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Capítulo 4: Muérdeme

—¡Ah, lo siento! —se disculpó Joseph, cogiéndome de la mano para hacerme girar en un paso de baile.

Por un instante perdí estabilidad, balanceándome sobre mis tacones.

Él me atrapó en el momento correcto, largando una risa atractiva. Del mismo modo, me reí. En ese lugar, esa situación y ese momento, mis destrezas para la danza se habían desvanecido. Parecía poseer dos pies izquierdos. Algo curioso, considerando que siempre fui una óptima bailarina con un elevado sentido del equilibrio.

Sin embargo, no pude evitar pisotear con las puntas de mis pies los lustrados zapatos negros de Joe. Si bien él también me tropezó un par de veces, viniendo de su parte tenía más sentido, dado que estaba tambaleándose de la borrachera.

Bailamos hasta que la tonada terminó. Ése era el Joe agradable que no conocía, el que posiblemente sólo salía a la luz en estado de ebriedad. Inclusive me hizo desternillarme de risa con algunas cosquillas luego de que nos distanciamos al finalizar nuestro baile. Por alguna razón inexistente, los dos nos reíamos como idiotas mientras volvíamos a la mesa.

—¡Qué divertida es esta fiesta! —vociferé al oído de Donovan, cerciorándome de que escuchara por encima de la música alta. Me apoderé de su bebida. Era una copa de algún licor de color escarlata brillante. Ni siquiera reconocía lo que estaba catando, sólo sabía que era alcohol y no sangre—. ¡Oh, Donovan, qué guapo eres! —me recliné en su hombro.

Él se reía.

¡Oh, cielos! Yo también estaba ebria.

Tan ebria que hasta yo misma lo sabía. Me pregunté cuántos se habrían estado riendo de mí.

Me ruboricé.

—Pero, Joe, tú eres mucho más sexy —persistí, dejando escapar palabras que más tarde no recordaría.

—Lo sé, preciosa. Tú igualmente eres brutalmente sensual. Una diosa —admitió un distraído Joe. Lo escuché con dificultad.

La sonrisa de Donovan se desdibujó, sus labios formaron una línea recta. Cuando quise beber otra vez de su copa, me lo impidió.

—Deja de tomar —me sermoneó.

—Vamos, cariño. Dame un poco.

Negó con la cabeza.

—Está bien, adiós —le dije después de levantarme de la silla.

Mis ojos se posaron sobre un chico humano tan guapo como Tom Welling o como el dios de Jensen Ackles. ¡Ése era mío! Totalmente mío. Sería mi cena esa noche.

La velada, desde mi punto de vista, marchaba fenomenal. Siempre se me había antojado emborracharme para hacer cosas disparatadas, teniendo la perfecta excusa de que andaba pasada de tragos. Era una noche ideal para hacer locuras.

Fui directamente hacia el bombón mortal que se encontraba reclinado sobre la barra del bar. El joven no me perdió de vista mientras avanzaba en su dirección.

—¿Qué hace un tipo como tú aquí solito?

¡Oh! ¡Qué pervertida sonaba citando a Joe!

—Buscando chicas como tú, supongo.

—¿Qué me dices? ¿Bailas? —le pregunté al tiempo que enganchaba los dedos en las solapas de su abrigo.

—¿Bailar? Mejor vamos a mi habitación, nena.

Me congelé ante su oferta. Tuve miedo hasta que recordé que era él quien debía temer.

El plan "seducir y luego cenar" estaba desarrollándose tal como Joe me había enseñado.

Cuando entré con ese individuo al ascensor para ir su suite, comenzó a besar mi cuello y a tocar mis muslos. Apreté los dientes al sentirlo cerca. Abrí la boca. No conseguí reprimir esa mordida, clavé mis colmillos con excesiva fuerza en su tierna carne. Su cuerpo se desplomó en el suelo. Me situé encima del muchacho desmayado para seguir consumiendo toda su sangre. Respiré agitada después de percatarme de que su corazón había dejado de latir. No obstante, todavía quedaba más sangre. Y más sed.

Absorbí una vida más para la lista.

Las puertas del elevador se abrieron. Del otro lado estaba Joe. Me vio a mí y luego al cadáver.

—Por lo que veo, has estado portándote mal —profirió.

—Un poco —salí del reducido espacio, abandonando a mis espaldas al fallecido.

—Angelique —me dijo Joe—. Ven aquí.

Me aproximé al vampiro, sintiéndome mareada a cada paso que daba. Descansé mis manos en su pecho antes de que él las cubriera con las suyas. El pasillo se encontraba vacío. Era un elegante corredor bien iluminado.

—Estamos solos —murmuró en voz baja.

—Podemos jugar un rato.

¿Cómo pude haber dicho eso?

No volveré a embriagarme. Me prometí.

—Eso me gusta —su tono era seductor, su sonrisa pícara y con cierta depravación traviesa.

Dos solitarios jóvenes en un hotel que habían bebido algunas copas de más y que podían hacer cualquier cosa.

De un instante a otro, pasé a estar acorralada entre su cuerpo y la pared empapelada, sus brazos encerrándome.

Oh, ¡qué ardientes ojos, qué perfecta sonrisa, qué apetecibles labios!

¡Era como un tentador pecado!

Durante esos maravillosos minutos de proximidad y locura, lo único que circulaba por mi mente era él.

Hasta que la culpa comenzó a deslizarse en medio de mis deseos y recordé a mis padres. Si me hubieran visto así, probablemente me habrían castigado por el resto de mi existencia.

Sin tocarme, ni siquiera rozarme, Joe se había aproximado hasta el punto de que me robaba el aliento cuando respiraba. Necesitaba, con desesperación ansiosa, sentir su cuerpo contra el mío. Ese omnipotente cuerpo que estaba tan cerca, pero que no me tocaba. Nada más me abrazaba con el candente fervor que emanaba.

Mis alcoholizados sentidos querían que el vampiro frente a mí me acariciara. Me urgía con vehemencia que lo hiciera. Si hubiese estado sobria, jamás habría aprobado tal comportamiento. Habría ordenado a Joe sacar su trasero de mi camino. Claro que, en esa ocasión en particular, con las copas subidas a la cabeza, temía de lo que yo misma pudiera hacer.

Esa sacudida de cosquilleos en el interior de mi vientre se intensificó cuando sus manos, determinadas a tocarme, recorrieron mi espalda y, con fiereza, me aprisionaron contra él.

Cada parte de mí experimentó el vivo hormigueo causado por el tacto de su piel. Y por la tentación que me quemaba al sentir su peso sobre mí o cada músculo tenso y rígido golpeando mi cuerpo con denuedo inhumano.

Él sabía perfectamente cómo hacer las cosas. Sabía cómo llevar a una persona al límite del placer en una situación tan ridículamente ardiente.

Sin poder oponer resistencia a mis invasores deseos, toqué su pecho con una intemperancia que nunca había sido propia de mí. Jamás había sido tan capaz de actuar de manera tan insinuante.

Advertí cómo Joe también se estremecía con cada fricción de nuestra piel. Me acarició una pierna, tratando delicadamente de llegar hasta la parte trasera de mi rodilla y alzar mi muslo, el cual situó alrededor de sus caderas.

Entretanto, acomodó su nariz cerca de mi clavícula mientras respiraba sobre mi piel. Dentro de mí crecían unas intensas ansias que sólo habría sentido estando en tal estado de embriaguez.

Un afilado dolor me traspasó, recorriendo mi espalda como una descarga eléctrica. Era el dolor más placentero que podría existir. Provenía de mi cuello. Se debía a que el vampiro acababa de hundir sus dientes en mi garganta.

Aunque sentí el mordisco hasta en lo más profundo de mi ser, el potente dolor no me hizo gritar, sino gemir de puro goce. Pleno y vivo júbilo me consumía desde mis adentros.

Él se bebía mi sangre por segunda vez, salvo que ahora era sangre de vampiro. Aunque todavía no tenía clara la diferencia.

La destemplanza en mi cuerpo aumentó, convirtiéndose en un alarmante frenesí. Categóricamente, había algo sexual en aquella mordedura. Despertaba dentro de mí ardor, dolor, el más indómito placer... Sentí nuestros latidos al unísono y el fuego de mi sangre fluyendo desde mi cuello hasta su boca.

Por puro instinto, mis colmillos crecieron, ávidos e impacientes. Había algo que mi cuerpo anhelaba aún más que sentir sus dientes atravesándome la piel y sus labios pegados a mi cuello mientras se ayudaba con la lengua para tragarse mi sangre.

Apreté las manos en sus hombros, sin voluntad alguna para negarme a su desenfreno. Delirantes impulsos me hacían empujarlo con fuerza, pero él no respondía a mis arrebatos. En cambio, permanecía en la misma posición, profundizando la mordida. Mis dedos se clavaron en su piel. Le rodeé el cuello con un brazo antes de enterrar mis uñas en la parte alta de su espalda, dibujando líneas sobre sus músculos al tiempo que estos se contraían.

No podía hacer otra cosa que liberar grititos ahogados. Quería más y más. Rodeé su pierna con la mía, igual que una serpiente enrollándose en las ramas de un soto. Sus dedos retozaban con mi vestido, como si vacilara en... ¿quitarme la ropa? Deslizó a través de mis hombros los tirantes que sostenían la prenda mientras jugueteaba con el broche de mi sujetador. Una torbellino de sensaciones se acumuló en vientre, como si la pasión se desbordara de mi cuerpo.

Abrí los ojos después de haberlos tenido cerrados durante varios minutos de agonía satisfactoria. Y visualicé la vena sobresaliente de su cuello, la cual pulsaba debajo de aquella capa de piel.

¿Qué clase de enferma deseaba tanto hincar los dientes en algún cuello?

Sospeché que cualquier vampiro, claro, sin contemplar las posibilidades de que esas cosas existieran.

Vamos a ver... Si consideraba el hecho de que yo era una de ellos, era bastante probable que existieran los chupasangres. Sin embargo, también estaba la teoría de que estuviera loca. O tal vez había estado soñando todo ese tiempo. O quizás mis secuestradores hacían un excelente trabajo haciéndome creer que todo era real.

Un primitivo instinto me hizo reaccionar de una forma que ni siquiera vi venir. Algo tan rápido como la luz, tan repentino como la más salvaje necesidad, me asaltó. De repente, me encontraba envuelta en su sangre.

En menos de medio segundo, había hundido los dientes en su garganta. Cuando le perforé la piel con mis famélicos colmillos... ¡Oh! Fue todavía más excitante. Joe dejó escapar un gemido gutural tan pronto lo sintió. No se lo había esperado.

¿Cómo es que me había privado antes de hacer esto?

Probar su sangre fue algo tan íntimo, tan privado, tan dulce y tan tóxico que debía haber algo prohibido en estar haciéndolo en ese preciso momento. Cada magnifica, deliciosa gota, me causaba placer con su sabor. El exquisito sabor de Joe. Nada podría ser más suculento.

Su sangre estaba ardiendo, quemaba como ácido en mis adentros. Me proporcionaba una dosis adictiva de satisfacción incontrolable. Y era mucho más que eso. Era como si con cada gota que mi lengua saboreaba estuviera revelándome sus intimidades y secretos más recónditos. Como si estuviéramos ambos desnudos, conociendo los rincones ocultos de nuestro cuerpo y descubriendo las sinuosas curvas por primera vez. Mientras más sangre ingresaba en mi organismo, más estimulada me sentía.

En mis oídos resonaban sus gruñidos, los cuales me hacían sentir tan salvaje, desbocada e impaciente... ¡Por los cielos! Necesitaba todavía más, mi cuerpo lo reclamaba a gritos.

Aún con sus dientes en mi cuello, Joe recorría mi figura con sus manos. Pasaba sus dedos por los laterales de mi cuerpo y me oprimía más contra sí mismo. Toqué sus brazos, palpando sus músculos con ferocidad y deseo palpitante, enterrando las puntas de mis dedos en su fuerte, compacta masa muscular.

Más tarde, conseguí meter mis manos en el interior de su chaleco. Estaba perdida, inconscientemente absorta en el mágico y placentero mundo de Joe. Comencé a tirar de su camisa para sacarla de su pantalón y así poder introducir mis manos bajo la tela para tocar su abdomen desnudo.

Eso hice. La piel debajo de su ropa estaba caliente. Sus abdominales se sentían sólidos. Él se estremeció debido al contacto al mismo tiempo que me tocaba en lugares casi prohibidos. Por ejemplo, mis muslos, cintura, el costado de mis pechos, el largo de mi espalda y mis caderas.

Jadeé cuando desenterró los dientes de mi nuca, como si me doliera más que hubiera dejado de morderme. De inmediato, pasó su lengua por encima de las incisiones hechas por los colmillos, relamiendo las últimas gotas de sangre que brotaban de las hendiduras. Me siguió lamiendo repetidas veces el cuello.

Sentí escalofríos al percibir el roce de su lengua deslizándose por mi garganta. Hasta que también dejé de morderlo. Como su sangre seguía corriendo, me vi obligada a lamer su cuello.

No pretendíamos manchar nuestra indumentaria con sangre, ¿verdad?

Él terminó de bajar los tirantes que mantenían el vestido sobre mis hombros, pero yo... necesitaba sus labios. Que me besara, que me tentara con ellos, que mi boca saboreara la suya. No obstante, Joe parecía más preocupado por deshacerse de mi ropa.

Si tan solo hubiese tenido sus labios en el momento que los deseé...

Si tan solo se hubiese mostrado interesado en probarme...

Si en ese instante hubiese buscado mi boca con la suya...

Me habría dejado llevar por el éxtasis y por mi estado de ebriedad.

Pero no. Él no mostró el más mínimo interés por besarme, haciéndome sentir como una cualquiera.

Recobrando el poco pudor y dignidad que me quedaba, contuve un gemido. Hice un esfuerzo descomunal para no sucumbir a sus caricias.

—Joe —balbucí, con una voz que apenas brotó de mis labios—. Joe, detente. Estamos borrachos. No estamos pensando con claridad, podría pasar cualquier cosa.

Agarré sus brazos, intentando frenar sus maniobras y recuperar la cordura. Por un momento se resistió a detenerse. Insistía, manoseando mi cuerpo hasta que notó el empujón que le di. Pese a que apenas logré alejarlo unos pocos centímetros, conseguí que parara. Lo aparté de encima.

—Tienes razón —murmuró—. Maldita sea, no puedo con mi alma. Estoy demasiado borracho.

Suspiró. Casi sentí que era un suspiro de decepción.

Por mi parte, también exhalé lentamente, pero de alivio.

Gracias a Dios había logrado mantenerme lejos de sus caricias, de sus mordiscos, de su piel, de su calor, de su cuerpo, de su belleza, de su perfección, de sus labios, de...

Está bien, no debo seguir pensando en ello.

La cabeza me empezó a doler con intensidad. El mareo se agudizó mientras escuchaba gritos provenientes del piso de abajo. Gritos desde el lugar donde se celebraba la fiesta de alta sociedad, alaridos de gente aterrada.

¡Oh, no! Pensé. El hombre muerto en el ascensor. Debían haberlo visto.

Hasta ese momento llegaban mis recuerdos de esa noche. Luego de eso, no supe que pasó.

Efectos del alcohol, supuse.

***

Me desperté en una cama de la guarida de vampiros. Podía oler que Donovan y Nina se encontraban en la cercanía. También olfateé la sangre que seguramente acababan de beber para el desayuno.

Era la cama de Joe. Lo sabía porque su aroma impregnaba las sábanas. Olía tan masculino, tan sensual... Olía a él más que a otra cosa.

Abrí mis párpados con cautela, sabiendo que la luz me disgustaría. La primera mirada fue borrosa, pero luego de parpadear, mi visión se aclaró, dejando entrar los colores y luces.

¡Sorpresa! Joseph se hallaba acostado a mi lado.

Estaba despierto, lo supe por el movimiento agitado de su pecho. Ambos nos arropábamos con la misma manta. Era de día y él aún llevaba la misma ropa de la noche anterior, justo como yo se la había dejado. Con la camisa por fuera del pantalón y la corbata resistiendo a desanudarse. No alcancé a ver más que sus labios y su barbilla recientemente rasurada, porque se estaba cubriendo más de la mitad del rostro con un almohadón.

Se encontraba cerca de mí, muy cerca. Vi cómo se humedeció los labios con la lengua. Fue un movimiento tentador e incitante.

—Dime que no pasó —articuló, tendido de costado.

¿Que no pasó qué?

Un segundo más tarde, reparé en el significado de sus palabras.

Disimuladamente, inspeccioné debajo de las sábanas, tratando de hallar algo anormal en el contexto. Ambos vestíamos lo mismo que durante la noche. Salvo que yo estaba descalza, mientras que él seguía con los zapatos puestos.

De modo que supuse que la respuesta era negativa.

No me acosté con él.

Bueno, me acosté junto a él, no con él.

Habíamos dormido uno junto al otro, sólo eso. No había pasado nada entre los dos, ¿o sí?

Aun así, no me arriesgué a responder. No estaba tan segura.

De pronto, mi dolor de cabeza se volvió intolerable.

En serio, jamás volveré a emborracharme, me reprendí en la mente.

El cuello de Joe tenía encima una tira de algodón pegada con cinta adhesiva quirúrgica. Asustada, me llevé las manos a la nuca y toqué el pequeño recuadro de gasa que cubría la herida que sus colmillos me habían dejado.

Cuando él retiró la almohada de su cara, su rostro lucía cansado y, a juzgar por sus párpados hinchados, deduje que acababa de despertar. Su cabello negro estaba desarreglado y greñudo. Me dirigió una sonrisita exhausta.

—¿Tú recuerdas algo? —me preguntó, sosteniendo su sonrisa.

Antes de responder, medité por un segundo.

Sí, recordaba algo.

Recordaba el mordisco, la sangre, el momento íntimo que pasamos enloquecidos por los efectos del alcohol. Luego los gritos y... nada más. Mi mente se quedaba en blanco después de ahí.

¡Yuk! ¿Cómo pude llegar a... compartir sangre con Joe?

Maldito alcohol. Gracias a ello, había sido mordida por ese hombre una vez más.

Particularmente, me preguntaba...

¿Hasta qué punto recordaba Joseph lo que sucedió? Porque, a juzgar por su tono de voz, me daba la impresión de que escasamente sabía su nombre.

—Parece que anoche los dos quisieron divertirse —intervino Nina al tiempo que caminaba hacia nosotros.

Joe y yo nos sentamos sobre el colchón. Él se puso una mano en la cara antes de deslizarla hacia su cabeza, entrelazando los dedos en su cabello revuelto.

—Recuérdame no beber tanto la próxima vez —dijo, todavía esbozando una sonrisita.

—Lo haré —respondió ella.

—¡Ouch! —protestó el vampiro, tocándose el cuello como si le doliera—. Sí que sabes morder duro —me miró con malicia.

—Eres un irresponsable, Joe —Donovan por fin habló. Su mirada desprendía furia.

—¿Estamos en problemas? —cuestionó el acusado.

—Puede que sí —agregó Nina—. Digamos que no éramos los únicos vampiros en la fiesta.

—Fue un caos cuando vieron el cadáver de Noel Ó Connor en el elevador —espetó Donovan—. Había otros como nosotros en el lugar. Ellos sospechan que hay un nuevo vampiro.

—Si nos encuentran los vampiros mayores, le cortarán la cabeza al vampiro nuevo y al responsable de haberlo creado —informó Nina.

Adiviné que cuando decía "vampiro nuevo", se refería a mí. Y cuando hablaba de "el responsable de haberlo creado", se refería a Joe.

—¿Por qué? —cuestioné—. ¿Por qué quieren cortarnos la cabeza?

—Porque Joe, como siempre, es un imprudente —se quejó Donovan con cierta alteración—. Debiste deshacerte del cadáver, maldito idiota.

Joseph se levantó de la cama.

—Ella era la responsable de su comida, no yo.

—Ella no sabía lo que había que hacer y estaba ebria —me defendió—. En lugar de hacer lo que te correspondía, estabas más preocupado por hincarle el diente a Angelique.

—¿Quieren colgarnos porque maté a ese Noel? —interrogué, confundida.

—No —expuso Donovan con severidad—. No puedes crear a un vampiro nuevo si no tienes la autorización de un vampiro mayor. Es decir, de un Zephyr. Está prohibido. Los matarán a los dos porque Joe te ha convertido. Y ellos lo han descubierto.

—Entonces, ¿por qué lo hicieron? —protesté—. ¿Por qué me convirtieron en un vampiro si estaba prohibido? O, ¿por qué simplemente no pidieron aprobación para hacerlo?

—No fuimos nosotros, fue Joe —reveló Nina mientras andaba de aquí para allá, con la típica gracia de una bailarina de ballet.

—Joseph solicitó una autorización para hacerte como nosotros —explicó Donovan—. Pero los Zephyrs se la negaron. De todas formas, siguió adelante con su plan. Por tal motivo, somos los principales sospechosos. Saben que hace poco iniciamos la petición de un permiso —hizo una pausa para observarme con austeridad—. Si ellos te ven, todos seremos castigados. Somos un grupo, como una familia. Cuando se desobedecen las reglas, se castiga a todos sus integrantes. Los de nuestro tipo andamos en pandillas o manadas, para mayor protección. Y para hacer más fácil la tarea de cumplir con el código de los vampiros. Un vampiro solitario es algo muy peligroso. Y un vampiro nuevo también.

—Como siempre, es tu culpa —le reclamé a Joe—. Me hiciste un monstruo, me alejaste de mi vida y de mi familia... ¿Todo para que un grupo de poderosos vampiros corten mi cabeza y acaben con mi corta segunda vida? ¿Qué querías de mí? ¿Acaso no podías cumplir las reglas y dejarme siendo una chica normal que se graduaría, trabajaría, se casaría, tendría hijos, envejecería y moriría más tarde como el resto de los mortales?

Era claro que me había sobresaltado. Toda esa situación era una mierda. Había matado gente, me habían alejado de mi perfecta vida y me habían arrebatado a mi familia. Me estaba convirtiendo en otra persona. Alguien que yo misma no podía reconocer en el espejo.

—Basura —insulté a Joe, quien se quedó paralizado ante mi tono serio y colérico. Esta vez se lo decía de la forma más sincera, con verdadera ira dentro de mí—. ¡Eres una basura!

Me puse de pie para dejar la cama. Contemplé mi aspecto, sintiéndome desnuda. No podía dejar de pensar en lo mucho que mis padres se habrían espantado al verme así.

Por un instante me pareció haber lastimado a Joe con mis palabras. Algo en su expresión parecía haber cambiado. Un atisbo de tristeza se asomaba en sus ojos.

Supe deshacerme de la lástima tan rápido como llegó. Sacudí de mi cabeza la tonta idea de que había sido muy dura con él.

De repente, el vampiro de cabello negro acortó la distancia entre los dos, con firmes pasos.

—¿Sabes qué es lo que quería de ti? —su semblante era muy serio cuando pronunció esas palabras—. ¿Sabes por qué quería hacerte inmortal? —tragué saliva antes de que él continuara—. Ellos lo saben. Donovan lo sabe. ¿Por qué no se lo preguntas?

Miré a Donovan durante algunos segundos. Tenía mucha curiosidad por saber la respuesta. Aguardé a que dijera algo, pero no lo hizo. Se quedó callado. Regresé la mirada a Joe, encogiéndome de hombros.

Él puso los ojos en blanco, largando un resoplido de frustración.

—Te hice como yo porque quería hacerte mi pareja. Te elegí para que estuvieras conmigo, pero... —hizo una pausa, vacilando—. ¡Dios! ¡Cómo me equivoqué contigo! Lo único que haces es quejarte igual que una mocosa. Nunca estaría con una chiquilla como tú. ¡Qué bien que te fuiste con Donovan, que al menos puede soportarte!

La furia se apoderó de mí. Me hizo enojar tan rápido que sentí mi rostro enrojecer. Fruncí el ceño, apretando los labios.

Y lo empujé. Supe que había utilizado mucha fuerza cuando su rígido cuerpo se tambaleó sobre sus pies. A continuación, retrocedió, poniendo más distancia entre nosotros.

¿Qué clase de patán le decía eso a una chica? Era un insolente.

—¿Por qué no se te ocurrió preguntar mi opinión antes de arruinarme la vida? —gruñí, casi a gritos—. Yo nunca, jamás, sería pareja de un tipo como tú.

—Eso dices ahora —me contradijo en voz baja.

—Ella tiene razón —refutó Donovan—. Eres una basura. ¿Cómo puedes tratarla así?

—Joe no tiene solución —impugnó Nina.

—¿Puedo preguntar cómo terminamos en la misma cama este ridículo y yo?

Joe empezó a registrar el armario con una mueca de cabreo en el rostro.

Donovan se aclaró la garganta y Nina alzó las cejas, observándome con astucia.

—Deberías haber visto cómo se comportaban anoche —me dijo ella—. Ustedes mismos se acostaron juntos cuando llegamos.

Avergonzadísima, vi hacia el techo.

—¡Oh, no! Chicos, por favor, no me dejen beber tanto nunca más.

—Eres más agradable cuando estás ebria —farfulló Joe al tiempo que sacaba una toalla de un cajón.

Hice rodar mis ojos. Él sabía cómo irritarme. Hallaba la fórmula perfecta para sacarme de quicio y hacerme perder los estribos.

El vampiro estaba a punto de entrar al baño cuando se escuchó que llamaban a la puerta con un golpeteo repetitivo.

—Yo voy —vociferó, dudando por un instante.

Después se precipitó a toda velocidad hacia la entrada.

Tan pronto como Nina se interpuso en su camino, la apartó bruscamente. Ella lo persiguió apresurada. Ambos parecían estar en una carrera por llegar primero a la puerta.

Los vi correr como un par de fieras, peleándose para abrir.

Donovan se percató de mi confusa expresión. Sin siquiera palabras, me entendía. Sabía la pregunta que rondaba mis pensamientos.

¿Por qué la prisa por abrir?

—Son las reglas de la casa —me ilustró calmadamente—. Si se tratase de un humano, el que abra primero se lo queda. Parece que ambos están hambrientos.

Joe consiguió ganarle a Nina. Sin un mínimo asomo de caballerosidad, se deshizo de la chica, empujándola hacia un costado antes de abrir, sonriente. Divisé la línea de luz solar que se filtró desde afuera.

—Éste es un café, ¿no es cierto? —musitó una lánguida voz femenina proveniente del exterior.

Recordé el letrero que había en la fachada. Decía "Bourbon Street Cafe‎" en letras fluorescentes, con un enorme símbolo de una taza humeante. Incluso había un menú del lado externo de la puerta. Sólo entonces comprendí que no era más que una desdeñosa trampa. Igual que todos los supuestos bares, discotecas y tiendas de esa calle. Tan solo eran una emboscada para atrapar humanos. Gente como yo, como la que había sido.

—Viniste al lugar correcto, preciosa —contestó el vampiro, apartándose ligeramente del marco de la puerta para que la desconocida entrara. Aunque pasaron varios segundos, la joven seguía sin moverse—. ¡Vamos, no voy a morderte!

—O puede que sí... —susurró Nina con un gesto de rabia.

Estaba convencida de que Joe había escuchado a Nina, sólo que sabía disimularlo muy bien con su encantador aspecto de "no voy a morderte".

Insegura, la pequeña mujer morena atravesó el umbral. Palideció cuando vio las camas, la tele, el sofá, los sillones, el armario... Lucía verdaderamente aterrada. El vampiro cerró detrás de ella.

—No... no es un café —la asustada mortal tragó saliva. Estaba petrificada, tartamudeando cada palabra.

—No, no lo es —coincidió su depredador—. Aún así, puedes divertirte con nosotros. Además, ¿qué querías? ¿Un café? También tenemos de eso aquí.

—Pero...

—Vale, eso sonó como un sí —declaró Joe—. Vamos a jugar un pequeño juego, ¿quieres?

El aspecto de Joe era terroríficamente seductor. Casi me tambaleé de miedo al imaginarme en el lugar de su víctima. Él agarró a la mujer de la cintura antes de besarle el cuello como un maníaco.

Para mi asombro, ella no se resistió. Por el contrario, correspondió al beso tremendamente bien.

Donovan y Nina se encogieron de hombros al tiempo que compartían una mirada de resignación. Un momento después, le dieron la espalda a la escena.

Cuando estaba a punto de hacer lo mismo que ellos, me llamó la atención la forma en la Joe besaba a su rehén: en los labios, en el cuello, en el rostro, en los brazos, en los hombros... No pude evitar recordar la situación de la pasada noche. Los dos habíamos tenido un momento tan íntimo que hasta me repugnaba pensar en ello.

Involuntariamente, sentí envidia de la inocente muchacha. ¿Por qué las besaba a todas, menos a mí? ¿Qué tenían ellas que yo no tuviera? ¿Había algo mal en mí? ¿En mis labios?

¡Pero si no tengo mal aliento! Me quejé dentro de mi mente.

Aún así, no me había besado.

No era que hubiera querido besarlo, al menos no de forma consciente. Tampoco deseaba besarlo alguna vez, ni mucho menos. No obstante, me preguntaba por qué. ¿Que tenía yo que no le dieron ganas de besarme?

Sacudí de mis pensamientos el tema. No estaba interesada en probar sus labios, así que no debía importarme. Retiré mis ojos violentamente de la pareja tan pronto como oí el grito ahogado de la mujer adolorida, muriéndose entre los fuertes brazos de su atacante.

No es necesario recalcar que sus brazos son fuertes, Angelique. Gruñó una vocecita en mi cabeza.

Todo acabó tan rápido como comenzó. Después de que Joe hiciera desaparecer el cadáver de su víctima, Nina comenzó a golpearlo en los brazos con los puños cerrados.

—¡Eres un estúpido, Joseph Blade! —gritaba, con una burlesca mueca que realmente demostraba que su ira era fingida—. Yo tendría que haberme bebido la sangre de esa mujercita.

—Te gané, admítelo —decía su amigo entre risitas pícaras.

Por su parte, Donovan se encontraba sentado en el sofá. Cuando fui a tumbarme a su lado, se puso de pie sin disimular, con una hosquedad impropia de él.

Genial. ¿Desde cuándo los hombres me rechazaban así? Me pregunté.

Minutos más tarde, en medio de peleas sin sentido entre Joe y Nina, la puerta principal se abrió. De otro lado aparecieron los dos vampiros restantes del grupo.

—Tomen todo lo que puedan —irrumpió la voz de Adolph—. Nos vamos ahora.

Donovan y Nina afirmaron con la cabeza antes de ir a buscar un par de mochilas que tenían previamente preparadas. Joe y yo estábamos más bien confundidos.

—Nos buscan los vampiros, quieren matarnos —declaró Alan con extrema calma.

—Si sabían esto, ¿por qué no me dijeron para hacer mis maletas? —reclamó Joseph.

Yo no tenía ropa para empacar. Únicamente mis zapatillas negras de tacón, las cuales busqué con la mirada por toda la habitación. Nina salió a la calle, persiguiendo a Donovan y Adolph.

—Los espero en el auto —nos avisó Alan mientras salía por el umbral, disparado como una exhalación.

—Espera, ¿qué auto...? —Joe alzó la voz, pero antes de que pudiera terminar la frase, el muchacho ya se había marchado.

Con prisa, me arrodillé para buscar mi calzado debajo del sofá. Como no lo hallé, rebusqué debajo de las camas y, finalmente, en el baño, al mismo tiempo que Joseph empacaba sus pertenencias más preciadas.

Me frustré cuando pensé que tendría que irme descalza.

—¿Buscabas esto?

Volteé a ver a Joe, que tenía una ceja levantada mientras sostenía mis zapatillas con dos de sus dedos. Corrí hacia el vampiro para arrebatárselas de las manos. Me las puse al tiempo que abandonaba el lugar, saltando en un pie.

El vehículo era un Chevy Impala del 1967 con cuatro puertas y de un color negro oxidado debido a la vejez. Donovan iba de copiloto, Adolph en el asiento del conductor, Nina y Alan atrás. Como a duras penas entrábamos en los asientos traseros, Nina se sentó en las piernas de Alan.

Cuando todas las puertas estuvieron cerradas, Adolph puso en marcha el auto clásico.

—¿Dónde conseguiste esta nave? —siseó Joe, refiriéndose al coche.

—Era de una de nuestras víctimas —respondió Alan.

Entonces recordé que viajaba con una pandilla de ladrones.

—Y, ¿adónde se supone que iremos? —siguió Joe.

—Un grupo de hechiceros van a protegernos de los vampiros.

—¡JA! —me reí histéricamente—. ¿Un grupo de hechiceros? ¿Ahora me dirán que esas cosas también existen? ¿Y van a protegernos de los vampiros? ¡Cómo no...! ¡Si nosotros somos los vampiros!

—Mejor no hables —Joe, que se encontraba a mi lado, me cubrió la boca bajo una de sus manos.

Me quejé, haciendo sonidos y balbuceando palabras incomprensibles contra la palma de Joe. Hasta que mordí sus dedos. No con mis colmillos, no con la intención de hacerlo sangrar, más bien de manera suave para que me soltara.

—¡Ooouch! —gruñó él, apartando la mano de mis labios—. Controla esos dientecitos, Angelique.

Lo miré furibunda.

Nadie se molestó en explicarme sobre los hechiceros que luchaban contra vampiros.

Cayó la noche mientras aún conducíamos hacia algún destino que desconocía. Mis párpados pesaban. Empecé a sentirme adormecida por el sueño. Me preparaba para quedarme dormida cuando escuché que Adolph soltaba una maldición por lo bajo.

A continuación, aceleró a máxima velocidad, como si estuviéramos en una persecución.

Y lo estábamos.

En el reflejo del retrovisor, vislumbré otro auto. Un Mustang Cobra, clásico también. Aquel estilizado vehículo aceleraba cada vez más. Observé al conductor en su interior. Era un tipo sombrío de amarillos ojos diabólicos. Su piel era pálida, blanca como los copos de nieve. Su cabello tan negro como el carbón y sus labios tan rojos como la sangre. Estaba rígido, igual que estatua frente al volante de su Mustang.

Con sólo verlo, sentí escalofríos. Era sencillamente aterrador, como ver a un fantasma. Sin embargo... ¿Qué tan atemorizante podía ser ver a un fantasma ahora que era un vampiro? No me detuve a pensar en la respuesta. Mi preocupación se centraba en ese mortífero hombre pálido detrás de nosotros. ¿Era un vampiro también? ¿Un Zephyr? No estaba segura. Me abracé a mí misma, como si el frío me hubiera invadido. De forma inesperada, temblé.