Ese mismo día por la noche mi mente no estaba en calma. La excitación causada al descubrir de lo que era capaz me impedía conciliar el sueño. Pasé la tarde haciendo pruebas sobre lo que mi poder era capaz de hacer, y el resultado fue más que satisfactorio. El resultado fue que era capaz de manipular la materia a voluntad. Bueno, al menos la materia en estado físico. No solo eso, incluso podía modificar la misma estructura molecular de la materia.
Durante una de las pruebas, cogí un trozo de carbón y lo intenté compactar, haciendo que pasara de ser algo quebradizo a una masa compacta dura y resistente, que perfectamente podía rivalizar con un trozo de metal. El problema de las balas había sido resuelto con facilidad. Básicamente se podría decir que podía hacer balas decentes usando cualquier cosa que tuviera a mi alcance.
Por otro lado, aunque fui capaz de controlar hasta cierto punto las plantas, no parecía ser posible hacer lo mismo con los animales u otras personas. Raidha y Mirthia se ofrecieron para hacer una prueba, pero no pude controlar ni un solo pelo de su cuerpo. Quizás fuera porque la estructura de un animal es demasiado compleja como para modificarla, o quizás algo más impedía hacerlo. No obstante, aunque no fui capaz de alterar mi propio cuerpo a voluntad, la capacidad de curar tan rápido y el cambio de color de ojos y cabello parecían indicar que al menos hasta cierto punto mi cuerpo si se veía alterado.
En resumen, no podía usar magia. Por mucho que me esforzara en ello, no sería capaz. En compensación, había obtenido un poder mucho más versátil y práctico para una persona sin conocimiento alguno sobre magia.
—No puedo dormir…
Después de horas dando vueltas en la cama sin resultado, decidí salir a dar un paseo. Necesitaba calmar mi alterada mente de algún modo, y en tales casos, lo que más me ayudaba era dejar vagar mi mente entre las estrellas colgantes del cielo nocturno.
La casa de Mirthia se encontraba en los límites de la aldea. Detrás suyo apenas había un descampado cubierto de hierba justo antes de llegar al límite con el bosque. Me medio escondí justo detrás, donde nadie podía verme desde la aldea, y me tumbé sobre el suelo, arropado por una cómoda almohada natural. Allí nadie iría a molestarme.
—Hasta ahora he sido un inútil que no se ha podido defender por sí mismo. Con esto… —murmuré, mirando a una luna resplandeciente justo encima de mí.
-Seguirás siendo un inútil.
Quería pasar un rato a solas, pero ese gilipollas no parecía querer dejarme la satisfacción.
—No te lo pregunté a ti —respondí de mala gana.
-¿Entonces a quién?
—Hablaba solo…
-Eso te hace aún más inútil.
—¡Aaaaaa! Cállate un rato…
Me recosté hacia un lado y me tapé los oídos, intentando no escuchar sus críticas. No obstante, el sonido provenía directamente de mi cabeza, con lo que taparme los oídos era inútil.
-Espera… Sigue mirando al cielo.
—¿Por qué debería hacer eso?
-... Veo lo que tú ves.
—¿Qué pasa, te gusta el cielo nocturno?
-No, en realidad lo odio…
—¡Entonces no me vengas a tocar las pelotas con eso!
-Aún así… por alguna razón me tranquiliza.
—Esta mierda no tiene sentido… O lo odias o te gusta… Realmente estás chalado.
Volví a acostarme boca arriba, mirando directamente al cielo. Al no haber apenas nubes, las estrellas brillaban mostrando toda su esplendidez. Eran similares y a la vez completamente distintas a las que conocía. Algunas eran bastante grandes y otras diminutas. Al mismo tiempo, había ligeros cambios entre sus colores. La mayoría desprendían un color blanco puro, otras uno ligeramente rojizo, y otras incluso parecían tener un cierto tono azulado. Yo también me quedé completamente embobado mirando el cielo.
—Supongo que tienes razón…
-Por supuesto, sino no te lo pediría… idiota.
Ninguna de esas estrellas había sido vista jamás por otro humano, era inevitable que me quedara ensimismado observándolas.
«Parece que de algún modo no somos tan distintos el uno del otro.»
Y así, bajo ese desconocido cielo nocturno, me terminé durmiendo sin darme cuenta.
***
Lo primero que apareció ante mis ojos al abrirlos no fue el cielo azul de la mañana, fue una espada apuntando a mi garganta. Sorprendido y aturdido, seguí el filo hasta alcanzar una mano peluda de color pardo. Tras recorrer lo que quedaba del brazo pegado a esa mano llegué a una cabeza con orejas de gato, con el mismo color de pelo cubriéndolas. Su rostro, idéntico al de un humano, me daba información suficiente para saber que mi presencia allí le ponía de muy mal humor.
—Aún no aprendí todas las costumbres de la aldea, pero… ¡despertar a alguien así no creo que sea una de ellas! —le grité, preocupado por la punta de esa espada que se acercaba cada vez más.
—Vete de esta aldea —me amenazó con un tono muy serio—. Y sobre todo… ¡no te acerques más a Mirthia! —agregó algo nervioso.
Esa respuesta me tomó por sorpresa. Me quedé en silencio, observándole mejor. Su cara se me hacía un poco familiar. Después de hacer un poco de memoria caí en quién era. Lo había visto muchas veces junto a Mirthia, y la mayor parte del tiempo que no estaba con nosotros probablemente la pasaba con él. No sabía su nombre, y cada vez que se cruzaba conmigo me daba la espalda y se alejaba rápidamente, así que no le había prestado demasiada atención. Teniendo en cuenta todo eso y su actual reacción, no había duda de que era el novio de Mirthia… aunque quizás no oficialmente…
—Ya entiendo… Tranquilo, no tienes que preocuparte por nada.
—Bien, vete de este bosque antes de que cambie de opinión.
—No… lo que quiero decir es que no tienes que preocuparte sobre Mirthia. A mi me gustan las humanas. Además, ni que fuera humana me interesaría alguien como ella. Es toda tuya…
—Pe-pe-pe… ¡Pero qué estás diciendo!
Su reacción no daba lugar a dudas, ese gato estaba celoso de que pasara todo el tiempo junto a Mirthia.
—¡Recuerda lo que te he dicho!
Y se fue corriendo… Me quedé con la boca abierta, viéndolo correr en pánico, hasta que desapareció de mi visión tras unos segundos. Quedé paralizado esforzándome por asimilar la situación tan estúpida que acababa de vivir.
—Ve y dile que te gusta… es obvio que el sentimiento es más que mutuo… —murmuré.
-Este tipo es mas idiota que tú.
—Esta vez te daré la razón.
Me levanté y estiré. El olor de la hierba fresca, humedecida por el rocío de la mañana llenó mis fosas nasales. Decidí no echarle mucha importancia a las tontas amenazas de ese gato, puesto que había un problema mayor que afrontar: la gata y la idiota.
«A ver cómo les explico el porqué de mi ausencia esta noche… Aunque tampoco parece que se hayan molestado en buscarme.»
Rascándome la cabeza, me dirigí de nuevo hacia la entrada de la casa. Lo primero que me encontré fue una Mirthia. Parecía haberse levantado hacía ya un buen rato. Raidha, en cambio, seguía durmiendo.
—Lo siento, me quedé dormido sin darme cuenta justo detrás de la casa —me disculpé ante la chica gato que llevaba encima todo su equipo de caza.
—No me importa donde duermas. De todos modos, estaba preparada para ir a cazarte si escapabas, miajajaja.
—¿Por qué debería escapar?
—¿Acaso no recuerdas el desastre que causaste ayer? Si lo rompiste seguro que lo puedes arreglar del mismo modo, ¿no?
Su expresión mostraba una sonrisa, pero al mismo tiempo se veía como una amenaza…
—Probablemente pueda… espero…
—Entonces ya sabes que hacer, miau. Yo me voy, tengo que ocuparme de algunas cosas. Intenta tenerlo arreglado para hoy mismo, ¿vale?
—Claro…
Y sin decir nada más se fue por la misma dirección por la que ese gato se había marchado a toda prisa. Era más que obvio que otra vez se marcharían juntos. Es más, todo apuntaba a que vino a buscarla, pero al verme ahí tumbado cambió de planes.
«Realmente debería hablar claro y dejarse de amenazas estúpidas...»
Inmediatamente entré a la casa y fui a ver a la princesa durmiente, que no tardó en despertarse, como siempre, de mal humor… Ni se había dado cuenta de que no había dormido en la casa… ¿debería alegrarme o preocuparme?