Toda la arena estaba sin palabras. Eso fue seguido por una estruendosa risa. Fue la broma más divertida que la gente de Titatitan había escuchado en su vida.
—Ja, ja, ja... ¿Quieres una batalla conmigo? —dijo Rara Durai, que estaba sin aliento por la risa.
La batalla entre la gente Titatitan sería una pelea uno a uno sin formas de armas. Sin embargo, eso era entre gigantes, y un humano no tenía nada que decir.
—Sí —dijo Wang Zheng.
Desde que había entrado en el escenario, Wang Zheng pudo sentir la fuerte fuerza vital que emanaba de los cuerpos de los gigantes. Una vez que lo hubiese experimentado, podría comprender que el universo era realmente misterioso para poder dar vida a tales organismos.
Rara Durai se echó a reír.
—Pequeño, ¿qué crees que es esto? —Rara Durai levantó su enorme puño y dijo—: Esto es un arma. Podría aplastarte como un panqueque con un solo golpe. Ja, ja, ja.
Al instante, la multitud estalló en carcajadas.
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