—No hay ropa, no hay cadáveres, no hay sangre. Es el asesinato perfecto. La pregunta es por qué el maldito me está ayudando? —La mente paranoica de Lith trató de ponerse en el lugar del artefacto maldito.
Una sonrisa cruel apareció en su rostro cuando creyó haber encontrado su respuesta. Lith tejió todos sus hechizos más poderosos al mismo tiempo. Tenía un trabajo sucio que hacer y no quería prolongarlo ni un segundo más de lo necesario.
Lith salió del castillo buscando un cuello de botella en el que la gente que formaba la procesión estuviera agrupada para infligir el máximo daño. Estaba pensando en la mejor manera de encadenar sus hechizos cuando la mente de Solus se asomó a la suya propia.
—Prométeme que no les harás sufrir. —
Lith respondió con un asentimiento telepático.
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