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cordura y locura

Narra Alexandra.

Emir me besó y yo le correspondí, pero esta vez lo hizo diferente. Esta vez no fue invasivo, todo lo contrario, fue delicado y lento. Separó levemente sus labios de los míos y olvidé cómo se sentía respirar con normalidad, temí que mis piernas fallaran y la revolución que se armó en mi estómago después ocasionó que volviera a poner mis pies en el suelo.

Me sentía mareada y me aferré a su camisa. Él no lo dudó, me tomó fuerte de la cintura y no me soltó por nada del mundo.

Mis ojos ardieron y aunque luchaba por mantenerme despierta, mis ojos dejaron de acostumbrarse a la luz del día y se cerraron.

—¿Qué pasa?— su tono fue de preocupación. Al ver que no podía sostenerme bien, me tomó en brazos, sentí como manipulaba cada parte de mis piernas debilitadas con facilidad— ¿Sientes dolor?

—Necesito que me vuelvas a poner en el piso —pedí débilmente, el estómago se me revolvía cada vez que el olor de su perfume chillón masculino se escapaba por mis fosas nasales.

 

—¿Qué dices? Ni siquiera puedes estar de pie— respondió, restando importancia a lo que yo quería. No quería darle explicaciones, solo quería que por primera vez en la vida respetara mis decisiones.

 

—¡Apestas!— exclamé— tu perfume me da asco.

 

Silencio, no podía ver sus expresiones porque por más que intentaba abrir los ojos se me dificultaba aún más. Mi cuerpo fue invadido por una ola de escalofríos entre mi cuello y espalda y sentí como cada músculo de mi cuerpo se apagó, mis párpados dejaron de presionar fuertemente y la respiración, no podía respirar con normalidad.

 

Emir me dejó en la cama lentamente y me volví un ovillo, presioné mi mano en mi abdomen suplicando internamente que se detuviera, como si me pudiera escuchar. Jamás en mi vida había experimentado esto, jamás en mi vida me había sentido tan mal como aquella vez.

 

—Me voy a dar un baño— avisó— no quiero que te sientas mal por mi culpa.

 

Me quedé en silencio, ignoré su comentario, no podía pensar, solo quería que este mal estar desapareciera. Lo último que escuché fue cuando él abrió el grifo en la bañera.

 

—Por favor, bebé— acaricié mi vientre levemente — necesito volver a sentirme mejor.

 

Una lágrima gruesa se desprendió y bajó por mi mejilla. Quería abandonar estos pensamientos negativos que abundaban en mi cabeza y que mi corazón sintiera esas emociones por llevar en mi vientre esa vida. Quería amarlo y me estaba preocupando porque los pensamientos intrusivos no me dejaban sentir.

 

Y ese beso de Emir después de que le dije que no me volvería a tocar nunca más. De verdad estaba volviéndome loca.

 

—Tengo miedo de no quererte— susurré— tengo miedo bebé.

 

Abrí levemente los ojos y sequé mis lágrimas, el mareo estaba pasando, pero mi estómago se sentía pesado y revuelto. Escuché que el agua dejó de caer y mi corazón se aceleró. No quería verlo, no quería que estuviera cerca de mí porque iba a ceder de nuevo.

 

Me senté lentamente en la cama siendo cuidadosa y sentí un pequeño pinchazo en mi vientre. Era leve, no era como el que había sentido aquella vez, así que no le di tanta importancia.

 

—¿Sucede algo?— esa voz gutural volvió a entrar en mi zona auditiva, el cosquilleo en mi estómago volvió a invadirme—. ¿Ya te sientes mejor?

 

Lamí mis labios y respondí sin mirarlo a los ojos: —Desde que te alejaste de mí, sí.

 

Esbozó una sonrisa.

 

—Eres muy gruñona, ¿sabías?

 

—¿Por qué me hablas como si estuviéramos viviendo algo normal? Como si nada malo hubiera ocurrido entre nosotros.

 

Levanté mi barbilla y busqué sus ojos. En cambio, no los encontré porque él estaba desnudo. Desvié la mirada y mis mejillas comenzaron a arder.

 

Intenté que mi voz se escuchara directa sin ningún tono de nerviosismo.

 

—Como...— carraspeé— como si tú y yo fuéramos una pareja de enamorados, como si no me hubieras maltratado lo suficiente.

 

—No voy a pelear contigo, Alek, no tengo energías para ello.

 

Escuché sus movimientos, pero no me atreví a subir la mirada y cuando se detuvo enfrente de mí, temblé y olvidé cómo respirar.

 

¡Por Dios! No me estaba ayudando, podía ver cómo su virilidad comenzaba a endurecerse, estaba levemente levantada y era muy grande y gruesa. Nunca pensé que iba a sentir eso, pero yo la quería, la quería dentro de mí.

 

—Deberías ponerte ropa— le sugerí apartando la mirada de su abdomen desnudo.

 

—Si me vuelvo a poner la ropa vas a sentirte mal, y yo no quiero eso— replicó.

 

—Deberías irte.

 

—No me iré, Alexandra— se negó.

 

Tragué saliva intranquila.

 

—Quisiera hablar de las cosas que han pasado.— me levanté y me acerqué hasta él— me vas a tener que escuchar, quieras o no.

 

Se rindió.

 

—¿Por qué no dejas que vea a mi madre? ¿Qué es lo que sucede contigo?

 

Al parecer no quería hablar, pero yo sí, quería saber algunas cosas importantes que no sabía y que Anastasia no podría decirme. No sabía si confiar en Anastasia y todavía no podía creer que yo era hija de ese hombre. ¿Y si ella me estaba engañando? Así como había fingido su muerte a la perfección.

 

—Ella me mintió— respondió— no puedo volver a confiar en ella de nuevo.

 

Volvió a cubrirse con la toalla y se encaminó hasta el clóset.

 

—¿Y yo qué tengo que ver? Es mi madre y necesito hablar con ella.

 

—No te alteres— intentó calmarme— el estrés no es bueno en tu estado.

 

Se colocó una camiseta por encima de su cabeza, introdujo los dos brazos y se la deslizó hasta abajo.

 

—Pues si de verdad crees eso, deberías de salir de aquí porque para empezar tú eres lo que más genera estrés.

 

Me giré cuando vi que se quitó la toalla para colocarse el bóxer.

 

—¿Por qué estabas llorando?— cuestionó— mírame a los ojos.

 

No le obedecí, creía que si me volteara volvería a verlo completamente desnudo.

 

—Bella...—pronunció con suavidad— te prometo que ya no estoy desnudo.

 

Sentí un cosquilleo en mi estómago y mi corazón latió apresuradamente.

 

Me giré.

 

—No...— mentí— ¿De qué sirve llorar?

 

—¿Por qué me mientes?

 

—No digas estupideces.

 

—No solo he venido por lo que piensas. He venido por otra cosa.

 

—¿Qué sucede?

 

Fruncí el ceño.

 

—Es Andrés.

 

—¿Qué pasó?

 

—Anoche fue operado de emergencia por apendicitis.

 

—¿Qué?— pronuncié aturdida— dime cómo está? El... ¿Él está bien?

 

—Por supuesto— respondió— ahora está en el hospital recibiendo atención.

 

—Necesito verlo. Por favor, llévame con él.

 

—No puedo hacerlo.

 

—¡¿Qué diablos te pasa?! ¡Es mi hermano! No tienes ningún derecho de negarme verlo.

 

—¿Cuándo vas a entender que no puedes salir de aquí? Uno: estás delicada de salud y dos estás sentenciada a muerte. Si sales de aquí no podré protegerte.

 

—¡Al diablo tu protección! ¡No la quiero!— chille— todo es tu culpa, jamás debiste alejar a mi hermano de mi lado. Ni siquiera supiste cuidarlo.

 

—¿Qué es lo que estás diciendo?— cuestionó incrédulo— a cualquiera le puede ocurrir eso. Nadie puede detenerlo.

 

—¡Sí, lo sé! Pero de seguro él está solo. Él está solo en el hospital y me necesita. Es mi hermanito, ¿no entiendes que lo extraño? Él es muy pequeño. ¡Maldita sea! solo tiene cinco años y seguro está con una persona desconocida cuando yo debería estar ahí con él.

 

Cerró la cremallera de sus pantalones con tanta tranquilidad como si yo estuviera desquiciada y mi humor no lo afectaba en lo más mínimo.

 

—Alek, por favor, deja de gritar. No te hace bien.

 

—Se lo que intentas hacer, me quieres torturar. ¿No es así? ¿Hasta cuándo será que voy a tener que aguantarte? Eres lo peor que me ha pasado en la vida.

 

Comencé a sollozar.

 

—Creeme que no es así. Si de algo te sirve, puedo hacer que lo veas por videocámara. Es todo lo que puedo hacer por ti. Créeme que si no estuvieras en esta situación, las cosas serían distintas.

 

—Prefiero morir que estar cerca de ti. Ojalá que nos encuentren así me libero de una vez por todas de ti.

 

Su expresión cambió, bajó la mirada y la seguridad que tenía se desvaneció. Era como si lo que le dije le afectó. Y no pude evitar sentirme extraña porque pensé que nunca iba a ver otra expresión o arrepentimiento en su expresión facial.

 

—No hables así, estás embarazada— dijo, y me pareció el argumento más estúpido porque para empezar él quería que yo me deshiciera del bebé minutos después de saber que yo estaba en ese estado. ¿Qué había cambiado? ¿Acaso su obsesión enfermiza había tropezado esa barrera? ¿Acaso la obsesión que tenía por mí lo había hecho cambiar de parecer?

 

—No lo quiero, no quiero este bebé. Por tu culpa estoy en esta situación, si no hubieras hecho tanto daño, yo seguiría siendo una adolescente normal. ¡Te odio tanto!— farfullé con ira—Porque por tu culpa no puedo querer este bebé que llevo dentro de mí.

 

Me abalancé sobre él y golpeé su pecho varias veces. Él no hizo nada para detenerme, así que cuando me cansé de golpearlo con todas mis fuerzas paré y entonces él me volvió a abrazar. Lloré con desconsuelo mientras él acariciaba mi cabello.

 

—Alek... Yo... Por favor. Linda.

 

Me separé lentamente de él y lo miré a esos lindos ojos azules y me perdí en ellos. Mi cuerpo vibró y mis rodillas se debilitaron cuando él me apretó más en mi cintura.

 

—Eres tan hermosa— pronunció— incluso cuando lloras. Pero... ¿Me creerías si te digo que no me gusta verte llorar?

 

No, no le creí, porque desde que nos conocimos no le importó hacerme la vida miserable y si algo había aprendido en todo ese transcurso del tiempo pasado era que no todos los milagros  podían ocurrir, había perdido las esperanzas y la estrategia que había planeado en su contra se me había revertido. Los papeles se invirtieron y tarde me di cuenta que las palabras despectivas que le decía no eran nada, que ni siquiera le importaban, porque él había ganado dos veces. Cuando me hizo suya y cuando a pesar de que le dije que le aborrecía, empecé a desearle y no solo eso, no me podía controlar.

 

Se acercó a mi cara y lamió una de mis lágrimas. Fue retorcido. Me quedé estática sin poder creer lo que hizo. Incluso cerró los ojos, como si estuviera disfrutando del sabor de su paladar, como si estuviera anhelando este momento.

 

—Todo en ti, es delicioso— abrió los ojos y posó una de sus manos en mi mejilla. Estaba anonadada, rendida a su toque, deseosa de que uniera sus labios con los míos y continuará envenenándome con su néctar prohibido.

 

Tomé aire.

 

—¿Qué es lo que me haces?— quise saber— Estoy... Enloqueciendo.

 

Su mano que estaba en mi mejilla se movió hasta mi pelo húmedo y tomó un mechón, se lo llevó a la nariz y aspiró su aroma.

 

—Me gustas demasiado— pronunció ensimismado— eres como una droga para mí.

 

Sentí escalofríos en la espalda y en mi espina dorsal.

 

—Debería alejarme de ti— le dije— no eres bueno para mí.

 

Pero él ignoró mi petición y solo se limitó a suspirar.

 

—Te quiero comer— ronrone en mi oído— tengo tantas ganas de ti.

 

—No puedo hacerlo— pronuncié— esto es un pecado— eres... El esposo...

Me quedé quieta al entender que iba a hablar demasiado. Y él frunció el ceño.

—¿De tu hermana?

Abrí los ojos de par en par.

—¿Cómo lo sabes?

—Anastasia me lo confirmó— contestó— después de haberlo escondido por tantos años.

—¿Puedo preguntarte acerca de ello?

Asintió. Me soltó lentamente de la cintura y me tomó de la mano para sentarse a mi lado.

—Puedes preguntarme lo que quieras— me animó.

Jugué con mis dedos.

—¿Por qué ayudaste a mi madre a escapar de la mansión esa noche?

Silencio.

—Te mentí, Alek— pronunció después de ese largo silencio— para ser sincero, en ese momento todavía había bondad en mí. Yo la ayudé porque... La quería demasiado.

Desvió la mirada, incómodo. Y miles de preguntas se formularon en mi cabeza.

—Es difícil para mí hablar de esto— dijo— pero... Mi madre escapó de casa cuando yo era tan solo un niño... Mi padre era un dictador. Jamás la volví a ver, y cuando llegó Anastasia a mi vida yo sentí que alguien me quiso de verdad.

Tragué saliva y busqué sus ojos.

—Dije que la había ayudado por un beneficio, pero la realidad es que yo no se lo pedí. Incluso ella me dijo que iba a hacer lo que fuera necesario para sacarme de ahí.

—Entonces, ¿La ayudaste porque la querías?

Asintió.

—Estaba convencido de que Murad la acosaba, eso fue lo que ella quiso hacer creer. Y me costó casi toda una vida para darme cuenta de lo que pasó.

Luego mi padre descubrió que saqué una suma grande de dinero de mi cuenta y que se la cedí a ella. Y lo que hizo después fue algo que me marcó de por vida.

—¿Qué te hizo?— cuestioné con nerviosismo.

Entró en una especie de trance como si estuviera recordando algo doloroso.

—Me... Me llevó a un... A un burdel clandestino y me vendió a un amigo para que…

Tragó saliva nuevamente y sus ojos azules se cristalizaron.

Me llevé la mano a la boca al entender de qué se trataba.

—¡Por Dios!

—Entonces mi corazón se llenó de odio y me convertí en lo que soy hoy. Soy una mala persona. Y repetí la historia.