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—¡Jajaja! ¡Corderos al matadero! —mientras la profunda y juguetona voz del hombre resonaba en la quietud de la noche, los cuerpos de todos los presentes temblaban.
El propio aire vibraba mientras felicitaba su aparición.
Al colocar el enorme garrote que portaba sobre su hombro, las cuentas que llevaba tintineaban y danzaban, reposando sobre su masivo pecho.
—Jejeje... mírenles las caras. ¡Parecen ratas lloriqueantes! —al decir esto, el centenar de hombres que él comandaba estallaron en carcajadas.
No estaba equivocado, de todas formas.
En el momento en que la mayoría de las personas que lo miraban lograban captar completamente su presencia, temblaban profusamente.
¿Era porque estaban rodeados por cien personas? No... no realmente.
Simplemente podían estar protegidos como antes.
Entonces, ¿qué era? ¿Qué podía causar tanto miedo entre personas que habían experimentado viajes seguros hasta ahora?
Tenía que ver con el hombre que estaba hablando.
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