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El sonido de una manzana siendo mordida cortó el silencio que se cernía en la cocina, el sol aún no se mostraba completamente y un resplandor anaranjado era lo que coloreaba la cerámica blanca de la isla central, en donde un muchacho de cabellos negros comía tranquilamente una manzana que junto a los débiles rayos del sol coloreaba su rostro. Sus ojos no hacían más que vagar esperando a que su memoria le diera forma a las sombras de las encimeras.

Faltaba aproximadamente una media hora para que sus hermanos se levantaran para ir a la escuela, a Caym siempre le gustó despertar de madrugada, le resultaba agradable darse una ducha mientras el clima aún era fresco y la oscuridad reinaba, aquel día, se había despertado mas temprano de lo usual, a las 3:30am se disponía a ducharse, y ya a las 5:15 había devorado tres manzanas para no aburrirse tanto; no era de pasarse en el móvil, la flojera se apoderó de su cuerpo a tal punto que despegarse de la encimera a hacer cualquier otra cosa le resultaba imposible. La corbata del uniforme, pulcramente descansada sobre su pecho, daba suaves sacudidas cada vez que su manzana de Adán se movía al tragar.

Los minutos pasaron, lentos y acompasados, hasta que la luz de la cocina se encendió dándole a Caym el anuncio de que al fin alguien se había dignado a levantarse, se giró y sus encontraron a los de Jonathan, que estaba a punto de tocar su hombro.

—Buenos días —saludó el recién llegado, Caym le sonrió cortamente en respuesta.

Según sus cálculos, en esos momentos el chofer debía estar entrando a la cochera, y el hermano faltante recién despertando. Seguía sin entender cómo es que él era el único que tenía esos hábitos, despertaba temprano y dormía tarde, sus horas de sueño eran cortas y aún así parecía ser el de mayor energía.

Jonathan abrió el refrigerador, sacó su batido de todas las mañanas, Caym advirtió el olor a moras y arrugó levemente la nariz, de alguna manera la única fruta que era de su agrado eran las manzanas.

Las mañanas eran aburridas, personas aburridas en un salón aburrido atendiendo a clases aburridas, para Caym era un serio debate si debía de importarle menos los parloteos de sus compañeras o las palabras del profesor, no era importante escucharlo, después de todo solo debía rellenar una prueba que llevaría el 10 aunque la llenara de garabatos.

Observó como algunos de la primera fila intentaban prestar atención, se enfuruñaban cada que una risita subía de tono, Caym soltó una suave risita. De pronto, su vista captó un cabello que no había visto antes, nunca supo de un cabello pelirrojo en aquel curso, pero ahí estaba, estaba recogido en una coleta que no alcanzaba los hombros, por la forma en la que estos se tensaban con cada respirar, pudo deducir que era un chico. Le parecía curioso, si era un nuevo alumno el profesor debía de haberlo presentado a la clase, ¿o quizás estaba tan distraído que no lo escuchó?

Dejó que sus pensamientos se fundieran en la curiosidad, no tenía nada mejor que hacer. Palpó sus bolsillos en busca de algo para entretenerse y sacó una pequeña navaja roja, su padre se la había dado por "protección" Algunas familias importantes habían sido atacadas en los últimos meses, las circunstancias no las conocía, su padre no las había dicho, nunca supo porqué la navaja tenía un circuito eléctrico para descargas; después de todo, según Caym, los guardias eran lo suficientemente competentes como para protegerlo sin problemas.

Comenzó a revisar el artefacto, la navaja era retráctil, por un lado sacaba la cuchilla y por el otro un delgado tubito que al oprimir un botón casi inadvertible dentro de la carcasa roja, se activaba lanzando una pequeña descargas electrica; también una ruedita al costado servía para controlar la potencia. Dejándose vencer por la curiosidad, llevó la rueda hasta casi el máximo y descargó contra el papel de la libreta, sonó un pequeño zumbido y un agujerito se abrió paso entre las hojas; Caym parpadeó sorprendido mirando al aparato, el agujero no era ni muy pequeño ni corto, apostaba a que se había comido mitad del cuaderno y los alrededores de las dos primeras hojas estaban chamuscados.

Advirtió que el pelirrojo se había movido y girado levemente la cabeza hacia él, le pareció tonto considerar que hubiera escuchado, el zumbido se podía confundir con cualquier cosa. Los ojos verdes del desconocido llegaron a la navaja, Caym la escondió automáticamente, el otro volvió a girarse y darle la espalda, mientras tanto, el de cabellos negros no hacia más que preguntarse cómo es que su padre le dejó tal cosa en las manos, era ridículo, según él, era estúpido tan sólo pensar que la necesitaba.

Pasaron dos clases más hasta que tuvieron un receso, como siempre, Caym no se movió de su banca hasta que todos hubieran salido, cuando hasta el profesor se hubo ido, advirtió que el chico pelirrojo no se había movido, solo garabateaba en la hoja. Caym no era de acercarse a otras personas, menos de la escuela, pero ese chico le daba curiosidad. Embutió con delicadeza sus cosas en la mochila y se levantó para acercarsele, volvió a sentarse pero esta vez sobre la mesa frente al otro.

—¿No vas a salir? —cuestionó logrando que lo mirara, tenía la piel algo morena, ojos verdes y ovalados, el labio superior pintado de negro.

—¿Tu no vas a salir? —Su voz era suave, parecía un susurro aterciopelado.

—No respondas con preguntas.

—¿No estas preparado para que te respondan con otra pregunta?

Caym frunció el ceño, estaba acostumbrado a que le hablaran con respeto, y el tono de voz del chico junto con la risa que emitió le parecía una auténtica falta de respeto a su orgullo. Infló su pecho con la mentalidad de no caer bajo.

—¿Cual es tu nombre? —preguntó con cierto tono curioso.

—¿Quieres saber mi nombre? —Ante el disgusto reflejado en el rostro de Caym, el pelirrojo sonrió — ya, ya, no te amargues, soy Antonio —Admiró la expresión del contrario —; supongo que eres un señor muy importante como para no escuchar nombres que no parezcan de anuncio de perfumes.

La mirada del pelirrojo volvió al papel y siguió moviendo la mano con agilidad.

—Entonces, supongo que dibujas, Antonio —habló Caym.

—Te equivocas, no estoy dibujando.

—¿Entonces que cojones haces? —A Caym le impacientaba, por alguna extraña razón, todo de ese chico, lo irritada pero le daba curiosidad al mismo tiempo — no creo que seas del tipo que se pone a hacer rayitas todo el rato.

—Tu eres quien juega a quemar hojas —contraatacó levantando la libreta para mostrarle unos garabatos en línea, estaban escritos con increíble perfección y delicadeza. —. Es chino —explicó —, me lo dejaron de tarea.

Caym tomó la libreta interesado, le llamaban la atención aquellas letras.

—¿Como las haces tan iguales? Son sólo líneas y círculos...

—Son caracteres, como los que tu mismo escribes, memorizas la forma para que te queden iguales y los puedas entender, ¿no? Bueno, es lo mismo.

Miró a Antonio con interés.

—¿Que tan difícil es?

—Es un sistema de escritura bastante largo, no se parece en nada al de aquí, mira las páginas de atrás, ahí está —Caym obedeció y pasó las páginas, todas igual de organizadas, hasta llegar a unas cuadrículas en las que comparaba las letras y sonidos del alfabeto español con los caracteres en chino, la letra (que él podía entender) era cursiva y bonita.

—Tienes letra de chica —comentó mirando las páginas.

—Vaya... Nunca me habían dicho esto —Miró al pelirrojo que sonreía de una manera... ¿Amigable?

Por la mente de Caym pasó la idea de que ese chico fuera su amigo, después de todo, era el primero que le hablaba de tu a tu como si no tuviera nada raro, como si no pudiera comprarlos con una mínima parte de su fortuna, en los ojos de Antonio no se reflejaban la típica timidez que estaba acostumbrado a ver. Quizás pudiera conseguir una amistad, quizás no fuera malo estar con una persona que se refería a él con menos formalidad que sus propios hermanos.

—¿Vas... Vas a la cafetería? —preguntó con cierto deje de timidez. No se suponía que le preguntara ¿oye, quieres ser mi amigo?

Antonio soltó una risa.

—¿Quieres pasar el descanso conmigo? No voy a la cafetería, prefiero quedarme aquí —Apuntó a la banca de la mesa en la que Caym estaba sentado. —, siéntate.

Quizás aquella mañana fue la más entretenida que pasaba en la escuela, tuvo a alguien con quien hablar y hacer las actividades en grupo sin degradarse, Antonio era una persona agradable, al fin Caym tenía un amigo.

Estaba feliz.