Ni siquiera en sus sueños más desbocados pensó que se casaría con alguien tan perfecta, tan bella y tan locamente enamorada de él. Nunca se vio merecedor de ser amado, pero ella le había dado algo que nunca pensó que podría tener.
Esta mujer había entrado en su vida y había cambiado su mundo entero.
—Te amo, Diana, con todo mi ser, y aún en la muerte, siempre te amaré.
Diana sonrió al escucharlo, su corazón se derretía en un charco. Quería atraerlo y besarlo ya, pero aún no era el momento. Aún tenía que leer sus propios votos.
El sacerdote le hizo una señal, y ella asintió; había pasado noches componiendo ese pequeño poema para él, y horas memorizándolo.
—Si tuviera las palabras para describir mis sentimientos por ti,
sería la mujer más feliz del universo,
Tu toque, tu sonrisa, tu presencia y tu alma;
Me hipnotizan y me enredan tanto que me pierdo en ti;
Cuando pronuncias mi nombre empiezo a sonrojarme,
Ahora temo haberme vuelto adicta a ti.
Te amo, cariño,
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