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Sombras de la gran guerra

En medio del caos y la devastación de la Primera Guerra Mundial, una oscura trama se teje en las sombras, alimentada por antiguos secretos y misterios ancestrales que despiertan en las penumbras del conflicto global. En "La Sombra de la Guerra", nos sumergimos en un mundo donde la brutalidad de la guerra se entrelaza con el misticismo y la magia olvidada. La historia sigue los pasos de Alexander, un joven austrohúngaro cuyos ojos verdes oliváceos brillan con determinación mientras se aventura en un territorio desconocido, desafiando no solo a los enemigos humanos en el frente, sino también a fuerzas más allá de la comprensión humana. A medida que la guerra desgarra naciones enteras y deja cicatrices en el continente europeo, Alexander se ve envuelto en una búsqueda de respuestas que lo lleva a descubrir un universo de secretos antiguos y poderes arcanos. Antiguos pergaminos y objetos perdidos hablan de un poder antiguo oculto bajo el manto de la realidad, mientras que leyendas olvidadas cobran vida, revelando un orbe de magia y misterio que se entrelaza con la brutalidad de la guerra moderna. Pero la delgada línea entre la realidad y el ensueño se vuelve cada vez más borrosa para Alexander, quien se encuentra enredado en una maraña de sucesos que trascienden su entendimiento. En este mundo convulso, donde la guerra y el misticismo convergen en una danza mortal, Alexander se enfrenta a desafíos que pondrán a prueba su coraje y su voluntad. Sin embargo, incluso en los momentos más oscuros, la luz de la esperanza brilla con intensidad, guiándolo hacia un destino incierto pero lleno de promesas. En "La Sombra de la Guerra", la búsqueda de la verdad se convierte en una carrera contra el tiempo, mientras Alexander lucha por desentrañar los secretos que amenazan con desatar una oscuridad inescrutable sobre el mundo.

AurelianoM · Action
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Capitulo VI. Investigación del objeto

A la mañana siguiente el doctor Von Braun estaba absorto en la lectura de una novela de Bulwer-Lytton, específicamente "Los Últimos Días de Pompeya". Con voz solemne, recitaba un pasaje del capítulo en el que Nydia, la joven ciega, se encuentra en el templo de Isis, buscando consuelo en la diosa antes de los catastróficos eventos que devastarían Pompeya:

"¡Oh, Isis, gran diosa de los misterios! ¡Tú que puedes caminar con pasos tan rápidos como el viento y cuyo ojo todo lo ve en las profundidades de la tierra! ¡Escucha, oh, escucha a tu sierva! La ceguera me rodea, la oscuridad está a mi alrededor, pero en mi alma hay un fuego que arde sin cesar, una llama de deseo y anhelo. Dame, oh, dame luz, oh, diosa, para guiar mis pasos en la noche eterna que me rodea. Que tus poderes mágicos me protejan de todo mal, y que tu sabiduría infunda claridad en mi mente confusa. ¡Oh, Isis, escucha mi súplica y ten piedad de tu humilde sierva!"

El doctor levantó la vista de las páginas, sus ojos brillando con la intensidad de la prosa y la profundidad de la devoción expresada en las palabras de Nydia.

El crujido del piso de madera anunció la llegada de Helga a la sala de estar. Su presencia, como un halo de silenciosa autoridad, llenó el espacio, mientras que el aroma de su perfume floral impregnaba el aire con una elegancia sutil pero penetrante. Con pasos medidos y una expresión serena, Helga ingresó, su mirada escudriñando la habitación con una mezcla de curiosidad y determinación, como si estuviera evaluando cada detalle con una atención meticulosa. Su presencia no pasó desapercibida, y una quietud respetuosa pareció caer sobre la estancia.

"¡Buenos días, Helga!" saluda con calidez el Dr Von Braun. Gracias por traer el encargo. Espero que tu descanso haya sido reparador.

Helga devuelve la sonrisa con un gesto amable, aunque una sombra de preocupación parece oscurecer su rostro por un instante. "Buenos días, doctor", responde con cortesía. "Sí, descansé lo suficiente, gracias. ¿Necesita algo más antes de que comience con mis labores de estudio que me ha sugerido?"

El Dr. niega con la cabeza. "No, no por ahora. Estoy bien, gracias. Pero antes de que te pongas a estudiar, quiero decirte que realmente aprecio tu ayuda."

Helga asiente con gratitud, aunque una sensación de intriga comienza a palpitar en su interior. Sin embargo, decide no abordar el tema por el momento, optando por la discreción y la prudencia. "De nada, doctor. Si necesita algo más, no dude en decírmelo", responde con una leve inclinación de cabeza antes de retirarse para comenzar sus labores del día.

Helga estaba sentada sola en la mesa del comedor, con una taza de café frente a ella, leyendo un libro de poesía griega los "Poemas líricos" de Safo, mientras removía la bebida con una cucharilla. El sol del mediodía se filtraba a través de las cortinas entreabiertas, bañando la habitación con una luz cálida y reconfortante. De repente, el sonido de pasos resonó en el suelo de madera, y Helga alzó la vista para ver a Klaus Richter acercándose con una sonrisa burlona en los labios. Su presencia, como un rayo de intrusión no deseada, interrumpió la tranquilidad de Helga. Aunque sabía que no podía evitarlo, el mero hecho de su presencia la incomodaba. Sin embargo, su orgullo y machismo le impedían a Richter dejarla en paz, y se acercó a la mesa con una actitud desafiante, dispuesto a acompañarla en su desayuno a pesar de la evidente falta de confianza por parte de Helga.

Richter rompe el silencio, su voz grave y serena resonando en la habitación. "Helga, ¿has notado cómo el Dr. ha estado muy raro últimamente? lleva días sin preocuparse de la situación en el campo de batalla."

Helga asiente con seriedad, su mirada encontrando la del Capitán. "Lo sé, Debe de tener cosas mas importantes en que pensar", reflexiona en voz alta. Pero sabemos que lo que estaba en esa bolsa es importante, ¿verdad? ¿Alguna idea de qué podría ser?" Sus palabras llevaban consigo un subtexto claro: estaba tratando de sacarle información a Richter, esperando que su astucia y su orgullo pudieran llevarlo a revelar algún detalle relevante sobre el misterioso contenido de la bolsa. La tensión en la habitación era palpable, cada palabra pesaba como plomo en el aire enrarecido.

Richter frunce el ceño, sus ojos azules brillando con determinación. "No lo sé con certeza, pero algo me dice que es importante", responde, con la mirada fija en Helga. "Parece ser una pieza de algo, pesado y tal vez de mucho valor", añade, dejando entrever un destello de intriga en su expresión.

Después de que Helga lanzara su pregunta, los pensamientos de ambos divergían en direcciones opuestas. Mientras Helga se sumergía en el enigma y la importancia de la información contenida en la bolsa, su mente trabajaba incansablemente para desentrañar el misterio y anticipar las posibles ramificaciones de lo que pudiera descubrir. Cada detalle, cada pista potencial, se convertía en un hilo que ella intentaba seguir hasta encontrar la verdad.

Por otro lado, en la mente de Richter, el dinero era el principal motor. Su mente urdía estrategias para sacar provecho de la situación, planeando maneras de rentabilizar la información que tenía en su poder. Para él, los secretos del doctor representaban una ventaja y, sobre todo, una oportunidad para obtener beneficios personales. La perspectiva de vender datos confidenciales y obtener ganancias económicas lo impulsaba más que cualquier reflexión sobre la importancia o el significado de lo que estaba en juego.

Poco después, el Capitán Richter se adelanta, con una mirada seria fijada en Helga. "Es vital que comprendas algo. Nuestra misión es salvaguardar los intereses del Imperio Alemán, cierto, pero además nos encontramos inmersos en una indagación excepcional a cargo del Dr. No tiene que ver con toda esa palabrería acerca de los hombres y nuestros orígenes, pero confío en que tenga algún valor."

Helga asiente lentamente, absorbida por las palabras del Capitán. "Lo entiendo, Karl. Pero, ¿cómo encaja todo esto en lo que estaba en la bolsa? ¿Y por qué todas las pistas nos han llevado a Łódź?", el Capitán se queda un poco serio ya que nunca es nombrado por su nombre propio y menos por una mujer se pasa la mano por el cabello, su expresión reflexiva. "Esa es la pregunta, ¿verdad? No lo sé con certeza, pero hay algo en esta ciudad que el Dr. considera crucial para nuestro propósito.

Helga frunce el ceño mientras saborea su comida, su gesto reflejando disgusto. "Łódź", murmura con desdén, "¿Por qué tendríamos que estar aquí? Es una ciudad aburrida, sin nada que ofrecer. Deberíamos estar en Viena, donde realmente suceden las cosas importantes."

Richter levanta la mirada, su expresión neutral. "Helga, no subestimes el valor de este lugar. El Dr. tiene sus razones para habernos traído aquí, y debemos confiar en su juicio."

En el interior de Karl Richter, una tormenta de pensamientos y dudas azotaba con fuerza. No entendía por qué la protección de Łódź era tan vital para su misión. ¿Qué tenía esta ciudad que la hacía tan importante? Era un lugar común, una ciudad industrial en medio del Imperio Austrohúngaro, nada más.

Miró a Helga mientras ella expresaba su disgusto por estar en Łódź. En cierto modo, compartía su frustración. Él también preferiría estar en Viena, donde la vida era más vibrante y emocionante. Pero las órdenes eran claras y debían ser obedecidas.

Aun así, no podía evitar cuestionar la lógica detrás de su asignación. ¿Por qué Łódź? ¿Por qué ellos? Había tantas otras ciudades que podrían necesitar su protección, tantos otros lugares donde podrían hacer una diferencia real.

La ciudad no tenía nada especial, al menos no a primera vista. No era un objetivo estratégico, ni un centro de poder político o económico. No había ninguna razón aparente para que fuera un objetivo para sus enemigos.

¿Sería posible que el Dr. Von Braun supiera algo que él no sabía? ¿Habría descubierto algún secreto oculto en las profundidades de Łódź que los demás ignoraban? La idea parecía improbable, pero no podía descartarla por completo.

Recordó la bolsa que Helga había traido al Dr. Von Braun el día anterior. El peso y la forma del objeto sugerían que contenía algo valioso, algo que el doctor consideraba crucial para su investigación. Pero, ¿qué relación podía tener con Łódź?

Pero lo que más le desconcertaba era la actitud del doctor. Había una urgencia en sus acciones, una intensidad en su mirada que no había visto antes. Como si estuviera a punto de hacer un descubrimiento crucial, o como si estuviera al borde de un precipicio, listo para dar el salto.

El capitán Karl Richter conocía bien al doctor Ernest Von Braun. Sin embargo la única interacción seria que había tenido con él había sido cuando el doctor lo buscó para que lo protegiera después de la defensa de la ciudad. Pero ¿por qué él? Esa era la pregunta que atormentaba a Richter. Había muchos otros hombres de menor rango, muchos otros soldados capaces y experimentados. ¿Por qué el doctor había insistido en que fuera él quien lo protegiera?

Karl se había forjado una reputación de ser un soldado leal y competente, pero no era especialmente destacado. Había muchos otros hombres en su rango con más experiencia y habilidades superiores. ¿Por qué entonces el doctor había insistido en que fuera él quien lo protegiera? ¿Había algo más en juego?

Richter no podía evitar sentirse intrigado por el doctor Von Braun. A pesar de su apariencia, evidente madurez y su aire académico, había algo en él que sugería una fuerza oculta, una determinación férrea que era difícil de ignorar. Era evidente que el doctor estaba obsesionado con algo, algo que estaba dispuesto a proteger a toda costa.

Pero, ¿qué era eso? ¿Qué podía ser tan importante para el doctor como para poner su vida en peligro? ¿Y por qué había elegido a Richter para protegerlo?

El Capitán Richter dedicó horas a meditar sobre esas preguntas, pero no logró hallar una respuesta convincente. No podía comprender por qué el doctor Von Braun lo había seleccionado a él, ni por qué parecía tan apasionado en conocer y comprender lo que hubiese en aquella bolsa.

A medida que pasaba el tiempo, comenzó a sentir una creciente sensación de inquietud. Había algo en la situación que no le gustaba, algo que le hacía sentir incómodo. No podía quitarse la sensación de que estaba siendo utilizado, de que era simplemente un peón en un juego más grande que no entendía.

Y aún así, a pesar de sus dudas y sospechas, Richter sabía que no tenía otra opción. Tenía una misión que cumplir, y haría lo que fuera necesario para llevarla a cabo. Después de todo, era un soldado, y su deber era obedecer las órdenes, sin importar cuán extrañas o inexplicables parecieran.

Por ahora, todo lo que podía hacer era esperar y ver cómo se desarrollaban las cosas. Esperar a que el doctor Von Braun revelara sus verdaderas intenciones, a que explicara por qué había elegido a Richter para protegerlo. Hasta entonces, Richter sólo podía seguir haciendo su trabajo, protegiendo al doctor y tratando de desentrañar el misterio de lo que estaba sucediendo.

Mientras estas preguntas giraban en su cabeza, Karl Richter se obligó a sí mismo a centrarse en la tarea que tenía entre manos. Independientemente de sus dudas y preocupaciones, tenía un trabajo que hacer. Y lo haría lo mejor que pudiera, por el bien del Imperio Alemán.

Por ahora, todo lo que podía hacer Karl Richter era seguir las instrucciones del Dr. Von Braun, esperar y anhelar tener más acción en el frente de batalla. Sólo el tiempo diría si Łódź valdría la pena para él y sus compañeros.

CHAPTER 6: ​INVESTIGACIÓN DEL OBJETO - SCENE 1 – 1,966 Words

El Doctor lee "Los Últimos Días de Pompeya" de Bulwer-Lytton, recitando un pasaje de Nydia. Helga entra en la sala, y ambos intercambian cortesías. Más tarde, Helga lee poesía griega mientras Richter se acerca, iniciando una conversación sobre el comportamiento extraño del Doctor y la bolsa misteriosa. Ambos especulan sobre su contenido y la importancia de Łódź en su misión. Richter se pregunta por qué el Doctor Von Braun lo ha elegido para protegerlo, sintiéndose intrigado y algo incómodo. Aun así, está decidido a cumplir con su deber.

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El distinguido Dr. Ernest Von Braun se encontraba en su elegante despacho, absorto en la contemplación del peculiar objeto que descansaba sobre la superficie pulida de su escritorio. Este artefacto, una esfera metálica de una sobria estética enigmática, estaba salpicada de marcas que rememoraban runas ancestrales, cuya simbología se perdía en los recovecos de la historia. Su tamaño, sorprendentemente compacto, no excedía el de una pequeña bola de bolos, con unos escasos 10 centímetros de diámetro. No obstante, la esfera se desmarcaba de lo común por su desmedido peso. A pesar de su reducido tamaño, la esfera se sentía como un objeto diez veces mayor; su peso era una paradoja, similar al de un objeto que uno no esperaría encontrar fuera de un astillero, una pequeña ancla de hierro forjado. Levantar este objeto de apariencia tan engañosamente ligera era una hazaña en sí misma, con su peso rondando unos insólitos 10 kilogramos.

La superficie de la esfera, lejos de ser suave y pulida, evidenciaba la implacable impronta del tiempo. Estaba salpicada por una serie de grabados que se asemejaban a runas arcaicas, cada una meticulosamente inscrita en el metal con precisión insondable. La disposición de estas runas parecía seguir un patrón intencional y cuidadosamente orquestado, como si narraran una historia ancestral o encerrasen un mensaje críptico y misterioso. El brillo opaco y antiguo del metal, testigo mudo de incontables eras, se veía interrumpido únicamente por la intrincada danza de líneas y símbolos que, como una partitura silenciosa, cubrían la totalidad del artefacto.

El Dr. Von Braun, conocedor de lenguas y símbolos antiguos, intuía que la clave para descifrar la naturaleza y el propósito del misterioso artefacto residía en el entendimiento de estas runas. Cada uno de los símbolos llevaba impregnado el peso de una importancia aún por develar, un rompecabezas arcano que susurraba a la mente del doctor, prometiendo revelaciones que podrían desafiar la comprensión contemporánea de la historia y la ciencia.

Mientras su mirada escrutaba cada centímetro del artefacto, el Dr. Ernest Von Braun percibió una secuencia de símbolos que destacaban sobre el resto. Eran cuatro runas en particular, cuya importancia parecía trascender la mera decoración. Se trataba de Fehu, Uruz, Thurisaz y Eihwaz, conocidos en el alfabeto rúnico por su poderosa simbología.

Fehu representaba la riqueza y la posesión. Era más que un simple concepto material; sugería la prosperidad y la energía necesaria para la creación y la destrucción. Uruz, por otro lado, simbolizaba la fuerza bruta y la robustez, era la manifestación de la fortaleza y la salud, vinculada a la determinación y al valor.

La siguiente runa, Thurisaz, era un signo de polaridades: la defensa y la resistencia, pero también el conflicto y la destrucción. Era una protección y un recordatorio de los peligros que acechaban. Eihwaz, el último de los cuatro marcados en el objeto, representaba el eje del mundo, Yggdrasil, aludiendo a la travesía y la transformación, al resistente poder de la vida para sobrevivir y adaptarse.

Von Braun se sumió en la contemplación de estas cuatro runas elementales, preguntándose sobre la relación que guardaban entre sí y el propósito de su presencia en un objeto tan peculiar. Sentía que eran la clave del lo que siempre había pensado sobre los orígenes de la humanidad, quizás, encerraban dentro de su orden una narrativa específica, un código a descifrar que podría revelar un conocimiento perdido en las brumas del tiempo. Con cada runa que descifraba, se convencía más de que este objeto era un nexus de saberes ancestrales que esperaban pacientemente ser redescubiertos.

Von Braun se encontraba completamente cautivado por la vastedad del misterio que el objeto simbolizaba. Con determinación, se acercó a Helga, quien estaba inmersa en su lectura poética, y sabiendo su fascinación profunda por los enigmas ancestrales ocultos, le mostró el artefacto.

"Helga, necesito tu ayuda", comenzó el doctor con voz grave y firme. "Este artefacto posee inscripciones que parecen relacionarse con los orígenes de las lenguas celtas y su conexión con los regalos del gran Wotan a la humanidad."

Helga asintió con seriedad, captando al instante la importancia de la tarea que se les presentaba. Su mente ágil y sus conocimientos en ocultismo y mitología se alineaban perfectamente con el desafío propuesto por el doctor. Juntos, se adentrarían en un territorio de conocimiento antiguo y misterioso, en busca de respuestas que podrían desvelar verdades olvidadas desde tiempos inmemoriales.

"Los celtas eran guardianes de una sabiduría ancestral", continuó el doctor, sus ojos brillando con una intensidad casi febril. "Se dice que Wotan les otorgó dones sagrados, entre ellos la poesía y la música, como expresiones divinas para conectar a los hombres con lo trascendental."

Helga escuchaba atentamente cada palabra del doctor, absorbiendo la información con avidez. La perspectiva de desentrañar los vínculos entre las runas del artefacto y los regalos de Wotan despertaba en ella una mezcla de emoción y determinación.

El Dr. Von Braun y Helga se sumergieron en un estudio exhaustivo de las inscripciones en el artefacto, buscando pistas ocultas y símbolos perdidos que pudieran revelar la conexión entre los antiguos celtas y los dones divinos de Wotan. En medio de libros antiguos, mapas polvorientos y pergaminos desgastados.

El Dr. Von Braun cerró momentáneamente los ojos, sumergiéndose en la memoria de antiguos textos y mitos que hablaban de los misteriosos Hiperbóreos. Su voz resonó en la habitación, llena de un tono reverente y cautivador.

"Los Hiperbóreos, una civilización perdida en las brumas del tiempo", comenzó el doctor, su rostro iluminado por la pasión del conocimiento. "Se decía que habitaban más allá de las tierras conocidas, en un lugar de eterna luz y armonía, donde las estaciones no marcaban su paso y la sabiduría fluía como un río interminable."

Helga escuchaba con atención mientras el doctor continuaba, describiendo las leyendas de una raza ancestral que poseía un profundo entendimiento de los misterios del universo. Los Hiperbóreos eran vistos como seres superiores, conectados con fuerzas cósmicas y dotados de un lenguaje sagrado que trascendía las barreras del tiempo y el espacio.

"A través de los siglos, los Hiperbóreos dejaron huellas de su paso en las antiguas inscripciones rúnicas", explicó el doctor. "Este lenguaje ancestral no solo era una forma de comunicación, sino también una llave para comprender los orígenes de la raza aria y su conexión con las fuerzas primordiales del universo."

Helga asimilaba cada palabra con fascinación, visualizando en su mente las imágenes evocadas por las descripciones del doctor. La idea de desentrañar los secretos ocultos en el lenguaje de los antiguos Hiperbóreos despertaba en ella un sentido de propósito y aventura, alimentando su deseo de explorar lo desconocido y descifrar los enigmas del pasado.

El Dr. Von Braun continuó compartiendo detalles sobre las leyendas y mitos que rodeaban a los Hiperbóreos, sumergiendo a Helga en un mundo de maravillas arcanas y conocimientos perdidos. Juntos, se adentrarían en un viaje hacia lo desconocido, donde la verdad y la sabiduría aguardaban para ser descubiertas en los símbolos grabados en el misterioso artefacto.

Los ojos de Helga se posaron en un libro antiguo y desgastado que descansaba en una esquina del escritorio del Dr. Von Braun. Su título, "El Hogar Ártico de los Vedas", le recordó a un viejo conocido que había dejado en el olvido, un antiguo amor que había perdido ya hacia alguna década.

Recogió el libro con delicadeza, como si se tratase de un artefacto frágil, sus dedos recorrieron la portada de cuero curtido, sus páginas amarillentas crujieron bajo su toque. Su mente viajó a la primera vez que lo leyó, siendo apenas una joven ávida de conocimientos sobre lo oculto y lo místico.

"Este libro... ", comenzó Helga, su voz cargada de recuerdos. "Habla sobre los veda y cómo migraron desde el norte hacia lugares más cálidos".

El Dr. Von Braun levantó la mirada, su interés despertado por las palabras de Helga. Asintió con una ligera inclinación de cabeza, indicándole a Helga que continuara.

Según Tilak, autor del libro, los veda eran un antiguo pueblo cuyo origen se remontaba a las tierras heladas del norte. Sin embargo, las duras condiciones climáticas y la escasez de recursos habrían impulsado a los veda a migrar hacia el sur, en busca de territorios más cálidos y fértiles.

"Los veda... ", musitó el Dr. Von Braun, dejando que las palabras se desvanecieran en el aire. Su mente comenzó a dar vueltas alrededor de la idea. ¿Podrían los veda ser los mismos Hiperbóreos de los que hablaban las antiguas leyendas?

El libro en las manos de Helga se abrió por sí solo en una página marcada por un viejo separador de cuero. La página mostraba un mapa antiguo y descolorido, que ilustraba la supuesta ruta migratoria de los veda desde el norte hacia el sur.

Helga observó el mapa con detenimiento, sus dedos trazando la ruta delineada en el pergamino. Si los veda eran realmente los Hiperbóreos, y si habían dejado huellas de su paso en las inscripciones rúnicas, entonces esa ruta migratoria podría ser la clave para descifrar la verdadera naturaleza del artefacto.

La atención del Dr. Von Braun se centró en el mapa, sus ojos analizando cada detalle con una intensidad casi febril. Las posibilidades parecían expandirse ante ellos, cada pista un hilo a seguir en el intrincado laberinto del pasado.

La posibilidad de que los antiguos Hiperbóreos fueran los veda y que hubieran dejado pistas sobre su sabiduría y cultura en las runas del artefacto parecía cada vez más plausible. Con la ayuda de Helga y su conocimiento sobre los veda, estaban un paso más cerca de descifrar el misterio que rodeaba al enigmático artefacto.

Helga posó sus ojos azules en el Dr. Von Braun con una intensidad que denotaba un conocimiento profundo. "Dr. Von Braun, se dice que Wotan, es decir, el mismísimo Odín de los dioses nórdicos, fue un habitante de Hiperbórea", expresó con seguridad en su voz, como si estuviera revelando un secreto ancestral.

El Dr. Von Braun la escuchó con atención, sus cejas fruncidas levemente en un gesto de reflexión. "Es solo una idea, Helga, nada más", respondió con calma, aunque su tono no dejaba lugar a dudas sobre su escepticismo. La mención de Wotan como habitante de Hiperbórea planteaba una conexión intrigante entre las leyendas nórdicas y el misterioso artefacto que tenían entre manos.

Helga asintió, comprendiendo la postura del Dr. Von Braun. Aunque las conexiones entre mitologías antiguas y lugares misteriosos podían resultar tentadoras, era importante mantener la mente abierta sin caer en el exceso de especulaciones sin fundamentos sólidos.

Juntos, se sumergieron en una discusión animada sobre las posibles implicaciones de esta teoría en relación con el artefacto y las runas grabadas en su superficie. Las palabras fluían entre ellos, tejiendo un tapiz de posibilidades y dudas mientras intentaban descifrar los enigmas que rodeaban al artefacto.