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La hija bastarda

—¿Puedo sentarme aquí?— levanté la vista de mi plato para confirmar si realmente esa voz pertenecía a la persona a la que le advertí que mantuviera su distancia.

—¿Qué quieres Vladimir?— pronuncié irritada al darme cuenta de que no respetaba mis límites.

—Solo quiero sentarme a tu lado— respondió con obviedad — no voy a molestar, lo prometo.

Reí con sarcasmo, era increíble lo cínico que podía llegar a ser.

—Tu presencia es más que suficiente para no ser de mi agrado— le dije en voz baja. Arrastró la silla y se sentó a mi lado. Le dediqué una mirada de desaprobación.

—Lo único que quiero es que aceptes mis disculpas. Alekxandra, no es porque te tenga lástima, pero sabes el tipo de chico que soy.

Hundí el entrecejo con desconfianza. Pensé que lo conocía, pero las apariencias engañan.

—En realidad no sé cómo eres, admito que te puse la etiqueta de una persona respetuosa y estudiosa, sin embargo creo que te define muy mal—le dije. Negó con la cabeza.

—No te equivocaste cuando pensaste todo eso de mí — murmuró y tomó aire, se quedó en silencio unos momentos y desvió la mirada. —creo que te moleste con Germán porque ese día me sentía muy mal y creía que haciéndote pasar un mal momento me sentiría bien.

Lo miré extrañada.

Mordió sus labios y observó mi semblante confundido, ni siquiera estaba entendiendo su contexto.

Dejó salir el aire que llevaba suprimido y su pecho se desinfló.

—Mis padres se divorciaron ese día, tenía una crisis familiar, entonces hice por primera vez un acto de rebeldía para llamar la atención de mis padres. Sabía que ibas a ir a la oficina del director pero no entiendo por qué nunca me pusiste en evidencia. Me porté como un imbécil. Lo siento. —se disculpó — Y sí, siempre me has gustado, mentí cuando te dije que no.

Me quedé desconcertada por esa confesión y mi corazón comenzó a latir muy deprisa. Pero que tuviera problemas con sus padres no le daba ese derecho de tratarme así. Así que no, me importaba un bledo lo que estuviera diciendo. Estúpido.

—¿Qué es lo que deseas? — cuestioné en un murmullo. -- ¿Cuál es el objetivo? ¿Por qué me dices todo esto?

—Porque quiero salir contigo —respondió. — porque me encantaría ser tu pretendiente.

Hubiera querido decirle que no, pero solo lo observé analizando la situación y dudé de emitir una palabra.

—Yo... no creo que sea la correcta. Acepto tus disculpas, pero no puedo salir contigo, porque tu osadía no se puede premiar— tragué saliva— espero que lo entiendas. No tengo ningún problema contigo, pero no puedo, porque me estaría faltando el respeto a mi misma.

Su semblante se desencajó, se notaba desanimado y desesperanzado al no darle una respuesta afirmativa, pero me dedicó una sonrisa amistosa.

—Bien, me alegro que hayas aceptado mis disculpas. Cualquier cosa que necesites, no olvides que estoy aquí, tienes un compañero más.

—Gracias Vladimir — le sonreí abiertamente.

(...)

—¿Estás bien?— preguntó Sonya— ¿segura que quieres estar aquí, segura que estás lista?— cuestionó Sonya al ponerle las balas a la pistola que usaría. Estábamos en clases especiales que brindaba el instituto, nos enseñaban muchas actividades entre ellas defensa personal.

Asentí con la cabeza. No podía retrasarme en mis deberes académicos; si en la escuela me empezaba a ir mal, mi mundo se derrumbaría.

Ya fallé en obtener mi libertad y la de mi hermano, solo me quedaba este objetivo: estudiar. No podía perder lo único que me quedaba. Esta era una de las mejores escuelas, y me esforcé al máximo para obtener mi beca, no podía darme el lujo de faltar. De mis calificaciones y mi trabajo académico dependía todo.

—No te preocupes, podré soportarlo— informé —no es tan malo después de todo. Al menos voy a tener la mente ocupada.

—Lo digo por... — se acercó a mí para susurrar con inseguridad— puedes recordar el suceso de tu madre— dijo. Tenía miedo de inconscientemente hacerme daño con sus palabras.

—Tú también deberías tener cuidado, recuerda que tú estabas ahí cuando le dispararon a mi madre. Supongo que no has dormido bien estos días.

—No ha sido fácil. Mamá dice que tengo que ir a terapia, porque en las noches me levanto por las pesadillas.

Me sentí muy mal. Era una mala amiga, ya que ni siquiera sabía por lo que estaba pasando Sonya. Estaba tan centrada en lo que estaba pasando en mi vida, que ni siquiera le había preguntado cómo se sentía.

—Dime, ¿Cómo has estado? Me siento muy mal, tú siempre estás para mí pero... yo ni siquiera lo sabía —acaricié su hombro.

Ella suspiró, y sus ojos se cristalizaron.

—Siento que ese hombre enmascarado va a irrumpir en mi habitación y me disparará en cualquier momento, porque yo fui testigo de la muerte de tu madre — explicó con la voz temblorosa. — Mamá no quiere que salga, las veces que he salido de la casa es en compañía de Agustín y estoy paranoica.

—Lo siento, amiga, siento que tuvieras que pasar por eso.

—Es difícil. La policía me interrogó, y yo les dije todo lo que sabía, pero no han dado con la persona que la asesinó.

—A mí tampoco quisieron darme información sobre el asesinato de Anastasia. Ese hombre no lo permitió — apreté la mandíbula — lo odio— pronuncié mirando hacia la nada.

Sonya negó con la cabeza y me observó dubitativa por mi repentino cambio de emociones.

—¿Qué sucede?— me acerqué y acaricié su brazo — ¿Por qué tienes esa cara?

—Hannah ha esparcido rumores...— respondió —dice que tu madre...

La observación fue detallada y una profunda angustia invadió mi pecho: había más dolor, nervios y un cóctel de emociones desconocidas; incluyendo ira, enojo e impotencia por no poder golpearla, no porque no quisiera sino porque no debería perder todo por lo que había luchado.

Tragué y bajé la cabeza cuando sentí ardor invadiendo mis ojos y el incómodo nudo en mi garganta.

—Dijo que tu madre es una cualquiera—, continuó— que se metió en la relación de Alekxander y naciste tú... también dijo que tu madre estaba metida en malos pasos, que estaba relacionada con las drogas y por eso le dispararon y le quitaron la vida.

Apreté mis labios suprimiendo un gruñido enfurecido.

—Ya, Sonya, no sigas— le pedí.

Nunca me había sentido tan expuesta.

—Lo siento, no quería decirlo, pero no quería que te tomara por sorpresa — Sonya acarició mi brazo brindándome el apoyo que necesitaba—. Solo quiero que no pienses en eso, si alguien te habla del tema trata de ignorarlo.

No era fácil ignorar todas esas palabras despectivas, y ese irrespeto a la memoria de mamá comenzó a enfurecerme porque nadie tenía el derecho de hacerlo.

Esas horas de preparatoria, sin lugar a dudas, eran las más sofocantes en ese momento porque los estudiantes lanzaban indirectas cada vez que tenían la oportunidad.

Hannah era una de esas estudiantes que no perdía la oportunidad de lanzar miradas burlonas, miradas ignoradas. Esa desgraciada estaba disfrutando al verme tan abatida, por lo que intenté sostener la mirada, no la bajé como ella quería, no le daría ese placer.

Hannah una vez intentó ser mi amiga y nos llevábamos bien, pero de un momento a otro se comportó raro y se alejó de mí, empezó a esparcir rumores de mi vida personal. Divulgó que mi padre no estaba casado con mi madre y que yo era producto de una aventura.

Luego la puse en evidencia y ni siquiera tuvo el valor de decírmelo. Supe que le gustaba Vladimir Petrov y lo descubrí porque los vi besándose en una fiesta.

Ni siquiera podía entender su mala vibra, si le gustaba él solo tenía que decirlo, no tenía sentido iniciar una competencia estúpida.

Ella dejó de hablarme el verano pasado y si lo pensaba bien, nunca fue mi amiga. Esa no era el tipo de personas que yo quería como compañera, sin embargo, intenté darle una oportunidad a pesar de eso.

—Supe que Anastasia fue asesinada — se atrevió a dirigirme la palabra —pero no me sorprende, ya que si fue capaz de casi romper un matrimonio, pudo haberse metido en cualquier cosa turbia...

Levanté la mano para indicarle que guardara silencio.

—Tú no sabes nada, así que guarda silencio — musité entre dientes para que nadie escuchara.

Ella esbozó una sonrisa maliciosa.

—¿Tienes miedo de que todos aquí empiecen a hablar de tu vida? — me miró a los ojos—. Te da vergüenza, ¿No es así? Te avergüenza ser la hija ilegítima de tu padre. Creo que todo te sale mal, incluso Vladimir te ha rechazado.

Sí, me daba mucha vergüenza saber cómo mi madre me había concebido en una relación tóxica con un hombre que solo quería satisfacer sus necesidades biológicas con una mujer hermosa. Él nunca quiso tener algo que ver conmigo, nunca quiso formar parte de mi vida por esa razón, y dolía saberlo, pero más me dolía que las personas me lo restregaran en la cara.

Me enfurecía porque las personas creían que tenían el derecho de juzgarme, como si yo tuviera la culpa de haber sido concebida de esa manera.

Dicen que los pecados de los padres los pagan los hijos.

—Si tengo o no vergüenza, no te incumbe, estúpida — mascullé.

—Arrástrate — le dijo Sonya —. ¿Crees que no me he dado cuenta de cómo te la pasas detrás de esa persona que no te hace caso? Eres desvergonzada.

—A diferencia de ti... — negó, mirándome de arriba abajo —. Al menos no estoy con un ex convicto y un delincuente — sonrió con malicia, me miró —. Dime, Alekxandra, ¿Qué se siente ser rechazada? ¿Qué se siente saber que perdiste?

Reí sin gracia.

—Que yo esté con un ex convicto no justifica que seas una arrastrada — respondió Sonya.

—¿Crees que pierdo algo si no le gusto? Yo lo tengo todo y no tengo la necesidad de perderme por un imbécil — respondí. — Y no, no le estaba rogando, no todas son como tú.

—Claro, porque tú eres especial y diferente, ¿No es así? — replicó con ironía. — Admite que yo gané, Vladimir siempre será mío y tú solo serás una espectadora observando cómo te despojo de la oportunidad.

Noté que estaba insegura, una mujer segura de sí misma no tendría tiempo de competir con otras, y ella estaba haciendo todo esto porque me veía como una competencia.

Así que al diablo.

¿Cuándo la gente iba a entender que no todo giraba en torno a ellos?

Yo simplemente estaba existiendo y ellos tenían un complejo de mártir.

—Vamos, Sonya, no quiero perder el tiempo con esta arrastrada.

Nos alejamos de Hannah, en otro momento hubiera continuado diciéndole cosas hirientes, pero la verdad es que no tenía tiempo para eso. Esa desgraciada me las iba a pagar por faltarle al respeto a mi madre, pero no sería en ese momento.

(...)

Me metí en la ducha luego de llegar a casa, sentí cómo el agua caliente comenzaba a relajar mi cuerpo y suspiré. Recosté la cabeza en el mármol y me dejé llevar, excluyendo por un momento todos esos pensamientos negativos.

Pero había algo que no podía sacar de mi cabeza y era esa llamada misteriosa que me reveló que alguien me estaba espiando; o no podía dejar de pensar que tal vez era una broma. Sin embargo, no podía bajar la guardia.

Algo quería ese individuo, o quería jugar una mala broma, o tenía que ver con el asesinato de Anastasia.

Tal vez fue el maniático ladrón que asesinó a mi madre, que sabía que me encontraba sola y quería deshacerse de mí. Pero, ¿Qué tenía que ver yo en todo esto? Suponía que quien sea que entró aquí aquella vez, vino con intenciones de robar.

Pero lo que no podía sacar de mi cabeza era, ¿por qué no asesinó a Sonya si ella estaba junto a Anastasia? Ese día estaban preparando una pequeña sorpresa para mí, mamá quería pedirme disculpas y amigarse conmigo.

Sonya estaba entregando un pastel, así que si el ladrón asesinó a Anastasia y ella no puso resistencia al robo, ¿Por qué disparó a una persona?

Claro,el objetivo era matar a Anastasia, pero por qué, qué tenía que ver ella con ese hombre enmascarado, qué había hecho para merecer una bala.

Era una incógnita, estaba en mi cabeza y no podía entenderlo.

(...)

Caminé por el pasillo y abrí la puerta de mi habitación, y lo que vi me dejó helada. Me quedé estática en la puerta cuando mi mirada se encontró con esos ojos azules.

—Desnúdese, Alekxandra — Fue una orden. El crujido de su voz envió una descarga de adrenalina por todo mi vientre; temblé e inconscientemente apreté mis piernas sintiendo ese dolor placentero en mi entrepierna. Me mojé, de eso no me cabía la menor duda.

¿Por qué me pasaba esto? ¿Por qué mi cuerpo reaccionaba al sonido de su voz, por qué a pesar de que abusó de mí quería sentir todas esas sensaciones, quería temblar debajo de su cuerpo, quería sentirlo todo dentro de mí?

No era correcto, no era yo. Aquella vez sentí eso porque estaba bajo los efectos de una sustancia, pero en ese momento no podía dejar de mirarlo y recordar cómo se movía duro y lento dentro de mí.

Se me calentaron las mejillas y sujeté fuerte la toalla que estaba alrededor de mi cuerpo, aún así, a pesar de todas esas sensaciones que mi cuerpo sentía, estaba aterrada de que, al ver que no obedecí, él lo hiciera.

¿Cómo demonios entró, con qué derecho? ¿Acaso estaba loco?

—¿Qué hace aquí? — cuestioné con la voz temblorosa. No contestó.

Él me repasó de arriba abajo, su mirada se oscureció de deseo cuando se detuvo en mis largas piernas. Tragó saliva y volvió a mirarme a los ojos.

Se levantó de donde estaba y llevó la mano a su corbata, sin dejar de quitarme la mirada morbosa de encima.

—Hágalo, Alekxandra — su voz autoritaria me aterró—. Le dije que se desnude, ¿acaso no fui bastante claro?

—No lo haré — casi le grité —no dejaré de usted, cretino. Abusé de mí en mis narices.

—Sabes que si no lo hace usted, voy a tener que hacerlo yo — sonrió con malicia. —¿Quiere que lo haga yo? ¿Usted quiere que yo la desnude, Alekxandra?

Mi corazón estaba tan descontrolado por la desesperación que sentía.

Continuaba dando pasos cortos, acercándose a mí mientras yo me alejaba. Intentaba estar lo más lejos posible, sin embargo era imposible porque detuve mis pasos torpes cuando llegué a la pared de la habitación y terminé acorralada por él, sostuvo mis caderas y un gemido se me quedó entre los dientes.

Esa mirada zafiro se encontró con la mía y se me hizo agua la boca cuando su lengua lamió sus carnosos labios, su mandíbula perfecta se tensó y sus ojos me miraban con pasión.

Sus manos suavemente me acariciaban por encima de mis caderas y solo bastó eso para que mis vellos se erizaban.

No de nuevo no.

—¿Quiere que la desnude yo? — replicó con voz ronca. Su mano, que ahora estaba en mi cadera, se encontró con una de mis nalgas y las apretó, gemí, cuando esa presión que antes para mí era desconocida, invadió mi clítoris. Estaba excitada. Me dio una palmada y mi cuerpo reaccionó con un pequeño movimiento inesperado.

Acercó su rostro al mío.

—Sé que me desea, Alekxandra — su cálido aliento a menta fresca me nublaba los sentidos. —Puedo sentirlo en su respiración, en cómo tiembla cuando la toco.

Y me besó.

Sus labios se movieron con violencia, sus manos no se quedaron quietas y me quitó la pequeña toalla que llevaba en el cabello mojado.

Quería que se detuviera, pero esa excitación que sentía en mi cuerpo cada vez que él me tocaba, no podía controlarla.

Era una maldita atracción ininteligible, porque ni siquiera se había comportado de una manera amable.

—Sí, lo deseo — revelé.

Y me removí en la cama sobresaltada, abrí los ojos cuando mi cuerpo se levantó abruptamente de la cama, estaba demasiado sudada.

Ese sueño que tuve me dejó muy perturbada. Me sentí tan confundida, mi cuerpo no dejaba de temblar.

Diablos, esto no podía ser posible. Soñé que deseaba a ese hombre, cuando debería aborrecerlo por todo lo que me hizo, y era demasiado retorcido.