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Te amo, hija

**Narra Vladimir**

Cuando llegué a casa, ni siquiera dije nada. Solo me encerré en mi habitación pensando. Se me iba a destruir la cabeza junto con las neuronas por preguntarme qué debía hacer con esta información.

Había llegado nervioso y agitado, y cuando entré a casa de la abuela, fue cuando pude calmarme un poco. Muchos pensamientos abundaban en mi cabeza. Teorías. Quería saber qué estaba haciendo Alekxandra en esa mansión osmanli.

¿Y si ella estaba en peligro? Con más razón era hora de decirlo. Un hombre me vio y me persiguió; sin embargo, pude esconderme hasta que se cansó de buscar. ¿Sería ese hombre parte del secuestro de Alek y Sonya?

Tragué saliva mirando cada toma. ¿Y si no estaba secuestrada? Ni siquiera la vi amarrada; estaba ahí por voluntad propia. ¿Acaso debía llamar al detective Dominik? Tal vez debería dejar que él se encargara de esto y no entrar en la jauría de esos lobos.

Pero tenía la sensación de que no se trataba de algo bueno. Debía volver, infiltrarme en esa mansión para que, de una vez por todas, si estaba ocurriendo algo, ella me lo dijera.

—¿Vladimir?

Un toque en la puerta llamó mi atención, así que apagué la cámara. Fui tan torpe que casi se me cae al suelo. Ni siquiera supe por qué actué de esa manera, pero comprendí que mis instintos me decían que no lo dijera, al menos por ahora.

—Estoy bien —le hice saber—. No te preocupes.

—¿No vas a cenar? Hice chocolate.

—Enseguida salgo —respondí.

—¿Seguro que estás bien? —volvió a preguntar con una nota de voz preocupada—. Estoy preocupada.

Me levanté y me encaminé hasta la puerta para demostrarle a mamá que todo estaba en orden.

—Todo está bien, mamá —le dije tras abrir la puerta—. No te preocupes.

—¿Me vas a enseñar las fotos, cariño? —cuestionó. Su rostro volvió a tomar esa tranquilidad y su sonrisa tierna regresó a sus labios.

Sonreí.

—Sabes que es confidencial, mamá.

—Hijo —acarició mi cabello—, deberías tener más seguridad en ti. He visto tus fotos y puedes llegar muy lejos. Son arte...

Fruncí el ceño.

—¿Qué hiciste, mamá? —pregunté con desconfianza—. Conozco ese tono tuyo.

Exhaló.

—Envíe tu trabajo a un concurso.

—¿Qué? —pregunté estupefacto. No. ¿Esto era una broma?

—Bueno, lo siento, Vladimir, pero... necesitabas un pequeño empujón. No quiero que te quedes con esa espinita en la cabeza de qué hubiera sido si...

Mi corazón estaba palpitando fuerte. No podía concebir que yo estaba participando en un concurso, que personas ajenas a mí iban a ver mi trabajo y que lo juzgarían.

No, no, no.

—Sé que tu padre te dijo que no eras bueno —volvió a hablar al ver que me quedé en silencio, analizando, tratando de persuadir para que no me molestara—, pero yo soy tu madre y veo tu potencial. Tu padre solo quería que te enfocaras en su empresa y por eso te dijo que no eras bueno en eso. Por favor, no odies, hijo, pero te envié por correo el concurso. Es muy bueno y si ganas te van a dar trabajo en una empresa muy prestigiosa.

—Mamá, no debiste hacer eso —exprese, casi frustrado. La ansiedad me carcomía—. No puedo concebir la idea de que las cosas que hago las verán más jueces.

—Jueces que no van a manipularte para que te centres en su empresa, sino que verán tu trabajo y le darán un valor más allá de sus deseos. Te quiero, hijo. Quiero lo mejor para ti. Y quiero que seas un fotógrafo profesional, que tengas tu propia galería y que vivas tus sueños, no los de tu padre.

Como si no tuviera tantas cosas de qué preocuparme, un problema más.

—El concurso todavía no ha iniciado, así que piénsalo bien, hijo.

Resoplé y me tallé el puente de la nariz.

—Está bien, mamá, lo pensaré. Pero... si decido no hacerlo, espero que lo entiendas.

Sonrió abiertamente.

—De acuerdo, mi amor. Ahora ven, que el chocolate se te va a enfriar.

(...)

Nos sentamos en la mesa y mi abuela sirvió el chocolate y luego se sentó frente a mí.

—¿Quieres queso? —preguntó ella, animada—. Sabe muy rico si lo pones dentro.

Abrí los ojos de par en par.

—¿Qué?

Mi madre rió.

—Esta mezcla la probé cuando viajé por primera vez a Colombia.

—¿Colombia?

—Sí —respondió—. Cuando estaba embarazada de tu madre, empezó a gustarme y me quedé con esa costumbre. Tu abuelo me llevó, fuimos de paseo.

—Vaya, has viajado mucho. Nunca había escuchado tal cosa, abuela. No, gracias, prefiero tomarlo de manera tradicional.

Sonrió.

—Bueno, como quieras, aunque te pierdes de lo bueno, cariño.

Le hinqué el diente a una de las galletas y me llevé la taza de chocolate a la boca. Estaba tibio, así como me gustaba.

Me dio curiosidad preguntar sobre aquella casona que se encontraba en medio de la nada, parecía ser una reliquia, un castillo de esos que veía en la televisión. Parecía el castillo de un sultán. Sin duda no pertenecía aquí, aunque estaba arraigada.

—Abuela —hablé después de ingerir el pan. Ella levantó la vista—. No sé si has visto una mansión que se encuentra lejos de aquí, a como media hora de caminata.

Frunció el ceño, pensativa.

—Lo pregunto porque la vi y me llamó mucho la atención...

—Ah, sí, sé de qué casa hablas —respondió—. Es la casa de unos señores. Son de clase alta. Ellos venían a vacacionar hace años; sin embargo, ha estado vacía por tanto tiempo.

Me entró más la curiosidad de seguir preguntando; sin embargo, no quería que ella sospechara algo o que creyera que algo andaba mal.

—No es algo raro, mamá —habló mi madre—. Sabes que estas personas ricas son así —rió—. Ellos se emocionan con un paisaje y luego aparece otro paisaje que los impresiona más y jamás vuelven al paisaje que los deslumbró por primera vez.

—Al parecer volvieron —dije—. Vi mucho movimiento en la zona...

No mencioné que un hombre me persiguió; no las quería preocupar. Sin embargo, entendí que si no volvía a repetir el diálogo sobre esa casa, ese tema moriría.

—¿En serio? —pude apreciar que su ceño se hundió con rareza.

—Sí, al parecer —contesté—. Están esas personas ahí y supongo que son las importantes, ya que hay guardias de seguridad.

—Eso no es una novedad, Vladimir —replicó la abuela—. Sabes que esas personas dejan a otros encargados.

—Gran manera de desechar su dinero —rieron las dos—. Yo no podría tener un lugar y dejarlo así abandonado. Sería abandonar todos esos recuerdos...

—Tal vez ellos murieron y sus hijos son los que quedan —habló ahora la abuela—. Sabes bien que suelen cambiar.

—¿Y... cuál es su apellido? —cuestioné con curiosidad. Estaba impaciente con eso porque si descubría a quién le pertenecía la casa, entonces iba a encontrar al culpable del supuesto rapto de Alekxandra.

La abuela se quedó en silencio, analizando las palabras.

—E... ¿Evil? —hizo una leve pausa y exhaló, acarició levemente su cuello e hizo una mueca de disgusto—. No lo recuerdo. Pero creo que así es. Evil comienza con Evil —asintió varias veces con la cabeza e hizo un mohín con los labios.

Mi madre lanzó muchas carcajadas al aire.

—¿Acaso Cruella de Vil...? —volvió a reírse mucho—. Eres tan divertida, mamá.

La abuela se contagió de la risa de mi madre y no me quedó otra cosa que también unirme a esas carcajadas. Pero con un gran vacío en mi pecho porque no logré dar con lo que quería. Para ello debía esforzarme más. Y temía que debía regresar...

Pero aquello no me pareció algo de lo que debería asustarme, no, porque si era Alek la que se encontraba ahí, la iba a traer de vuelta con los suyos. Tal vez esto se convertiría en mi otro pasatiempo favorito.

Me senté frente a la pantalla de mi laptop y entré al enlace que me envió una empresa. Suponía que era del concurso.

Estaba impaciente por saber de qué se trataba y, a la misma vez, no quería abrirlo porque no quería tomar una decisión precipitada y luego arrepentirme.

Mi sueño siempre fue ser fotógrafo profesional y tener mi propia galería, pero mi padre, al que una vez le enseñé con toda ilusión mi trabajo, me dijo que era mediocre y, desde ese momento, dejé de usar la cámara, dejé de usar mi arte. Y las fotos guardadas se fundieron con el polvo en el sótano de nuestra casa.

Me sentí un idiota y las inseguridades llegaron a golpearme con esas palabras despreciables que me había dicho la persona que me engendró.

—Mejor deberías trabajar en la empresa y dejar de estar perdiendo tu tiempo con algo tan mediocre. Recuerda que tu padre no se hizo millonario vendiendo fotografías.

Y mi mamá intercedió, pero él ni siquiera la escuchó; solo continuó menospreciándome y culpó a mamá por ser tan "blanda" conmigo y le dijo que no podía dejar que mi vida profesional se desarrollara. También me dijo que podría tener más talento siendo un hombre de negocios porque la fotografía solo podía ser un pasatiempo.

Moví el mouse y le di a la pequeña flecha para que me llevara hacia allá. Y cuando entré, leí el nombre.

Grupo Evliyaouglu-Yildiz.

Debajo, un pequeño anuncio.

Estimados usuarios:

Les informamos por este medio que el concurso se llevará a cabo dentro de una semana y les exhortamos a que continúen preparando su portafolio para que sea mostrado ante nuestros jueces. Ellos serán los responsables de ustedes de ahora en más.

El sábado próximo estaremos viendo sus trabajos conforme ustedes los envíen a nuestro correo y si pasan a la final, estaremos enviando un mensaje para ustedes y si es lo contrario, no.

Tragué saliva y la mano me tembló, pero continué leyendo.

Este es un programa para descubrir nuevos talentos y dar oportunidades a los fotógrafos principiantes, los cuales pueden ser profesionales y trabajar en nuestra área de imagen en nuestra nueva compañía Evliyaouglu Yildiz.

Que gane el mejor.

Se despide su colega: Kemal Demir.

Estas personas eran turcas. Jamás había escuchado hablar de ellas. Por lo que pude ver, también descubrí que eran una compañía de cosméticos y, buscando en internet la información correspondiente, llegué a la conclusión de que son muy populares.

Cielos.

Esto era una grandiosa oportunidad. Porque si yo ganaba este concurso, empezaría desde cero trabajando en una empresa y luego no sé qué pasaría.

Ya era mayor de edad y no quería seguir dependiendo del dinero de mis padres; era hora de que me independizara. Quería hacer una carrera en la universidad, pero no estaba seguro sobre eso; ya había mucho tiempo para decidirme.

Cerré el correo y apagué la laptop. Con la cámara en mis manos, me recosté y la luz de la cámara golpeó mi rostro; vi a Alekxandra nuevamente en tantas tomas. Parecía cansada y tenía frío.

Mi estado delataba lo incrementado que se encontraban mis sentimientos por ella. Tanto que estaba deseando volver a verla nuevamente. Las cosas hubieran sido tan distintas si no le hubiera jugado una mala pasada.

Ella me gustaba, no era como las demás y yo lo arruiné. Me arrepentía a cada minuto. E imaginaba un panorama, un panorama en el cual la invitaba a salir como un verdadero caballero y no como aquel patán que se burló de ella con Germán.

(...)

**Narra Emir.**

—¿Cómo puedo estar seguro de que eres tú? —le pregunté a la voz detrás del teléfono móvil.

—Elena no volvió, así que no hizo falta investigar; las cosas están claras.

Ensanché la comisura de mis labios en una sonrisa de suficiencia. No mentía y estaba totalmente interesado en hablar conmigo.

Me dio curiosidad saber qué tipo de relación tenía con Anya Porizkova; sin embargo, no podíamos tener este tipo de conversación por la línea, así que me tragué mi curiosidad.

—¿Qué deseas? —cuestioné, fingiendo que no tenía idea de quién era él.

—Quiero que me devuelvas a mi mujer —declaró. Su tono era frívolo—. Y a mi hijo.

—¿Tu hijo?

—Sí —afirmó—. Mi hijo, Andrés. Soy el padre de ese niño y lo quiero de vuelta. Si no me lo das, te mataré a ti y a cada uno.

Reí sin gracia.

—No puedes llevártelo —me negué—. Yo lo adopté; ante la ley, él es mío. Su madre me dio la custodia antes del plan, ya que no pudiste protegerla.

—Eso no son tus problemas —repuso—. Quiero a mi hijo conmigo; es el único que me queda después de que asesinaron a mi hijo mayor. Y si no me lo das, te mataré.

—Debes saber que no te temo —declaré—. Pero... déjame pensarlo; podemos llegar a un acuerdo y te devuelvo a tu hijo.

—¿A qué te refieres?

Reí.

—Te mandaré un mensaje con tu mujer —revelé—. Te daré las indicaciones. Ella será... mi paloma mensajera.

Y colgué.

No tenía miedo de lo que pudiera pasarme. El zar Cherny era un mafioso más de los que se tenían que mantener en la clandestinidad. Tal vez en su cabeza creía que yo era un pobre imbécil sin poder; sin embargo, no.

Su poder era nulo porque ni siquiera tenía la facultad de coincidir conmigo en alguna parte; tal vez viéndome en los periódicos. Era intocable y eso todos deberían haberlo sabido; de lo contrario, yo mismo iba a enseñarles que conmigo no se jugaba.

Si el zar Cherny cumplía con las indicaciones que iba a enviarle de mantener a mi cuñado lejos de la empresa, tal vez iba a reconsiderar devolverle a su hijo. Nada me hubiera hecho más feliz que desaparecer a Murad de la faz de la tierra.

Además, él tenía sus razones, ya que había asesinado a su primogénito, a esa rata que intentó asesinarme indirectamente. Por un lado, me alegraba porque no tuve que ensuciarme las manos con ese estúpido; como siempre, Murad haciendo el trabajo sucio.

Lo único que me preocupaba era que Sonya estaba en manos de Murad y me preguntaba qué diablos buscaba. Tal vez amedrentarme o sus intenciones con esa chica eran otras.

Increíble, si así era, entonces hizo mal en juzgarme. Él tiene a su esposa, que la ama con supuesta locura, y dos hermosos vástagos producto de ese matrimonio. Así que si ese mafioso no lo mata, podré incriminarlo con eso.

No le conviene estar en mi contra. Después de todo, estábamos a mano. Yo me estaba follando a la hija de la asesina de su padre y él estaba folando a una mujer cristiana.

Estaba impaciente por acabar con esta maldita guerra innecesaria; quería hacerle entender que no era más que un perdedor y que debía rendirse ante mí. Cosa que él nunca iba a hacer por su maldito ego. Pero para eso estaba yo, para demostrarle su lugar y que él no estaba hecho para ser un líder, solo un seguidor frustrado.

Quería volver con ella, deseaba estar con Alekxandra y pasar tiempo con ella, pero tenía que hablar con Zhera, ya que había sido un imbécil con ella, que lo único que había hecho era ayudarme.

Pero, ¿qué podía hacer si ella quería que la dejara ir? No debió siquiera mencionarlo. Aunque prácticamente fue la que me vio crecer, jamás supo quién era yo realmente. Incluso yo ni siquiera podía reconocerme. Me había convertido en una bestia, en un mal hombre; pero no me sorprendía, esto iba a pasar tarde o temprano. Mi alma se iba a corromper y no me arrepentiría de nada porque, por fin, estaba viviendo, por fin estaba sintiendo algo después de tanto tiempo.

—¿Qué haces? —pronuncié al mirar a esa mujer que tanto quería. Estaba de espaldas preparando un té, así que se giró y su ceño se frunció conforme me miraba.

Brincó en respuesta; al parecer, le había asustado. Se giró con la mano en el pecho y una expresión de sorpresa.

—Deberías avisar; sabes que puedes darme un infarto. No me gusta que aparezcas así de repente.

—Lo siento, no fue mi intención...

Me encaminé hacia ella para estar más cerca y ella se alejó más de mí, lo cual hizo que me detuviera, desanimado.

—Emir, no quiero hablar contigo —me respondió—. Ya sabes lo que hiciste. Así que no esperes que las cosas estén bien entre nosotros.

Se me apretó el pecho y mi corazón cayó sobre mi estómago, dejándome un mal sabor en la boca. Jamás en la vida me había hablado de ese modo tan decepcionado.

—¿Qué hice, Zhera? —cuestioné—. ¿Lo dices por lo del hospital? Escucha, no podía arriesgarme a perder a Alekxandra.

Al parecer, no le gustó lo que dije porque su expresión, además de decepcionada, mostró indignación. Y era algo que no podía controlar.

—Ella no quiere estar contigo —dijo—. Ella me dijo que quiere irse. Que abusaste de ella y que la mantienes cautiva en contra de su voluntad.

Continúe sintiendo ese mal sabor en la lengua y no supe qué más decirle. ¿Cómo iba a explicarle y que ella entendiera que lo que había entre Alekxandra y yo era un sentimiento? Y que jamás en la vida, ni con Janet, me sentí tan vivo.

—Cometí un error —admití—, pero eso no significa que no la quiera a mi lado.

Sonrió débilmente.

—Solo estás pensando en lo que quieres tú y no en lo que quiere esa joven. Como adulto, debes entender —replicó—, sabes que no voy a consentir esto. Tengo una hija de su edad y no le gustaría que le ocurriera eso. ¿Me oyes?

Asentí; sin embargo, no iba a abandonar mis pensamientos y sentimientos. Cuando se trataba de esa chiquilla, las neuronas se me quemaban y solo podía pensar en una cosa: tenerla aquí a mi lado.

—Ella me quiere —afirmé, como si estuviera muy seguro—. Ella me lo demostró en la habitación hoy. Que no lo veas no quiere decir que este sentimiento no exista.

—Estás enfermo —me miró como si no creyera en lo que me había convertido—. Por la única razón por la que no me voy es porque esa pobre chica me necesita. No quiero abandonarla.

—No me digas eso, Zhera —le pedí, devastado—. No puedes alejarte de mí. Eres como mi madre.

—Es porque te quiero que te aconsejo que la dejes ir cuando todo esto se solucione. Te dije que puedo cuidarla, no necesitas estar cerca de ella.

—Ella está embarazada de mí. ¿Crees que me iré y dejaré a mi hijo?

—¿Estás escuchando? No querías tener hijos con nadie. Y ahora resulta que quieres formar una familia con una chica adolescente. ¿En qué diablos estás pensando?

—Las personas podemos cambiar de parecer... Yo... la quiero, conmigo. Y la haré mi esposa.

—¿Qué? —¿Qué diablos estás diciendo? ¿Qué hay de tu esposa?

—No lo sé; ya voy a pensar en otra cosa, pero por ahora no me preguntes más.

—Dime algo —hablé después de su pausa—. ¿Cómo está la mujer?

—Ella está en la habitación —respondió con frialdad—. La verdad es que no ha querido comer.

—Enhorabuena —sonreí—. Por fin será libre.

—¿De qué hablas?

—La voy a dejar en libertad.

—¿Qué hay de sus hijos?

—Por ellos no deberías preocuparte; Andrés se va a quedar conmigo. Jamás permitiré que se lo lleve.

Abrí levemente la puerta de la habitación donde se encontraba Anastasia; ella, al verme, se levantó con rapidez y se abalanzó sobre mi pecho.

—¿Dónde está mi hija? —exclamó.

—Tienes que olvidarte de Alekxandra; ella es mía.

—¡Eres un bastardo!

—Pero no más que tú, Elena —repliqué—. Mientras estaba entre la espada y la pared y ese hombre no te respaldaba, querías sacar ventaja. Si ese hombre no hubiera dado su apoyo, Alekxandra ni siquiera supiera que resucitaste entre los muertos. Así que ella se queda conmigo, ¿me he explicado bien?

Tragó saliva.

—No tenía otra opción; Agus no me ayudó cuando le pedí que lo hiciera. Y no lo culpo; nosotros teníamos nuestras diferencias.

—Fuiste muy ingenua al dejar a tu hija conmigo, Elena. ¿Acaso piensas que sigo siendo el mismo?

—Ahora no puedo decir lo mismo, después de lo que le hiciste a mi hija, no.

—¿Qué hay de Andrés? No lo necesitas, por favor —rogó—. Devuélveme a mi bebé.

—No lo haré; no permitiré que él se vaya —pronuncié—. Él es alguien importante para Alekxandra, así que se quedará con nosotros.

Sus lágrimas se derramaron.

—¡¿Cómo puedes separar a una madre de sus hijos?! Eres un desalmado.

—Debiste pensarlo antes de darme el control... Ahora quiero que le des este mensaje al zar Cherny y dile que cumpliré con mi palabra si ejecuta mi orden. De lo contrario, no obtendrá lo que pide.

(...)

**Narra Alekxandra:**

Después de lo que pasó en la habitación, no pude siquiera estar en paz.

Estaba totalmente hechizada por ese enigmático hombre y me sentía totalmente avergonzada; avergonzada conmigo misma. Las cosas estaban tornándose turbias y eso me había provocado ansiedad.

Me sentí fatal por dentro porque yo no era así. Me comporté muy frívola con Evliyaouglu y me sentía muy culpable. Él intentó abrirse conmigo y, en su lugar, lo traté como si fuera una persona antipática y cruel.

Mi pecho se contrajo fuerte al recordar su mirada decepcionada. Pero, ¿qué podía hacer si él me había hecho lo mismo y no había demostrado ningún remordimiento hasta ahora?

Pero yo no era igual que él; yo era una buena persona y estaba segura de que nunca le haría un daño así a alguien. Por eso logré sentirme así.

No lograba comprender por qué, de un momento a otro, estábamos besándonos.

Posé mis dedos en los labios acariciando, añorando cada momento, sintiendo miles de corrientes eléctricas navegar en mi estómago. Estaba muy sensible; últimamente estaba deseando mucho hacer eso con él. Sin embargo, me había cohibido de pedirlo porque sabía muy bien que no iba a ser posible.

Media hora atrás había perdido todo ese control; el cóctel de hormonas no me ayudaba a lograr estar tranquila, ignorando esta necesidad de tenerlo entre mis piernas.

Ese beso, esa sensación cuando su lengua invadió mi boca... ¡Santo cielo! Fue como tocar el cielo con las manos. No podía negarlo, estaba sintiendo muchas cosas por él y ya era hora de aceptarlo; tal vez solo así iba a poder sacarlo lentamente de mi vida y no me asustaría tanto este sentimiento.

Me aterraba que mis pensamientos estuvieran tan cambiantes con respecto a él. Me producía mucho pavor como me estaba desquiciando de deseo por él. Si no hubiera sido por el bebé que estaba formándose, hubiera estado con él, en la cama, permitiendo que me hiciera suya las veces que él quisiera y como él lo quisiera.

Estremecí solo con pensar en cómo sus dedos acariciaron mi feminidad con ese toque tan superficial. Mi cuerpo tembló, ardió con esa sola caricia y mis entrañas palpitaron con una total locura. Cómo hubiera deseado que hiciéramos el amor.

Suspiré, queriendo tocar mi cuerpo como si él estuviera comunicándose conmigo para dejar volar mi imaginación y mis fantasías. Salí de mi trance cuando escuché que la puerta se había entreabierto.

Bajé lentamente las manos y atisbé el umbral de la puerta; la mirada que le dediqué era severa. Jamás se me olvidaría lo que mamá me hizo, era imposible.

Ella estaba llorando; sus lágrimas empaparon sus mejillas. Posó uno de sus dedos en su rostro para secarlas; sin embargo, era imposible porque ellas volvían a caer.

—¿Qué sucede? —inquirí alarmada. Levanté mi eje de él espaldar de la cama, intentando incorporarme.

—No te levantes —me pidió señalándome—. Y no te preocupes por mí. Vengo... —se aclaró la garganta—. Vengo a despedirme.

Me quedé observando estupefacta sus expresiones y no podía creerlo.

—¿A dónde vas? —cuestioné dolida al entender que estaba abandonándome.

—Me iré, Alekxandra, y no puedo decirte dónde estaré —respondió sollozando.

—¿Por qué? ¡¿Qué rayos sucede contigo?!

—Escucha, porque no sé cuándo nos volveremos a ver... Debes abortar a ese bebé —pidió entre el llanto; sus manos temblaban—. Hazlo antes de que sea demasiado tarde.

—¡Ya te dije que no! Me quedaré con mi hijo —la miré con desilusión—. No seré como tú, mamá, que me abandonas.

—No es porque yo lo desee; tengo las manos atadas, hija... Por ahora no tengo mucho que hacer.

—¡Todo esto es tu culpa! —exclamé—. Debiste decirme lo que estaba pasando; hubiéramos buscado una solución.

—¿No lo entiendes? Yo solo quería protegerte. Solo busqué una manera; aunque admito que no fue la correcta.

—Lárgate —le ordené—. No quiero volver a verte nunca más. 

—Tragué al sentir el escozor en mis ojos—. Pensé que al final te ibas a quedar; hasta pensé en darte otra oportunidad para enmendar tus errores. Sin embargo, quedé decepcionada nuevamente.

—Alek... Lo... lo siento. Yo volveré por ti, lo prometo. Te voy a ayudar a salir de esta maldita pesadilla.

—Es demasiado tarde, mamá —repliqué—. El daño que me hicieron es irreparable y sabes lo que es peor? —negó—. Que de esto no sé si pueda salir ilesa.

—Te amo, hija...

Se encaminó hasta la cama y dejó un papel cerca de la sábana que cubría mis pies. Luego se dio la vuelta y cerró la puerta.

Lloré con desconsuelo y me volví un ovillo en la cama ignorando ese maldito pedazo de papel.

—Ahora solo somos tú y yo, bebé. Tú y yo contra el mundo.

(...)

No sé cómo, pero me quedé dormida entre la cálida cobija que me cubría del frío. Estaba tan cansada que hasta respirar me parecía agotador. Abrí lentamente los párpados y me encontré con esa mirada zafiro observándome con atención.

Todo en mí se descontroló y esas emociones volvieron a poseerme los sentimientos.

—Dormiste cinco horas —cuando esa voz llegó a mi zona auditiva, mi interior empezó a convulsionar. Sentía como cada parte de mi piel se erizaba con el sonido de su voz—. ¿Te sientes bien?

Asentí en silencio.

—¿No te vas a ir? —pregunté.

—Esta noche me quedaré contigo.

Me puse muy nerviosa.

—¿Quieres comer algo? —habló nuevamente—. Pide lo que tú quieras; lo vas a tener —me sonrió con ternura.

—S-Sí —le contesté, anonadada totalmente. Su mano lentamente se escapó a la zona donde descansaban mis pies y me tomó desprevenida la forma en la que los levantó y los colocó en su regazo. Estremecí al tacto.

—¿Qué quieres comer?

—Quiero comer helado de fresas con mermelada.

Se me hizo agua la boca de tan solo pensar en ese sabor dulce, tanto que había empezado a saborearlo en mis papilas gustativas.

—¿Ya no te doy asco?

Sonreí con debilidad.

—No, ya no tienes ese horrible perfume.

Me dedicó una mirada gentil.

—Mañana podrás llamar a tu hermano —avisó—. Podrás verlo por videoconferencia.

—¿No me dejarás verlo personalmente? —cuestioné, con la esperanza de que su respuesta fuera afirmativa.

—Tengo que solucionar algunas cosas; luego hablaremos de ese tema. No te desesperes, pronto lo vas a ver. Podrás verlo y te vas a dar cuenta de que está bien cuidado.

—¿Por qué mi madre se fue?

—No te preocupes por tu madre... Ella tiene cosas que arreglar...

—Quiero saber todo acerca de ella.

—Ella no es quien tú crees que es. Todo lo que te ha dicho es mentira.

Fruncí el ceño.

—O sea, que no soy hija de ese señor.

—Por supuesto que lo eres; estoy seguro. Tienes el mismo lunar que tu hermana y... Tienes muchas fracciones de ella. Sin embargo, no todo lo que te ha dicho es verdad.

—¿Tú le dijiste que se fuera? —pregunté.

—Tenía que hacerlo; ya que ella tenía sus problemas aparte de los que tenía con mi familia —explicó—. No es mi culpa. Pero cambiemos de tema; no quiero preocuparte.

—¿Debo hacerlo?

—No, solo que estás embarazada y no quiero que te pase nada ni a ti ni al bebé.

—No va a pasarme nada.

—Eso espero —susurró. Empezó a masajear mis pies con movimientos delicados y lentos, con sus pulgares.

—¿Tienes frío?

Asentí. Sus dedos tibios estaban deslizándose lentamente en mi talón; se sentía demasiado relajante y su toque estaba desatando algunas sensaciones placenteras en mi parte íntima. Dios, podía sentir cómo mis entrañas estaban contraídas.

—Lo siento —pronuncié, insegura. Tenía la necesidad de excusarme por las cosas que habían pasado anteriormente. No había actuado como un ser humano. Y aunque intentaba ser algunas veces mala, no lo conseguía.

Él se mostró confuso.

—¿Por qué? —quiso saber intrigado.

—Por lo que te dije —contesté—. Yo no soy una mala persona y tu historia sí me conmovió... —jugué con mis manos temblorosas—. Pero me dejé llevar por la ira y creía que no mostrando importancia a tu desgracia ibas a sentirte miserable.

—Sé que no eres así —dijo—. Y entiendo que estás molesta y frustrada... Eres una persona distinta.

Dios, ¿por qué estaba hablándome así tan calmado? Me preguntaba dónde se había escondido aquella bestia de hombre. ¿Acaso él quería a nuestro hijo después de todo?

¿Nuestro hijo? No, él no iba a ser el padre de mi bebé; lo iba a mantener alejado siempre, aunque me costara lágrimas de sangre y muerte. Me iba a asegurar de que mi hijo no padeciera las cosas que yo estaba pasando en ningún momento mientras estuviera con vida.

Aprovechó para quitarme las medias, pero a pesar de que tenía frío no protesté; estaba tan curiosa por saber cuál sería su siguiente movimiento.

Levantó mis piernas y bajó levemente su cabeza; sentí su respiración cálida en mi piel y cerré los ojos, me concentré en esas sensaciones, las corrientes eléctricas, en mi respiración, esa que se contuvo, y en ese cosquilleo que tiró de los músculos en mi vientre.

Plantó uno que otro beso y yo suspiré, liberando una respiración acelerada.

—¿Qué haces? —posicioné mi cabeza hacia atrás cuando su lengua caliente se encontró con esa parte sensible de mi cuerpo. ¡Dios!

Tensioné mis dedos cuando su lengua volvió a probar, una y otra vez. Reprimí un jadeo tembloroso a causa de esa contracción muscular que me provocó esa deliciosa caricia.

—Cielos... —cuando su lengua atrapó mi dedo, no podía dejar de sentirlo e imaginarme que no eran mis pies; estaba deseando que subiera un poco más y que se perdiera entre mis piernas. Chupó mi dedo una y otra vez y apreté las sábanas—. ¿Pretendes... torturarme?

Se detuvo y subió su cabeza para mirarme; sonrió con malicia, posicionó sus manos en mis debilitadas y temblorosas piernas. Solo bastó con esa caricia brusca para sentir que humedecí mis panties.

—Todavía no lo has entendido, pequeña —se inclinó hacia adelante, tanto que su aliento podía tocar mi rostro—. El único que se tortura soy yo... Lo hago. No poder estar entre tus piernas me está enfermando.

Me quedé embelesada y aturdida, conteniendo las ganas de enredar mis brazos en su cuello y besarlo apasionadamente.

—Solo déjame probar tu coño, déjame saborearlo —propuso, inquieto; su mirada era suplicante y su voz bastante seductora.

Dudosa, me quedé lentamente en silencio asimilando las emociones carnales que estaba sintiendo por esas palabras sucias e indecentes.

—Solo déjame comer tu coño, así como tú lo deseas.

Acarició mi mandíbula en un agarre brusco, haciendo que mi mirada se conectara con la suya. Mi corazón estaba latiendo desbordado de locura.

—Déjame probar esas hermosas tetas —propuso sin pudor—. Lamerlas, chuparlas. Sé que lo deseas; tu estado lo delata.

Jadeé; no pude más, la impresión me ganó. Mis oídos no pudieron colaborar y no pude ignorar ese maldito fuego que estaba creciendo dentro de mi cuerpo.

Se acercó a mis labios lentamente y me besó; yo le correspondí. Me dejé caer en la cama y él encima mío, con delicadeza, sin ser invasivo, ni aplastante. Se aferró a mi cintura por un momento y su mano se deslizó por mis caderas; su pelvis, su pelvis se pegó a la mía, demostrándome cómo lo hice sentir. Solo sentir el roce de su virilidad me estaba debilitando la cordura. Mi clítoris estaba sintiendo una presión y cada vez que él se movía lentamente sobre esa zona, la presión disminuía y se convertía en placer y, cuando él me besaba, se intensificaba más esa sensación. Cuando su lengua recorría cada centímetro de la mía, sin duda esa suavidad, su calor, su olor corporal natural, nada podía ser más perfecto.

Me estremecí debajo de él y levanté una de mis rodillas para que con más facilidad su pelvis estuviera encima de la mía. Ese roce era mi delirio; podía sentirme navegando en un mar de miel, me convertí en una mujer débil, correspondiéndole a sus caricias.

Su mano se introdujo por mi pantalón de pijama y jadeé cuando sus dedos calientes resbalaron entre los pliegues de mi vagina.

—Eres fascinante —murmuró mientras sus dedos se movían entre mis labios buscando mi parte más sensible, esa que estaba desquiciada o tal vez hinchada y deseosa de que me hiciera llegar al punto más alto del placer.

Me quedé en silencio y mis manos tocaron su brazo firme.

—Emir —murmuré y mordí mis labios al sentir el placer recorrerme toda la piel. Con su otra mano libre, desabotonó mi pequeña camisa blanca que dejaba notar mis erectos pezones por la tela fina.

—Debemos parar —pedí, pero era demasiado tarde; él había poseído mi aureola y esa succión que le proporcionó me invitó nuevamente a perder la cordura.

Me removí inquieta conforme lamía y devoraba esa zona.

Reprimí un jadeo tembloroso y ni siquiera podía centrarme en lo correcto porque lo que yo deseaba era más fuerte que todo.

Lo deseaba a él, embistiéndome, besándome; extrañaba la dureza de su miembro en mi interior, deslizándose duro, suave. Deseaba eso, tanto que pensarlo me llevó al punto más alto del éxtasis.

—¡Maldita sea! —chillé—. ¡Cielos!

Mi cuerpo tembló debajo del suyo y los escalofríos navegaban por toda mi espalda, cerré los ojos debilitada completamente y me dejé ir en la cama. Mi mente se sintió relajada y por un momento olvidé.

—Todavía no he terminado...