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Capítulo 257.- Lo que el amor trazó en mudos instantes V

Darcy retrocedió y miró los ojos de su salvador, mientras agarraba nuevamente el bastón con empuñadura de bronce que había blandido delante de la multitud embravecida que los había seguido hasta la puerta. La estruendosa carcajada que soltó el gigante como respuesta rebotó contra las paredes circulares de piedra de la escalera.

—Por favor, señor, suba. Si el señor Dyfed lo ha enviado a verme, usted no tiene nada que temer en mi compañía. Por favor… —El hombre señaló los escalones. Sin estar muy seguro todavía de si sería prudente aceptar, Darcy le lanzó una mirada a Fletcher, pero su ayuda de cámara estaba concentrado en otra cosa.

—¿Tyke? ¿Tyke Tanner? —Fletcher avanzó hacia el gigante, que lo miró enseguida con sorpresa.

—¿Quién…? —comenzó a decir y luego se detuvo, con los ojos a punto de salirse de las órbitas—. ¿Lem? ¿Lemuel Fletcher? ¡No puede ser! —Estirando una mano gigantesca, el hombre le dio una fuerte palmada en la espalda al ayuda de cámara de Darcy—. ¿Cuánto hace? ¿Diez años? ¡Increíble! —Esa observación también resumió los sentimientos de Darcy. ¿Cómo era posible que su ayuda de cámara conociera a aquel hombre?—. ¡Y tus padres! ¿Cómo están el señor Farley y la señora Margaret? ¡Me imagino que todavía trajinando en las tablas! —¿En las tablas? Darcy se volvió hacia su ayuda de cámara, con las cejas levantadas, esperando la respuesta de Fletcher con bastante interés.

—Ah, no. —Fletcher le lanzó una mirada nerviosa a su patrón—. Están retirados y viven en Nottingham. —Carraspeó—. Pero ¿cómo has llegado hasta aquí y te has convertido en sacristán de una iglesia? No es precisamente la clase de tarea a la que estabas acostumbrado, Tyke.

La mirada de Tanner se fijó por un segundo en Darcy y vaciló.

—Tal vez tu patrón sí acepte ahora esa bebida y una silla donde disfrutarla, Lem. Señor. —Hizo una reverencia a Darcy—. Estoy totalmente a sus órdenes.

El caballero asintió, no completamente satisfecho con lo que acababa de suceder frente a sus ojos, pero la razón de que estuviera en aquella extraordinaria situación era demasiado urgente como para tratar de comprenderlo en aquel momento.

—Adelante. —Tanner bajó la cabeza con cortesía y comenzó a subir la escalera de caracol. En el segundo piso había una puerta parcialmente abierta. El hombre se detuvo y esperó a que ellos entraran primero en la habitación. Darcy miró a Fletcher, con una ceja enarcada con aire interrogante. La sonrisa segura del ayuda de cámara no concordaba exactamente con la cautela de su mirada, pero era algo que había que tomar en consideración. No podían hacer otra cosa que confiar en las instrucciones de Dy y en los contactos que éstas le ofrecían. En realidad, teniendo en cuenta lo que sabía ahora de su amigo, no debía sorprenderse por la extraña naturaleza de sus contactos. ¡Darcy miró otra vez los ojos de su guía y le pidió al cielo que éste no fuera tan extraño como increíblemente grande!

Con decisión, Darcy pasó frente al gigante y entró en la estancia, con Fletcher siguiéndolo de cerca, y detrás su anfitrión. Tanner se detuvo para cerrar la puerta y tuvo la precaución de atrancarla. Al darse la vuelta, les sonrió a sus invitados y se apresuró a poner a calentar agua sobre las brasas. Luego comenzó a buscar una taza limpia. En un instante, la inmensa figura del hombre adquirió un carácter más cómico que amenazante, mientras se afanaba por cumplir sus funciones de anfitrión dentro de los estrechos límites de aquella habitación de techo inclinado que le servía de cocina, salón y alcoba, al tiempo que se disculpaba por el desorden.

—Por favor, señor, tome asiento. —Limpió apresuradamente una vieja silla—. El agua estará lista en un segundo. Lem, ¿puedes echarme una mano? —Fletcher miró a Darcy. Este asintió con la cabeza y el ayuda de cámara siguió a Tanner hasta una mesa que estaba dedicada, por lo que podía verse, a varias funciones. Evidentemente, Darcy y Fletcher habían interrumpido la cena de su anfitrión, porque en un extremo de la mesa había un enorme trozo de asado, mientras que el otro extremo estaba cubierto por una montaña de papeles, plumas y un tintero. En pocos instantes, Tanner colocó una taza de té delante de Darcy. Después de darle otra a Fletcher, el hombre se detuvo frente al caballero y volvió a inclinarse—. ¿Señor? ¿En qué puedo ayudarlo?

—Tanner. —Darcy levantó la vista hacia los curiosos ojos de aquel hombre—. El señor Dyfed me dijo que cuando necesitara encontrarlo, debía venir aquí, pero usted dice que no está disponible.

—No, señor, y no sé cuándo lo estará. No puedo decir más, señor. —Tanner apretó la mandíbula con fuerza. Era evidente que no iba a dar más información sobre el asunto—. Pero tal vez yo mismo o algún otro de los amigos del señor Dyfed podamos ayudarle. —Tanner no se dejó intimidar por el intenso examen de Darcy y tampoco parecía sentirse incómodo en medio de su humildad. El caballero pensó en las opciones que tenía. Todo parecía indicar que Dy confiaba en ese hombre. ¿Y acaso Darcy podía decir que necesitaba contar con mayor discreción que Dy?

—Es un asunto personal que requiere la mayor confidencialidad y discreción —comenzó a decir lentamente—. La reputación de una muchacha, y la de toda su familia, dependen de que la encontremos rápidamente y la rescatemos de las manos de un miserable. Toda la información que tengo se reduce a que ella y el hombre llegaron a Londres hace una semana y han desaparecido en los barrios bajos de la ciudad.

—¿Un secuestro, señor? —La cara fornida de Tanner se endureció.

—No. —Darcy negó con la cabeza—. La joven se fue voluntariamente y es posible que todavía esté enamorada y no desee que la rescaten. Pero hay que encontrarla y hacerla entrar en razón para arrebatársela a ese hombre. —Darcy tomó aire y fijó sus ojos en los de su anfitrión—. Sólo deseo que me ayuden a buscarla. Yo me encargaré del resto. ¿Puede usted ayudarme?

Tanner miró por un segundo a Fletcher y luego volvió a mirar a Darcy.

—Sí, señor, puedo ayudarle; y lo haré. —El hombre dejó escapar un silbido de rabia—. Es una historia bastante común, aunque todavía me hace hervir la sangre, si usted me perdona, señor.

Darcy rechazó la disculpa levantando una mano.

—El nombre del hombre es Wickham, George Wickham, y el de la dama Lydia. Me reservaré el apellido. Lydia será suficiente. Ella es una jovencita de baja estatura, tiene sólo dieciséis años y procede de una buena familia, aunque no noble. Wickham tiene el rango de teniente y se fugó sin permiso del regimiento…, destacado en Brighton. Él tiene poco dinero y pocos amigos. Es un hombre más o menos de mi estatura, pelo negro, delgado. Tiene debilidad por el juego. —Darcy sacó un pequeño paquete del bolsillo de la chaqueta—. Aquí encontrará un retrato bastante aproximado. —Se lo entregó a Tanner.

—¡Ah, esto será de gran ayuda! —exclamó el gigante, mientras desenvolvía el paquete y acercaba la miniatura a la luz de la vela—. ¿Cómo podré ponerme yo en contacto con usted, señor? Como se imaginará, no debe volver aquí.

Darcy asintió con la cabeza.

—Dele los mensajes a uno de mis cocheros, Harry, en el callejón que conduce a los establos de Erewile House, en Grosvenor Square. Harry no tiene ni idea de este asunto, pero hará llegar oportunamente lo que le entreguen.

—Así lo haré, señor. Haya noticias o no, le mandaré recados por la mañana, por la tarde y por la noche, para informarle de lo que se ha hecho y lo que se ha descubierto.

—¡Excelente! —Darcy se puso en pie—. ¡No puedo pedir más! —Volvió a mirar a su alrededor, sintiendo una enorme curiosidad por aquel hombre que probablemente sabía más que él sobre el verdadero Dy Brougham. Posó su mirada en el montón de papeles que había sobre la mesa, algo bastante inusual, sin duda—. Ésa es una cantidad considerable de papeles. No tenía ni idea de que un sacristán… —Darcy guardó silencio, dándose cuenta de que su curiosidad había superado toda precaución—. Si eso es realmente lo que usted es.

Tanner sonrió con cautela.

—Ah, yo soy el sacristán, señor, cuando hay tiempo. Pero la gente no molesta al sacristán en un lugar como éste, en especial a uno que habla tan mal.

—¿Cómo has llegado hasta aquí, Tyke? —Fletcher se reunió con ellos—. Mi padre me escribió cuando te fuiste hace ocho años, y desde entonces no ha tenido noticias tuyas.

Tanner suspiró.

—Lem, fue la peor decisión que he tomado en mi vida y, sin embargo, la mejor, teniendo en cuenta la forma en que terminó. Dejé el grupo de tu padre y seguí a otra compañía hasta aquí, hasta Londres, atraído por las promesas de fama y fortuna del director. Nunca nos presentamos en un teatro respetable y pronto la situación fue tan difícil que había que elegir entre robar o morirse de hambre. Cuando dije que prefería morirme de hambre, me abandonaron. Luego contraje una neumonía. No tenía ningún sitio adonde ir y estaba enfermo como un perro y débil como un gatito. —A Tanner se le nublaron los ojos—. El pastor de esta iglesia me encontró en la calle y me recogió. Me cuidó con sus propias manos y fue recompensado contagiándose él mismo la enfermedad. —Tanner se secó las lágrimas y suspiró—. Perdóneme, señor —le dijo a Darcy—. Peter Annesley… —Al oír ese nombre, Fletcher se sobresaltó, pero enseguida Darcy lo miró y el ayuda de cámara guardó silencio—. Peter Annesley resultó ser la mejor persona del mundo. Él me presentó al señor Dyfed, y entre ambos… Bueno, muchas cosas han cambiado en mi vida. Señor Darcy… —Tanner se dirigió otra vez al caballero—. ¿Se quedará usted aquí mientras le busco un carruaje? Lo más probable es que la calle esté vacía, tan vacía como puede estar una calle en esta parte de Londres; pero ya ha podido comprobar usted la rapidez con la que un hombre de su apariencia puede llamar la atención.

—Le pedí al coche en el que vinimos que volviera a buscarnos. No debe de faltar mucho para que llegue —afirmó Darcy con más convicción de la que tenía.

Tanner lo miró con incredulidad.

—Bueno, puede ser, señor; pero yo prefiero dar una vuelta y asegurarme, antes de que usted se aventure a salir. Si tiene la bondad, señor —añadió, en tono conciliador, a pesar de que los dos sabían que Darcy tenía el privilegio de hacer lo que quisiera.

Darcy asintió.

—Como quiera, pero nosotros lo acompañaremos hasta la puerta. Fletcher —dijo por encima del hombro.

—Aquí estoy, señor. —Fletcher dejó su taza de té enseguida, se alisó las arrugas de la chaqueta y se presentó de inmediato ante su patrón. Tanner retiró la tranca de la pesada puerta y la abrió con un ligero crujido para que pudieran dirigirse a la entrada en silencio.

—Tenga la bondad de esperar aquí un momento, señor. —Las palabras de Tanner resonaron ligeramente autoritarias. Y antes de que Darcy pudiera contestar, ya había salido cerrando la puerta detrás de él. Molesto por el tono del gigante, Darcy se volvió hacia Fletcher, que desvió la mirada tan pronto como sintió encima los ojos de su patrón. Ah, sí… Fletcher. Entusiasmado con ese nuevo misterio, Darcy centró toda su atención en su ayuda de cámara.

—Fletcher, ¿tendrá usted la bondad de explicarme de qué conoce exactamente este hombre? —Darcy cruzó los brazos y retrocedió un paso, con las cejas enarcadas—. Le aseguro que estoy ansioso por oírlo.

—Ah… bueno, señor —comenzó a decir el ayuda de cámara, pero luego se quedó callado—. Ya sabe usted, señor Darcy…

—No, no sé; ésa es la razón por la cual usted me va lo a contar… ¡Quiero la verdad! Según he podido entender, Tanner formaba parte de una compañía de actores antes y después de haber dejado a su familia. —Darcy miró a su ayuda de cámara con ojos inquisitivos.