Mientras caminaba por los pasillos, Amelia sentía el peso de cada paso en los tacones, tratando de mantener el equilibrio y acostumbrarse a la nueva forma en que su cuerpo se movía, sin romperse un tobillo. Cada movimiento era un recordatorio constante de su transformación, una lucha por adaptarse a su nueva realidad. Las miradas de otras chicas en la misma situación la hacían sentirse menos sola, pero no menos aterrada. Sus rostros reflejaban una mezcla de resignación y desesperanza, un espejo de lo que le esperaba si no lograba adaptarse.
"¿Cómo llegaron ellas aquí?", se preguntó Amelia, intentando imaginar sus historias. "¿Estarán tan perdidas como yo?"
Al llegar a la sala de estudio, se detuvo un momento antes de entrar, tomando una profunda respiración para calmarse. La sala estaba equipada con varios puestos de trabajo y computadoras, cada una con un programa de estudios específico. Algunas chicas ya estaban allí, inmersas en sus lecciones. Amelia se dirigió a un puesto vacío y se sentó, tratando de ignorar el temblor en sus manos mientras encendía la computadora.
—Lo siento, ese es mi sitio —la corrigió una de las jóvenes con la que se había cruzado en el pasillo—. No es que me importe mucho, pero cada ordenador está cargado con los cursos más adecuados para cada una. ¿Qué número tiene tu habitación?
Amelia pensó un momento tratando de recordar el número situado en su puerta. Estaba segura de cómo llegar y cuál era su puerta, pero no le había dado importancia al número.
—¿Me creerías si te digo que no me acuerdo? He despertado hoy convertida en una mujer y obligada a prostituirme, no pensé que el número de la puerta tuviera importancia. Mi nombre es Ro... Perdón, mi nombre es Amelia.
Los ojos de la joven reflejaron por un momento lástima. Era una joven de piel morena clara, con el cabello liso y negro que caía en una cascada brillante hasta sus hombros. Sus ojos, grandes y oscuros, mostraban una mezcla de compasión y resignación.
—Mi nombre es Lucía. Ya llevo dos meses y algo aquí. Permíteme enseñarte —Lucía se aproximó a un tablón y miró la distribución—. Tu número es el seis. Justo el de al lado mío, tu habitación debe ser la de enfrente.
—Gracias, Lucía —dijo Amelia, incluyendo el nombre de su compañera para tratar de memorizarlo—. ¿También eras un hombre? —Añadió mirándola. Se la veía también atractiva. No parecía hacer mal trabajo estos gusanos.
Lucía asintió, su expresión se volvió más sombría.
—Todas lo hemos sido antes —respondió con resignación, y su mirada parecía perdida. Lucía tenía una figura esbelta y bien proporcionada, con curvas suaves y elegantes—. Y sí, al final te gustarán los hombres —añadió al ver cómo Amelia buscaba las palabras para preguntarlo sin parecer descortés.
Amelia suspiró al escuchar eso.
—No lo había preguntado, aunque tenía intención. Me parece tan complicado poder gustarme los hombres, pero tampoco hubiera creído si me dicen que iba a ser una mujer —concluyó mientras apretaba el botón para encender el ordenador.
La pantalla se iluminó y mostró el plan de estudios. Incluía una mezcla de temas que iban desde la etiqueta social y la conversación hasta finanzas personales y técnicas de seducción. Amelia sintió una mezcla de repulsión y curiosidad mientras navegaba por el programa. Si tenía que aprender todo esto para sobrevivir, lo haría. No tenía otra opción.
"Esto es surrealista", pensó mientras se desplazaba por las opciones en la pantalla. "De economista a.… esto. ¿Qué ha pasado con mi vida?"
Estaba a punto de elegir la primera lección de técnicas de seducción cuando cuatro guardianes aparecieron empujando un carrito. Amelia levantó la vista, curiosa y nerviosa al mismo tiempo. Los guardianes comenzaron a distribuir bandejas de comida, colocándolas en los escritorios de las chicas.
—La comida se sirve en las horas programadas. Siéntate y come —dijo uno de los guardianes con voz autoritaria, sin mirarla directamente.
Amelia tomó la bandeja que le entregaron y la colocó frente a ella. La comida parecía nutritiva y cuidadosamente preparada, pero el solo hecho de saber que todo estaba calculado para mantenerlas en perfecta condición física la incomodaba. Empezó a comer lentamente, su mente aún absorta en las lecciones que debía aprender.
Mientras comía, observó a sus compañeras. Algunas comían en silencio, otras charlaban en voz baja. Lucía estaba sentada cerca, inmersa en una lección de etiqueta social. Amelia pensó en lo que Lucía había dicho: "Y sí, al final te gustarán los hombres". La idea seguía siendo abrumadora.
"¿De verdad me acostumbraré a esto?", se preguntó, masticando con lentitud. "¿Podré algún día aceptar esta realidad y encontrar una forma de vivir con ella?"
Sus pensamientos se desviaron hacia sus cuatro amigos. "¿Dónde estarán ellos ahora?", se preguntó. Sabía que serían vendidos a una red de trata de blancas. "¿Serán ellos parte de este lugar? ¿O estarán en algún sitio aún peor? ¿Habrán sido ya trasladados?"
La comida terminó rápidamente, y los guardianes comenzaron a recoger las bandejas. Amelia observó la pantalla de su computadora una vez más decidiendo salir de técnicas de seducción. La lista de lecciones volvió a estar allí, esperando ser seleccionada. Con un suspiro, eligió la lección de finanzas personales. Si debía sobrevivir aquí, al menos quería mantener algo de su antigua vida, algo que le recordara quién había sido antes de toda esta locura.
"Esto no me derrotará", se dijo a sí misma, empezando la lección. "No importa cuánto tiempo lleve, encontraré una forma de salir adelante."
En cuanto la comida terminó, dos de las jóvenes se levantaron de sus escritorios. Amelia miró el resto de la sala de estudio y, contándose a ella, eran cuatro. Más las dos que salieron, sumaban seis. Había visto diez habitaciones, así que quizás sus cuatro amigos estuvieran confinados en las cuatro restantes.
Amelia se fijó en las otras dos jóvenes. También eran bellas y con cuerpos esculturales, como las dos que salieron rápidamente. Volvió a fijar su vista en Lucía, concentrada en su lección sobre "Protocolo de comidas en Hesperia".
—¿Hacéis algo para divertiros? —preguntó Amelia, tratando de sacar más información de Lucía.
Lucía levantó la vista de la pantalla, sus ojos oscuros mostrando una mezcla de cansancio y resignación.
—Verás, tienes seis meses. Si en seis meses no consigues una pareja, amante o esposo, serás vendida a una red de trata de blancas y ahí solo te quedará trabajar de por vida como una prostituta. Si tratas de escapar y te cogen, te pasará igual. Estudia, es mi mejor consejo, y sé complaciente con los clientes.
Amelia la miró con cierta lástima. Daba la impresión de estar hablando con una muerta en vida. Ella no iba a limitarse a ser un juguete sexual de uno, varios o muchos hombres. No había estudiado tan duro tantos años para ahora tirar su vida por la borda. La intención de Inmaculada no era crear prostitutas, sino aumentar su red de contactos. Solo debía elegir el cliente adecuado y entregarse en cuerpo y alma.
"Esto no puede ser todo lo que me espera," pensó Amelia, sintiendo una mezcla de determinación y desesperación. "Tengo que encontrar una forma de salir de esto."
En la cabeza de Amelia, todo parecía muy sencillo, pero no lo era. Lucía ya había sido humillada por hombres de negocios sin piedad. Era muy difícil conseguir un buen hombre siendo prostituta; para Lucía, todo era una trampa para dar el mejor rendimiento posible durante seis meses y luego ser descartada.
—¿Cómo lo soportas? —preguntó Amelia en voz baja, intentando no parecer demasiado desesperada.
Lucía suspiró, su mirada se perdió en algún punto lejano.
—Es duro. En los setenta y dos días que llevo aquí, he estado con doce hombres distintos. Todos me han follado y devuelto. Jamás he alcanzado una segunda cita con ninguno. —Lucía hizo una pausa, sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas—. Te das cuenta de que, para ellos, no somos más que un producto. Algo que pueden usar y desechar cuando quieran.
Amelia sintió un nudo en la garganta. La realidad de su situación era más aterradora de lo que había imaginado. La determinación que había sentido antes comenzaba a desvanecerse, reemplazada por una creciente sensación de impotencia.
—¿Alguna vez te has planteado... rendirte? —preguntó Amelia, sin estar segura de si quería conocer la respuesta.
Lucía negó con la cabeza lentamente.
—No. Porque rendirme significaría aceptar un destino aún peor. Prefiero seguir luchando, aunque sea inútil. —Su voz se volvió más suave, casi inaudible—. No quiero ser vendida a una red de trata de blancas. Aquí al menos tengo una oportunidad, por pequeña que sea.
Amelia asintió, comprendiendo el dilema de Lucía. Ambas estaban atrapadas en un juego cruel, donde las reglas estaban diseñadas para mantenerlas en un estado constante de sumisión y desesperanza.
—Gracias por decírmelo, Lucía —dijo Amelia, intentando mostrar un poco de gratitud—. Haré lo que pueda para sobrevivir aquí. No pienso rendirme.
Lucía le dedicó una sonrisa triste, un gesto que no alcanzaba a sus ojos.
—Eso espero, Amelia. Eso espero.
Amelia volvió su atención a la pantalla de la computadora. Para seguir con el temario de finanzas personales. Para los estudios no eran complicados, pero para su sorpresa, la lección de finanzas personales era cómo administrar una casa con sus sirvientes, cómo gestionar de la mejor manera el dinero para conseguir la casa más aparente y mejor presentada para las visitas. El curso ofrecía una gran cantidad de datos, incluidos los tipos de contratos para personal del hogar en varios países. Se preguntó por qué esa extraña combinación de países. Hesperia lo entendía, ya que era donde estaban, pero el otro país le parecía muy extraño: Suryavanti, si no recordaba mal, era un país oriental con un régimen dictatorial.
—¿Por qué sale legislación y costumbres de Suryavanti? —preguntó Amelia, extrañada, a Lucía.
Lucía miró el monitor de Amelia y pareció sentir algo de envidia.
—Lo normal es solo Hesperia. Si te aparece otro país, es porque un cliente está muy interesado en ti y es de ese país o tiene negocios allí. No te hagas muchas ilusiones, a mí me salió un ruso. Aún recuerdo su trato, fue el peor. Tuve una semana para prepararme sobre su cultura. Ni siquiera me llevó a un buen restaurante, simplemente me llevó a su casa y me torturó durante varias horas. Tras terminar el encuentro, me mandó de vuelta —los ojos de Lucía parecían aterrorizados al acordarse del encuentro—. Cuando me llevaron ante Inmaculada para contarle...
—¿Cuándo fue? ¿No se llamaría Vladislav Popov? —Amelia recordó a un importante hombre de negocios ruso desaparecido hacía poco más de un mes.
—Hará cinco o seis semanas. Sí, efectivamente se llamaba así. ¿Por qué? —preguntó Lucía, extrañada por la adivinación de Amelia.
—Pues me temo que ahora es una de nosotras o incluso ha sido vendida a una red. Ese ruso desapareció poco antes de que yo fuera secuestrado. Quizás quince días antes. Fue un incidente diplomático y no sé si habrá habido avances.
Ambas pensaron en las palabras de Inmaculada: "Me encantaría ser vuestra amiga." ¿Si alguien se metía con las amigas de alguien con este poder, no podría ser posible que se vengara de esta forma?
Amelia se quedó en silencio, procesando la información. Inmaculada tenía un poder que iba más allá de lo que podían imaginar. Convertir a un hombre de negocios en una mujer y posiblemente venderlo como una prostituta era una venganza brutal y despiadada.
—Esto es peor de lo que imaginaba —murmuró Amelia, más para sí misma que para Lucía.
Lucía asintió lentamente, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y comprensión.
—Sí, lo es. Aquí no hay reglas, Amelia. Solo supervivencia. —Lucía se inclinó hacia adelante, susurrando—. Tenemos que encontrar una forma de salir de aquí.
Amelia asintió, su mente ya trabajando en posibles planes. Sabía que no sería fácil, pero si Vladislav Popov había sido atrapado y transformado, nadie estaba a salvo. La única opción era encontrar una forma de escapar y exponer lo que estaba sucediendo.
—Debemos ser cuidadosas —dijo Amelia, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie más estuviera escuchando—. No sabemos en quién podemos confiar.
Lucía asintió de nuevo, su rostro serio.
—Lo sé. Pero no podemos hacerlo solas. Necesitaremos ayuda.
Ambas chicas se miraron, una comprensión silenciosa pasando entre ellas. No estaban solas en esta lucha, y juntas podrían tener una oportunidad de cambiar su destino.
Amelia volvió a mirar la pantalla de su computadora. La lección sobre finanzas personales seguía esperando, pero ahora tenía un nuevo propósito. Aprendería todo lo que pudiera, aunque fuera de ese país llamado Suryavanti se haría indispensable para ese oriental y buscaría una forma de escapar de esta pesadilla. No importaba cuánto tiempo llevara, no se rendiría.
"Esto no me derrotará", se dijo a sí misma, retomando la lección. "No importa cuánto tiempo dure, encontraré cómo salir adelante. Ojalá sea este hombre y si lo logro trataré de sacar también a Lucia."
Con renovada determinación, Amelia se sumergió en su estudio, sabiendo que cada lección la acercaba un paso más a su libertad.