda cayendo al suelo como un símbolo de su frustración y su impotencia.

Mientras se cambiaba, sus pensamientos se volvieron más oscuros. Se preguntaba cómo había llegado a este punto con Amelia. Recordaba la promesa que se había hecho a sí mismo de no tratarla como una posesión, y sin embargo, había caído en el mismo patrón de control que tanto despreciaba. Se sentía atrapado entre su amor por ella y su necesidad de protegerla, un dilema que parecía no tener solución.

Al otro lado de la habitación, Amelia se encontraba en su propio vestidor, rodeada de vestidos elegantes y ropa delicada. Se quitó la ropa del día con movimientos lentos y pesados, sintiendo el peso de cada acción. Cada pieza que dejaba caer al suelo era un recordatorio de la confrontación con Jason y la sensación de traición que la embargaba. No quería ser vista como una propiedad, pero la realidad de su situación le hacía difícil mantener esa autonomía que tanto valoraba.

Sus pensamientos eran una maraña de sentimientos contradictorios. Recordaba las promesas de Jason, las esperanzas que había depositado en él, y la amarga desilusión de darse cuenta de que esas promesas parecían vacías en momentos de tensión. Sentía un nudo en la garganta al pensar en la forma en que él había reafirmado su posesión sobre ella, algo que le resultaba imposible de aceptar plenamente.

Vestidos para dormir, Jason y Amelia emergieron de sus vestidores casi simultáneamente, sus miradas evitándose deliberadamente. Jason se dirigió a la cama con pasos firmes, levantando las sábanas con un movimiento brusco antes de deslizarse bajo ellas. El colchón se hundió ligeramente bajo su peso, pero el espacio entre él y el borde de la cama parecía un abismo insalvable.

Amelia, por su parte, se quedó de pie a los pies de la cama, paralizada por un momento. Miró a Jason, viendo a un hombre que era a la vez su protector y su carcelero. La cama, que en otro tiempo había sido un refugio de intimidad y cercanía, ahora se sentía como una barrera infranqueable. Su mente estaba llena de dudas y miedos, cuestionando si alguna vez podrían reconciliar las diferencias que los separaban.

El silencio seguía siendo abrumador, una presencia opresiva en la habitación. Jason, recostado en la cama, observó a Amelia con una mezcla de tristeza y frustración, deseando poder encontrar las palabras correctas para sanar la brecha entre ellos. Pero el orgullo y el resentimiento aún los mantenían prisioneros, incapaces de romper el hielo que había crecido entre ellos.

Así, en la penumbra de la habitación, con las sombras alargándose y la tensión palpable en el aire, Jason y Amelia enfrentaban una noche cargada de incertidumbre y reflexión, conscientes de que el camino hacia la reconciliación sería largo y arduo.

De imprevisto, Amelia rompió a llorar y cayó de rodillas al suelo, sus sollozos llenando el silencio sepulcral de la habitación. Jason la miró petrificado, sus propios pensamientos y emociones enredándose en una maraña de confusión e impotencia. No sabía qué hacer ni qué decir, cada segundo que pasaba intensificaba la tensión entre ellos.

—Por favor, amo. No me devuelvas. Azóteme, prometo cambiar, pero no me devuelvas —suplicó Amelia, su voz quebrándose con cada palabra. Las lágrimas corrían por su rostro, y su cuerpo temblaba visiblemente. Todo el orgullo de Amelia se había esfumado. Temía terminar esta relación. Jason se había portado muy bien en general, dos lunares negros no eran importantes para acabar con su relación.

Jason tragó saliva, tratando de deshacer el nudo que se formaba en su garganta. Las palabras de Amelia lo golpearon como una ola de desesperación y pánico. No se le había pasado por su cabeza ni azotarla ni devolverla a la Señora Montalbán. ¿Cómo podía pensar en algo tan atroz su dulce Amelia?

—Amelia... —murmuró, su voz temblando mientras daba un paso hacia ella. La imagen de Amelia, arrodillada y suplicante, le desgarraba el corazón. Todo en él quería levantarla, consolarla, decirle que nunca la dejaría. Pero las palabras parecían no llegar a sus labios, atrapadas en el abismo de su propia culpabilidad y arrepentimiento.

Amelia levantó la vista, sus ojos llenos de lágrimas y desesperación. —Amo, por favor, no me abandone. Haré lo que sea necesario, cambiaré, mejoraré. Pero no me devuelva. No podría soportarlo —su voz se rompió en un sollozo profundo y desgarrador, cada palabra una súplica angustiada.

Jason sintió cómo una oleada de emociones lo inundaba. El orgullo, la ira y la frustración se desvanecieron, reemplazados por un profundo dolor y una necesidad urgente de consolar a Amelia. Se arrodilló frente a ella, sus manos temblorosas extendiéndose para tocarla, pero se detuvieron a medio camino, temeroso de empeorar la situación.

—Amelia, por favor, escúchame —dijo con voz ronca, forzando las palabras a salir—. Nunca te haría daño, nunca te devolvería. No puedo ni imaginar la vida sin ti. No quiero que cambies, solo quiero que sepas que te amo y que quiero encontrar una manera de arreglar esto juntos.

La habitación se llenó de un silencio tenso y cargado, las palabras de Jason colgando en el aire entre ellos. Amelia, aún arrodillada y temblando, miró a Jason a los ojos, buscando la verdad en sus palabras. Sentía que su corazón estaba a punto de romperse, pero en ese momento, comenzó a creer que tal vez, solo tal vez, podrían encontrar una manera de sanar y seguir adelante.

Jason la tomó suavemente de las manos, ayudándola a levantarse del suelo. —No quiero que sufras más, Amelia. Vamos a superar esto juntos, lo prometo —dijo, sus ojos reflejando una mezcla de dolor y determinación.

Amelia, aún llorando, asintió lentamente. Sentía el peso de sus emociones, pero también un atisbo de esperanza. Tal vez no todo estaba perdido. Tal vez, con tiempo y esfuerzo, podrían reconstruir lo que se había roto.

Ambos permanecieron en silencio, las sombras de la habitación envolviéndolos mientras enfrentaban juntos la incertidumbre de su futuro.

—Amelia, por favor, aunque pagara por ti, no soy tu amo. Somos dos partes de una misma alma —dijo Jason, su voz suavizándose mientras trataba de transmitir la profundidad de sus sentimientos.

Amelia avanzó el medio metro de distancia entre ellos y se abrazó contra su pecho, sintiendo el calor y la firmeza de su cuerpo. Las palabras de Jason sonaban muy bonitas, pero el recuerdo de su discusión, donde él había usado la baza de ser su dueño, seguía fresco en su mente. Necesitaba creerle, no quería volver al lugar del cual había salido, donde su libertad era solo una ilusión.

—Amelia, ¿qué soy para ti en tu corazón? —preguntó Jason, sus manos acariciando suavemente su espalda—. En el mío, eres mi luz, aunque solo llevemos una semana juntos. Usé malas palabras. Soy un depredador, en el mundo de los negocios no hay espacio para sentimientos.

Amelia levantó la cabeza, sus ojos aún húmedos pero con una chispa de esperanza. —Jason, en mi corazón... eres mi protector, mi refugio. Pero también eres el hombre que puede destruirme con una palabra. No quiero vivir con miedo de que uses tu poder sobre mí. Necesito confiar en ti, más allá de los negocios, más allá de las palabras duras.

Jason cerró los ojos por un momento, dejando que sus palabras calaran hondo. La culpa y el arrepentimiento lo invadieron, y al abrir los ojos, la determinación brillaba en ellos. —Amelia, te prometo que no volveré a usar mi poder para herirte. Necesito que creas en mí, porque sin ti, esta vida no tiene sentido. Estoy dispuesto a cambiar, a aprender a ser el hombre que mereces.

Amelia asintió lentamente, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que no sería fácil, pero en ese momento decidió darle una oportunidad a la esperanza. —Está bien, Jason. No será fácil, pero quiero intentarlo. Quiero creer en nosotros.

Se abrazaron más fuerte, sintiendo que en ese momento compartían más que solo un espacio físico; compartían una promesa de un futuro mejor. La habitación, que había sido testigo de su conflicto, ahora parecía un poco más cálida, un refugio donde podrían empezar a sanar.

Jason la levantó suavemente, llevándola hacia la cama. —Vamos a descansar, Amelia. Mañana es un nuevo día, y juntos enfrentaremos lo que venga —dijo con una suavidad que no había mostrado antes.

Amelia se dejó llevar, sintiendo una mezcla de alivio y cansancio. Se acomodaron en la cama, aún abrazados, y lentamente, el peso de la tensión comenzó a disiparse. Aunque sabían que había mucho por resolver, en ese momento, se permitieron descansar juntos, con la esperanza de un mañana mejor.

La noche los envolvió, y por primera vez en horas, el silencio no era opresivo, sino reconfortante, prometiendo la posibilidad de un nuevo comienzo. La oscuridad tranquila de la mansión de Lantia ofrecía un refugio temporal de sus problemas, un respiro en medio de la tormenta.

Jason y Amelia, aún abrazados, se dejaron arrastrar por el sueño. Sin embargo, la paz que habían encontrado al final de su conversación no duró mucho. Sus mentes, aún atrapadas en el tumulto del día, comenzaron a tejer pesadillas que reflejaban sus miedos más profundos.

En su sueño, Amelia se encontraba de vuelta en la residencia de las novatas, pero todo era más sombrío, más opresivo. La Señora Montalbán la miraba con desdén, y Amelia sentía el peso de la vergüenza y el fracaso. La lujosa mansión que había sido su prisión ahora parecía un laberinto oscuro y sin salida.

De repente, la escena cambió y se vio en un lugar aún más horrendo. Un prostíbulo. Las luces rojas y el olor a desinfectante barato llenaban el aire. Los hombres la miraban con ojos llenos de lujuria y desprecio. Amelia intentaba gritar, pero su voz no salía. Su cuerpo no le respondía. Estaba atrapada en una pesadilla vivida, sin escape, sin esperanza.

Se vio a sí misma, sometida, obligada a servir a los deseos más bajos de hombres desconocidos. Cada toque, cada palabra obscena la destruía un poco más. Intentaba recordar la calidez de Jason, su promesa de protegerla, pero todo parecía tan lejano, tan irreal. Su realidad se había convertido en una espiral descendente de degradación y desesperanza.

Jason, en su propio sueño, se encontraba en la misma mansión, pero todo estaba teñido de una fría luz azul. Caminaba por los pasillos, buscando a Amelia, pero la casa parecía interminable. Finalmente, la encontró, pero no era la Amelia que conocía. Ella estaba de pie, en medio de la habitación, con la mirada vacía, sus movimientos mecánicos y sin vida.

—Amelia, ¿qué te han hecho? —preguntó, su voz llena de desesperación.

Amelia no respondió, solo se inclinó en una reverencia servil, sus ojos sin brillo, sin alma. Jason sintió un nudo en el estómago, una mezcla de culpa y terror. Había deseado protegerla, pero ahora la veía convertida en una sombra de sí misma, sin personalidad, sin la luz que la hacía única.

Intentó tocarla, pero su piel estaba fría, sin vida. Ella se movía como una autómata, siguiendo sus órdenes sin cuestionarlas, pero sin ningún signo de la mujer que amaba. Jason gritó, sintiéndose impotente, mientras el eco de su voz resonaba en los vacíos pasillos de la mansión. La imagen de Amelia, tan quebrada y sin vida, lo atormentaba.

Ambos se despertaron sobresaltados, jadeando por el pánico. La habitación estaba oscura, pero el confort del abrazo que compartían todavía estaba allí. Se miraron, sus ojos reflejando el miedo y el alivio.

—Amelia, solo fue un sueño —dijo Jason, su voz temblando mientras la abrazaba más fuerte—. No dejaré que nada de eso suceda. Te lo prometo.

Amelia asintió, aún con el corazón latiendo con fuerza. —Jason, también tuve una pesadilla. Pero ahora estoy aquí, contigo. No me dejes, por favor.

Se abrazaron en la oscuridad, buscando consuelo en la cercanía del otro. Las pesadillas habían dejado una marca, un recordatorio de sus miedos más profundos, pero también les habían mostrado lo mucho que significaban el uno para el otro.

La noche continuó, pero ahora, aunque sus corazones aún cargaban con la sombra de sus pesadillas, se aferraban a la promesa de enfrentar esos miedos juntos, con la esperanza de un mañana mejor.

Sin embargo, mientras la oscuridad envolvía la habitación, una sensación de inquietud persistía. El aire se tornó denso y cargado, como si las sombras mismas susurraran advertencias ininteligibles. Jason y Amelia se aferraban el uno al otro, pero ambos sabían que las promesas y las palabras no serían suficientes para mantener a raya los espectros de sus peores temores.

En sus mentes, las imágenes de sus pesadillas seguían acechando, recordándoles lo frágil que era la línea entre el amor y el abismo. Amelia veía el reflejo de su propio rostro, pálido y desesperado, atrapado en un ciclo de humillación y servidumbre. Sentía el frío del rechazo y la soledad de ser olvidada. Sabía que si permitía que el orgullo y el miedo guiaran sus acciones, ese destino sombrío podría convertirse en realidad.

Jason, por su parte, no podía sacudirse la visión de Amelia, transformada en una figura vacía y sumisa. La luz en sus ojos apagada, su espíritu quebrado. La culpa y el temor de convertirse en el arquitecto de esa destrucción lo carcomían por dentro. Si no encontraba una manera de equilibrar su deseo de protegerla con el respeto a su autonomía, temía que terminaría por perderla para siempre.

El silencio de la habitación se hizo opresivo, casi tangible, como una presencia maligna que se alimentaba de sus inseguridades. Ambos sabían que las pesadillas no eran solo sueños, sino advertencias. Un desliz, una palabra mal dicha, y los horrores que habían visto en sus mentes podrían materializarse.

Se aferraron aún más fuerte, conscientes de que la batalla más grande no se libraría contra fuerzas externas, sino contra sus propios demonios internos. La esperanza de un mañana mejor pendía de un hilo, delicado y frágil. Si no tenían cuidado, si se dejaban llevar por el orgullo y la desconfianza, sus peores temores podrían hacerse realidad, condenándolos a una existencia de arrepentimiento y dolor.

Así, en la penumbra de la noche, Jason y Amelia se enfrentaban no solo a las sombras de la habitación, sino a las de sus propios corazones, sabiendo que el verdadero enemigo estaba dentro de ellos mismos. El camino hacia la redención y la felicidad estaba lleno de peligros, y cada paso en falso podía llevarlos más cerca del abismo que tanto temían.