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Capítulo 6: Súper Villanos

El joven se limpió la sangre de los labios mientras yo me llevaba las manos a mi herida.

—¡Qué asco! He besado a un vampiro —escupió.

—Qué raro, yo te vi disfrutándolo —recalqué, con la voz ronca y entonación adolorida.

Con los ojos entreabiertos, fijé la mirada en su cara. No logré disimular mi mueca de profundo dolor.

Él, de manera tosca, tomó mi manos manchadas con mi propia sangre. Después deslizó fuera del bolsillo de su pantalón un par de esposas. Sin darme cuenta, permití que cerrara uno de los aros alrededor de mi muñeca. No obstante, cuando intentó enganchar mi otra mano, di un fuerte tirón que lo hizo tambalearse.

Oh, sorpresa...

El inofensivo mortal estaba muy bien armado. A la velocidad de un rayo, se movió para apuntarme en la cabeza con una pesada arma de fuego. Dejé de respirar al sentir el frío metal contra mi frente.

—¿Qué te parece esto? ¿Cazador cazado? —gruñó ese individuo.

—No puedo creer que besé a un cazador de vampiros aficionado —batallé para ocultar la aflicción en mi voz.

—También lo has disfrutado, nena.

Descansó sus labios en mi cuello al tiempo que se ayudaba con su mano libre para intentar llevar mis manos detrás de mi espalda.

Me reí de sus intentos. No lo logró. Le di un golpe con el codo, hundiéndolo en sus costillas.

—Ay, zorra —se dobló de dolor después de soltarme las manos—. ¿Quieres ponérmelo difícil, entonces?

¿Qué debo hacer? Me cuestioné. ¿Huir o enfrentarlo?

Aun siendo mortal, el sujeto podía sacar provecho de la pistola, la cual apuntaba a mi cabeza. Sin pecar de ignorancia, sabía que podía matarme. Pero incluso con esa arma, lucía más indefenso que yo.

Mi hambre ahora se sentía tan aguda y desmesurada que no estaba segura de poder evitar un par de mordidas que estaban por presentarse.

Súbitamente, sentí un contundente golpe en el costado de mi cabeza. La empuñadura del arma impactó mi sien y me hizo caer al suelo. Un líquido caliente comenzó a empapar mi rostro. Era mi propia sangre.

—¡Sucio! —lo insulté, tratando de contener las lágrimas.

La sangre se deslizó hasta mi boca. Al probar el sabor metálico en mis labios, algo se encendió en mí. La sed se intensificó y una fuerza descomunal creció desde mi interior, impulsándome a lanzarme a su cuello.

Lo agredí con una letal mordida y, como era de esperarse, una bala se le escapó. Tendida en el suelo, con el cazador debajo de mí, bebí su sangre.

Él se revolvía, tratando de hacerme más daño mientras yo soportaba un dolor terrible en mi tobillo. La bala me había alcanzado justo allí. Sin embargo, la sangre del mortal me hacía sentir vigorizada.

Escuché pasos aproximándose. No era una sola persona, eran muchas. Chicos y chicas emergieron desde todas partes, rodeándome. Una vez que dejé inconsciente al cazador al que estaba mordiendo, sin estar segura de si había muerto o no, me levanté con dificultad. Mis ojos se llenaron de lágrimas debido al dolor que me causó erguirme con el tobillo magullado.

—¡Oh por Dios, la vampira mató a Charlie! —gritó una mujer, avanzando hacia nosotros junto a su pandilla.

El grupo de jóvenes formó un círculo amenazante a mi alrededor. Adiviné que eran los amigos de Charlie y que también podrían ser cazadores.

Uno de ellos se precipitó hacia mí. Era más grande que yo, corpulento y macizo. Parecía medir más de dos metros. Me invadió el miedo al ver el deseo de matarme reflejado en sus ojos. Me sentí acorralada, sin escapatoria, ya que estaban a mi espalda, a mis costados y delante de mí. Eran demasiados para que pudiera enfrentarlos sola.

El tipo gigante me capturó. Consiguió sostener mis manos detrás de mi espalda, reteniéndome. No pude moverme siquiera un poco.

Me arrastraron hasta el lugar más oscuro y remoto del jardín, donde acabarían conmigo.

—Oh, querida, no debiste hacerle daño a nuestro amigo —habló una voz femenina.

El hombre que me tenía atrapada sujetó una estaca de madera, apuntándola hacia mi pecho.

—Morirás por jugar con fuego.

—Suéltenme o tendrán el mismo destino que su amigo Charlie —amenacé.

Aunque, por mi lastimosa voz, repleta de pánico, supe que mi amenaza no funcionaría.

El grandullón negó con la cabeza.

—No, no, no... ¡Mira cómo tiemblo! —me provocó. Sabía que ahora estaba más indefensa que ellos—. ¿Qué vas a hacer? ¿Morderme?

Fruncí el ceño, sintiéndome pequeña, lastimada, molesta y con ganas de llorar.

—Por monstruos como tú, soy tan infeliz. Matan todo a su paso, se han llevado todo lo que alguna vez he querido. Y, ¿todavía algunos de ustedes siguen creyendo que son los buenos? —balbuceó ese sujeto a la vez que cargaba su pistola con balas absolutamente plateadas.

Prensé los dientes.

Cerré los ojos cuando vi el arma de fuego aproximándose a toda velocidad hacia mi cara. Recibí otro golpe directo en mi pómulo. Fui lo suficientemente fuerte como para no llorar.

—Deberías estar feliz de que no podamos matarte en presencia de toda esa gente que está en la fiesta —puso su arma de fuego dentro de mi boca—. Pero... no te alegres aún, porque la celebración está por terminar. Pronto los invitados tendrán que salir del lugar y te incineraremos viva. Es una lástima que seas linda, porque luego del inesperado incendio, no quedarán más que tus cenizas, amiga mía.

Sus amigos cazadores estaban detrás de él con los brazos cruzados sobre el pecho. Me miraban con odio.

Tan pronto como extrajo el arma de mi boca, mi cuerpo se inclinó hacia adelante e instintivamente solté una mordida. Traté de herir su cuello, pero el tipo se echó hacia atrás y me sujetó de los hombros.

—Ohh, tranquila, cuidado con los dientes —se burló, riéndose.

Nuevamente, intenté morder, aunque el esfuerzo fue infructífero. El hombre, irritado, regresó la pistola al interior de mi boca.

No tardó en amanecer. La música cesó y los sonidos dentro del salón se apagaron poco a poco. Había llegado mi hora. El cazador dejó de apuntarme con su arma antes de pedirle un encendedor a uno de sus compañeros.

Una vez que encendió la llama, aproximó el artefacto a mi cara. Sentí el calor contra mis mejillas. Podía oler el gas y percibir el desagradable ardor en mi piel. Ellos estaban dispuestos a destruirme, como si hubieran asistido a esa celebración con el único propósito de asesinarme. Tenían armas, estacas, ballestas, pistolas... Fuego.

Un muchacho que aparentaba menos edad que yo, se me acercó con una botella de plástico. Tan pronto como la destapó, mi olfato se inundó de un penetrante aroma a combustible... Gasolina.

Aterrorizada, me moví para ponerme de pie y salir corriendo. Sin embargo, el dolor en mi tobillo no fue lo único que me impidió levantarme, sino también el hombre fornido, que me arrojó nuevamente al suelo con su intrépida rudeza.

El muchacho de la botella vació el contenido de la misma en mi cabeza. Cerré los ojos mientras el líquido frío se deslizaba por mi cuerpo y mi cabello mojado se adhería a mi piel.

No podía pensar en nada, sólo quería llorar. No quería imaginarme la espantosa forma en la que moriría. Mi cuerpo trepidaba al tiempo que mis ojos se humedecían, pero sin llorar. Ni una lágrima. El cazador de vampiros delante de mí sostuvo en sus dedos el mechero con fuego. Sólo debía acercarlo a mí para que terminara convertida en carbón.

Con una media sonrisa en el rostro, soplé aire y la pequeña llama se extinguió. Ellos se rieron de mí.

—¡Vaya! Así que quieres jugar, linda vampiro —largó uno de ellos.

Pese a que sabía que eso no iba a funcionar, me ayudaba a ganar tiempo. Ahora que mi vida estaba por terminarse, cada segundo me parecía valioso.

Bajo la tenue luz del creciente amanecer, vislumbré mi salvación. El más atractivo de los chupasangres apareció corriendo, con los ojos fijos en ese mechero apagado.

Los cazadores se volvieron hacia él sin mostrar ningún atisbo de sorpresa.

—¿Ya la tienen? —indagó el mismísimo Joe.

Palidecí, mi corazón se saltó un latido.

¿Él era uno de ellos?

—Sí, Joseph, aquí está —confirmó el grandullón, apartándose del camino para que el vampiro me examinara.

Me escrutó de arriba abajo. Yo me encontraba empapada de combustible y ensangrentada. Después de fruncir el ceño, miró sus uñas con mucha calma, tratando de parecer indiferente.

—Adiós, mundo cruel —dije con una resignación burlona.

¿Cómo podía ponerle gracia a mis últimos minutos de vida?

—¿Van a quemarla ahora? —persistió el vampiro.

—Sí, Joe, estamos perdiendo tiempo —se quejó una chica con voz mortificada.

—Podrían haberme avisado.

—Te vimos ocupado. Ahora, ¿podemos proseguir?

Apaciblemente, Joe acomodó su corbata de lazo antes de hablar.

—Me pregunto... —espetó—. ¿Tenían ustedes idea de que esta chica es mi amiga?

—¿De qué estás hablando? —una mujer de cabello corto se mofó, convencida de que estaba bromeando.

—La chica vampiro es mi amiga.

—¿No estarás pensando en dejar con vida a esta sanguijuela? Ha matado a Charlie.

Desafiante, el grandullón se puso de pie delante de Joe, bloqueándole el paso.

—Lo sé, ha matado a Charlie, pero es mi amiga. No sólo ella, también unos cuantos vampiros más. Y eso no es todo, yo mismo he asesinado a otros como ustedes. Así que, déjenla en paz. No quiero tener que usar la fuerza bruta. O los colmillos —Joe expuso sus enormes y afilados dientes.

—¡Puto imbécil! —gritó el hombre gigante al tiempo que lo atacaba con una estaca.

Antes de que el arma de madera pudiera tocarlo, Joe alcanzó a detener a su agresor, tomándolo de la muñeca.

—Buen intento.

Aproveché la distracción para echarme a correr. No obstante, en cuanto me levanté, más de cinco cazadores se abalanzaron sobre mí. Me sujetaron de los brazos y pies al tiempo que soltaba mordidas histéricas, sin conseguir herir a nadie.

—Raúl, libera a mi amiga antes de que me canse de ser tan bueno. Puedo hacerles mucho daño —la amenaza de Joe fue tan cruda y real que me congeló los huesos incluso a mí.

Ellos vertieron sobre mi cuerpo el combustible de otra botella. El hombre fornido, Raúl, se volvió hacia mí con el encendedor en la mano, mostrándome el fuego. Me encogí, asustada como una niña, sin recordar que yo era la mala en este asunto. No debía mostrar debilidad.

Puse mi cara más ruda.

A pesar de la situación, me alegró saber que Joe no estaba de acuerdo con mi doloroso asesinato, sino que había venido a salvarme la vida

Gracias al cielo.

Como Raúl le había dado la espalda, no pudo ver mientras Joe lo acechaba. Tan pronto como le clavó los colmillos en el hombro, mi atacante gritó, dejando caer el encendedor. La pequeña llama se disolvió.

Sonreí de manera perversa, sintiéndome extrañamente contenta. Hasta que el resto de los cazadores se arrojaron sobre Joe como perros salvajes. Pese a que aquello me asustó, no lo manifesté.

Los movimientos del vampiro fueron sumamente ágiles al esquivarlos. Seguidamente, les propinó algunos golpes que casi los dejó sin conocimiento. Ellos terminaron adoloridos en el suelo.

—Pueden huir ahora, les estoy dando ventaja —gruñó, desafiante.

Me reí con ganas cuando todos se escabulleron espantados, revelando su cobardía. Incluso abandonaron a su amigo Raúl, quien se retorcía en el suelo por el dolor de la mordida.

—Es tuyo —Joe me dedicó una sonrisa mientras señalaba a Raúl con la mirada—. Puedes beberte toda su sangre si quieres.

En ese momento comprendí lo que había aterrorizado a los cazadores. Había más vampiros. Nina, Adolph, Alan y Donovan venían caminando tranquilamente.

—¡Hey, eso no es justo! —protestó Nina—. Nunca me dejas ninguna víctima a mí. ¿Ahora le darás a ella el postre?

—No, el postre lo tendrá cuando lleguemos a casa —rebatió el vampiro malintencionadamente.

Observé a la criatura humana revolviéndose de dolor. Cerré los ojos, lamentándome desde lo más hondo de ser, inevitablemente, la asesina que era. Hice que mis sentidos se dejaran llevar antes de abalanzarme sobre el cazador. Como sentía cierto desagrado hacia él, preferí morderlo en la muñeca. Y bebí hasta que me sentí satisfecha.

***

Después de aquel episodio, destruimos todas las pruebas que pudieran exponer nuestra condición de "Súper villanos".

En el castillo de Deadly Hall nos esperaban tres hechiceras sentadas en la sala principal.

—¿Dónde estuvieron? —curioseó una de las trillizas.

—Salimos de fiesta. Ustedes entienden —no tardó en responder Joe.

—Sólo queríamos divertirnos un rato —alegó Adolph en tono de disculpa.

—¿Cómo esperan que les brindemos protección si se la pasan saliendo toda la noche? Si quieren nuestra ayuda, deberían colaborar —reprochó la hechicera.

—No siempre nuestros poderes pueden alcanzarlos. Al parecer, fueron lejos, porque no logré localizarlos. No lo vuelvan a hacer, no sin nuestro consentimiento —reprobó otra de las réplicas góticas.

Yo había lavado ya el combustible de mi cuerpo y cubría mi rostro bajo la sombra de la capucha de un sweater que me dio Alan para ocultar mis heridas.

De forma inesperada, la habitación se inundó de una nube de humo que salía de ninguna parte, y las tres mujeres desaparecieron en un haz de luz.

***

Era temprano cuando nos tumbamos en los sofás y en la alfombra para dormir. Los seis estábamos completamente agotados.

Joe se encontraba acostado en un sillón junto al mío, lo suficientemente cerca para que pudiera escuchar mis murmullos.

—Joe —susurré con vergonzosa curiosidad—. ¿Estás despierto?

—Lo estoy —indicó antes de esconder su cara bajo una almohada—. ¿Qué quieres?

—¿Cómo te conocían esos cazadores? No entendí su relación —indagué.

—Ahhm, no es de tu incumbencia.

—Joseph —me rendí—. Por favor.

Lo oí suspirar.

—Antes era uno de ellos, eran mis amigos. Yo también cazaba —susurró, retirando la almohada de sus ojos—. Fui convertido en vampiro poco después. Nunca notaron mi cambio. Hasta el día de hoy, jamás se imaginaron que era un chupasangre. Creían que dejé el clan para ir a estudiar en la universidad. Así que en ocasiones ayudaba a los vampiros que capturaban a escapar sin que lo notaran, mientras evitaba que mis viejos amigos salieran lastimados. Los vi en la fiesta y mencionaron que Charlie se había ido con un vampiro. Supe que eras tú cuando no te vi por ninguna parte. Y, por supuesto, eres la única vampira con tan poca experiencia para no reconocer a un cazador. Sabía que intentarían matarte. Lamento haber llegado tan tarde.

—Y ya que hablamos de esto... ¿Cómo puedo reconocer a un cazador?

—La mayoría de ellos llevan tatuajes, marcas en sus muñecas o sobre su cuello que indican que son cazadores. Y, claro, siempre están armados. Algunas veces traen collares, gargantillas o pulseras con amuletos o dijes para la protección —habló con calma y condescendencia—. Ahora, por favor, duérmete, Angelique. Estoy muy cansado. ¡Ah! Y sería bueno escuchar un: "¡Oh, gracias por salvarme, Joe. Eres mi héroe!" —imitó una versión graciosa de mi voz.

Me reí tan alto que temí despertarlos a todos.

Luego suspiré con resignación.

—Gracias, Joe, me salvaste la vida.

Él me miró sonriendo, esperando que terminara la frase. No lo hice.

Alzó una ceja. Le respondí imitándolo.

Se rió suavemente.

—¿Eres mi héroe? —me burlé— ¡Por favor!

—Me debes la vida —contestó con humor—. Y cobro con intereses.

—No lo quiero imaginar. Ahora, por favor, duérmete, Joe. Estoy muy cansada —lo imité de forma jocosa.

Me cubrí la cara con mis sábanas mientras escuchaba su tranquila risa.

***

La humedad de unos labios sobre mi cuello me sacó de mi profundo sueño. Estos acariciaron mi garganta al tiempo que unas manos jugaban con mi cabello. Desperté, consciente de que Donovan me estaba besando. Le correspondí a los besos.

—Buenos días, hermosa —murmuró.

No pude evitar sonreír.

—Ven —prosiguió.

Tiró de mis brazos para alzarme del sillón y me hizo seguirlo escaleras arriba, hasta la habitación en la que guardaba sus cosas. Cerró la puerta al entrar. Vacilé. Me atrapó por la cintura antes de capturar mis labios con pasión. Entrelacé mis dedos en su pelo mientras lo besaba. Su aroma me atraía y sus labios parecían llamarme.

Abrazándome con mucha fuerza, se las arregló para bajar poco a poco el cierre del vestido en mi espalda. La prenda se mantuvo en mi cuerpo a pesar de estar abierta, pero bastaba con que la deslizara hacia abajo para tenerme en ropa interior.

Me quedé muy quieta, sin saber qué hacer. Donovan observó mi rostro con algo de preocupación antes de volver a besarme con vehemencia. En medio de un juego de ingenuos mordisquitos y candentes caricias con su lengua, besó mi cuello, hombros, mejillas, boca, mandíbula… Entretanto, sus manos se posaron "inocentemente" sobre el borde de mi vestido, comenzando a retirarlo.

Mi mente y mi precipitado corazón tuvieron un debate contra mis desatinadas hormonas. Aún dudando, lo aparté cariñosamente, empujándolo con cautela.

Él no se retiró por mi fuerza, sino por mi rechazo.

Traté de subir el cierre de mi vestido, pero no pude hacerlo por completo porque mis manos no alcanzaban la parte alta de mi espalda. Donovan me ayudó.

—Voy... Tengo que ir a darme un baño —en cuanto me moví hacia la puerta para irme, el vampiro me agarró un brazo.

—Entiendo que no estés preparada para esto —me abordó—. Sólo dímelo y esperaré.

No era que no estuviera preparada, era algo más. No era que Donovan no fuese guapo y ardiente, sino que sentía que no debía pasar lo que él quería que pasara. Además, aún no estaba segura de si lo que pretendía era morderme, llevarme a la cama, o ambas.

—Sí, espérame un poco —mascullé, insegura.

Soltó mi brazo. Le di un corto beso en los labios y salí de su habitación cojeando, porque la herida en mi tobillo todavía dolía, al igual que la puñalada de mi estómago. El resto de las magulladuras prácticamente habían sanado, pese a que las marcas no desaparecieron del todo.

En el pasillo hallé Alan y Joe, quienes me vieron salir del dormitorio de Donovan.

—¿Te acostaste con Donovan? —soltó Joe de súbito, sin ninguna delicadeza.

Fruncí los labios y alcé una ceja.

—¿Te importa con quién me acueste? —contraataqué.

Alan profirió una risotada.

—Claro —declaró Joe con sarcasmo, alargando la palabra.

—Oh, niña, qué mal te ves. ¿Te han dado una paliza? —se escuchó una voz al fondo.

Advertí que era una de las hechiceras. La mujer estaba sola, sin sus hermanas.

—¿Cómo te has hecho esto? —continuó la dama gótica, avecinándose mientras estudiaba mis heridas.

Los rostros de mis amigos perdieron color.

—Me caí —largué sin pensar.

—¿Cómo te caíste? —la mujer interrogó, levantando una ceja.

Me encogí de hombros.

—Anoche resbalé por las escaleras.

—¿Te empujaron?

Negué con la cabeza.

—Sólo perdí el equilibrio.

Resignada, ella se alejó, marchándose escaleras arriba hacia el tercer piso.

—Eres buena —musitó Alan.

—Eso intento —le sonreí.

***

Al parecer sería un día tranquilo en el castillo. Me di un baño, desayuné, vimos un poco de televisión y estuvimos aburridos gran parte de la mañana. Las brujas no nos permitieron salir porque "había vampiros acechando".

A media tarde, recibimos una visita inesperada. El mayordomo Harvey apareció en la cocina justo cuando debatíamos si las hamburguesas sabían mejor con mostaza o sin ella.

—Están buscando a Joseph Blade en la entrada —nos avisó el hombre.

—¿Esperabas visitas? —le preguntó Adolph a su amigo.

El segundo sacudió la cabeza, negando a su pregunta. Y salió disparado a la sala.

Un par de minutos más tarde, regresó. Y no estaba solo. Lo acompañaba una mujer alta, de ojos verdes felinos y cabello castaño, largo hasta la cintura. Su piel estaba bronceada de forma perfecta. Era esbelta, con una carretera de curvas inimaginablemente envidiables.

Aparentaba más edad que Joe. Su sensual cuerpo y caderas voluptuosas me hacían sentir como una niña de diez años. A su lado me veía tan pequeña, tan infantil, tan delgada y tan inferior…

¿Quién era ésa?

Busqué respuestas en los rostros de todos. Pese a que Joe sonreía, Adolph parecía brutalmente furioso. Los demás se mostraban fastidiados de verla.

—¡Oh, Deborah! —exclamó Joe—. Me disculpo, creo que no conoces a la chica nueva del clan. Ella es Angelique.

La dama con andar seductor, vestido rojo de diabla, botas de tacón largas y un gran escote, vino hacia mí con su mano extendida.

—Gusto en conocerte —esbozó la sonrisa más plástica e hipócrita que jamás había visto—. Soy Deborah Russel.

—Moore, Angelique Moore —me presenté, intimidada.

—Si necesitan algo, estaremos en mi habitación —aclaró Joseph—. Traten de no necesitarme.

Esa mujer no era su cena. Ella también era un vampiro. Joe no deseaba su sangre, la deseaba a ella. Debí imaginar que pasaba algunas de sus noches con una que otra vampiresa.

La pareja abandonó la cocina.

Temí por la rabia de Adolph, su rostro había enrojecido.

—Oh, oh —cantó Nina—. Blade está en problemas.

—Es un imprudente —musitó Donovan.

—Si salimos de esto vivos, lo mataré —Adolph habló con los dientes apretados—. ¿Cómo se le ocurre traer aquí a una vampira?

—Bueno, podemos esperar a que las brujas se den cuenta y nos asesinen, o podemos huir por la carretera en nuestro auto y dejar que Joseph se acueste con su diabla hasta que esas trillizas lo descuarticen —dijo Nina de manera humorística.

—También podemos irrumpir en su cuarto y sacar a esa mujer de aquí —sugerí tímidamente.

—Joe es mucho más obstinado que eso. No dejará que toquemos a Deborah, o que la echemos de aquí. Y lo más seguro es que las hechiceras ya sepan de su presencia —alegó Adolph—. No hay nada que podamos hacer. Quizás esperar a que ella se largue de aquí. Luego podremos pensar en nuestras cenizas enterradas en ese jardín.

—¿Quién es esa Deborah? Quiero decir, ¿cómo la conocen? ¿Es un vampiro mayor?

—Tiene unos doscientos años, creo —dijo Alan.

—Ella se acuesta con Joe algunas veces. Él se acuesta con muchas —explicó Nina—. Adolph también la conoce desde hace bastante tiempo.

—Sabes cómo es esto, los vampiros nos conocemos entre todos —ratificó Donovan.

Excepto por mí, pensé. Ellos no sabían de mi existencia y yo sólo conocía a seis. Eso si contábamos a la tal Deborah entre mis conocidos.

Estuvimos todo el día hechos un manojo de nervios. Mientras Joe hacía gritar a su vampiresa en su dormitorio, comencé a imaginar cómo se vería mi lápida en el cementerio que se vislumbraba desde el balcón de mi habitación.

Finalmente, luego de varias horas, el irresponsable Blade apareció a medio vestir, con su mujer diabólica unida a sus labios. El resto de nosotros aguardamos en el salón principal mientras se despedía de ella con múltiples besos en el cuello y frases repulsivas.

—Volveré pronto —le susurró Deborah al oído.

Lástima que pude escucharlo.

—Oh, por favor, será un placer —contestó él, guiándola fuera antes de cerrar la puerta.

Él no llevaba camiseta, escasamente vestía unos pantalones ajustados. Y estaba descalzo. Se dejó caer pesadamente sobre el sofá, soltando un profundo suspiro.

—Esta mujer sí que es buena en la cama. En serio —vio el semblante iracundo de Adolph—. Estoy dispuesto a recibir tus golpes, pero al menos déjame disfrutar del grato momento que acabo de pasar.

—Seguro —respondió Adolph, entornando los ojos.

—No me mires así. Deberías ver cómo se mueve.

—Cállate, Joe, nadie quiere escuchar los detalles sucios —increpó Nina.

—No me importa, ha valido la pena —exhaló, satisfecho—. Ahora... Creo que tengo una cita atrasada contigo, nena —me miró.

Fingí que no me estaba hablando a mí. Agaché el rostro para ocultar el rubor sobre mis pómulos.

Donovan, que estaba a mi lado, tomó mi barbilla en sus dedos para elevarla antes de darme un ligero beso en los labios.

—¿Has hecho citas con mi novia? —le preguntó a Joseph.

El enrojecimiento de mis mejillas se hizo más notable.

¿Desde cuándo era su novia?

—Para nada, amigo. Al contrario, ella ha hecho una cita conmigo —lo provocó el otro vampiro—. Se suponía que sería ayer en la noche, en el baño de arriba, ambos desnudos.

¿Cómo pudo revelar aquello? Quería estrangularlo.

Donovan mantenía una pérfida calma.

—De acuerdo, no queremos otro enfrentamiento. Así que, Joe, será mejor que olvides tu cita con Angelique —comentó Nina entre risitas.

¿Qué era tan gracioso?

Dirigí una mirada fulminante hacia Joe, quien, sin inmutarse, me devolvió una sonrisa encantadora e irónica.

Por fortuna, nuestra conversación fue interrumpida por Harvey, que atravesó la sala como un rayo para abrir la puerta principal. Del otro lado aparecieron Agatha, Lorraine y Helen.

Palidecí. Uno nunca sabía de dónde saldrían esas tres.

—Hola —saludó una de ellas—. ¿Qué han hecho en nuestra ausencia?

—Hemos estado divirtiéndonos —informó Joe. Siempre tenía algún comentario insensato que hacer.

Advertí el deseo de Adolph de matarlo en ese mismo instante.

—Me alegro mucho por ustedes. Estaba preocupada de que se aburrieran demasiado y se largaran esta noche —confesó la amable bruja.

Ellas no tenían la menor idea. No habían visto a Deborah entrar a su casa, ni escucharon nuestras conversaciones sobre vampiros. Los latidos de mi corazón se normalizaron al darme cuenta de que mi vida no corría peligro. Fue un alivio.

Donovan volvió a besarme frente a todos, incluidos los chicos, Harvey, las hermanitas Salem y el gato negro que una de ellas sostenía en brazos.

El gato saltó de su regazo, alejándose como una sombra veloz. Corría con la cola alzada, tan ágil como un puma. Con un maullido, desapareció de mi vista.

Las hechiceras se alinearon en fila con sus atuendos góticos y sus largas melenas cayendo en cascada sobre sus cuerpos. La del medio buscó mis ojos con los suyos. Su mirada era tan penetrante e imponente que aparté la mía con nerviosismo. Los ojos de ella parecieron oscurecerse repentinamente.

Su cabello ondeó violentamente, como si una ráfaga de viento lo hubiera agitado, aunque no había ni un rastro de brisa. Su rostro lucía más pálido que de costumbre, mostrando tensión en cada fibra de su ser. Y justo en el hueco de su garganta, la piedra preciosa que adornaba su cuello comenzó a resplandecer, lanzando destellos de un deslumbrante tono rosa por todo el recinto.

Estaba ocurriendo algo muy extraño. Su mirada permaneció perdida en la inmensidad. Una oleada de aire frío saturó el lugar al tiempo que la mujer cerraba los ojos, apretándolos mientras tomaba de las manos a sus hermanas. Creí ver que perdía estabilidad.

—Tuvo una visión —afirmó su hermana—. ¿Qué viste?

No lo reveló. Volvió a verme a los ojos, como si supiera algo oculto sobre mí, como si conociera todos mis secretos.

Temí que fuera cierto.

—Cuídense —explicó conclusivamente la hechicera—. Cuídense, todos ustedes. No salgan de aquí a menos que quieran morir.

Era una advertencia, pero sonaba como una amenaza.