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Capítulo 2

Diaval, después de salir por su ventana se encontró con Elizabeth cerca del centro de La Ciudad, mirando todos los autos que pasaban con temor a que fuera su padre quien conducía.

—¿Quieres dejar de actuar como loco paranoico?— le sugirió Elizabeth tocando su hombro para avisarle que estaba junto a él. —Tranquilízate un poco.

—Estoy tranquilo— aseguró arreglándose la camisa —Pero ser precavido no le hace daño a nadie. No me dijiste a donde vamos.

—Pues... mi primo abrió el viejo Arcade de mi tío hace una semana y se me ocurrió que podrías ir a echarle un vistazo— contestó Elizabeth tomando a su amigo del hombro y emprendiendo el camino por la banqueta.

—¿Me sacaste de mi oscuro cuarto para llevarme a un oscuro cuarto?— preguntó riendo un poco.

—Si, así es, con la ventaja de que ahí podemos jugar todos los juegos que queramos, mira— sacó un enorme monedero morado con estampado de gatos, notoriamente pesado. —tengo muchas monedas, podemos estar ahí toda la tarde, oh, y también hay un café artístico o algo así, podríamos cantar juntos si te aburres de ser vencido por mi.

—Bien— aceptó de inmediato sonriéndole..

Ambos amigos pasaron una agradable tarde como habían planeado, jugaron hasta que sus dedos se hincharon de tanto apretar botones y sus ojos se habían puesto rojos.

—Ok, es la última pelea, mi mamá ya está preguntando por mi— dijo Elizabeth preparándose para escoger a su personaje, mientras Diaval hacía lo mismo.

—Claro— dijo como si nada esperando a su indecisa amiga que tardaba mucho en escoger un personaje, pues quería que fuera difícil de vencer. Aunque no importaba en realidad, Diaval terminó venciéndola en tan solo un minuto de pelea.

—¡No, no, no!— se quejó Elizabeth antes de cruzar los brazos y guardar sus monedas sobrantes.

—¿Cuando aprenderás a jugar?— preguntó Diaval sonriendo divertido.

—No presumas, ya vámonos— trató de no aceptar su derrota mientras salía con molestia del Arcade, mientras Diaval la seguía —¿Quieres que le pregunté a mi mamá si puedes cenar con nosotros? Digo, por si tu padre sigue enojado contigo, puede pasarte a buscar a mi casa y tal vez mi mamá lo calme un poco.

Diaval miró a su amiga con algo de preocupación —No tienes que hacer eso, me las arreglaré solo.

—¿Seguro? Porque no es ningún problema, en realidad yo...

—¡Diaval!— esa elegante y potente voz hizo temblar a ambos jóvenes, quienes no pudieron hacer más que quedarse quietos y observar cómo ese elegante e imponente hombre hacía acto de presencia. Sus ojos reflejaban enojo puro, pero el hombre a simple vista parecía  calmado y sereno. —Al carro, ahora— ordenó.

—Señor, fue mi culpa, no sea tan duro con él— rogó Elizabeth al ver a su amigo inmóvil analizando la situación. —Además, en realidad no hicimos nada, perdíamos el tiempo nada más.

—Que buena oración, "perdían el tiempo"— mencionó asustando un poco a Elizabeth, quien bajó la cabeza. —¿Te divertiste con tu amiguita? ¿Eh?— trató de obligar a su hijo a hablar —¿Ya te sientes más relajado?— le habló condescendientemente.

—¿Qué esperas que diga?— preguntó Diaval tratando de no parecer asustado, pero tampoco irrespetuoso.

—La pregunta correcta sería "¿Qué espero que hagas?"— comenzó el regaño sin importarle qué estuviera en medio de la calle con una conocida. —Quiero que dejes de comportarte con tanta inmadurez. ¿Como crees que nos hace quedar lo que acabas de hacer?

—Yo no hice nada, yo solo...

—¡Si! Si hiciste algo, y algo muy estúpido. Saliste por tu ventana, Diaval. ¿Cuantos años crees que tienes? ¿crees que yo a tu edad hacía esas cosas? No, porque sabía lo que tenía y lo que no tenía que hacer.

—Yo no quiero ser como tú.

—¿Qué Dijiste?— preguntó algo consternado.

—Digo qué tal vez yo no quiera ser aburrido como tú. No quiero ser un hombre gris, no quiero ser este autómata elegante que solo piensa en las apariencias, que no me permite hacer nada de lo que me gusta hacer porque al parecer no es "propio" de un Flech— explotó de repente el muchacho, sacando todo lo que tenía que decir mientras sentía un extraño calor en sus manos que le causó un ligero malestar.

Su padre muy serio desvió la mirada a las manos de su hijo y luego volvió a sus ojos para soltarle una leve bofetada, lo cual lo desconcertó un poco, aunque no era nada nuevo.

—Que insolente— dijo entre dientes antes de agarrar a su hijo del brazo con gran fuerza y jalarlo hasta el auto. Dejando a la pobre Elizabeth en medio de la calle sin poder hacer nada por su amigo.

Ambos subieron al auto, y al llegar a su hogar, Diaval recibió la paliza de su vida con ayuda del cinturón de su padre.

De vuelta en Lime Paris.

En la casa de Ivette.

—¡Señoritas, levántense!— habló la madre de Ivette entrando al infantil y muy rosado cuarto de su hija —Deben ir a la escuela.

—No recuerdo haber pedido despertador— se quejó Ivette apenas despertando lista para revisar su teléfono —¡Son las cinco, mamá! Entramos a las 8— se quejó.

—No te quejes, mira a tu amiga, ella no se queja— dijo Su madre —Espera ¿Donde está?

—¿Qué? Mamá, está Justo... ¿Ethel?— su amiga no estaba en la colchoneta. En realidad, ni siquiera estaba en la casa.

La pobre Ethel había terminado en las afueras de La Ciudad, en ese raro bosque por culpa de su sonambulismo extremo.

—No, otra vez, no— se quejó al abrir los ojos y verse rodeada de árboles. 

La joven se puso de pie y miró en todas direcciones buscando el camino de vuelta a la estación de tren —¿Hola? ¿Hay alguna "buena" razón por la cuál debería estar aquí?

—Ethel...

—Si, si, aquí estoy— se quejó —¿Quien eres? ¿Por que me quieres aquí? Porque no puedo pasarme toda la vida temiendo quedarme dormida porque siempre termino en un bosque en medio de la noche.

—Toca el violín para mi, Ethel...

—¿Cuál violín?— preguntó con algo de curiosidad.

Y como respuesta, una extraña mariposa rosada apareció de repente. El peculiar insecto parecía estar hecho de magia, o tal vez energía de algún tipo. Ethel, hipnotizada por el curioso insecto decidió seguirlo por el bosque sin pensar un momento en lo que estaba haciendo.

La mariposa la guió hasta un hermoso quiosco blanco en medio del bosque, que tenía enredaderas a su alrededor, haciéndolo parte del mismo bosque. Justo en medio del quiosco, acomodado elegantemente en un pedestal de piedra se encontraba un hermoso violín de color azul.

—Ah, ese violín— se limitó a decir antes de acercarse a él, y tratar de tocarlo con sus dedos.

—Por favor, tócalo para mi— pidió la voz.

—Yo no sé tocar el violín— se sinceró Ethel algo nervioso.

—Solo tómalo— insistió la voz.

—Ok— aceptó Ethel, creyendo que así los extraños sueños se detendrían y no tendría que preocuparse más por caminar dormida.

Y Justo cuando sus dedos tocaron el violín sintió un horrendo pinchazo en su dedo índice que la obligó a cerrar los ojos y quejarse un poco mientras metía su dedo a la boca, y al abrir los ojos se llevó una gran sorpresa. 

No había ni bosque, ni quiosco, ni violín. Ethel estaba sentada en el asiento de un autobús que paró en la entrada de su escuela —¿Qué diablos?— exclamó al notarlo, pero a pesar de su sorpresa, bajó apresurada del autobús y entró corriendo a su escuela, yendo directamente a los lokers a sacar su horario y uno de sus cuadernos guardados, llevándose otra sorpresa que le sacó otro enorme susto.

—¿En donde estabas?— la voz de Ivette la hizo saltar un poco —dejaste tu celular, y tu mochila en mi casa— mencionó entregándole la bolsa.

—Si te digo que en realidad no lo sé ¿Me creerías?— preguntó con duda mirando a su amiga.

—¿Como no sabes, Ethel? ¿Caminaste dormida otra vez? Creí que no era "tan serio" y que exagerabas, ni siquiera te escuché salir, bueno, con mi sueño pesado, ni siquiera una bomba nuclear hubiera escuchado— comenzó a divagar Ivette —¿Eso es un violín?— preguntó al ver el contenido del casillero y sacarlo de inmediato —No sabía que tocabas— dijo antes de ponerlo en el piso y abrir el estuche —Ay, es hermoso.

—Ya me asuste— dijo Ethel antes de darse un pellizco en el brazo esperando despertar, pero nada pasó —Maldición —se sujetó la cabeza —No puede ser, no puede ser. No estoy soñando.

—¿Ethel? —Ivette se asustó al ver a su amiga alterarse de repente, así que agarró sus hombros y la obligó a mirarla de frente. —Respira —aconsejó suavemente tratando de no alterarla más. Ethel obedeció e inhaló lentamente —Ok. Ahora, trata de decirme de forma calmada lo que está sucediéndote.