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obsesión enfermiza

Narra Emir:

—Últimamente estás muy raro —argumentó —sabía que andabas en algo.

—Siempre tan perspicaz tú.

—¿No me vas a contar de quién se trata?

—Por ahora no puedo decirte.

—¿No te das cuenta de lo que está pasando? Estás repitiendo la misma historia y, si no maduras, vas a seguir embarazando prostitutas.

Me molesté por ese comentario que lanzó al aire Kemal. Él ni siquiera sabía cómo eran las cosas. Detestaba cuando todos querían hacerlo como si yo fuera un títere al que todos pudieran manejar o como si yo fuera un niño.

—Ella no es una prostituta. Tú no sabes nada, Kemal —le señalé— así que te sugiero que no hables así de ella.

—Yo sé cuáles son las clases de mujeres con las que te acuestas —atacó— esas mujeres que solo les interesa la fortuna de nuestra familia. Acuérdate que te ha pasado antes.

—No eres quién para juzgarme —repliqué—. Tú te enamoraste de un miembro de tu familia y solo estás esperando a que me divorcie para cogértela, sin importar que sea de la familia. ¿Qué dirá Murad o Melek si se enteran de lo que sientes por mi esposa?

Silencio. Adoraba cómo se quedaban en silencio cuando le demostraba que ellos tampoco eran perfectos. Negó con la cabeza y respiró profundamente.

—Nunca debí admitir lo que sentía por ella —declaró—. Ahora lo vas a utilizar en mi contra cada vez que te dé un consejo de amigo.

—Estás siendo injusto conmigo, Kemal —dije— estoy seguro de que tú no le dijiste lo mismo, estoy seguro de que cuando tu hermana te dijo que estaba embarazada decidiste apoyarla sin entrometerte en su vida.

—No sabes cómo pasaron las cosas —replicó ante mi ataque sin mirarme a los ojos— no sabes qué es lo que sucede. Tú no sabes nada, Emir.

—¿Qué tal si comienzas por explicarme qué es lo que sucede? Así logro entender este enfermizo problema que tienes con esa mujer. Es como si ella maneja tu vida y tus movimientos.

—Necesito hablar contigo de lo que va a pasar con Bahar —cambió de tema —Ella ya quiere irse lejos de aquí. La noto muy estresada.

—Tal vez está estresada porque piensa que si se queda el padre del bebé podría saberlo.

—¿Cuándo nos iremos? —ignoró mi comentario, estaba tenso. Él estaba dispuesto a irse con Bahar, pero noté que en lo que decía no estaba incluida Samira.

—Kemal, ¿Samira aceptó irse con ustedes? —cuestioné. Me parecía raro que Kemal excluyera a su prometida de sus planes, ya que estaban demasiado eufóricos y desesperados por celebrar unas bodas. ¿O acaso solo era su prometida que tenía esas emociones y él no las compartía?

—No quiero hablar de ello, Emir —respondió y acomodó su corbata. Otro reflejo tenso.

—¿Ya lo sabe?

Me refería a que si Samira sabía, ya que él había desistido de su matrimonio con ella o todavía estaba haciéndose ilusiones con él. La pobre chica estaba enamorada hasta los huesos de él.

Negó con la cabeza.

—No puedo decirle todavía —respondió—. Ya no me sigas preguntando. Cada vez que pienso en ella me duele el estómago. Pero no puedo dejar a Bahar sola, no ahora, no puedo darle la espalda a ella.

—Sabía que ibas a decir esto, Kemal. ¿Sabes? Es raro que Bahar no quiera decirme quién es el padre de su hijo y que tú tampoco lo sepas...

Desvió la mirada hacia la roja alfombra, en silencio, y no pude evitar analizar esa maldita actitud de él. Si él se acostó con Bahar y la embarazó, entonces me estaba viendo la cara de estúpido.

Quería creer que no era así, pero esa actitud de él delataba todo. Mi cabeza estaba demasiado confundida y eso no dejaba de dar vueltas. Recordé cómo miraba a Bahar cuando pensaba que nadie lo observaba, recordé cómo la defendía, cómo buscaba su mano; recordé cuando éramos adolescentes, que se pasaban muchas horas encerrados en la habitación mirando películas románticas.

Sin embargo, algo hizo que detuviera mis pensamientos: era Kemal, el hijo perfecto. El que nunca tuvo problema en casa. El hijo que no era inmoral, el que no tenía defectos, el que nunca hizo enojar a su padre. El de las relaciones serias, el que nunca se acostó con una mujer sin ningún compromiso de por medio llamado relación amorosa.

Y lo más importante, él era mi amigo. Y jamás me traicionaría. ¿O sí? ¿Acaso los sentimientos por su hermana eran más fuertes que su lealtad? No lo dudaba, pero algo tenía que detenerlos y era el simple hecho de que ellos eran como familia. La tradición. Bahar jamás haría eso. Pero, ¿qué es lo que los detenía ahora? —pensé— Nada.

Él se fue por cinco años y se alejó de todos nosotros y fue al día siguiente de mi matrimonio con su hermana. Aún recuerdo cuando Bahar se casó conmigo, él asistió a la boda y en la noche se embriagó.

Bahar me confesó que no sentía nada por mí y yo le confesé que no sentía nada. Le confesé que estaba enamorado de otra persona, ella lo aceptó, ella me pidió que no le fuera infiel, que iba a esforzarse por este matrimonio, que ella nunca iba a serlo conmigo, sin embargo, no cumplí con mi parte y la dejé en ridículo.

—Emir, yo...

—¡Hola! —esa voz de niño hizo eco en el pasillo.

Kemal frunció el ceño, buscando de donde provenía esa voz.

—¿De quién es esa voz?

Me tensé.

—¿Hola? ¿Alex? ¿Hermana?

—¿Acaso hay un niño aquí? —cuestionó.

—¿Tío Emir? —continuó—. ¿Dónde estás?

Miré la puerta y pude apreciar como el picaporte se giraba con dificultad. Y en ese mismo momento supe que no tenía alternativa, ellos iban a ver al niño.

—Estás aquí.

Parecía aliviado cuando me encontró, pero al mismo tiempo su semblante estaba diferente, como estuviera sufriendo por algo.

Kemal volteó y se quedó observando al pequeño niño rubio, sus ojitos verdes estaban entrecerrados y pasó una y otra vez el dorso de sus pequeñas manos, estrujándose los ojos; tenía sueño.

Me levanté de la silla y cargué al niño en brazos, intenté esconder su rostro lo suficiente como para que Kemal no lograra verlo. Kemal se levantó, se acercó y movió la cara para observarlo más de cerca.

—Emir, ¿quién es él? —sonrió como un bobo. Había olvidado lo mucho que le gustaban los niños.

—Es el hijo de una trabajadora —mentí.

—Pensé que no te gustaban los niños —me dijo— pero ya tienes un sobrino nuevo.

Demonios, había olvidado por completo que Kemal conocía la cara de los hijos de Anastasia. Puesto que el consejo de los ancianos se habían reunido todos en una habitación. Incluso Melek, la madre de Bahar, podría conocer a ese niño desde una larga distancia. Jamás olvidarían esos rostros.

Lo ignoré. Noté que el niño tenía las mejillas rosadas y la temperatura no era normal; cuando su piel hizo contacto con la mía pude sentir que estaba ardiendo.

—Estás ardiendo —le dije—. ¿Te sientes bien?

—Me duele mucho la pancita —balbuceó con inocencia—. No me siento bien. ¿Dónde está Alex?

Hizo un leve puchero y comenzó a llorar.

—¿Alex es tu madre? —preguntó y el niño se giró hacia él para mirarlo.

—No, es mi hermana —respondió con un leve puchero.

A Kemal se le borró la sonrisa del rostro al comprender de quién se trataba y me maldije y a la institutriz inepta que no pudo mantener a Andrés por mucho tiempo en su habitación, atendiendo las necesidades del niño.

—¿Dónde te duele? —cuestioné y señaló hasta su pelvis.

—Aquí, duele mucho. Debajo de mi ombligo.

Kemal me miró, su ceño ligeramente fruncido por la confusión.

—Puede ser la apendicitis. Tenemos que llevarlo a urgencias —propuso sin dejar de mirarme extraño.

—¿Estás seguro?

—¿Te duele mucho? —le preguntó a Kemal en un tono paterno— ¿Puedes caminar bien?

—Me duele al caminar —respondió.

Bahar apareció en nuestro campo de visión y cuando vio al niño en mis brazos se asombró.

—Vaya, tenemos un visitante —sonrió—. ¿Quién es este bebé tan bello?

Andrés frunció el ceño. Y la miró buscando en ella algo.

—Eres igual que Alex — con su pequeña mano acarició la barbilla de Bahar y ella sonrió.

—¿Alex? ¿Quién es Alex? —preguntó ella con confusión y miré a Bahar detenidamente encontrándome con un leve parecido. No lo había notado, pero tenían el mismo lunar encima de la comisura de sus labios. Alek tenía muchas fracciones distintas, pero ambas tenían algunas características físicas de su padre, aunque también tuvieran de sus madres.

—Mi hermana —respondió nuevamente, y se quejó. Así que aproveché para sacarlo de mi despacho.

Volvió a quejarse.

—¿Por qué llora? —quiso saber.

—Tiene dolor, estoy seguro que es apendicitis —contestó Kemal.

—Pues tenemos que llevarlo al hospital —propuso Bahar— no podemos dejarlo así.

—No. Tú te quedarás aquí.

—¿Por qué?

—Estás embarazada, no puedes salir al hospital a menos que sea necesario, linda.

—Por favor, Kemal. Me tratas como si yo fuera una mujer enferma.

—Ustedes pueden quedarse, yo me encargaré.

(...)

—Señor Evliyaouglu 

Al final escuché esa voz en el pasillo, la voz de la institutriz inepta.

—Lo siento mucho —se disculpó— tenía dolor y solo fui por una medicina.

—¿Estás consciente de lo que hiciste? Todos vieron al niño —le reproché— ahora estoy metido en un gran problema por tu ineptitud.

No supo qué decir, así que solo asintió.

—La dejaré en el hospital con el niño —le avisé— use el nuevo nombre con el que está registrado: Recuerde que su apellido es Evliyaouglu.

Asintió.

—Si preguntan por su padre, dígales que están en un viaje de negocios. Que usted es su nana. Manténgame al tanto de todo. Llame al número de emergencia que le di si quiere comunicarse conmigo.

Los acompañé a la salida y le di la orden al chófer de que llevara a Andrés al hospital. Y así lo hicieron.

Cuando regresé, Kemal estaba esperando impaciente por preguntarme sobre el niño. Lo pude ver en su rostro.

—Pensé que ibas a ir con ellos —me abordó— pero tenía demasiadas expectativas erróneas.

—Él tiene a su madre —mentí— ya le brindé mi ayuda. Por él no te preocupes.

—Me sorprendes —pronunció— ¿acaso crees que soy un estúpido? Se perfectamente quién es ese niño, y no sigas siendo un descarado.

—¿Qué es lo que deseas, Kemal?

—¡Exijo una explicación de por qué el hijo de esa asesina se encuentra en esta casa!

Sonya:

Mi estómago se contrajo y me incliné hacia delante para dejar salir todo lo que había ingerido. El vómito cayó en mis botas de cuero. Las imágenes de lo que había ocurrido se repetían una y otra vez en mi cabeza y comencé a temblar de miedo.

Las lágrimas de horror no dejaban de mojar mi rostro y fue en ese momento que supe que debía escapar. No podía quedarme ahí, esperando.

Este hombre era la representación del diablo y estaba segura de que si hubiera existido un contrincante, él hubiera sido su adversario.

Respiré profundamente, buscando aire para mi garganta, la cual estaba casi cerrada por la ansiedad que estaba invadiendo mi cuerpo. Mi cerebro estaba en blanco, intentando procesar todo, pero no pudo.

Y corrí, buscando una salida, pero sentí como unos grandes brazos aprisionaban mi cuerpo, no permitiéndome dar un paso más. Todo ocurrió de repente.

—¡Déjeme ir! —grité, y a la misma vez, cubrió mi boca, no dejándome gritar.

—Guarde silencio —ordenó con frialdad muy cerquita de mi oído— por su culpa he matado a mi mejor hombre. Le dije que no le haría daño —gemí de angustia y solloce contra sus manos, las cuales tenían el olor a metal impregnado— pero al parecer no debo confiar en usted, Sonya.

Quise gritar fuerte, pero mi grito se ahogó y quedó aprisionado contra la piel cayosa de sus palmas.

Aproveché para abrir levemente mi boca y morder con ímpetu esa parte dura de la palma de su mano, lo hice con fuerza, pero ni siquiera se quejó.

—Eso que está haciendo no va a dar resultados —dijo— puede arrancarme toda la carne que quiera y yo no la soltaré.

Descubrió mi boca al notar que intentaba decirle algo.

—¿Qué quiere de mí? —grité y un sabor metálico se mezcló con mi saliva. Y comprendí que mis dientes lo habían herido.

A pesar de que mano soltó mi boca, su otro brazo que se posaba en el área de mi estómago se quedó ahí, inmóvil.

—Quiero que sea mía —respondió ronco— por eso está aquí, conmigo.

Me quedé inmóvil ante esa confesión.

—Está loco —murmuré atemorizada— usted dijo que me dejaría ir, lo prometió.

—Cambie de opinión —besó mi mejilla y pegó su pelvis a mi trasero. Sentí escalofríos por todo el cuerpo y me estremecí—. Usted se va a quedar conmigo, Sonya.

Continué llorando.

—Por favor, déjame ir —le supliqué— le juro que no le diré nada a nadie —tragué saliva— le juro que... Se lo juro.

Rió levemente contra mi cuello.

—¿Usted cree que me importa si le dice algo a alguien? Me tiene sin cuidado lo que pueda usted decir de mi persona.

Besó mi cuello y apreté los dientes, reprimiendo un jadeo tembloroso.

—Está temblando.

Con la yema de sus dedos trazó líneas inexistentes en mis caderas y me removió inquieta. Ese hombre estaba loco y yo estaba demasiado asustada como para moverme.

—¿Cómo no voy a estar temblando? Usted es el diablo.

—Aun así, usted insiste en provocar mi ira —dijo— supongo que no me tiene miedo. ¿Es usted masoquista, Sonya?

Negué con la cabeza.

—¿Me matará? —inquirí, mis piernas temblorosas, a la expectativa de su respuesta.

—¿Cómo podría matarla? Ya le dije que no me interesa asesinarla. ¿Cree que si quisiera, estuviera respirando?

—¿Qué planea hacerme?— cuestioné— no le sirvo para nada, quiero que me deje ir, no sé nada de lo que usted quiere saber.

—Planeo hacerle tantas cosas —hizo una leve pausa mientras acariciaba mi hombro ensuciándolo de sangre; luego me volteó, subió levemente mi barbilla para que lo viera a los ojos. Su mano ensangrentada descansó en mi mejilla. Temblé ante su tacto tibio — Voy a castigarla — su mano bajó a mis labios y los acarició, ya no sabía que más tragar porque mi garganta empezó a secarse y mi corazón estaba próximo a estallar contra mi esternón.

Me tomó en brazos en contra de mi voluntad.

—No lo haga más difícil, Sonya — respiró el aroma de mi cuello— no sea testaruda.

Empezó a repartir besos mojados en mi cuello y grité fuerte. Mis huesos saltaron debajo de mi piel entumecida.

—No grite — ordenó de forma firme y solo eso bastó para obedecer su mandato— Nadie la va a escuchar. Y aún así, aunque la escuchen, nadie se atrevería a interrumpirme.

—Por favor, no me haga daño.

—No lo haré — negó en un tono tierno y paternal pero por más que quiso demostrar esas emociones se escuchaba tenebroso— no pienso hacerlo, no soy de los que lo hacen a la fuerza, estoy seguro de que usted misma lo va a pedir muy pronto.

—¿Y por qué me toca de esa manera?

—Es mi forma de marcar territorio. ¿No le dije que quiero que sea mía? ¿No entendió?

—No, no quiero esto, solo quiero irme.

—Eso no será posible, princesa— rió con malicia pero se veía endiabladamente atractivo—. Si supiera cuántas veces soñé con este momento de tocar su piel. Desde que la vi, no he dejado de pensar en usted.

—No sabe lo que dice— quise convencerlo pero ya se me terminaban los argumentos— no soy nada especial...

—Lo es para mí.

Pegó mi cuerpo de la pared y este se estrelló con brusquedad, se colocó detrás de mí. Con su mano me tomó de los brazos y los colocó hacia atrás, no podía ver que pretendía hacer pero no pasó mucho tiempo hasta sentir el metal frío aprisionando mis manos. Eran unas esposas, así que una vez más era una maldita prisionera.

—Está loco— le dije— es un loco. Maldito violador. De seguro es de los que violan y maltratan a las mujeres como ese maldito infeliz.

—No lo soy— pronunció— a pesar de las ganas que le tengo no me atrevería abusar de usted.

—Usted me tocó— le recordé— usted tocó mi cuerpo. No venga a dárselas ahora de caballero.

—Pero usted no puso resistencia— replicó— ahora, déjeme ayudarla a caminar. No corra, puede caerse.

—No puede retenerme aquí en contra de mi voluntad— intenté convencerlo pero el hombre cubrió mi boca con una mordaza.

—¿No le dije que guarde silencio? A veces necesito silencio para pensar.

Gruñí desesperada contra la tela.

—¡Maldición! No grite— ordenó airado— necesito silencio.

Escuché unos pasos provenientes de la oscuridad, así que me quedé en silencio para escuchar lo que decían.

—Tenemos un problema, Murad— dijo una voz desconocida— tus hombres están abandonando la zona.

—Lo que me faltaba — habló en respuesta— reúne a todos los que están de mi parte. Iremos de cacería. A mí nadie puede dejarme. Esos malditos maricas las pagarán caro. Yo les di poder y por lo tanto, puedo quitárselos.

—No deberías subestimar a esos hombres —le aconsejó— están muy molestos porque derramaste la sangre de un miembro de tu familia por esta mujer que no parece más que una puta barata.

Escuché un golpe y unos quejidos masculinos. La pared tembló por el sonido estruendoso que hizo el cuerpo del hombre cuando se estrelló con brusquedad.

Lloré tras no poder ver lo que pasaba. Temía que si ese hombre mataba a su patrón, él estuviera pensando en quitarme la vida.

—¿Quieres que te mate?— le gritó colérico y sofocado—. ¿Acaso quieres morir? ¿Quieres que te corte en pedazos, infeliz?

—No — respondió con voz temblorosa— por favor, no lo hagas Murad. Escucha, lo siento. Pensé que no era un problema llamarla de ese modo.

—Desde ahora, ella es mi mujer, ella es mía— mencionó con severidad— quien se atreva a tocarle un pelo mientras yo esté vivo, lo haré trizas. Si lo dudas, puedes ir a ver a cerdar y a Mehmet. Quiero que regreses y que le digas a tus hombres que regresen aquí, no les conviene retarme.

—¿Y si ellos no temen?— cuestionó— si ellos no quieren venir?

—Los mataré — reveló y yo temblé ante esa maldita amenaza, no le cabía la menor duda de que tal vez no iba a salir con vida de este maldito lugar. Era un hecho. No podía confiar en él, quien me mantendría con vida; al parecer, ese hombre no era confiable y yo era una simple chica con la cual se había obsesionado.