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Noche de caos

Los gritos de las personas en la calle son proporcionales a las manifestaciones que se extienden a través de todo el territorio nacional. Desde una ventana, Tatiana observa como algunos de sus amigos de infancia son aturdidos por la Policía Anti disturbios, mientras se arrojan encima para golpearlos en repetidas ocasiones sin clemencia, solo con su afán y su sed de sangre potenciada por la adrenalina del momento: son presas ante una jauría de canes hambrientos.

— Se lo merecen, vagos asquerosos — asevera Tatiana mientras bebé de una taza un poco de chocolate caliente. Parece disfrutar del grotesco espectáculo que se vive en las calles de todo el país desde el anuncio del gobierno local acerca de la subida de impuestos a los alimentos para los más pobres. La mujer de unos 28 años sonríe al observar la brutal golpiza a la que son sometidos los manifestantes. — Allá llevan a Miguel, el hijo de doña Mercedes ¿Quién lo manda? se lo merece por vago, ojalá le den un susto y deje de perder el tiempo —, se dice a si misma mientras cierra la cortina y se dispone para descansar con una sonrisa socarrona entre los labios.

Entre tanto, en la calle los manifestantes se veían superados en número y armamento por la fuerza policial, quienes – a modo de escarmiento – rompen los dedos de unos cuantos para que no puedan volver a arrojar ningún objeto contundente hacia ellos. Miguel está siendo llevado por dos efectivos hacia la patrulla, levanta su mirada y puede ver a varios de sus compañeros de lucha en el suelo rogando por ayuda, entre ellos está Gabriel, su hermano, tirado en el piso y con una fuente de sangre que brota a borbotones cuál si fuese una instalación artística macabra; Miguel intenta liberarse de las manos de sus captores para ayudarlo pero recibe un golpe contundente en su diafragma con un bastón tonfa, el policía se acerca a su oído y dice en tono irónico:

— ¡De esta solo sales en pedazos, cabrón!

Miguel se siente débil, su visión falla pero puede distinguir perfectamente la escena: un miembro de la Policía Anti disturbios le pide a Gabriel que abra la boca, pone un arma de gases lacrimógenos y empuja por su garganta un impacto de cilindro, cierra los ojos y solo escucha como poco a poco su hermano menor poco a poco pierde las fuerzas para luchar, ahora reinan las sirenas de las patrullas y los improperios de la autoridad mientras cae inconsciente y es arrojado dentro de un camión del Estado.