Kain se olvidó de Isabel y se dirigió a la mansión de Hephaestus. Cruzo la avenida principal hasta un poco más de un cuarto de su extensión y se dirigió a la izquierda, por un calle que atravesaba la avenida principal y conducía al sector Oeste de Orario. Kain seguía avanzando y a cada paso que daba, le gustaba más Orario. Incluso le dio la impresión de que Orario estaba mejor que antes, pensó que a lo mejor, los dioses habían dejado de lado sus diferencias y estaban trabajando para las personas. Las calles y el comercio le decían que Orario estaba funcionando a toda su capacidad, con una industria rica y diversa. Sin la mano de los dioses trastabillando el avance de la humanidad. Por las calles grandes, en donde podían pasar cuatro carruajes en paralelo, la gente se reunía a comerciar. Los mercados estaban llenos, los negocios vendían sin parar y los aventureros se pasaban de ida y vuelta comprando los suplementos para el día siguiente. No obstante, a medida que Kain se fue acercando a la mansión de Hephaestus los negocios se iban especializando. En su mayoría eran negocios de armas y armaduras. Otros alquímicos, pero en su mayoría especializados en la venta de reactivos para trabajar los metales. Poco a poco el público fue disminuyendo, hasta que no quedo nadie en la calle. A su vez, una enorme pared de concreto se vio al final de la calle. En el centro había una enorme reja de tres metros de alto y cuatro guardias custodiándola. Detrás de la gran muralla se veían dos torres de vigilancia.
Kain siguió avanzando mientras podía escuchar el martilleo incesante que provenía de las casas a los costados de la calle. Muchos tenían galpones que ocupaban como talleres de herrería. El olor a carbón y metal estaba por todas partes. El humo salía de las chimeneas y ensuciaba el hermoso cielo. Lo único positivo, era que el viento pasaba elevando las nubes de humo y lo dispersaba.
Kain llego frente a los guardias, los cuales se pusieron alertas. Todos iban pertrechados con hermosas corazas y en su pecho había el emblema de la diosa de la forja. Un trabajo demasiado bueno, para unos pequeños nivel 2 y nivel 3, pensó Kain.
-Hola- dijo Kain poniendo una sonrisa amigable -vengo a ver a Hephaestus-
El guardia más alto de los cuatro, se paró frente a Kain y le dijo en un tono respetuoso -Buenas tardes, señor ¿Cuál es su nombre?-
-Kain Dragonroad, ella me conoce-
El guardia miro al guardia que se veía más joven que los otros y le hizo un gesto con la cabeza para que fuera a revisar algo. El guardia se acercó a un libro de actas que tenían sobre una silla de madera y reviso. Después miro a su jefe con un rostro serió y negó.
-Lo siento señor- dijo el gran guardia -no tiene cita con la diosa. Por favor, vaya al distrito de Babel y busque las oficinas de la familia Hephaestus. Ahí puede concertar una cita con la diosa-
Kain negó sin perder su sonrisa y le dijo -amigo, ella me conoce, dile que Kain Dragonroad la vino a ver, te aseguro que ella misma me viene a buscar-
El gran guardia frunció el ceño, por lo general no le prestaría atención a esta clase de tipos, pero una corazonada le decía que no estaba mintiendo. Así que tomando una gran respiración, asintió -Arturo- le dijo al más joven de los cuatro guardias -ve a informar a la diosa. Dile que Kain Dragonroad la quiere ver-
-Sí jefe- respondió Arturo y entró por la entrada de servicio. Una pequeña puerta metálica que con suerte, podría pasar una persona de no más de un metro cincuenta. Cabe destacar que Arturo tuvo que agacharse un poco para poder pasar.
Kain se paró a un costado de la puerta y con un ademan de su mano creo un pequeño trono de piedra. El resto de los guardias se pusieron alertas, pero el más grande de ellos levantó su mano derecha para que se relajaran. Sonrió a Kain, su corazonada no le mentía. Cuando era aventurero, vio a la gente hacer magia y él no conoce a nadie que la pueda hacer con tal soltura y velocidad. Mucho menos sin hacer un conjuro.
A la media hora después se escucharon detrás de la muralla unos tacones, los cuales avanzaban a un paso acelerado. Kain sonrió y se puso de pie mientras hacia un ademan con su mano para deshacer el trono. Al poco rato se abrió la puerta de servició y una mujer pelirroja paso por ella. Kain sonrió, y ella al verlo, también correspondió el gesto. Hephaestus se rio feliz y corrió para abrazarlo. Kain se tuvo que agachar un poco para corresponder el gesto. Ella le dio un beso en las mejilla, pero de repente quedo en shock. Miró detrás de Kain y no encontró a la otra persona que esperaba.
Kain negó con un toque melancolía en su rostro y ella le dio un abrazo apretado mientras sollozaba en su pecho.
Por otro lado, los guardias no supieron que hacer. Primero se sorprendieron al ver a la diosa tan contenta por ver al elfo, pero después se sintieron incomodos al oírla sollozar. Por lo general, la diosa era bastante apartada del bullicio y de las personas molestas. Cabe decir que solo tenía unos pocos clientes y el resto eran conocidos. Incluso sus pares dioses no se consideraban amigos. ¿Quién era este elfo que podía hacer sonreír y llorar a la diosa? Se preguntaron.
-Parezco una tonta- dijo Hephaestus -llorando en frente de todos- se apartó un poco de Kain y trato de limpiar las lágrimas con las manos. Sin embargo, Kain la detuvo. Saco un pañuelo y le limpió la cara con la sutileza con que se limpia un obra maestra.
-No eres tonta- dijo Kain mientras le limpiaba la cara con suavidad -es normal sufrir por los que uno quiere. Es la desgracia de existir sin límite de tiempo-
Hephaestus vio la tristeza en sus ojos. Asintió a las palabras y una vez más lo abrazo. -Ven a mi casa- dijo entre murmullos -ahí podemos hablar-
Kain asintió y ella se separó de él para regalarle una triste sonrisa. Después le tomo la mano derecha y lo llevo hasta la puerta de entrada. Hephaestus soltó una risita cuando vio a Kain casi arrodillado para poder pasar. Después miró a los guardias y les dijo -Mauro, todas las reuniones se posponen por esta semana. Si viene alguno de mis clientes, diles que les daré un diez por ciento de descuento, pero que no me molesten-
El gran guardia, Mauro, se cuadro como los soldados, con los tobillos apegados y la espalda recta como una lanza -como usted ordene, Lady Hepahestus- dijo
Después de eso, Hephaestus cerró la puerta y los guardias quedaron locos ante tal solicitud. La diosa de la forja nunca se ha tomado un descanso. Mucho menos ha faltado a sus reuniones. Así que este cambió de actitud, les hizo prender las alarmas.
Mientras Hephaestus y Kain caminaban de la mano por un camino de adoquines con dirección a una mansión al final del camino. Iban platicando con los árboles de los costados como sus testigos. Por otro lado, en todo este tiempo, la mansión de Hephaestus había cambiado un montón. Para empezar, las oficinas administrativas de la familia ya no estaban dentro del territorio. Por otro lado, de tener una humilde casa de dos pisos, paso a tener una gran mansión de cuatro pisos. Era blanca, con un techo revestido de tejas de color naranja. De una construcción lisa y grandes ventanales. Todo muy lindo, todo muy espacioso, como si Hephaestus esperara a que alguien habitara ese lugar. No obstante, solo ella y dos doncellas vivían en esa enorme mansión.
Mientras avanzaban, el viento remeció las hojas de los árboles, haciéndolas aletear mientras los pájaros cantaban por la arboleda.
-¿Ella, ella?- trato Hephaestus de articular una pregunta mientras detuvo su marcha. Con su mano derecha sobre la izquierda de Kain, le dio un tímido apretón y le pregunto -¿Ella pudo morir con dignidad?-
-Sí- dijo Kain con los ojos acuoso, trato de esbozar una sonrisa, pero le fallaron sus esfuerzos y se tapó la cara para llorar. Hephaestus derramo lágrimas también y con sus delgados brazos, abrazo a Kain mientras él lloraba. Así se quedaron los dos abrazados, con un día lindo, el viento corriendo por el bosque y las aves cantando. Era un día precioso, era un día especial, pero a su vez, era un día triste. En donde dos personas, recordaron a un ser querido.