Las palabras de Miguel me hicieron enrojecer.
No quería admitir que él decía la verdad, pero no podía negar el placer que me había dado.
—Tú fuiste la que me sedujo —dijo lentamente Miguel—. Entonces, ¿por qué sigues haciendo esto?
Se inclinó hacia mi oído y dijo —Me haces sentir como si estuviera cometiendo una violación marital.
¿De qué hablaba Miguel?
¿Violación marital? No estábamos casados. Ni siquiera había conocido a su familia. No, la énfasis debería estar en la segunda mitad de la frase. ¿Qué violación? Yo... Yo no fui forzada a hacerlo.
Mi cara se puso roja. Estaba tan avergonzada que quería interrumpirlo.
—¡Miguel! ¿Qué estás... Ay!!! —Antes de que pudiera terminar, fui aplastada por la súbita aceleración de Miguel.
Miguel agarró mis piernas y las rodeó alrededor de su cintura, sus poderosas caderas se adelantaron empujando su gran pene dentro de mí.
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