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Trece. Confesiones.

A la luz del sol, Edward resultaba impresionante. Su piel brillaba como si tuviera miles de diminutos diamantes incrustados. Estaba completamente inmóvil en la hierba, con la camiseta abierta centellando al sol. Mantenía los ojos cerrados.

Fui hacia él, y me senté a su lado, estaba murmurando algo, cuando le pregunte dijo que estaba cantando para sí mismo.

Permanecí sentada con las piernas estiradas, disfrutando del sol.

Soplaba una brisa suave que movía mi cabello y alborotaba la hierba que permanecía a nuestro alrededor.

—¿No te asusto? —preguntó con curiosidad abriendo los ojos.

—Para nada. —

Su sonrisa se hizo amplia y sus dientes brillaron al sol.

Extendí la mano y acaricié con la punta de los dedos el dorso de su mano, y fui subiendo hasta acariciar los contornos de su antebrazo.

—¿Te molesta? —pregunté ya que había vuelto a cerrar los ojos.

—No. —respondió sin abrirlos. —No puedes imaginarte como se siente eso. —

Siguiendo las venas azules del pliegue de su codo, estire la otra mano para darle la vuelta a la de Edward.

Al comprender lo que intentaba, giro su mano con un movimiento demasiado rápido. Eso me tomo por sorpresa, haciendo que quitara la mano.

—Lo siento. —murmuro. —Contigo resulta demasiado fácil ser yo mismo. —

Levanté su mano, la sostuve cerca de mi rostro, viendo como brillaba ante el sol.

—Dime que piensas. —susurró mientras me observaba. —Me sigue resultando extraño no saberlo. —

—Los demás nos sentimos así todo el tiempo. —le dije.

—La vida es dura. No me has contestado…—

—Quería saber que pensabas tú y…—

Se movió tan rápido que ni lo vi. Se sentó en el suelo, su rostro estaba a varios centímetros del mío, mientras sostenía mi mano.

—¿Y? —

—No pensaba nada malo, solo que pareces una bola disco, una hermosa bola disco. —dije con una sonrisa burlona lo primero que me llego a la cabeza al momento de verlo.

—¿Qué? —preguntó confundido por mi respuesta.

No le conteste solo me eche a reír.

Cuando terminé de reír, nos quedamos mirando a los ojos, él se fue acercando poco a poco, bajo sus ojos hacia mis labios, yo hice lo mismo, estábamos a punto de besarnos, cuando negó con la cabeza y se alejó.

—Lo siento. —dije en un susurro.

—{Tal vez me acerqué demasiado rápido. Pero él fue el que se acercó primero.} —Pensé.

—No. —dijo. —Yo lo siento mucho, ¿Comprenderías si te digo que solo soy un hombre? —

Asentí una sola vez, tenía las mejillas ligeramente rosadas. El corazón me palpitaba demasiado fuerte por el casi beso, y creo que él lo pudo escuchar pensando que era de miedo, porque me sonrió de forma burlona, y de la nada dijo:

—Soy el mejor depredador del mundo, ¿No es cierto? Todo cuanto me rodea te invita a venir a mí: la voz, el rostro, incluso mi olor. ¡Como si los necesitara! —

Se incorporó de forma inesperada, alejándose hasta perderse de vista detrás del mismo pino de antes después de haber recorrido el perímetro de la pradera en medio segundo.

—¡Como si pudieras huir de mí! —

Se rio con amargura, extendió su mano y arrancó del tronco del pino una rama de casi medio metro de grosor sin esfuerzo y la arrojó a una velocidad impresionante para estrellarse contra otro árbol, que tembló ante el golpe.

Y estuvo otra vez frente a mí, a medio metro, inmóvil como una estatua.

—¡Como si pudieras derrotarme! —dijo en voz baja.

Y por primera vez desde que estoy con él, sentí miedo, un miedo que nunca había experimentado en mi vida y que no quería sentir otra vez. Estaba quieta y aunque quisiera moverme mi instinto me dijo que no lo hiciera.

Después de unos segundo, pareció que se dio cuenta de lo que había causado en mí, sus ojos mostraron arrepentimiento.

—No temas. —rogo en un murmuro. —Te prometo…—vacilo. —Te juro que no te hare daño. —

Parecía más preocupado por convencerse a sí mismo que a mí.

—No temas. —dijo mientras se acercaba a mí con exagerada cautela y lentitud. Hasta que estuvo sentado a mí misma altura, y nuestros rostros estuvieron otra vez a centímetros de distancia.

—Perdóname, por favor. —pidió totalmente arrepentido. —Prometí no asustarte, ni hacerte sentir mal. Ahora me portare mejor. —

Baje la mirada hacia mis manos que estaban en mi regazo, esperando que dijera otra cosa, o hasta que mi corazón se calmara un poco.

—Hoy no tengo sed. —trato de bromear y rio un poco. —De verdad. —

Rei, ya un poco más calmada.

—¿Estas bien? —pregunto tiernamente.

Estiro su mano para que nuevamente estuviera entrelazada con la mía.

—Si, estoy mejor. —dije en un susurro. —Solo no lo vuelvas hacer, por favor—dije haciendo un puchero.

Asintió con una sonrisa de disculpa.

—Bueno, ¿Dónde nos quedamos antes de que me comportara tan mal? —dijo.

—La verdad… creo que se me olvido. —

Sonrió, pero esta vez avergonzado.

—¿De verdad no quisieras que estuviera contigo? —pregunté. —Porque puedo hacerlo, solo lo tienes que decir. Pero siento que sería complicado para los dos. —le dije.

—Si y no. —dijo, lo mire confundida. —En verdad no te conviene estar conmigo pero soy demasiado egoísta como para alejarme de ti, Elina. —

Lo seguí mirando confundida.

—¿Cómo te explico sin darte miedo otra vez? —se quedó callado un momento. —Esto. —dijo señalando nuestras manos. —El calor… es asombrosamente placentero. —

Transcurrió un momento hasta que pudo poner sus ideas en orden.

—Sabes que todos disfrutamos de diferentes sabores. Algunos prefieren el helado de chocolate y otros el de fresa. —asentí. —Lamento emplear la analogía de la comida, pero no se me ocurre otra forma de explicarlo. —

Le di una sonrisa y el la devolvió con pesar.

—Verás, cada persona huele diferente, tiene una esencia distinta. Si encierras a un alcohólico en un cuarto repleto de cerveza, se la beberá alegremente, pero si ha superado el alcoholismo, y si quiere, se puede resistir. Supongamos que ahora pones las mejores botellas de alcohol que te puedas imaginar, y llenamos el cuarto del aroma… ¿Cómo crees que le ira?. —

Permanecí en silencio, mirándolo a los ojos.

—Tal vez no sea la comparación adecuada. Puede que sea muy fácil renunciar a una buena botella de alcohol. Quizá debería haber empleado un heroinómano en vez de un alcohólico para el ejemplo. —

—¿Lo que quieres decir es que soy tu marca de heroína? —le pregunte burlonamente.

Sonrió de inmediato, apreciando la broma.

—Si, tú eres mi marca de heroína. —hizo una pausa. —Pero no te confundas, no es solo eso lo que me atrajo de ti. Fuiste toda tu, tu belleza es impresionante, tus ojos me atraparon de inmediato, pero no lo quise admitir en ese entonces. —

—Bueno, gracias por los cumplidos. —le dije sonrojada. —La verdad yo pensé que eras un idiota la primera vez…—le dije inocente. El me miro con falsa indignación. —Pero oye, no me puedes culpar diste una mala primera impresión. —le dije sonriendo.

El solo asintió, nos quedamos mirando un rato intentando descifrarnos.

—Y… ¿Sucede con frecuencia? —me miro interrogante. —Lo de los olores y eso. —le dije.

Miro hacia las copas de los árboles mientras pensaba la respuesta.

—He hablado con mis hermanos al respecto. —siguió con la vista fija en la lejanía. —Para Jasper todos los humanos son iguales. Él es el miembro más reciente de nuestra familia y tiene que esforzarse mucho para lograr una abstinencia completa. No ha tenido tiempo para hacerse más sensible a las diferencias de olor, de sabor. —me miro con disculpa. —Lo siento. —

—No me molesta, tu habla todo lo que quieras, no te preocupes en ofenderme, así es como piensas. Tu explícate como puedas. —le dije con una sonrisa.

—Así que Jasper no está seguro de si alguna vez se ha topado con alguien tan apetecible como tu resultas para mí. Eso me hizo reflexionar mucho. Emmett es el que hace más tiempo ha dejado de beber, por decirlo de alguna manera, y comprende lo que quiero decir. Dice que le sucedió dos veces, una con más intensidad que la otra. —

—¿Y a ti? —

—Jamás. —

—¿Qué hizo Emmett? —

Su rostro de ensombreció y sus manos se pusieron rígidas entre las mías. Y con eso pude adivinar lo que había pasado.

—Creo que ya se lo que paso. —dije.

Alzo la vista. Tenía una expresión melancólica, suplicante.

—Hasta el más fuerte de nosotros recae en la bebida ¿Verdad? —guardo silencio. —Pero nuestro caso es diferente. En cuanto a Emmett eras dos desconocidos con los que se topó. Eso fue hace mucho tiempo y él no era tan experto y cuidadoso como ahora. —

—De modo que si nos hubiéramos encontrado en un callejón oscuro o algo así…—dije en un murmuro imaginando la situación.

—Necesite de todo mi auto control para no abalanzarme sobre ti en medio de la clase llena de niños…—enmudeció y desvío la mirada. —Cuando pasaste por mi lado, podía haber arruinado todo lo que Carlisle ha construido para nosotros. No hubiera sido capaz de frenarme si no hubiera estado controlando mi sed en los últimos… bueno demasiados años. —

Se detuvo a contemplar los árboles. Me lanzo una mirada mientras los dos recordábamos.

—Debiste pensar que estaba loco. —

—Y también idiota. —añadí. —No comprendía como podías odiarme sin conocerme. —

—Para mí, parecías una especie de demonio convocado directamente desde mi infierno particular para condenarme. La fragancia procedente de tu piel… El primer día creí que me iba a trastornar. Es esa hora idee cien formas diferentes de engatusarte para que salieras de la clase conmigo, pero todas las descarte por mi familia, y porque al parecer no me diste importancia como las demás personas. ¿Hubieras acudido? —

—Bueno, sino te conozco, no. Yo no soy como la demás personas. —le dije egocéntrica.

—Si, eso lo tengo presente. —dijo con una sonrisa.

—Intente cambiar mi horario, y de repente ahí estabas, en esa pequeña oficina, el aroma me resulto enloquecedor. No sé como pero resistí. Me obligue a ir afuera donde no podía olerte, resulto ser más fácil pensar y decidir la decisión correcta. Deje a mis hermanos cerca de casa… estaba avergonzado de confesarles mi debilidad. Fui directo al hospital para ver a Carlisle y decirle que me marchaba. Intercambiamos coches ya que el suyo tenía el tanque lleno y no quería hacer paradas. No me atrevía a ir a casa y enfrentarme a Esme. Ella no hubiera dejado irme sin hacerme una escenita, hubiera intentado convencerme. A la mañana siguiente ya estaba en Alaska. —parecía avergonzado. —Pase dos días allí con unos viejos conocidos. Pero sentí nostalgia de mi hogar. Me convencí de que había sido débil al escapar. Me había enfrentado antes a la tentación, pero no de aquella magnitud, pero yo era fuerte, ¿Y quién era tu? ¡Una chiquilla insignificante! —de repente sonrió de oreja a oreja. —¿Quién era tu para echarme del lugar donde quería estar? Así que regrese…—miro al infinito. —Tome precauciones, case y me alimente más de lo acostumbrado antes de volver a verte. Estaba decidido a tratarte como a otro humanos más. Fui muy arrogante. Existía la complicación de que no podía leer tus pensamientos, así que no sabía tu reacción hacia mí. Tuve que escuchar tus palabras en la mente de Jessica, quien por cierto no es muy original, y resultaba fastidioso detenerme ahí, sin saber si era eso lo que realmente querías decir. Todo era completamente irritante. Quise que olvidaras mi conducta del primer día, así que intente hablar contigo como cualquier otra persona. Estaba tan ilusionado con poder descifrar algún pensamiento tuyo. Pero resultaste demasiado interesante. Entonces estuviste a punto de morir, y lo único que pensé fue "Ella, no", estaba a punto de correr para salvarte pero fuiste más rápida y te apartaste. —

—¿Y en el hospital? —pregunté.

—Estaba horrorizado con la simple idea de que no te hubieras apartado a tiempo, así que fui a verte, y por su puesto me enfrenté a Rosalie, Emmett y Jasper, no estaban de acuerdo de que me acercara más a ti, además de que estaban conscientes de que si tú no te hubieras movido del camino, yo iba a correr para salvarte, dijeron que ya te había llegado la hora… fue la peor discusión que hemos tenido. Carlisle se puso de mi lado, también Alice. Esme dijo que hiciera lo que tuviera que hacer para quedarme. —sacudió la cabeza. —Sabía que no debía estar más cerca de ti, así que hice todo lo posible para permanecer lejos. Pero todos los días el aroma de tu piel, tu pelo, tu respiración… me golpeaba como el primer día. —

Nuestras miradas se encontraron otra vez. Los ojos de Edward eran sorprendentemente tiernos. Y entonces alzo su mano libre y la apoyo con suavidad en un lado de mi garganta. Me quede inmóvil. Me ruborice un poco.

—El rubor de tus mejillas es adorable. —murmuro.

Libero con suavidad la mano que yo sostenía, y subió sus dos manos hasta mis mejillas donde las acaricio con suavidad, para luego sostener mi rostro entre sus manos.

—Quédate quieta un momento. —susurró.

Lentamente, sin apartar sus ojos de los míos, se inclinó hacia mí. Luego apoyo su mejilla contra la base de mi garganta. Oí el sonido de su respiración mientras contemplaba como el sol y la brisa jugaba con su pelo. Sus manos se deslizaron con lentitud cuello abajo. Lo oí contener el aliento, pero sus manos no se detuvieron hasta llegar a mis hombros donde se detuvieron. Bajo su rostro por un lado de mi cuello, con la nariz rozando mi clavícula e inclino la cabeza y la apretó suavemente contra mi pecho para escuchar el sonido de mi corazón.

—Ah. —suspiró.

No sé cuánto tiempo estuvimos así sin movernos, pero al final los latidos de mi corazón se normalizaron, pero Edward no se movió ni dijo ninguna palabra.

Luego, me libero.

Sus ojos estaban llenos de paz cuando dijo con satisfacción:

—No volverá a ser tan arduo. Toca. —tomo mi mano y la puso en su mejilla. —¿Notas que caliente esta? —

Su piel comúnmente fría estaba casi caliente.

—No te muevas. —le susurre.

Se quedo totalmente quieto y cerró los ojos.

Moví mi mano acariciando su mejilla, el parpado y la sobra purpura de las ojeras. Baje la mano hacia sus labios, sintiendo su fría respiración. Con lentitud aleje mi mano de él.

Abrió los ojos. Permanecimos sentados durante otro momento. Cuando me di cuenta de que cada vez se notaban más las sobras de los árboles y se iba poco a poco la poca luz que había.

—Creo que ya es hora de irnos. —le dije en un susurro, para no romper la tranquilidad del momento.

Me tomo de los hombros y en un arranque de entusiasmo me pregunto:

—¿Puedo enseñarte algo? —

—¿Qué cosa? —

—Te voy a enseñar como viajo por el bosque. —

—¿Acaso te conviertes en murciélago? —le pregunte con una sonrisa juguetona.

—¡Como si no hubiera escuchado eso antes! —dijo mientras negaba. —Vamos sube a mi espalda. —

Lo mire para ver si bromeaba, pero lo decía enserio. Me dirigió una sonrisa y extendió los brazos hacia mí y procedió a ponerme sobre su espalda, sin esfuerzo alguno, lo rodee con los brazos y piernas con fuerza, no quería caerme. Era como estar agarrada de una roca.

Inesperadamente tomo mi mano y presionó la palma sobre su rostro para inhalar profundamente. Y entonces hecho a correr. Cruzo como una bala, la oscuridad y densa maleza del bosque sin hacer ruido. Su respiración jamás dio muestra de estar haciendo esfuerzo. Los árboles pasaban volando a mi lado a una velocidad impresionante.

No cerré los ojos, no porque no quisiera, sino porque no pude. El frio aire del bosque rosaba mis mejillas.

Y de repente se detuvo. Aquella mañana había caminado demasiado para llegar al prado, pero con Edward solo fueron unos segundos para llegar de regreso al auto.

—Estimulante, ¿No? —dijo con entusiasmo.

No respondí, no podía.

—¿Elina? —pregunto con preocupación.

—Creo que voy a necesitar un poco de ayuda. —dije ya que mis piernas y brazos se habían aferrado y no podía moverme.

Se rio y deshizo con suavidad mi abrazo alrededor de su cuello. Luego me dio la vuelta y quede frente a él. Me sostuvo como si fuera una niña pequeña, y después me bajo para quedar parada sobre los helechos.

—¿Cómo te siente? —

—¡Eso fue impresionante! —le dije con entusiasmo.

Reímos con entusiasmo, poco a poco las risas fueron desapareciendo, y nos quedamos mirando a los ojos.

Vacilante llevó sus manos hacia mi rostro, acarició tiernamente mis mejilla y fue acercando muy lentamente su rostro al mío, pero cuando nuestros labios estaban a punto de tocarse se detuvo, y empezó a retroceder.

Rodé los ojos, solté un suspiro frustrado, tomé su rostro y fui yo quien termino uniendo sus labios con los míos. Sus labios eran fríos, pero eso no impido que sintiera la electricidad entre nosotros. Subí mi mano hacia su nuca y profundizamos un poco el beso. Cuando ya casi no tenía aire nos separamos lentamente, obviamente yo un poco jadeante.

—Wow. —dije en un susurro.

—Eso se queda corto. —dijo el.

Intente separarme para darle un poco de espacio, ya que su mirada era feroz y tenía la mandíbula apretada, pero el me lo impidió.

—Aguarda un momento, por favor. —pidió con voz amable.

Mantuve la vista fija en sus ojos, contemplé como la excitación que lucía en ellos se apaciguaba. Entonces me dio una sonrisa traviesa.

—¡Listo! —exclamo, complacido consigo mismo.

—¿Seguro? —

—Soy más fuerte de lo que pensaba. —rio con fuerza. —Es bueno saberlo. —

Nos dirigimos al auto, me abrió la puerta del copiloto esperando a que me subiera, me subí y el rodeo el auto, subió, prendió el motor y nos dirigimos hacia mi casa.

Después de todo había sido un día estupendo.