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| La Subasta |

Mi cabeza iba a mil por horas pensando en cómo haría para enfrentar a Vittorio después de lo sucedido. El hombre debía estar furioso con la escena que había presenciado, ni siquiera faltaron palabras ya que la expresión en su rostro lo había dicho todo. Eso que solamente había visto un beso, si supiera que hacía meses tenia sexo salvaje con su hija no llegaría siquiera a soplar las velitas de mis treinta.

El incidente en el ascensor pareció no afectar a Jessica en lo más mínimo, se paseaba como si nada entablando conversación con todo aquel que se le acercaba.

Liam Swanson apareció frente a mí con simpatía en la mirada, aunque ambos sabíamos que una cierta rivalidad provocaba una brecha entre nosotros; y esa brecha era nada más ni nada menos que una mujer llamada Jessica Angelique Romanov.

El hombre tenía el cabello algo revuelto, no había combinado muy bien los colores de su atuendo y su corbata estaba un poco deshecha. Choco su copa con la mía en señal amistosa.

—Realmente he quedado alucinado, Stephen. Los números son muy favorables, las ventas se han triplicado —comentó con una sonrisa en el rostro —. ¡Quien dice quizá deje el mercado tecnológico y me dedique de lleno a los fideicomisos!

Lo que él quería era pasar más tiempo con la hermosa rubia que tomaba una copa de vino a solo unos pasos de distancia. Me sorprendía las esperanzas que aun tenia después de varias negativas de parte del huracán rubio a sus invitaciones.

—Somos los mejores en este campo, tus inversiones están en muy buenas manos —respondí y el asintió observando en dirección a la mujer que ponía loca a mi testosterona y al parecer, también la suya.

— ¡De eso sí que estoy seguro!

«No, Stephen, no es sano querer meterle las gafas por el recto»

Jessica apareció frente a nosotros con su turbadora y hechizaste presencia. La conocía lo suficiente para saber que estaba aburrida y buscaba alguna forma de escapar de allí.

— ¿Te diviertes? —le preguntó Swanson con la mirada clavada en esos labios que hacía solo minutos yo devoraba encerrado en un elevador.

—La verdad, no. No me gusta concurrir a este tipo de eventos —dijo sin siquiera mirarlo —. Manejan el tema de la clase baja de forma utópica, frívola e irreverente.

— ¿Crees que les faltamos el respeto haciendo obras de beneficencia? —preguntó el hombre confundido. Jessica puso los ojos en blanco, entendía lo que estaba expresando entonces decidí intervenir.

— ¿Cuánto de todo este dinero piensas que realmente llegue a personas necesitadas? —Pregunte observando a mí alrededor —. Pasará de mano en mano y de la totalidad de todo lo recaudado se perderá el cincuenta por ciento a causa de la corrupción.

El hombre se cruzó de brazos incrédulos y enarcó una ceja.

—La mayoría de las personas aquí son millonarias desde que nacieron, Stephen. El dinero que se recauda es un vuelto para ellos, ¿Por qué querrían quedarse con él? —preguntó haciendo una mueca.

—Ese es un comentario demasiado ingenuo, Liam —respondió Jessica con algo de burla en su tono —. El tener dinero no garantiza que la inmoralidad quede descartada.

Al darse cuenta que no había manera de refutar lo que la rubia de ojos verdes decía, hizo un movimiento con la mano restándole importancia y tomó una copa de la bandeja que acercó un camarero.

—Como sea, al finalizar la fiesta habrá una subasta —tomó un sorbo de su copa haciendo un ruido bastante desagradable —. Deberías participar, Jessica.

— ¿Qué es lo que se subasta?

—Las mujeres solteras subastan una cita con ellas al mejor postor —comentó bajando la cabeza y sonriendo.

Jessica lo observó con el ceño fruncido.

—O sea... prostitución —soltó sin dibujar las palabras. Swanson lanzó una carcajada ante su comentario.

—No es prostitución, solo es una cita. Piénsalo de esta manera, pasas tiempo de calidad con un empresario inteligente e importante mientras ayudas a organizaciones no gubernamentales —el hombre pretendía convencerla de cualquier manera pero podía ver en los ojos de Jessica que lo observaba sin nada de interés —. Deberías participar, yo creo que muchos de los presentes querrían poder disfrutar el placer de tu compañía —dijo, repasando toda su anatomía —. ¡Yo, por ejemplo!

—No lo encuentro posible, pero igualmente lo pensare —respondió.

—Genial. Avísame si participas así preparo mi chequera —le dio un guiño y camino en busca de su asesor.

Su comentario desagradable comenzó a generarme picazón en las manos. Una picazón que solo se quitaría dándole un buen golpe.

Control, necesitaba control. Jessica no me pertenecía, no era una propiedad. Por más que lo repetía no había manera que eso me entrara en la cabeza.

—No tienes nada que pensar, no harás tal cosa —reclame negando con la cabeza y apretando la mandíbula —. ¡No eres un caballo de carreras al que los idiotas deben apostar ni tampoco un objeto!

— ¿Discúlpame? —mis dichos la habían dejado sorprendida e indignada.

—Te disculpo por siquiera considerarlo —exclamé ofuscado.

—Stephen, Stephen —suspiró hondo intentando tenerme paciencia —, parece ser que estos meses que hemos pasado juntos no has aprendido nada de mí. Nadie me da órdenes, mucho menos tú.

Se dio la vuelta dejándome con la palabra en la boca, confundido, con los celos a flor de piel, la necesidad de tomarla y llevármela lo más lejos posible de todo el que quisiese conquistarla.

❤︎❤︎❤︎

Ya había pasado bastante tiempo en el lugar, tenía la idea de buscar a Jessica entre las personas que se habían quedado a la subasta disfrazada de intercambio sexual e ir a otro lugar nosotros dos solos. Uno de los organizadores se anunció y dio comienzo al evento que Swanson tanto estaba esperando.

La primer señorita "subastada", una pelinegra de ojos café enfundada en un vestido verde esmeralda que relucía gracias al reflejo de la luz, sonreía como niño en dulcería. Para muchas de estas mujeres este tipo de entretenimiento significaba una oportunidad de conseguir ese ansiado benefactor de una vida de lujos y dinero, ya que la mayoría de los hombres que concurrían tenían más de lo que podían gastar en tres generaciones.

Uno a uno, los presentes dieron un valor por la supuesta cita con cada una de las mujeres que se presentaban y yo no hacía más que observar con indignación el entusiasmo de las personas que participaban.

—Imagino que pondrás algún valor, James —exclamó Swanson al cruzarlo en mi búsqueda sin éxito por encontrar a la rubia escurridiza —. ¡Las mujeres que participan son muy hermosas!

—Confío en poder conseguir citas por mi encanto particular, no por mi cuenta bancaria —expresé sin titubear —. Me parece bajo y degradante.

—Pues a tu amiga Jessica no le parece lo mismo —señalo en dirección al lugar donde el extraño presentador iba exhibiendo a las chicas —. Resulta que participara después de todo.

El alma se me salió del cuerpo cuando la vi allí, parada en ese escenario a la espera de algún idiota que quisiese pagar por su compañía.

Me acerque enfurecido, no había persona en este mundo que me sacara más de quicio que este demonio de cabellera rubia al cual le encantaba poner a prueba mis límites y mi paciencia. Provocativa y prepotente como siempre, bajó la mirada hacia mí con apatía y se volvió al hombre que estaba a punto de exhibirla.

—Baja de ahí, Jess —reclamé, intentando respirar con la mayor suavidad posible para no elevar la voz. Las mujeres junto a ella nos observaban con confusión.

—No —sentenció con seguridad negando con la cabeza —. No eres mi padre, Stephen, no puedes obligarme. Nadie puede.

—Has probado tu punto, no te daré más órdenes. Baja ya.

—Eso es una jodida orden, Stephen

Apreté lo dientes con rabia —. Jessica...

—Lo siento, es mi turno —dijo, aún más molesta.

Camino hasta llegar a un lado del hombre de traje que la observó de pies a cabeza y acercó su boca al micrófono para comenzar la puja.

Era una pesadilla, una maldita pesadilla.

—Tenemos el agrado de presentar a la hermosa heredera de Sky Corporation, la señorita Jessica Romanov quien se ha ofrecido a colaborar en la puja para reunir mas dinero para los necesitados —expresó el hombre —. Comenzaremos con mil dólares...

— ¡Dos mil! —grito Swanson interrumpiendo al hombre.

— ¡Dos mil quinientos dólares! —el pelinegro de rizos que abordo a Jessica en el baño elevó el valor.

Mi pulso se aceleró, no sabía si iba a desmayarme de impotencia o estaba por darme un ataque cardiaco. Se había pasado de la raya, de hecho ya no había siquiera raya, había desaparecido con sus ocurrencias.

« ¡Quince mil! »

« ¡Veinte mil! »

« ¡Cincuenta mil dólares! »

La expresión impredecible de Jessica ante los hechos frente a ella me enervaba aún más. Una batalla campal de hombres octogenarios y nerds de las computadoras se había librado y parecía disfrutar ser la causante.

No iba a caer en su juego.

No iba a hacerlo.

—Vaya, esto se ha puesto peleado. Cincuenta mil a la una... cincuenta mil a las dos...

—Ciento cincuenta mil dólares —dije.

La mayoría de las cabezas giraron en mi dirección sorprendidos por la suma que estaba pujando, incluyendo la de la mujer en cuestión quien reprimía las ganas de reírse de mi por haber caído una vez más en sus juegos tontos.

Agradecía a dios que Lucka no se encontrara en el lugar ya que lo más probable era que me llevara de aquí directamente a un hospital mental; así poder practicarme una lobotomía frontal utilizando un picahielos por haber gastado tanto dinero siguiendo el capricho de Jessica.

—Esa suma supera cualquier expectativa. Cita vendida al señor Stephen James —exclamo el hombre a cargo.

Swanson protestó el no haber tenido su derecho a réplica correspondiente y yo me maldije por haberme convertido en eso que tanto detesto; un hombre que paga por la compañía de una mujer. Jessica se acercó hacia mí con una sonrisa en los labios.

—  ¡No te burles! —gruñí con molestia.

—No me burlo, estoy evaluando la posibilidad de llevarte directo a una institución mental. Tu celotipia esta fuera de control, Stephen.

El calor me subió por las mejillas. Me sentía frustrado, su personalidad cambiante estaba haciendo estragos con mi cordura.

—Es tu culpa —mascullé —, es la primera vez que gasto tanto dinero en una mujer.

—No tenías que hacerlo. Di la verdad, lo hiciste porque te agrada ganar en todo —me miró fijamente —. ¡Está en tu naturaleza!

—Lo hice porque el solo imaginarte en una cita con eso...—señalé a un hombre bastante anciano —, o eso...—mi vista fue hacia Swanson, quien se encontraba de pésimo humor a causa de su derrota —, me provocaba nauseas.

Una expresión perversa se adueñó de su rostro angelical —. ¿Me has imaginado con otros hombres, Stephen?

— ¿Por qué todo siempre tienes que orillarlo a la obscenidad?

—Quizá tengo un trastorno sexual compulsivo, no lo sé —exclamo pero luego se percató de mi turbación —Es broma, Stephen. Las personas con ese tipo de trastorno tienen conducta sexual desmedida y el sexo se convierte en algo esencial en su vida. Si tuviese eso, entonces tu también.

Emitió una sonrisa dulce que terminó por borrar cualquier rastro de ofuscación en mi ser.

—¿Te llevo a casa? —propuse.

—Estaba esperando que lo dijeras. Andando.

Una vez el valet parking acercó el Porsche y me devolvió la llave, Jessica se ubicó en el asiento del copiloto. Arranque y mientras mi vista estaba concentrada en el camino, la rubia comenzó a reír como una desquiciada.

—¿De que te ríes? —espere a que el semáforo en rojo me permitiera mirarla a los ojos.

— ¡No puedo creer que pagarás tanto por una cita!

—¿Solo una cita? —pregunte, intentando disimular la incomodidad que me provocaba pensar en eso — ¡Esperaba algo más dado la magnitud del monto que acabo de ceder!

—No, no... ¡esto no es prostitución! —exclamó con la sonrisa aún en su rostro —. Aunque pensándolo bien, si vamos en uno de estos autos sin dudas tendremos sexo.

La manera en la que soltaba cierto tipo de frases me descolocaba, pero aún así, estar aquí compartiendo al menos una charla aunque esta fuese poco convencional con ella, me daba algo similar a la felicidad.

— ¿Te excita mi vehículo?

—Son la pura perfección —respondió pasando la mano por el volante —. Tengo un fetiche con ellos.

—Un ítem más que añadir a tu lista de fetiches.

—¿Acaso tu no tienes fetiches o fantasías? —preguntó haciendo una mueca graciosa —No lo se, someter a una mujer, atarla a la cama, hacerla suplicar y después follarla con ganas.

—Eso suena más a algo de tu lista.

—Puede ser. Si te ofreces de voluntario y me prestas tu cuerpo por una noche, podría saciar varios de mis deseos más perversos —dijo con malicia.

Esa lujuriosa sensualidad que desprendía de todo su ser me colapsaba. Necesitaba tenerla, sentirla, hacerla mía y escucharla gritar mi nombre la mayor cantidad de veces posibles.

—¡Atrás! —demande.

—¿Que sucede? —observó el espejo retrovisor asustada y se volvió a mirarme desconcertada.

—Pásate al asiento trasero —ordené.

Totalmente desorientada hizo lo que le pedí. Aparqué el auto en un lugar que no llamara tanto la atención, lo cual era prácticamente imposible, me bajé y fui hacia la parte trasera de mi vehículo.

Una vez adentro, la tomé de la cintura para empujarla, su espalda rozó el cuero emitiendo un jadeo y aproveche para ponerme sobre ella.

Deslice la mano por debajo de su vestido y tomé el dobladillo de este para subirlo y quitárselo. Su ropa interior en color blanco apareció ante mis ojos y sentí que no necesitaba mas que el momento íntimo que estábamos transitando.

—Esto cuenta como cita, lo más probable es que terminemos en prisión por tener sexo en el auto —susurró.

—No, no —mordí el lóbulo de su oreja hasta provocarle escalofríos —. Esto es un favor que estoy haciéndote.

—¿Qué? ¿Un favor?

Intento reincorporarse pero el peso de mi cuerpo se lo impidió. Me gustaba tenerla a mi merced, notar como se excitaba con cada roce.

—Tienes un morbo con los autos lujosos, entonces haré que tengas un orgasmo en uno —respondí.

—Hubiese preferido el Aston Martin o uno de tus lamborguini... —expresó —, pero creo que estaré a gusto.

—Si dejas de desafiarme y te comportas, puede que tengamos sexo en cada uno de mis autos —prometí besando sus labios de manera sensual, explorando con mi lengua hasta hacerla gemir.

Recorrí con la punta de mi nariz su cuello, apreciando el aroma que desprendía su piel y bajando a la altura de su escote, liberé uno de sus pechos y me lo llevé a la boca.

Jessica jadeó de sorpresa cuando arranqué sus bragas de golpe y repartí besos por la longitud de su abdomen, tocando delicadamente la piel con mi lengua hasta llegar a su sexo.

La forma en que su cuerpo reaccionaba a mi, como si muriera de placer cada vez que la tocaba, la manera en la que jadeaba y se estremecía me prendía fuego. Lamí y succione con ímpetu logrando que se retorciera en respuesta.

Cuando estaba a punto de estallar, desabroché mis pantalones y sin darle respiro la penetre con fuerza.

Con cada embestida, jadeo y movimiento, nos envolvíamos en esa burbuja de placer que solo nosotros conocíamos. Sus caderas chocaban en un movimiento rápido, Jessica no paraba de gemir y se movía en respuesta intentando conseguir el orgasmo.

Ambos nos dejamos llevar por el mar de sensaciones que nos provocábamos mutuamente, gruñendo de placer cuando alcanzamos el climax.

Caí sobre su cuerpo completamente extasiado, apoyando mi rostro en su pecho. Podía escuchar los latidos acelerados de su corazón.

— ¡Puedes tachar follar en un Porsche de tu lista!

—No, cariño. No se tachan, siempre se puede repetir —dijo, aclarando su garganta —. ¡Esto cuenta como cita!

— ¡De ninguna manera! —respondí incorporándome — ¡He pagado mucho como para que la cita sea en un auto!

Volvimos hacia nuestros respectivos asientos y conduje hasta su casa.  Al llegar, Jessica me agradeció por haberla alcanzado, dejó un beso tierno en mis labios y se bajo descalza con los zapatos en mano.

No pude evitar sonreír mezquino y comenzar a tener esperanzas de que la cita sirviera para quizás, unirnos aún más.

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