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Capítulo 279.- La corriente del amor verdadero V

Al día siguiente temprano, Darcy y Bingley salieron rumbo a Longbourn, impulsados por una fresca brisa otoñal. Las hojas estaban comenzando a ponerse amarillas y ocres y los árboles multicolores enmarcaban los campos cultivados y los pastos dorados. Aunque Bingley había puesto a Darcy al día a propósito de todos los sucesos que habían ocurrido desde su marcha, dos semanas antes, todavía parecía haber algunos detalles que había que atender; así que el viaje estuvo acompañado por el desbordante entusiasmo de Bingley hacia sus futuros parientes políticos. Lejos de aburrirse, Darcy escuchó con atención, pendiente de cualquier información que pudiera darle alguna idea sobre el carácter de la familia Bennet en general y de Elizabeth en particular. Según sus descripciones, parecía que todos se encontraban en un estado de excitación y buen ánimo por la futura boda. Sobre Elizabeth, Darcy sólo supo que era muy buena con su hermana y que con frecuencia se había llevado a su madre a hacer alguna cosa, con el fin de permitirle a Bingley unos preciosos momentos de soledad con su futura esposa.

Su llegada fue recibida con toda la felicidad que Bingley había descrito, aunque Darcy fue objeto de varias miradas de curiosidad. Bastante temeroso acerca de lo que podría traer ese día, apenas pudo mirar a Elizabeth. Después de desmontar y presentar sus respetos, Bingley sugirió enseguida que, con ese día tan hermoso, todos deberían salir a dar un paseo. Su propuesta fue rápidamente aceptada y, mientras Jane, Elizabeth y Kitty subían a buscar sus sombreros y abrigos, la señora Bennet tomó a su futuro yerno del brazo y le dijo con un tono autoritario que los caminos de Longbourn eran los más hermosos de la región, aunque tenía que confesar que ella no tenía costumbre de caminar mucho.

Mientras Bingley estaba ocupado con la señora Bennet, Darcy se alejó y observó el jardín. La mayor parte de las plantas habían sido arrancadas y la tierra había sido removida, pero algunas flores temerarias todavía mecían sus pétalos multicolores en medio de la brisa. El caballero aspiró el olor a humedad y lo retuvo por un momento, intentando calmar la agitación de su corazón. De nuevo el tiempo parecía introducirse de cabeza en el futuro, su futuro, consumiendo y descartando el precioso presente de la forma más inclemente. Ansiaba que Elizabeth apareciera, pero al mismo tiempo deseaba ardientemente que se retrasara, al menos hasta que él pudiera conseguir aquietar, aunque sólo fuese momentáneamente, su corazón.

Un ruido procedente de la puerta le informó de que las jóvenes estaban listas. Se dio la vuelta para ver cómo Bingley le ofrecía la mano a Jane. Elizabeth salió de la casa con paso ligero y la luz del sol proyectó luces y sombras sobre su chaquetilla color cobre y su vestido de muselina verde. No había nada elegante en su apariencia. Iba vestida para dar un paseo. Sin embargo, su actitud en conjunto despertó la admiración de Darcy.

Bingley tomó la mano de su Jane para ponerse en marcha, Elizabeth se dio la vuelta con una sonrisa y luego —¡oh, Darcy se quedó sin respiración!— levantó los ojos para mirarlo a él. No necesitó obligar a su cuerpo a moverse para colocarse junto a la muchacha, ya que, de repente, se encontró a su lado, avanzando por el sendero, detrás de Bingley y Jane, mientras que la hermana menor se quedaba ligeramente rezagada. Después de una breve discusión sobre la ruta que tomarían, en la cual Darcy no participó ni se interesó, decidieron dirigirse hacia la casa de los Lucas, donde Kitty se quedaría para visitar a la señorita Maria Lucas. El arreglo no podía ser más favorable. Sólo quedaba poner un poco de distancia entre ellos y los recién comprometidos, y Darcy no tendría excusa —nada, salvo sus propios temores— que le impidiera conocer su destino.

El grupo avanzó por el camino entre campos cultivados y luego atravesó un pequeño bosque. Antes de lo que esperaba, Bingley y Jane se quedaron rezagados, pues a medida que la intimidad que les ofrecía el paisaje aumentaba, la pareja caminaba cada vez más despacio.

—El señor Bingley ha elegido un hermoso día para caminar —dijo Elizabeth—, aunque no creo que se dé cuenta de por dónde va.

—Sí, es un hermoso día. —Darcy miró hacia atrás—. Y creo que tiene razón sobre Bingley. ¿Igual que su hermana, tal vez?

—Es muy probable. —Siguieron caminando sobre las hojas secas que crujían bajo sus pies y el silencio se instaló de nuevo entre ellos. Pasaron varios minutos antes de que Darcy le preguntara si aquél era su paseo favorito.

—Sólo cuando Charlotte está en casa, porque allí… ¿lo ve usted? —Elizabeth señaló una bifurcación del camino rodeada de árboles—. Ese es el camino hacia la casa de los Lucas. Supongo que podría recorrerlo con los ojos cerrados. —El caballero asintió con la cabeza, sí, veía el cruce del camino. En ese momento, Kitty pasó rápidamente junto a ellos.

—¿Me puedo ir ya, Elizabeth? —preguntó, evitando mirar a Darcy. Él pudo notar que lo que ella más deseaba era alejarse de su pesada compañía.

—Sí, puedes irte, pero vuelve antes del atardecer y no le pidas a sir William que te traiga en coche —le advirtió Elizabeth a su hermana menor.

Entornando los ojos, Kitty los abandonó y se apresuró a tomar el camino hacia la casa de su amiga. Darcy miró hacia atrás, pero no vio a Bingley y a Jane. Estaban solos. Esperó hasta ver qué dirección tomaría Elizabeth. Con una rápida mirada, ella pasó delante y siguió por el camino. Él la siguió. Tenía que hacerlo ahora, se dijo para sus adentros.

La alcanzó y estaba a punto de agarrarla del brazo para detenerla, cuando ella disminuyó el paso por voluntad propia y levantó los ojos para mirarlo, con expresión ansiosa.

—Señor Darcy, soy una criatura muy egoísta —comenzó a decir— y con tal de aliviar mis propios sentimientos, poco me importa cuánto esté hiriendo los suyos. —Sorprendido por semejante introducción, Darcy se detuvo y la miró con consternación—. Pero ya no puedo pasar más tiempo sin darle a usted las gracias por su bondad con mi pobre hermana —se apresuró a decir Elizabeth, aunque apenas podía mirarlo a los ojos—. Desde que lo supe, he estado ansiando manifestarle mi gratitud. Si mi familia lo supiera, ellos también lo habrían hecho.

¡Elizabeth lo sabía! El corazón de Darcy se convirtió en un nudo de hielo al oír aquella revelación que trastocaba todo y tal vez anulaba para siempre toda posibilidad entre ellos. Ahora le resultaba bastante clara la razón de su comportamiento durante su última visita.

—Lamento muchísimo —logró contestar Darcy— que haya sido usted informada de una cosa que, mal interpretada, podía haberle causado alguna inquietud. —Miró hacia delante y soltó un suspiro de resignación, antes de añadir—: No creí que la señora Gardiner fuese tan poco reservada.

—No debe culpar a mi tía —replicó Elizabeth con tono de súplica—. Una indiscreción de Lydia fue la que me reveló su intervención en el asunto; y, como es natural —confesó—, no descansé hasta que supe todos los detalles. —Respiró hondo—. Déjeme que le agradezca una y mil veces, en nombre de toda mi familia, el generoso interés que lo llevó a tomarse tantas molestias y a sufrir tantas mortificaciones para dar con el paradero de los dos fugitivos.