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Vendida al destino

Amelia no siempre fue Amelia. En una vida pasada, fue un joven que se dejó llevar por la apatía y la indiferencia, grabando en silencio una atrocidad sin intervenir. Por ello, una organización secreta decidió aplicar un castigo tan severo como simbólico: transformar a los culpables en lo que más despreciaban. Convertido en mujer a través de un oscuro ritual, Amelia se ve atrapada en un cuerpo que nunca pidió y en una mente asediada por nuevos impulsos y emociones inducidos por un antiguo y perverso poder. Vendida a Jason, un CEO tan poderoso como enigmático, Amelia se enfrenta a una contradicción emocional desgarradora. Las nuevas sensaciones y deseos implantados por el ritual la empujan a enamorarse de su dueño, pero su memoria guarda los ecos de quien fue, y la constante lucha interna amenaza con consumirla. En medio de su tormento personal, descubre que Jason, al igual que la líder de la organización, Inmaculada, son discípulos de un maestro anciano y despiadado, un hechicero capaz de alterar el destino de quienes caen bajo su control. Mientras intenta reconstruir su vida y demostrar que no es solo una cara bonita, Amelia se ve envuelta en un complejo juego de poder entre los intereses de Inmaculada y Jason, los conflictos familiares y las demandas del maestro. Las conspiraciones se intensifican cuando el mentor descubre en ella un potencial mágico inexplorado, exigiendo su entrega a cualquier precio. Para ganar tiempo, Jason e Inmaculada recurren a métodos drásticos, convirtiendo a los agresores de Amelia en mujeres bajo el mismo ritual oscuro, con la esperanza de desviar la atención del maestro. En un mundo donde la magia, la manipulación y la lucha por el poder son moneda corriente, Amelia deberá encontrar su verdadera fuerza para sobrevivir y decidir quién quiere ser en un entorno que constantemente la redefine.

Shandor_Moon · Urban
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96 Chs

010. La cena de los secretos

Amelia trató de concentrarse en sacar el maldito bicho del caparazón. La habitación estaba impregnada de una opulencia sofocante, con luces tenues que realzaban la elegancia de la mesa y los adornos dorados en las paredes. Cada movimiento se sentía pesado, como si la riqueza y el poder de ese lugar la aplastaran lentamente. Inmaculada y Jason intercambiaban miradas cargadas de tensión y rivalidad. Amelia sintió un escalofrío recorrer su espalda; sus manos temblaban ligeramente mientras luchaba con el caracol.

De repente, el caparazón resbaló de sus dedos, y el caracol salió disparado hacia la cara de Jason. Con reflejos sorprendentes, él lo atrapó con una servilleta antes de que le golpeara. Amelia se quedó paralizada, su rostro ardiendo de vergüenza. Bajó la cabeza, deseando desaparecer.

—Lo siento, nunca he comido estos bichos tan escurridizos —murmuró Amelia, tratando de ocultar su nerviosismo.

Inmaculada, sentada erguida y elegante, contuvo una sonrisa. Observó a Jason, esperando su reacción. Él, por su parte, mantuvo una expresión tranquila, aunque sus ojos mostraban una chispa de diversión.

—Tranquila, afortunadamente solo hemos ensuciado una servilleta —dijo Jason con una sonrisa amable, devolviendo el caracol al plato de Amelia—. Si de verdad no quieres comerlos, hay otras opciones, pero estos marinan muy bien con el espumoso.

Amelia negó repetidamente con la cabeza mientras decía: —No, de verdad, si te gustan, al menos debo probarlos. Solo que parezco Julia Roberts en la película Pretty Woman.

El comentario de Amelia buscaba aliviar la tensión, pero la comparación solo subrayó su situación. Jason, sin embargo, no perdió la compostura. Su voz se volvió más fría, más firme.

—No te equivoques. Julia Roberts era una prostituta. Tu condición es algo distinta, eres una esclava —dijo Jason, sus palabras cayendo como una losa sobre Amelia.

Amelia sintió un nudo en el estómago. La forma directa y cruda en que Jason describía su situación era devastadora. Inmaculada, notando el cambio en la atmósfera, intervino con un tono de advertencia.

—Jason, no te voy a permitir ese trato hacia Amelia —comenzó a protestar Inmaculada, su voz tensa.

Jason la cortó sin darle tiempo a continuar.

—No estás en condiciones de exigir. No obstante, Amelia, perdona mi franqueza. Posiblemente te trate mejor que Richard Gere y, quitando a los aquí presentes, todos van a pensar en ti como mi novia. Pero no considero correcto engañarte. Cuando quiera algo concreto de ti, te lo exigiré, me lo darás y no podrás salir corriendo como Julia Roberts.

A pesar de lo que decía, Jason no sonaba cruel ni malvado. Sus palabras eran claras y directas, como si estuviera explicando un hecho inevitable. Amelia comprendió entonces la profundidad de su nueva realidad: una jaula dorada donde la sumisión era la única opción.

La tensión en la habitación era palpable. Amelia sintió el peso de su situación como nunca antes. Su mente estaba en una tormenta de emociones, luchando por aceptar lo que Jason acababa de decir. Ella sabía que debía responder con calma y dignidad, a pesar del miedo que la invadía.

—No os preocupéis, ninguno de los dos. Yo conozco mi posición, aunque me cueste aceptarla. Lo de Pretty Woman era por la escena de los caracoles, por lo demás mi situación no es parecida —dijo Amelia, con voz firme, intentando mostrar que entendía su lugar.

Jason la observó por un momento antes de asentir, su expresión se suavizó ligeramente.

—Me alegra escuchar eso. Vamos a disfrutar de esta cena —dijo, rompiendo el incómodo silencio.

Amelia volvió a concentrarse en sacar el caracol de otra concha. Sus manos aún temblaban, pero se obligó a mantener la calma. Finalmente, logró sacar el bicho y, con una sonrisa triunfal, se lo llevó a la boca.

—Pues están muy buenos estos bichos. Gracias por mostrarme esta delicia, señor Xiting —dijo Amelia, intentando romper el silencio con algo positivo.

Jason sonrió, aparentemente satisfecho con su reacción.

—Me alegra. Quizás Inmaculada debería incluir este tipo de alimento en vuestra dieta para acostumbraros —dijo Jason, mirando a Inmaculada con una sonrisa.

—Lo tendré en cuenta. Sus grandes reflejos han evitado una desgracia, pero debería estar acostumbrada a comer con educación cualquier manjar —respondió Inmaculada, devolviendo la sonrisa.

La cena continuó, y aunque la tensión no desapareció del todo, las palabras amables y las sonrisas forzadas ayudaron a aliviar algo de la presión. Amelia sabía que estaba en una situación precaria, pero estaba decidida a mantenerse firme y adaptarse, por difícil que fuera. La noche apenas comenzaba, y sabía que aún le esperaban muchas pruebas por delante.

Las luces tenues y la suave música de fondo proporcionaban un ambiente de calma superficial, en contraste con las corrientes subterráneas de poder y control que fluían entre los comensales. Amelia se sentía como un peón en un tablero de ajedrez, cada movimiento cuidadosamente observado y evaluado.

Jason la miró con una expresión curiosa y amigable, aunque Amelia no podía dejar de percibir una sombra de cálculo en sus ojos.

—Según tengo entendido, acabas de terminar tus estudios en la prestigiosa universidad de Harvard. ¿Es cierto o parte de tu vida falsa? —preguntó con tono aparentemente trivial, pero sus palabras llevaban un peso implícito.

Amelia se tensó por un instante, sus pensamientos girando rápidamente. Miró a Inmaculada en busca de orientación, sus ojos mostrando una mezcla de duda y temor.

—Tranquila, está al corriente —dijo Inmaculada con un tono calmado, asintiendo ligeramente. —Ella estudió en Harvard, pero entonces era hombre. Solo hace dos días que es mujer.

Jason sonrió, una sonrisa que mezclaba admiración y curiosidad.

—No te preocupes, Amelia. Eres una mujer muy bella ahora. Esos gusanos hacen maravillas. Casi estoy por pedirle alguno a Inmaculada —dijo, su tono era suave pero con un matiz de interés genuino.

Amelia sintió un escalofrío al escuchar sus palabras, pero trató de mantener la compostura.

Inmaculada, observando la interacción, intervino con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—Me costó mucho perfeccionar ese poder de los gusanos. Ese es el origen del conflicto con el maestro. Si quieres uno, solicítaselo a él en cuanto se los entregue.

Jason levantó una ceja, mostrando una mezcla de sorpresa y decepción.

—¿Le vas a entregar todos? —preguntó con curiosidad, su voz reflejando una ligera desilusión.

Inmaculada negó con la cabeza, su expresión se endureció momentáneamente.

—No, los necesito no solo para mi aplicación de la justicia —dijo, mirando a Amelia de reojo, como para recordarle su posición—. También los uso para una de mis empresas.

Jason asintió justo cuando los camareros entraron en la sala, retirando los platos de caracoles y sirviendo un guiso de rabo de toro. El aroma era delicioso, y Amelia sintió que su boca se hacía agua. Este plato, al menos, era algo que le gustaba mucho, y en un restaurante de este nivel, debía estar extraordinariamente bueno.

Mientras los camareros servían los platos, Amelia aprovechó la oportunidad para observar a sus acompañantes con más detalle. Jason, con su aire de confianza y control, irradiaba una autoridad que no necesitaba alzar la voz para imponerse. Inmaculada, por su parte, mantenía una fachada de calma y elegancia, pero sus ojos revelaban una tensión latente.

El guiso de rabo de toro era una obra de arte culinaria. Amelia tomó su tenedor y cuchillo, cortando un trozo con cuidado. El primer bocado era suculento, la carne tierna se deshacía en su boca, y los sabores ricos y profundos le proporcionaron un momento de verdadero placer en medio de la tensión de la cena.

—Este plato es maravilloso —dijo Amelia, dejando que un destello de auténtica alegría asomara en su voz.

Jason sonrió, complacido con su reacción.

—Me alegra que lo disfrutes. Este restaurante es conocido por su rabo de toro. Espero que esto haga la velada más agradable para ti.

Amelia asintió, agradecida por el momento de alivio. A medida que la cena continuaba, se dio cuenta de que tendría que aprender a equilibrar sus emociones y pensamientos, manteniéndose firme en medio de las turbulencias que la rodeaban. 

Jason la miró con una expresión curiosa y amigable, aunque Amelia no podía dejar de percibir una sombra de cálculo en sus ojos.

—Por cierto, ¿qué delito cometió Amelia? —preguntó Jason, su tono aparentemente casual, pero con un trasfondo de interés genuino.

Inmaculada no pareció alterarse en lo más mínimo, limitándose a cortar un pedazo de carne mientras respondía.

—Filmar una violación grupal y no impedirla —dijo con frialdad, como si estuviera comentando algo trivial.

Amelia sintió un nudo en el estómago y casi se atragantó con el bocado. Tragó con dificultad, sintiendo la mirada de Jason clavada en ella.

—¿Y tu defensa? —preguntó Jason, su voz cargada de una mezcla de curiosidad y juicio.

Amelia bajó la mirada, luchando contra la vergüenza y el arrepentimiento que la invadían.

—No tengo defensa. Es como ella ha contado. Mis amigos violaron a una joven y yo me limité a verla —admitió, su voz temblando ligeramente. La culpa la consumía, y se preguntaba si esta vida de sumisión no era un castigo demasiado leve.

Jason la observó detenidamente, buscando algo en sus ojos. Finalmente, asintió con una expresión comprensiva.

—No tiene justificación tu forma cobarde y mezquina de actuar, pero veo arrepentimiento en tus ojos. Cuidaré bien de ti —dijo, su tono era cálido, pero sus palabras pesaban como una losa sobre Amelia. —¿Mereció la pena?

Amelia negó con la cabeza, sintiendo una oleada de emoción amenazar con desbordarse. Estaba a punto de derrumbarse, pero se obligó a mantenerse firme. Necesitaba ser fuerte, incluso si eso significaba enfrentar sus peores miedos.

—No te castigues más. El castigo impuesto por Inmaculada ya es suficiente. Tienes el resto de tu vida para pagar por ello y arrepentirte, aunque yo intentaré endulzar ese castigo —continuó Jason, sonriéndole con una calidez que mitigaba en parte los horribles pensamientos de Amelia. —Aún me gustaría saber más de ti, aunque ahora eres casi una recién nacida. Pues todo tu pasado ha quedado atrás.

Amelia suspiró, aceptando la realidad de su situación.

—Mi pasado me perseguirá una temporada —admitió, su voz reflejando una mezcla de resignación y esperanza—. Ahora solo tengo tres personas en mi vida. Inmaculada, ojalá Lucía, y espero también formar parte de su vida.

Jason sonrió, complacido con su respuesta.

—Oh, tranquila, tu aroma me ha gustado mucho. No pienso dejarte escapar tan fácil —dijo, su tono era casi juguetón, pero sus palabras llevaban un peso innegable.

Amelia lo miró, confusa por la referencia a su "aroma". Jason notó su desconcierto y continuó.

—Tu lo habrás notado en su aura, ¿verdad? —preguntó, volviendo su atención a Inmaculada.

Inmaculada miró a Amelia con una expresión extraña, como si estuviera viendo algo por primera vez.

—No, no me había fijado. Normalmente no llevo activada esa visión —dijo, llevándose la mano derecha a la boca en un gesto pensativo—. El gusano puede dar esa sensación, pero es verdad, es demasiado fuerte. Ese poder es innato en ella. ¿Piensas usarla como batería o la instruirás? Si no cumpliera tus expectativas, por favor devuélvemela.

Jason sonrió, una sonrisa que parecía contener secretos.

—¿No cumplir mis expectativas? Virgen, sumisa, bella, con conocimientos altos de economía y ese aroma. ¿Sabes cuánto costaría dar con una mujer así, incluso en Suryavanti?

Amelia comenzó a sentir un escalofrío. Estaban hablando en términos que no comprendía del todo, pero que sugerían algo más profundo y oscuro. Tomó valor y, con temor y reverencia, formuló una pregunta.

—¿Habláis de magia?

Jason e Inmaculada intercambiaron una mirada y luego Jason respondió, su tono era casual, pero con una firmeza que no admitía dudas.

—¿Magia? No digas tonterías. La magia no existe.

Inmaculada asintió, confirmando las palabras de Jason.

Amelia los miró con desconfianza. Algo estaban ocultando, y aunque ellos negaran la existencia de la magia, sabía que había algo más en juego. Solo la magia podría explicar esa conversación y su transformación en mujer. Sentía que estaba al borde de descubrir algo grande, algo que podría cambiar su comprensión de todo lo que le estaba sucediendo. Pero por ahora, tendría que aceptar sus respuestas y seguir adelante, siempre alerta y preparada para lo inesperado.

Jason continuó, cambiando el tema. —Has hablado de Lucía, ¿quién es Lucía? Deseo conocerte más y el acuerdo con la señora Montalbán se va a terminar firmando seguro.

Amelia, intentando reprimir su incomodidad, respondió. —Es otra de las jóvenes condenadas por Inmaculada. Ella ha tenido bastante mala suerte y no ha dado con una buena persona como parece usted.

Estaba a punto de continuar cuando los camareros entraron para retirar los platos y servir unos huevos de codornices escalfados. Jason aprovechó para pedir una nueva botella de champán.

—Por favor, traigan una botella de Gosset Celebris Extra Brut 2007 —solicitó, buscando una elección menos extravagante esta vez—. ¿Mejor elección? —preguntó, mirando a Inmaculada.

—Me parece muy correcta. Entonces, ¿firmarás el contrato? —Inmaculada aprovechó el cambio de tema para discutir asuntos de negocios mientras esperaban el champán y evitaban el silencio incómodo hasta que los camareros se retiraron.

Jason miró a Amelia con una sonrisa suave. —¿Podrá venirse Amelia conmigo esta noche?

Inmaculada respondió con firmeza. —No está terminada de formar, pero hemos venido preparadas para esa eventualidad. En el maletero del coche hay...

—No, a partir de ahora es mía. Todas sus necesidades serán cubiertas por mí —Jason interrumpió con un tono posesivo, dejando clara su intención de hacerse cargo completamente de Amelia.

Inmaculada suspiró, intentando razonar con él. —Sé razonable. Aunque mañana la lleves a comprar ropa, necesitará una muda. ¿O piensas llevarla con este traje de noche?

Jason meditó un momento, su expresión se suavizó ligeramente al darse cuenta de que estaba siendo intransigente. —De acuerdo, un poco de ropa no es gran cosa. ¿Alguna otra pertenencia a conocer?

Inmaculada respondió con calma. —Tiene un smartphone con mi número y un portátil con las lecciones necesarias sobre Suryavanti.

El camarero entró en ese momento con la botella de champán, dejando la sala en un silencio denso mientras se retiraba.

Jason miró a Inmaculada con sospecha. —¿No estarán pinchados?

—En el plazo de dos días estará totalmente liberado de spyware. Te doy mi palabra. Si lo deseas, puedes hacérmelo firmar con sangre.

Amelia observaba a los dos, dándose cuenta de la complejidad de su relación. Se respetaban y hacían negocios juntos, pero había una clara rivalidad y desconfianza entre ellos. Sintió que estaba entrando en un mundo donde la verdad y la mentira se entremezclaban, y donde cada palabra y cada gesto podían tener múltiples significados.

—No hay necesidad. Confiaré en ti. No obstante, mis informáticos revisarán esos equipos dentro de una semana. Si encuentro algo, castigaré a Amelia. —Amelia miró asombrada a los dos. ¿Qué culpa tenía ella si Inmaculada la estaba usando para espiarlo?— Tranquila, el castigo será destruir los equipos y no volverte a dejar comunicar con ella.

La cena avanzó, y aunque la tensión no se disolvió por completo, las palabras amables y las sonrisas forzadas ayudaron a suavizar el ambiente. Amelia era plenamente consciente de su frágil situación, pero estaba decidida a mantener la serenidad y adaptarse, por difícil que fuera. La cena se acercaba a su fin, y sabía que enfrentaría retos aún mayores en la soledad que le esperaba.

Jason mantuvo la conversación con una destreza que reflejaba su posición dominante y su experiencia en el manejo de relaciones. Su mirada, alternando entre la calidez y el cálculo, no se le escapaba a Amelia, quien se sentía como una marioneta en las hábiles manos de un titiritero. Cada palabra de Jason mostraba cómo él dominaba el diálogo, manejando sus palabras con una precisión casi quirúrgica, preservando un equilibrio delicado entre cordialidad y autoridad.

Inmaculada, por su parte, se mantenía serena, aunque su tensión era palpable. Intentaba participar en la conversación, pero era evidente que su mente estaba ocupada en otros pensamientos, probablemente preocupada por el futuro de Amelia y su propia posición frente al maestro de ambos. Amelia la observaba de reojo, buscando alguna señal de consuelo o consejo, pero Inmaculada parecía distante, casi ausente.

El postre llegó, una delicada tarta de chocolate con frambuesas frescas que Amelia apenas probó, su mente demasiado ocupada en procesar todo lo que había ocurrido y lo que estaba por venir. La cena, aunque exquisita, se había convertido en una prueba de resistencia emocional para ella.

Finalmente, Jason dejó su servilleta sobre la mesa, indicando que la cena había terminado. Amelia siguió su ejemplo, intentando ocultar el temblor en sus manos. Jason llamó al camarero y pidió la cuenta, que llegó en una elegante carpeta de cuero. Amelia se sorprendió al ver el monto, una cifra astronómica que superaba con creces el salario mensual de muchos trabajadores en Hesperia. Jason pagó sin inmutarse, dejando una generosa propina que hizo sonreír al camarero.

Cuando se levantaron de la mesa, Jason se volvió hacia Inmaculada y Amelia.

—Es hora de irnos —dijo con voz suave pero firme.

Inmaculada asintió y se dirigieron hacia la salida. Los guardaespaldas estaban listos, y la maleta de Amelia fue transferida del maletero del Jaguar de Inmaculada al Maserati rojo de Jason. La despedida entre Inmaculada y Amelia fue breve pero cargada de significado. Inmaculada la abrazó, susurrándole al oído.

—Sé fuerte y si tienes algún problema, escríbeme. Todo saldrá bien —dijo, intentando infundirle valor.

Amelia asintió, agradecida por el apoyo, aunque una parte de ella seguía temiendo lo que vendría. Se separó de Inmaculada y se subió al Maserati, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.

Jason cerró la puerta tras ella y se subió al asiento del conductor. Encendió el motor y el suave ronroneo del coche llenó el silencio. Mientras se alejaban del restaurante, Amelia miró por la ventana, viendo cómo las luces de la ciudad se desvanecían en la distancia. Sabía que la suerte estaba echada y solo podía esperar no encontrar una mala persona en el señor Xiting.

Durante el trayecto, Jason no habló mucho, dejándola con sus pensamientos. Amelia se sentía como una prisionera de lujo, atrapada en un mundo que no había elegido. Sin embargo, sabía que debía adaptarse y encontrar una manera de sobrevivir. Su futuro estaba ahora en manos de Jason, y aunque temía lo que eso podría significar, también sabía que debía mantenerse fuerte y alerta.

Finalmente, el Maserati se detuvo frente a una imponente mansión, rodeada de altos muros y con un portón de hierro forjado que se abría lentamente para permitirles el paso. Amelia sintió un nudo en el estómago mientras el coche avanzaba por el camino de entrada, flanqueado por jardines impecablemente cuidados. Jason aparcó el coche y se volvió hacia ella, su expresión más suave.

—Bienvenida a tu nuevo hogar, Amelia —dijo con una sonrisa que intentaba ser reconfortante, pero que no lograba disipar del todo el temor que sentía.

Amelia respiró hondo, intentando calmar sus nervios. Sabía que su vida estaba a punto de cambiar de manera irrevocable y que debía estar preparada para enfrentar lo que viniera. Mientras bajaba del coche y seguía a Jason hacia la entrada de la mansión, una sensación de determinación se apoderó de ella. No sabía lo que el futuro le deparaba, pero estaba dispuesta a luchar por mantener su identidad y su dignidad, sin importar las circunstancias.

La noche era joven y llena de incógnitas, y Amelia no podía evitar sentirse intrigada y expectante por lo que vendría. Su vida había dado un giro inesperado, y aunque el camino sería arduo, estaba decidida a enfrentarlo con valentía y determinación.